Blog autorreferencial: materialista, igualitario y sentimental.
Un juego conmigo mismo con un espejo deformado.
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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo. Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante. Cartas Marruecas. José Cadalso.
Hay una imagen fantástica que surgió al principio de los noventa -por lo menos fue entonces cuando la conocí en mi facultad de CCNY- en la vida callejera de los guetos de afroamericanos, y particularmente de la música hip-hop actual, en la que no se crea música por medio de armonización, sino de mezclas. Esta es la imagen:”Caught up in the mix”, “Atrapados en la mezcla”. “Ella está atrapada en la mezcla”, “Estoy atrapado en la mezcla”. Esta imagen engancha porque capta buena parte de la vida de mucha gente. Mi padre quedo atrapado en la mezcla. También lo estaban los amigos que lo traicionaron. Pienso que Marx comprendió mejor que nadie cómo la vida moderna es una mezcla; cómo, aunque haya muchas variaciones, en lo más hondo es una mezcla, “la mezcla”; cómo nos tiene atrapados a todos; y qué fácil y qué normal es que la mezcla salga mal. También mostró cómo, una vez que comprendemos la forma arbitraria en que nos han juntado, podemos luchar por tener la fuerza para hacer un remix.
El humanismo marxista pude ayudar a la gente a encontrar un lugar en la historia, incluso en una historia que duele. Puede mostrar cómo incluso aquellos que están aplastados por el poder pueden tener la fuerza de luchar contra él, cómo incluso los supervivientes de tragedias pueden hacer historia. Puede ayudar a la gente a descubrirse a sí misma como “ricos seres humanos” con “ricas necesidades humanas” (MER, pp. 89-91) y puede mostrarles que hay más de lo que piensan para ellos. Puede ayudar a las nuevas generaciones a imaginar nuevas aventuras y despertarles su deseo de cambiar el mundo, de modo que no sólo formarán parte de la mezcla, sino que también podrán participar haciéndola.
Hace frío, luce el sol, el cielo azul desteñido está manchado por tamo blancogris. Es un día como ayer, pero no es el de ayer. Yo ayer revoloteaba con un espíritu poético, romántico, lírico; hoy no, hoy es un día sencillo, bonito, azul claro, hoy sólo camino y miro.
Buitre en Monfragüe
Hojeo rápidamente el angélico Palabra sobre palabra para encontrar unas líneas mágicas; las encuentro. De Sin esperanza, con convencimiento.
Yo mismo me encontré frente a mí en una encrucijada. Vi en mi rostro una obstinada expresión, y dureza en los ojos, como un hombre decidido a cualquier cosa.
El camino era estrecho, y me dije: “Apártate, déjame paso, pues tengo que llegar hasta tal sitio.”
Pero yo no era fuerte y mi enemigo me cayó encima con todo el peso de mi carne, y quedé derrotado en la cuneta.
Sucedió de tal modo, y nunca pude llegar a aquel lugar, y desde entonces mi cuerpo marcha solo, equivocándose, torciendo los designios que yo trazo.
Veamos en primer lugar lo que no es una crisis capitalista.
Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya 4.750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya 1.000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso no es una crisis capitalista.
Que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una crisis capitalista.
Que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no es una crisis capitalista.
Que 113 millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista.
Que 12 millones de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una crisis capitalista.
Que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista.
Que 16.306 especies están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos, no es una crisis capitalista.
Todo esto ocurría antes de la crisis. ¿Qué es, pues, una crisis capitalista? ¿Cuándo empieza una crisis capitalista?
Hablamos de crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener en la pobreza a 4700 millones, condenar al desempleo o la precariedad al 80% del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para 1.000 empresas multinacionales y 2.500.000 de millonarios.
Lo que demuestra la superior eficacia y resistencia del capitalismo es que todas estas calamidades humanas -que habrían invalidado cualquier otro sistema económico- no afectan a su credibilidad ni le impiden seguir funcionando a pleno rendimiento. Es precisamente su indiferencia mecánica la que lo vuelve natural, invulnerable, imprescindible. El socialismo no sobreviviría a este desprecio por el ser humano, como no sobrevivió en la Unión Soviética, porque está pensado precisamente para satisfacer sus necesidades; el capitalismo sobrevive y hasta se robustece con la desgracias humanas porque no está pensado para aliviarlas. Ningún otro sistema histórico ha producido más riqueza, ningún otro sistema histórico ha producido más destrucción. Basta considerar en paralelo estas dos líneas -la de la riqueza y la de la destrucción- para ponderar todo su valor y toda su magnificencia. Esta doble tarea, que es la suya, el capitalismo la hace mejor que nadie y en ese sentido su triunfo es inapelable: que haya cada vez más alimentos y cada vez más hambre, más medicinas y más enfermos, más casas vacías y más familias sin techo, más trabajo y más parados, más libros y más analfabetos, más derechos humanos y más crímenes contra la humanidad.
Hoy voy hecho un pincel. Me he acordado de aquella vez que mi abuela me vio tan tiposo antes de salir, que me dijo con absoluta seriedad "Ay, niño, ten cuidado por la calle, que vas tan guapo que se van a meter contigo". A ver, esto tiene su explicación: mi abuela era mi abuela, y yo de joven, delgadito, con mi barbita estilo yormáiquel y mi pelo abundante y ondulado, algún día especialmente rodeado de aura (cuando estoy alegre, me cambian las facciones; a mejor), pues tendría mi puntito.
Desde el mes pasado me ha dado, primero, por usar unos tirantes negros que regalé al primogénito, pero no ha querido usar; segundo, por vestir corbata. Aunque tengo un puñado de ellas de hace años, pocas veces las he usado. Me ha dado, sin embargo, por llevarla ahora y he comprado una de tono azul, otra morada, otra marrón claro y otra roja. Para combinar bien además tengo un par de camisas nuevas, beige y morada, y un chaleco morado y dos jerseys (uno negro y otro rojo) finos.
Que me ha dado por ahí: me rondaba en la cabeza hacía tiempo, pero no saltó la chispa hasta hace unas semanas. Lo mismo me pasaba con el pendiente que usé de joven, si no me llegan a meter Tariq y su amigo C. en una farmacia y me sientan en una silla para que la manceba me disparara en la oreja izquierda la pistolita con el dije, lo mismo hubiera tardado mucho en llevarlo.
Pues eso, hoy calzo mocasines Callaghan, visto vaqueros azules, camisa azul con pequeños cuadros blancos y rojos, los tirantes negros, calcetines rojos, jersey rojo y corbata roja. Por supuesto, no rojo fresa, sino rojo sangre, my favourite one, of course.
Para ilustraros los que os digo, aquí os dejo al maravilloso Christopher Walken, con su Arma de elección.
Nueve de febrero de 1911-Dieciocho de febrero de 1938
Ejército Popular de la República Comisario Delegado de Batallón del Ejército de Tierra
XX Cuerpo de Ejército, 67 División, 217 Brigada, 866 Batallón
El Ejército de Maniobra fue una formación militar del Ejército Popular de la República que participó en la Guerra Civil Española. Creado por iniciativa del General Rojo, durante su corta existencia (de septiembre de 1937 a 20 de junio de 1938) constituyó el brazo ejecutor de las ofensivas del Ejército Republicano. FUENTE
Salas Larrazábal, Ramón (2006). Historia del Ejército Popular de la República.
Madrid, La Esfera de los libros.
Tras consolidar sus posiciones en la orilla del Alfambra, los Cuerpos del Estado mandados por Aranda y Yagüe, iniciaron la proyectada maniobra de envolvimiento de Teruel. El Cuerpo del Ejército de Galicia, dirigido por Aranda, pasó al ataque atravesando el Alfambra, entre tanto la 1 División de Navarra fijó al adversario junto a Teruel. El ataque de norte a sur comenzó el 17 de febrero y fue apoyado por un gigantesco y demoledor bombardeo, durante seis horas, y con los más potentes bombardeos en picado (bombas de 200 y 500 kilos), que se habían conocido hasta entonces. Los Stukas alemanes comenzaban así, en cielos turolenses, su movida historia militar, y de esta forma la Alemania Hitleriana utilizaba la guerra civil española como banco de pruebas de sus máquinas de guerra, que muy poco después emplearía en la Segunda Guerra Mundial. Teruel y Guernica fueron las víctimas de esta horrenda experiencia.
Retornando a los combates del día 17, las tropas del Cuerpo del Ejercito de Galicia, comandadas por el general Aranda, atacaron en varias direcciones para pasar el río Alfambra e iniciar así la maniobra de envolvimiento. La 66 División dirigida por Barrón cruzó el río por sorpresa, por el molino de Villalba Baja, consiguiendo una penetración de tres kilómetros por la sierra y alcanzando cotas de más de mil metros. Sin embargo, la 150 División, que intentó cruzar el río Turia frente al Muletón, fue rechazada por las tropas de Galán; el objetivo lo consiguió durante un ataque nocturno. Tampoco consiguió cruzar el Alfambra ese mismo día 17 al ser rechazada por la 67 División republicana de Fulgencio González.
El día 18, Barrón se agregó a las dos divisiones nacionales, con el fin de proteger el movimiento envolvente frente a los ataques que lanzaba la 25 División republicana de Vivancos. Este mismo día la 150 División consigue atravesar el río Alfambra por el término municipal de Tortajada y subir hasta el Tocón a 1266 metros de altitud. A su vez los moros y legionarios intentan hacerse con el cerro de Santa Bárbara sin conseguirlo, mientras que los navarros atacan la zona del cementerio de Teruel, siendo rechazados por la 101 brigada de la 46 División.
"La Batalla de Teruel" Autor: Manuel Tuñón de Lara Instituto de Estudios Turolenses. Teruel 1997
Invierno húmedo, Zóbel
Frente de Teruel 22-1-38
Mi querida XXXXX: Apenas llegado te pongo cuatro letras para que sepas por donde ando; supongo habrás recibido una carta escrita en Santa Cruz y echada en Alcázar.
Ya te escribiré más despacio y te mandaré la señas para que contestes enseguida, pues tengo mucha gana de saber de ti, aunque no te lo mereces.
No te las puedo mandar ahora, pues estamos detenidos en una estación, pero aquí estaremos creo que muy poco, así que cuando sepa donde quedamos definitivo ya lo haré, si puede ser más despacio.
El viaje hasta ahora va bien, algo pesadillo ya que la tirada ha sido larga, pero en fin no no podemos quejar.
Frío no hace así que a esto que le temía no hay por qué, hace menos que en Santa Cruz y otro frío más seco y no molesta tanto.
Seguramente ya me habrás mandado el jersey, pero no te apures pues queda allí una representación de la Brigada y esta me lo mandará, además tengo uno que me han prestado así que no corre mucha prisa.
Tengo disgusto por lo mucho que voy a tardar en recibir tu carta, y tengo mucho deseo de saber de ti, pues bastantes ías he pasado sin saber una palabra.
Dime como estás, yo estoy impaciente hasta más no poder pues siempre etoy pensando en que salgas del mal rato con toda felicidad y en que me digas que ya está con lo que tanto deseamos, ya de esa forma yo estaré mucho más tranquilo y tú más acompañada y contenta, y de esa forma también te dedicas a pensar en tu niño y te olvidas de este marido tan malo que te ha tocado en suerte, ya que según tú tan olvidada te tengo.
De lo que te dije preguntarais a Fabián no me has contestado una palabra, desde luego yo le recomiendo que se esté tranquilito donde está que seguramente le irá mejor que aquí.
Dime si ncesitas más dinero, pues yo con tanto traslado no he podido siquiera mandar a papá el dinero que le adeudo, ya lo haré el mes que viene, pero si a ti te hace falta pediré algo a ver si me lo pueden proporcionar.
Como seguramente no estaremos por aquí mucho timpo ya que este Cuerpo de Ejército por ser de maniobras solo está en los frentes provisional mientra hay jaleo y este de aquí no puede durar indefinidamente, ya que lleva entre ofensiva y contraofensiva un mes, cuando esto se normalice iremos atrás algún tiempo y entonces iré a ver al chiquitín que ya estará para entonces queriendo conocer a su papaíto, todo esto suponiendo que escapemos con bien de esta trapatiesta y que me autoricen, aunque esto último si por aquí quedamos bien no lo veo muy difícil.
Si quiere escribir antes de recibir mi otra carta puedes poner estas señas y es fácil que llegue: XX Cuerpo de Ejército-67 División-217 Brigada-866 Batallón Comisario Frente de Teruel.
Termino de escribir pues tengo mucho que hacer, así que recuerdos a todos por allí, y mi cariño con mil besos para las dos cositas que quiero en este mundo.
Tuyo siempre
(Última carta. Texto mecanografiado, tinta azul; firma autógrafa, tinta negra.)
Recuerdo los veintes días del verano de 1993 que transcurrieron entre que ella volvió de la isla de Mallorca y yo me fui a un pueblo del norte de Granada. Ella solía venir con un vestido de algodón rojo intenso. No salí de mi casa en esos veinte días.
Mi amiga pianista marxista acaba de dar a luz a su tercer hijo varón, un chiquillo precioso, como sus dos hermanos mayores.
Creo que en mi vida he conocido a tres personas más inteligentes que yo, entendedme, habrán sido muchas más, me refiero a aquellas con las que mantuve o mantengo un contacto directo y fluido; hay que saber además apreciar que la inteligencia no es plana y menos aún lineal, es poliédrica y con recovecos, de tal manera que uno puede ser extraordinario en este punto y otro ser mediocre, y en el punto de más allá ser al contrario. Dicho esto, sigo, esas personas son: ella, rasgo que es esencia de su atractivo para mí; mi amigo hobbesiano rural (al que no veo desde hace tres lustros, derechista ateo, atractivo y con un carisma voluntariamente en desuso); y mi amiga pianista marxista, que vuelve por el camino que transitamos, cuando yo aún estoy yendo, je je. Es prudente, es dura y es tierna, y guarda un gran corazón bajo una camisa de seda roja de esperanza.
este Viernes por la noche las muchachas mejicanas en el carnaval católico parecen muy buenas sus maridos andan en los bares y las muchachas mejicanas lucen jóvenes nariz aguileña con tremendos ojazos, cálidas nalgas en apretados bluyines han sido agarradas de algún modo, sus maridos andan cansados de esos culos calientes y las muchachas mejicanas caminan con sus hijos, existe una tristeza real en sus ojazos como si recordaran noches cuando sus bien parecidos hombres- les dijeron tantas cosas bellas cosas bellas que ellas nunca escucharán de nuevo, y bajo la luna y en los relampagueos de las luces del carnaval lo veo todo y me paro silencioso y lo lamento por ellas. ellas me ven observando- el viejo chivo nos está mirando está mirando a nuestros ojos; ellas sonríen una a otra, hablan, salen juntas, ríen, me miran por encima de sus hombros. camino hacia una caseta ponga una moneda de diez en el número once y gane un pastel de chocolate con 13 coloreadas colombinas en la cima suficiente por demás para un ex-católico y un admirador de los calientes y jóvenes y no usados ya más afligidos culos de las mejicanas.
No vine aquí a hacer amigos. En realidad, siempre quise agradar, pero no me iba a vender barato. No sé, quizá tenga mal genio o mala sangre o me falte un tornillo. Sólo te digo que seguiré igual. Si lo hubiera sabido antes,… Esto, todo esto, si lo hubiera sabido, puede que todo fuera diferente. Pero ya no. Para una vida que tengo, no la voy a estropear dándome la vuelta.
A esa gran mujer; a aquel hombre imbuido de una trascendental misión; al de más allá, regido por principios hercúleos; a ésta, cercana a mí, henchida de excelentes valores,… A ninguno de ellos le dejaría las llaves de mi casa en vacaciones para regar las plantas.
¿Nunca os ha ocurrido que, inopinadamente, ante una alegría, un éxito o un azar bienencarado, la reacción de cercanos y amigos ha sido el arañazo para manteneros en vuestro nicho? ¿O es que vosotros sois también gatos de uñas filosas?
¡No me miréis así! ¿Que tengo una mala manera de hacer (bien) las cosas? ¡Qué fácil es perorar y qué difícil es acometer!
Vale, ya cumplí los cuarenta, necesito un repaso, pero… un proyecto de reforma no es un propósito de enmienda.
Decís que no os vendéis, pero ¿estáis en sazón bastante para que alguien os quiera comprar?
Le mandé a mi madre, la dama blanca y elegante, la versión de La mer de Julio Iglesias. Me contesta que, en la boda de su hermano F., el primo P.B., el de la legión de honor, cantó la maravilla de Charles Trenet.
Es algo banal, pero me deja casi tan choqué como cuando me contó que recordaba a los soldados alemanes corriendo por los tejados y los disparos, o cómo mi abuela le ocultaba al bonachón oficial alemán que ocupaba su casa los mejores pasteles.
Me gustaría haber vivido en la Francia de los 50 y 60, Camus y Sartre, los exiliados españoles, la Pléiade, los Peugeot y los Renault, Althusser y Lacan, la OAS y el FLN,... Oh la la.
Vaya, he ido a comerme de postre unas crêpes dentelle, fines, croustillantes et légères, unas Gavottes de Dinan traídas por el mismísimo Papa Noël, y ya han desaparecido.
Dinan
Esta canción va como anillo al dedo. Mi mamá es más guapa que Sylvie, ¿eh?
El mago sumergió la mano fuerte y velluda en el agua de la tinaja. Estaba demasiado caliente. Retrocedió unos pasos para buscar un cántaro entre los cachivaches arrimados al muro. Se acercó al aljibe y lo llenó de agua fría que vertió en la bañera.
Estaba entusiasmado con los pequeños segmentos rectos y curvos y con los puntos que trazaba firme y escrupulosamente en el papel del cuaderno, cuando escuché de una inesperada voz -brusca, andrógina y metálica- el aviso de la inminente llegada a la estación de mi destino. Guardé la pluma en el bolsillo pectoral izquierdo de la chaqueta y cerré el cuaderno que había casualmente encontrado en la bolsa de malla adherida a la espalda del asiento delantero de mi circunstancial compañero de viaje, un niño con pelo lacio y boca abierta que me había observado inmóvil y rígido durante todo el trayecto.
Vi que, al levantarme, el estólido infante amagó un gesto hacia el cuaderno y que dos lágrimas como huevos de codorniz rodaban por sus fofas mejillas. Me alejé veloz, temeroso de la conducta de la pequeña alimaña, y me dirigí a las baldas de equipajes.
Nunca se sabe cuándo un ser vivo va a verse impelido a la cruda competición a la que la presión del medio saturado lo somete regularmente. Al salir a la estrecha plataforma de acceso y salida, por la puerta del vagón de enfrente, llegó un peculiar joven ataviado con ropajes negros y aherrojado por un sinfín de correas, cadenas y tachuelas. En tan diminuto espacio y por un breve lapso de tiempo el joven y yo compartimos la espera. Nos miramos de reojo cuando la máquina de hierro comenzó suavemente a frenar e intuimos ambos las intenciones del otro, aviesas en su caso y ecuánimes en el mío.
Con la parada total del vehículo la tensión se agudizó hasta cotas insospechadas durante los pocos segundos que tardó en activarse el automatismo de apertura de la puerta. Con agilidad mental, en lugar de pretender correr más que el esforzado mozo, se me ocurrió pasar con doble vuelta una de sus cadenas por el agarrador. De este modo, mientras luchaba con su propio hábito, tras un tirón que le rasgó la chupa, yo salvé la escalerilla y puse pie en el andén con elegancia y dignidad, arrastrando mi maleta samsonite y perseguido por las imprecaciones e injurias del sombrío mozo y otros usuarios del ferrocarril.
Oteé los andenes, las salas de espera y la entrada de la estación y comprobé que no había nadie con trazas de esperarme. Sin embargo, la pequeña estación ofrecía a los viajeros una cafetería que, de un primer vistazo, me pareció limpia y agradable. Tomé asiento cerca de la puerta, junto a un ventanal que permitía una despejada visión de las vías y los andenes. El otro lado del establecimiento también se abría a la plaza de la estación gracias a ventanas y puertas de grandes cristales. Los indígenas de la villa provinciana deambulaban escasos y despaciosos. Los muros y las paredes de los edificios y las casas alternaban la funcionalidad y la sencillez tradicional. Disfruté de una agradable sensación de optimismo: el objetivo de mi jira estaba al alcance de mi pluma -y de mi nuevo cuaderno, todo hay que decirlo.
El maestrosumergió la mano velluda y fuerte en el agua de la tinaja. La sacó bruscamente y la agitó. Retrocedió unos pasos para buscar un cántaro entre los cachivaches arrimados al muro. Se acercó al aljibe y lo llenó de agua fría que vertió en la bañera.
Pintura ferroviaria de ERNEST DESCALS
Tras consultar los precios y verlos módicos y razonables me había merendado con un capuchino y un cruasán tostado con mantequilla y una finísima capa de mermelada de melocotón. Justo al acabar de lengüetear los restos de la deliciosa compota que habían sobrado en la pequeña tarrina vi aparecer en la plaza el que imaginé que era mi vehículo de recepción, un mercedes níveo. El conductor aparcó con pericia suma en un hueco inverosímil entre dos utilitarios, pero al intentar abrir la puerta se encontró con que le resultaba imposible tal era la estrechez. Reculó, aparcó en doble fila y salió.
Más que conductor era un “chauffeur” en toda regla, trajeado de uniforme con reminiscencias de ejército germánico. Era alto y cetrino y se mantuvo erguido junto al coche con la gorra de plato descansada sobre el antebrazo. Giró aquilinamente la cabeza a izquierda y derecha y, al no reconocer entre los presentes en la plazuela al ínclito cliente –yo-, se dirigió con parsimonia a la entrada de la estación.
Pagué la merendola, salí de la cafetería por una de las puertas que daban a la plaza, me acerqué al uniformado y me presenté. “Boris, señor, para servirle. Quizá le he hecho esperar. Si es así, ruego que me disculpe.” Me sonrió con los labios apretados en una línea horizontal, lo cual confirió a su rostro unas cualidades falsas, malévolas y orientales, cogió la samsonite y, como el auriga ante el cónsul laureado, me indicó con la mano libre la cuadriga blanca.
Mi amigo soviético ortodoxo es peculiar. Claro, todos somos singulares, pero como dice mi amigo funcionario anglófilo, no todos tenemos el mismo hard-ware. Tariq diría, sentado en una terraza ante una cerveza helada, "mírame a los ojos y dime seriamente que no te consideras superior a ese cojín con ojos", y señalaría a cualquier ente antropomorfo que anduviera por ahí. Joder, menos mal que soy igualitarista, pero ojo, el igualitarismo es un principio ético-político, no una venda en los ojos.
Bueno, a lo que iba: el soviético ortodoxo es grande: esto no es bueno ni malo, sencillamente, es la antítesis de lo mísero, a partir de ahí tiene sus virtudes y sus defectos. Podría, por su inteligencia y su carisma, ser un capitán de la industria, pero es un líder obrero; es infantil como lo son los hombres; políticamente es un jacobino, moralmente (como sé que no le gusta esta palabra, la uso) es como se debe ser (como yo, por cierto). Por lo demás, es althusseriano (hay que ver) y si os imagináis a Farouk Bulsara calvo, os haréis una imagen de él.
No me voy a partir la cabeza buscando una imagen, a él le gusta este cuadro romántico que expresa perfectamente lo que digo, ni una canción, Wide open spaces va bien.
Cap Rúbea, trenzando una última ese con la bicicleta, llegó por fin a casa. Tanteó el bolsillo del vaquero recortado, sacó la llave y abrió con un cuido esmerado. Metió la bici en el recibidor y la apoyó en la pared. Se mantuvo de pie con las piernas algo abiertas, oscilando adelante y atrás, y dudó un momento.
Fue a la cocina, abrió el frigorífico y miró en su interior. Extrajo un bote de pepinillos en vinagre, una lata de anchoas, un bote de mostaza, una lata de cerveza y una botella grande de gaseosa. Colocó todos los recipientes en hilera ante sí en la mesa y se sentó. Esperó, con los ojos entornados y el oído atento. La cabeza le daba vueltas y le dolían las quijadas y las rodillas. Quiso no creer que el cielo que veía tras el cristal de la ventana empezaba a ser más azul marino oscuro que negro.
Abrió el bote de pepinillos y comenzó a meter los dedos en el caldo y a comer, masticando bovinamente. Cuando hubo comido unos cuantos pepinillos, se chupó los dedos y pensó si le sentaría bien una cerveza; también pensó si el abuelo se daría cuenta, pero había muchas en el frigo. Abrió la lata y se la echó al coleto, tragando la pasta ácida. Eructó escueta, limpia y libremente, con un leve gesto de sorpresa. Volvió a beber y volvió a eructar, ahora entrecerrando los labios.
Cogió la lata de anchoas, metió el dedo bajo la anilla, levantó la tapa y la desprendió totalmente. Saltaron un par de gotas de aceite que mancharon el hule de cuadros rojos y rosas de la mesa. Fijó la mirada unos instantes en las gotitas y se le humedecieron los ojos. Para comer los filetes de anchoa cogió un tenedor de postre del cajón de los cubiertos. Intercaló los filetillos salados con sorbos de la lata de cerveza. Antes de acabar todas las anchoas tuvo que levantarse a coger otra lata de cerveza: qué más daba, había muchas latas y su brújula corporal le indicaba que la cerveza tanto podía desquiciar el mareo como evaporarlo.
Cuando terminó la lata de anchoas, llegó la hora de la mostaza. Era mostaza de Dijon, la que les gustaba al abuelo y a ella. Utilizó el tenedor, pero la cantidad que podía recoger era escasa. Bebió cerveza. Metió dos dedos en el tarro y sacó un buen pegote que se introdujo en la boca. Se lamió los dedos meticulosamente. Cogió más y se frotó las encías y los dientes, las coronas de las muelas incluidas.
Echó un trago y en esta ocasión llegaron las arcadas. Corrió al cubo de la basura, se arrodilló, lo abrió y vomitó. Tras tres o cuatro golpes de vómito, cuando ya sólo caían hilos de baba al cubo, creyó oír algo, y asumió automáticamente que el abuelo la pillaba a cuatro patas, echando la pota. Giró la cabeza hacia la puerta y miró expectante. Era una falsa alarma: descansó los riñones, pues se le había tensado el lomo, y el sentir la fortaleza de su carácter la animó.
Cerró el cubo, puso las manos en la pared, levantó la pierna izquierda, que formó un ángulo recto, y permaneció en esa postura mientras se recomponía. Se levantó al fin, a pesar de la persistencia del mareo que se iba disipando.
La veo a ella tan guapa y atractiva, curiosa y aparente que siempre me ha parecido un misterio que yo le guste, tan vulgar y feo como soy, y con lo exigente que es - creo recordar que le gustaba Omar Sharif, y pocos más-.
Pero viendo la tele he resuelto el misterio. El caso es similar al de American Horror Story, un cuento de horror americano, una serie bastante bestia, donde mezclan todos los tópicos del género de terror: los fantasmas, los poltergeists, el canibalismo, la psicopatía asesina, el sado-maso, el infanticidio, la teratología, el amor de íncubo. Tiene su punto, pero como no se articule, acabara vulgarmente tras un recorrido de episodios espeluznantes.
Pues bien, Moira O´Hara es la criada de la mansión; en realidad es un fantasma, fue asesinada en un arrebato de celos por el personaje que interpreta la suntuosa Jessica Lange (uno de los aciertos de la serie). Todos los personajes ven a una mujer mayor (Frances Conroy), que fue atractiva, sobre la que pesan los años de trabajo y el cuidado de una madre anciana; sin embargo, Ben Harmon, el psiquiatra protagonista la ve como la mujer joven que era al ser asesinada (Alexandra Breckenridge), provocadora, promiscua, y se ve asediado por sus insinuaciones y provocaciones.
Ea, pues eso, Yo soy como la caricatura de Tariq, tal cual, vago por la vida como alma en pena, sometido por el trabajo y las responsabilidades, y ella me ve, insinuante y provocador, como aquel que pude ser y no fui, un atractivo, mediterráneo y moruno Omar Sharif.
Esta es Moira "Frances".
Y esta Moira "Alexandra".
Este soy yo, al natural, ya me conocéis.
Y así me ve ella, como si fuera guapo, atractivo, inteligente, interesante.
La otra cosa no quita esta. Pero sólo será lo que quieran los bárbaros.
Nunca es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas. Susan Sontag
La constatación de que una tiranía no puede ser progresista es una lección que nos llegó demasiado tarde; cuando el siglo XX terminaba y nosotros habíamos perdido el norte, la ilusión y hasta la capacidad de decir aquellas cosas que aprendimos en la frustración de una lógica derrota. Las tiranías que nacen progresistas acaban sirviendo a los que mandan, nada más. Y entonces se transforman en ese monstruo que ninguno quiere reconocer como criatura de su imaginación.
Yo entré en Corea del Norte en septiembre de 1992. No se puede decir que la visité porque no es país para turistas, aunque entonces apareciera por allí algún alemán nostálgico de la República Democrática (RDA). El más importante hotel proyectado nunca, el Ryukyung, de 105 plantas, lo iniciaron en 1987 y sigue en obras; aseguran que en abril del 2012 inaugurarán las 25 de abajo. Hacía años que había caído el muro de Berlín y admito que mi perplejidad ante la idea de ver en vivo y en directo una monarquía comunista, algo inédito en la historia de la humanidad, me incitó a la aventura. La curiosidad nos pierde.
Entonces regía los destinos del país el Querido Líder, Kim Jong Il, porque el Gran Líder, Kim Il Sung, su padre, estaba dando las últimas boqueadas.
Moriría un par de años más tarde. Es posible que me equivoque en los apelativos retóricos del liderazgo, porque quizá al hijo se le llamaba Amado Líder o algo por el estilo, cosa muy importante, dado que jamás se pronunciaba su nombre. Había que entender que cuando los traductores – la jefa traducía al francés y un siervo de la gleba, recién salido de nuestro medievo, hablaba un castellano ortopédico, pero decente-se referían al Gran Líder o al Amado Líder cabía entender que se trataba de Padre e Hijo, con mayúsculas.
En mis limitaciones para predecir los procesos históricos me parecía imposible que aquello pudiera seguir. Y hete aquí, que ahora acaba de morir el Amado Líder y le ha sustituido un nieto del Gran Líder, del que los servicios de información occidentales saben mucho pero que nosotros apenas si conocemos su nombre, media docena de fotos y un currículo que haría palidecer de ansiedad a cualquier candidato a oposiciones. De nombre Kim Jong Un y que ni siquiera es el mayor de sus hermanos, sino el pequeño.
Mi experiencia coreana resultó inaudita. No había visto una cosa igual en mi vida. Aunque mi conocimiento personal de los regímenes comunistas era limitada -Praga en los sesenta, Rumanía en los setenta, y alguna entrada y salida al Berlín oriental-, lo de Corea del Norte superaba cualquier medida. Era un país sometido a una tiranía absoluta, sin resquicios. Los expertos aseguran que se trata de la experiencia estaliniana multiplicada por ciertos rasgos de la tradición oriental. Puede ser. Pero lo más llamativo era el aislamiento. Vivían en otra galaxia y lo más escandaloso es que pensaban que las otras galaxias donde habitábamos los demás eran peores que la suya.
Nunca olvidaré el circo. En Pyongyang, la capital, tenían un gran espectáculo circense montado como si se tratara de un coliseo con millares de asientos, parcelados, donde eran constatables las diferencias entre el común y los diversos estratos del funcionariado del poder. Parecido a nuestro Liceu, pero a lo bestia. Los ejercicios gimnásticos y sobre el trapecio constituían un prodigio de talento y audacia. Soy un amante del circo y puedo asegurar que asistí a uno de esos espectáculos únicos, pensados por profesionales con tradición e inteligencia. Pero lo que me dejó noqueado fueron los payasos. Tenía mi oreja pegada a la del traductor, pero no hubiera sido necesario. El teatro circo se desternillaba de risa, literalmente se volcaban en aplausos ante un par de tipos, vestidos de vagabundos de la peor especie, que representaban la vida insufrible de sus vecinos de Corea del Sur. Toda el hambre, las necesidades, el miedo, que ellos sentirían apenas salieran de aquel recinto, constituía un motivo de chanza al convertirse en la vida de los otros.
¿Cómo es posible que se lo creyeran? ¿Qué otra opción tenían? Aislados de cualquier información sobre el mundo real, no sólo del que había más allá de sus fronteras sino del propio, se habían convertido en personajes de Orwell. Bastaba visitar el Museo de Bellas Artes, o como se llamara el museo nacional dedicado a la pintura, para constatar una tradición cultural de una riqueza comparable a Japón o China. Habían sido precursores en mundos artísticos que luego se trasladaron a otros lugares de Asia. Pero apenas uno salía de aquellas salas fascinantes de pintura antigua, chocabas con interminables salones dedicados al Gran Líder, donde el arte se limitaba a la retórica, la grandilocuencia y la vulgaridad.
No conozco Corea del Sur, pero puedo asegurar que Corea del Norte es de una belleza tal que ni siquiera la iniquidad de una tiranía puede achicar. Esa propensión totalitaria por los grandes monumentos, los grandes hoteles, los grandes palacios, no lograba apagar la fuerza de una naturaleza excepcional en su hermosa exuberancia. Las residencias palaciegas, que al parecer esperan a millares de turistas que nunca llegarán, respiran violencia y terror; como si hubieran sido pensadas para que Stanley Kubrick rodara El resplandor. Algo impensable porque estaban fuera del cine, de la realidad y hasta de la más mínima contemporaneidad. Recuerdo que el traductor, para demostrar su alto nivel de cultura occidental, me preguntó sonriente: “¿Qué tal sigue Picasso?”. Cuando le respondí que había muerto hacía muchos años, no pareció creerme, como si se tratara de un intento por socavar sus convicciones. Al fin y al cabo, ellos conocían el nombre de Picasso ligado sólo a una paloma, la de la paz, que dibujó para ellos. Nada más.
Pero el régimen de Corea del Norte tiene algo que lo hace invulnerable. Su ejército y su arsenal nuclear. Si tienes armas de destrucción masiva eres alguien; si no las tienes, estás expuesto a una intervención. Ocurrió en la vieja Yugoslavia y en Iraq; invadieron porque no las había. La amenaza es el elemento disuasorio más trascendental. Una tiranía absoluta se convierte en interlocutor privilegiado porque tiene un arma que te puede hacer un daño incalculable.
Hemos perdido la pasión periodística, o así lo entiendo yo cuando contemplo, no sin estupor, el derribo de Gadafi en Libia, y al tiempo que nadie se haya tomado la molestia de entrevistar a todos aquellos profesores españoles que se convirtieron en exégetas del Libro verde, auténtica biblia teórica de la revolución gadafista. Si la memoria no me engaña, hubo hasta un congreso en Trípoli, con notable asistencia autóctona. ¿Calladitos? Ni siquiera hay quien les pregunte. Estamos con encefalograma plano. Lo más novedoso de nuestros medios de comunicación son los anuncios publicitarios.
Algo similar ocurre con Corea del Norte. Recuerdo que antes de ir a Pyongyang me entrevisté con algún profesor catalán que había sido apasionado seguidor del pensamiento Zuche, el invento teórico, supuestamente marxista-leninista, de Kim Il Sung, el Gran Líder. ¿No hay nadie que les busque ahora para que nos iluminen sobre la inmarcesible monarquía coreana del Norte? Saben bastante más que nosotros, lo vivieron de primera mano, y ahí están esperándonos, no sé si con las mejores ganas pero al menos con la sabiduría que da la veteranía en el conocimiento.
Nos hemos reído tantas veces de la socialdemocracia sueca, por ejemplo, que deberíamos hacer una reflexión sobre lo que nosotros considerábamos una dictadura progresista, que aseguraba y consolidaba los pasos hacia la igualdad, frente a aquello que juzgábamos aguachirle. Lo fundamental era tomar el poder. Si el poder era tiránico o no, importaba poco, lo trascendental consistía en sus realizaciones. Y nos encontramos ahora con que la única experiencia comunista es esa monarquía coreana, tan surrealista como una película de ciencia ficción con protagonistas políticos.
La constatación de que una tiranía no puede ser progresista es una lección que nos llegó demasiado tarde; cuando el siglo XX terminaba y nosotros habíamos perdido el norte, la ilusión y hasta la capacidad de decir aquellas cosas que aprendimos en la frustración de una lógica derrota. Las tiranías que nacen progresistas acaban sirviendo a los que mandan, nada más. Y entonces se transforman en ese monstruo que ninguno quiere reconocer como criatura de su imaginación.
Dice ella que "un loco hace ciento" y recuerda que Caetano Veloso canta que "de cerca, nadie es muy normal"; y es que estoy tirado al barro. En versión de Gal Costa.