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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

domingo, 29 de abril de 2012

Ideología y electricidad: la experiencia soviética en Afganistán


Dr.Najib en sinPermiso.


Ideología y electricidad: la experiencia soviética en Afganistán
Christian Parenti · · · · ·
 
28/04/12
 




En las casas de té y puestos callejeros de Kabul, a veces se ve el retrato de un hombre severo, de cara redonda, con pelo oscuro y bigote. Es el rostro de Muhammad Najibullah, el último presidente comunista de Afganistán. Najibullah se afilió al Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) a finales de 1960, dirigió la muy efectiva policía secreta de Afganistán, el KHAD, y se convirtió en presidente del país en 1986. Después de la retirada soviética de Afganistán, Najibullah se mantuvo en el poder otros tres años. Los talibanes finalmente lo mataron en 1996.

Cuando he preguntado a los afganos en Kabul sobre los carteles y tarjetas postales de Najibullah, sus respuestas han ido desde "era un presidente fuerte, entonces teníamos un ejército fuerte " hasta  "en aquella época todo funcionaba bien y Kabul estaba limpio." El propietario de una casa de té, utilizando la forma familiar del nombre, declaró simplemente que "Najib luchó contra Pakistán." En otras palabras, es recordado no tanto como un socialista, un término vago para muchos en Afganistán, sino como un modernizador y un patriota.

Para entender el estatus de icono de Najibullah es útil conocer algo acerca de la experiencia soviética en Afganistán: la estrategia y la táctica, el terror y el sufrimiento, y los ideales y objetivos que motivaron a los comunistas afganos y sus aliados soviéticos. Rodric Braithwaite es una autoridad en la materia. Antiguo embajador británico en Moscú durante el colapso de la Unión Soviética, es un veterano de la diplomacia de la Guerra Fría. Ha publicado recientemente una excelente y comprensiva historia de la invasión y ocupación rusa de Afganistán. Afgantsy, que toma su título del apodo en ruso de los veteranos de guerra de Afganistán, es un antídoto sobrio y equilibrado a la propaganda y el engaño que Braithwaite tuvo que practicar como diplomático británico destinado en la URSS. Algo que reconoce indirectamente en el libro, pero a lo que se ha referido de manera más directa en entrevistas. Para escribír Afgantsy, Braithwaite ha tenido acceso a los archivos gubernamentales en Rusia, a los principales actores de la guerra afgano-soviética y viajó a Kabul para llegar hasta el fondo de esta historia.

Jonathan Steele, un antiguo corresponsal de The Guardian ha abordado la misma historia en Ghosts of Afghanistan. Steele ha visitado Afganistán en muchas ocasiones a lo largo de los últimos treinta años para informar sobre la intervención soviética, la era Najibullah, el mal gobierno de los muyahidines, la guerra civil, el surgimiento de los talibanes y la ocupación estadounidense. Como Braithwaite, Steele habla ruso con fluidez. Fue también parte del equipo de The Guardian que editó los cables deWikileaks. Su comprensión de Afganistán es sutil e integral, combinando una perspectiva periodística de los detalles y el contexto con una visión a largo plazo académica. El relato de Steele del fenómeno taliban y la situación actual es sólido, pero su libro es especialmente impresionante cuando analiza la historia olvidada del comunismo en Afganistán y la ocupación soviética.

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Los soviéticos combatieron a los rebeldes musulmanes en sus zonas fronterizas de Asia Central durante la guerra civil a comienzos de la década de 1920 y de nuevo en la década de 1930, cuando finalmente lograron aplastar a los llamados basmaci(bandidos) con la ayuda del ejército real afgano. La estabilidad en Afganistán era considerada la clave de la seguridad en Asia Central soviética. A partir de la década de 1950, Afganistán fue uno de los cuatro principales receptores de la ayuda soviética. Moscú envió ingenieros a Afganistán e invitó a miles de estudiantes afganos, técnicos y oficiales militares a Rusia para su formación.

A finales de la década de 1950, los Estados Unidos también comenzaron a invertir en Afganistán, lo que desató una competencia entre las superpotencias basada en la ayuda. La Autoridad del Valle de Helmand, una mini-TVA (1) creada para embalsar el río Helmand, y proporcionar energía hidroeléctrica y riego a las regiones desérticas del sur, fue un proyecto de Estados Unidos. El túnel de Salang Pass, uno de los mayores del mundo, que une el norte y el sur de Afganistán, fue un proyecto de la URSS. Ambas superpotencias construyeron partes de la red de carreteras. La infraestructura del aeropuerto de Kabul fue rusa, la electrónica, las comunicaciones y el radar estadounidenses. Contra todo pronostico, algunos oficiales militares formados en la URSS fueron los primeros líderes de los muyahidines: uno de ellos fue Ismael Khan, que inició una rebelión en Herat en 1979. Algunos de los intelectuales formados en Estados Unidos se convirtieron en comunistas y funcionarios del gobierno, como el primer ministro Hafizullah Amin.

El golpe de Estado comunista de 1978 fue el resultado indirecto de un golpe anterior que había sido provocado por una hambruna. A partir de 1969, Afganistán sufrió varios años de terrible sequía y hambre. En 1973, cuando la gente se moría  de hambre en la provincia de Ghor, en el centro de Afganistán, el general Mohamed Daud dio un golpe de estado contra su primo, el Rey Mohammed Zahir Shah, abolió la monarquía y estableció un gobierno republicano, del que fue presidente. El rey había marginado al una vez poderoso Daud y no hizo nada ante la hambruna. Una vez en el poder, Daud aplicó lo que entonces era el paquete habitual de políticas económicas, utilizando la planificación estatal y la inversión pública para desarrollar la industria privada y los mercados internos. Manejó a sus antagónicos enemigos políticos, tanto islamistas como comunistas, combinando represión y cooptación. Sin embargo, la creciente represión empujaron a un exilio armado en Pakistán a islamistas como el tayiko Ahmed Shah Massoud y el pastún Gulbuddin Hekmatyar.

La represión también fue la causa del sangriento golpe comunista de 1978. Como señala Steele, fue "muy improvisado", provocado por el asesinato de alto funcionario del partido, muy estimado, de nombre Mir Akbar Khyber. La protesta masiva de militantes del PDPA acabó en una redada policial. Temiendo su eliminación física masiva, los militantes comunistas en el ejército atacaron el palacio presidencial, asesinaron a Daud y tomaron el poder.

Los funcionarios soviéticos, incluyendo la estación de la KGB en Kabul, fueron pillados por sorpresa y se mostraron "claramente incómodos con lo que había sucedido", escribe Braithwaite. En su opinión, Afganistán no estaba preparada para el socialismo, ni el PDPA preparado para gobernar. Fundamentalmente, el PDPA estaba compuesto por dos facciones opuestas radicalmente entre si. La mayor y la más radical, el Khalq (que significa "nación"), había organizado el golpe de Estado. Consiguió el apoyo de la población pastún, que había emigrado recientemente a las ciudades en busca de trabajo y educación. La facción más pequeña y moderada, el Parcham ("bandera"), se apoyó en las antiguas clases medías urbanas de habla darí.

Inicialmente, el gobierno Khalq fue sangriento. Cuarenta de los generales y aliados políticos de Daud, entre ellos dos ex primeros ministros, fueron ejecutados sumariamente. Entre los muertos, encarcelados o desaparecidos hubo por igual islamistas, maoístas e incluso miembros de la facción Parcham del PDPA. La violencia crecía y los soviéticos comenzaron a estar cada vez más preocupados. El gobierno Khalq, sin embargo, promulgó todo un conjunto de leyes y puso en marcha una serie de programas progresistas: prohibió por ley el matrimonio infantil, bajó el precio de la dote, canceló las hipotecas rurales, lanzó campañas de alfabetización para hombres y mujeres (aunque cada grupo por separado) y comenzó la reforma agraria. A pesar de sus buenas intenciones, muchos de estos esfuerzos fueron mal dirigidos, y se produjo rápidamente una reacción contraria.

Un viejo cuadro comunista, Muhammad Saleh Zeary, a quien Steele localizó en un bloque de pisos de protección social cerca del aeropuerto londinense de Heathrow, explicaba la resistencia así: "Los campesinos eran felices al principio, pero cuando se enteraron que éramos comunistas, cambiaron. El mundo entero estaba en contra nuestra. Nos acusaron de no creen en el Islam, y no se equivocaban. Veían que no rezábamos. Liberamos a las mujeres del pago de la dote y creían que defendíamos el amor libre ". Zeary permaneció en Kabul hasta la llegada al poder de los muyahidines en 1992. Finalmente huyó cuando los llamados "soldados de Dios" asesinaron a su esposa y dos de sus hijos. Otro ex militante del PDPA refugiado en Londres le dijo a Steele: " [los líderes del partido] en el poder querían erradicar el analfabetismo en cinco años. Era ridículo. La reforma agraria fue impopular. Promulgaban los llamados decretos revolucionarios, pero había que ponerlos en práctica a la fuerza. La sociedad no estaba preparada. No se consultaba a la gente". Steele señala que estos viejos veteranos del PDPA, a pesar de tener acceso a grandes sumas de dinero público durante años, no parecían haber robado ni mucho ni poco.

Las reformas diseñadas a toda prisa por el PDPA fueron víctimas de una vieja división rural-urbana en la sociedad afgana. Los jóvenes urbanos, educados e idealistas no entendía el mundo rural que querían rehacer, y el mundo de las aldeas con paredes de adobe no entendía que pretendía la burocracia urbana. No es sorprendente que las implicaciones sociales y culturales de las reformas amenazasen los privilegios de los mulás tradicionales, de los maliks (líderes de aldea) y de los grandes terratenientes. Pero los aspectos económicos progresistas del programa también fueron ampliamente rechazados por los campesinos, profundamente religiosos. Afganistán, aunque pobre y desigual, no se ha caracterizado por la desigualdad extrema en el reparto de la tierra, típica del Mexico o la China  pre-revolucionarios. Como explica Steele, los campesinos estaban en muchos casos "vinculados con sus terratenientes por lazos de religión, clan y familia y no estaban preparados para cuestionar su autoridad." La sociedad rural, siempre un poco autónoma de Kabul, al sentirse amenazada en sus raíces por las reformas, recurrió cada vez más a la resistencia armada, estableciendo lazos con los partidos islamistas que había huido a Pakistán durante la represión de Daud.

La  situación del PDPA empeoró como consecuencia de ciertos errores técnicos. En sus prisas, los comunistas urbanos de Kabul redistribuyeron la tierra, pero se olvidaron de los derechos de uso del agua, un error que puso de manifiesto su ignorancia sobre la agricultura local. Abolieron el opresor sistema de préstamos de dinero usureros del bazar, pero fueron incapaces de desarrollar un programa de crédito alternativo para ayudar a los agricultores pobres en la temporada de siembra. (The Tragedy of Afghanistan, de Raja Anwar es otra valiosa fuente de información sobre las reformas de la revolución y sus errores). Los soviéticos, por su parte, aconsejaron repetidamente a las autoridades de Kabul abandonar o posponer las reformas más radicales.

Los comunistas no fueron los primeros modernizadores afganos que se enfrentaron a una reacción violenta del campo. El llamado "Príncipe Rojo", Amanullah Khan, que expulsó a los británicos en 1919, fue destronado diez años más tarde por una rebelión tribal que se oponía a sus proyectos de modernización inspirados en Turquía. Había iniciado una minima reforma agraria, dado el voto a las mujeres y creado colegios para niñas. Las élites rurales estaban dispuesta a aceptar carreteras transitables, pero no a pagar impuestos para financiarlas; las masas rurales acogían satisfechas las mejoras agrícolas y la educación, pero no un cuestionamiento del patriarcado. Cincuenta años más tarde, el PDPA se enfrentó al mismo tipo de rebelión teocrática. Y para sofocarla, los funcionarios comunistas del gobierno comenzaron a hacer demostraciones públicas de piedad, rezando y asistiendo a las mezquitas. Pero era demasiado poco y demasiado tarde. La crisis se hizo incontrolable en marzo de1979 cuando estalló un motín militar liderado por oficiales islamistas en Herat, una ciudad importante en la frontera con Iraní. La voluntad de rebelarse de los funcionarios islamistas se había reforzado con los acontecimientos que tenían lugar al otro lado de la frontera: el Sha había huido de Irán y Jomeini regresó a Teherán sólo un mes después.

La investigación de Braithwaite demuestra que el ejército afgano contó con la ayuda de pilotos soviéticos a la hora de reprimir la revuelta, pero esta no fue tan sangrienta como a menudo se rumorea: "aunque la prensa occidental y algunos historiadores occidentales siguen sosteniendo que cerca de un centenar de ciudadanos soviéticos fueron masacrados, el número total de bajas soviéticas en Herat parece no haber sido superior a tres".  La ciudad de Herat tampoco fue bombardeada ni hubo miles de víctimas afganas.

Tras Herat se amotinaron otras guarniciones, y los soviéticos, además de enviar más asesores a Afganistán, comenzaron a hacer planes de contingencia para la utilización a gran escala de fuerzas terrestres. Aquel verano los Estados Unidos comenzaron a proveer de dinero y armas a los rebeldes muyahidines que llevaban a cabo ataques desde Pakistán contra las fuerzas del gobierno y las infraestructuras públicas. Mientras tanto, el conflicto interno en el empeoraba, con diferencias ideológicas y personales que provocaban enfrentamientos Khalq-Parcham e incluso episodios de violencia Khalq-Khalq. En septiembre de 1979 el presidente Noor Muhammad Taraki fue atado a una cama y asfixiado con una almohada: la orden de asesinato provino de su rival y compañero de Khalq, el primer ministro Hafizullah Amin. Los dirigentes soviéticos creían que Taraki era el más flexible de los dos y su asesinato les indignó. La paranoia estaba en su mejor momento en el Kremlin. Durante la década de 1960 Amin había cursado estudios de doctorado en la Universidad de Columbia, donde fue dirigente del sindicato de estudiantes afganos y se rumoreaba que estaba en connivencia con la CIA. Steele señala que Amin reconocía haber recibido dinero de la CIA antes de la revolución. Braithwaite señala que incluso el embajador de EE UU Adolph Dubs, después de varias reuniones con Amin, Preguntó a la CIA si estaba en su nómina. Lo más probable es que Amin hiciese lo que habían hecho todos los líderes afganos: gestionar un Estado tapón y navegar como podía entre las grandes potencias.

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Durante el año de la crisis, en 1979, el gobierno comunista afgano hizo trece solicitudes de intervención militar soviética. Moscú, a su vez, respondió con todo tipo de argumentos correctos sobre porque no quería hacerlo. Como explicó un funcionario soviético : "hemos estudiado cuidadosamente todos los aspectos de esta operación y hemos llegado a la conclusión de que si nuestras tropas se desplegaran en el país, la situación en Afganistán no sólo no mejoraría sino que empeoraría seriamente". Pero el asesinato de Taraki al parecer hizo cambiar de opinión a los soviéticos.

El 40º Ejército fue enviado al sur y, cuando finalmente llegó con toda su capacidad operativa a Afganistán a finales de diciembre de 1979, su misión no era ayudar a Amin, sino asesinarlo. Las fuerzas especiales soviéticas atacaron el palacio presidencial, y en una batalla larga y sangrienta habitación por habitación, el presidente fue finalmente acorralado y asesinado. Los soviéticos habían elegido para remplazarle a Babrak Karmal, dirigente del ala moderada Parcham del PDPA. Pero Karmal era temperamental, errático y paranoide, y el consumo excesivo de alcohol no ayudaba a remediar su incompetencia. (Si Karmal recuerda a Hamid Karzai, de quien se rumorea que utiliza estupefacientes, efectivamente es sólo uno de los muchos paralelismos que el lector encontrará en el libro de Braithwaite.) Al principio, tanto Moscú como Washington pensaba que la intervención soviética no duraría mas de seis meses, y la población afgana, o por lo menos su parte urbanizada, dio la bienvenida a los rusos y al fin de la locura de Amin.

Con los soldados, los soviéticos enviaron una multitud de idealistas asesores y técnicos civiles. Pero Karmal demostró ser incapaz de ganar la lealtad de los musulmanes del campo, por lo que la capacidad de actuación del Estado afgano siguió siendo limitada. Para empeorar las cosas, desde julio de 1979 Estados Unidos había armado a los siete partidos de los muyahidines. La considerable ayuda militar encubierta proporcionada por Estados Unidos fue iniciada por la CIA, generosamente financiado por el gobierno de Arabia Saudi y celosamente administrada por los cada vez más poderosos servicios de inteligencia de Pakistán. En poco tiempo, los rusos se vieron empantanados en una guerra que duraría nueve.

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Muchos soldados soviéticos creyeron sinceramente en su "misión internacionalista", de la misma manera que los militares voluntarios estadounidenses creen hoy que su participación en la guerra de Afganistán es una manera de  ayudar a un país atrasado a hacer frente a una amenaza terrorista real. Y al igual que sus homólogos estadounidenses de hoy, los soldados soviéticos en Afganistán, tenían sus raíces en la clase obrera, el campesinado y los pueblos pequeños. Los hombres (y algunas mujeres) de las clases profesionales y las familias con conexiones en el Partido de las grandes ciudades de la Rusia occidental se repartieron entre la fuerza aérea, la KGB y las unidades médicas, pero rara vez estaban entre los reclutas que corrían el riesgo de recibir un disparo participando en los convoyes de suministro o en los puestos de vigilancia a lo largo de crestas desnudas. La mayoría de los combates corrieron a cargo de hijos de campesinos o de pequeñas ciudades industriales.

El verdadero objetivo del 40º Ejército  era ganar "los corazones y las mentes" de los afganos. Pero no fue así. Cuando las fuerzas de infantería soviéticas y afganas eran inmovilizadas en tierra, se llamaba en su apoyo a la aviación y la artillería, y si los muhayidines disparaban desde las aldeas estas eran bombardeadas y destruidas. Braithwaite rechaza todos los bulos típicos de la guerra fría de que los rusos utilizaban juguetes como trampas explosivas o que utilizaran armas químicas. Contrariamente a los informes de prensa occidentales de la década de 1980, la brutalidad soviética hacia la población civil no era un objetivo político, sino un efecto secundario previsible e inexcusable. Sin embargo, la irracionalidad y las contradicciones de la contrainsurgencia fueron más que reales. Los soviéticos juzgaron a cientos de sus soldados por crímenes de guerra que iban desde la violación y el asesinato hasta el uso de drogas, pasando por pequeños hurtos y acosos (un problema persistente en el ejército ruso, desde los tiempos zaristas hasta hoy). Sin embargo, no pudieron o no quisieron controlar los abusos cometidos por el KHAD: unos 8.000 afganos fueron ejecutados por el gobierno del PDPA y muchos miles más encarcelados y maltratados.

Según Braithwaite, los afganos tienden en general a considerar a los rusos mejores soldados que los estadounidenses, aunque solo fuera porque eran menos cautelosos, iban menos protegidos y en muchos aspectos estaban culturalmente más cerca de las costumbres campesinas centro asiáticas de los afganos. De los Afgantsy que volvieron a casa, algunos se adaptaron bastante bien, pero otros, incapaces de escapar de sus fantasmas, acabaron en las drogas y el alcoholismo, y los mutilados físicos se vieron envueltos en peleas interminables con las grandes burocracias médicas. Los veteranos también se encontraron con que muchos ciudadanos en la retaguardia seguían cada vez más aburridos las noticias de una guerra aparentemente sin sentido.

Cuando Gorbachov llegó al poder en 1985, los dirigentes soviéticos querían retirarse cuanto antes de Afganistán. A través de las cartas a sus familias de los soldados, los veteranos e incluso algunos oficiales en activo tenía lugar una campaña silenciosa, pero persistente, contra de la guerra que acabó por ayudar a Moscú a decidirse a aceptar con lo que era inevitable. La perestroika y la glasnost estaban en el aire, y en Afganistán, el recién nombrado Najibullah se apartaba cada vez más del marxismo-leninismo a favor de un nacionalismo pragmático. En 1988, Najibullah cambió el nombre del PDPA por el de Watan, o "Patria", y al final de su mandato llegó a considerar la posibilidad de ofrecer el Ministerio de Defensa al comandante muhayidin Ahmed Shah Massoud.

Estos movimientos, comenzando con la partida de Karmal y el ascenso de Najibullah, formaban parte de una política formal de reconciliación nacional. Un relato excelente de los aspectos diplomáticos de estos últimos intentos de estabilización es ofrecido por Kalinovsky Artemy en su libro Un largo adiós. "De 1985 a 1987", señala Kalinovsky, "la política afgana de Moscú se caracterizó por el esfuerzo para poner fin a la guerra sin sufrir una derrota .... Gorbachov estaba casi tan preocupado como sus predecesores por el daño que podría causar al prestigio soviético una retirada apresurada, particularmente entre sus socios del Tercer Mundo. Sin embargo, Gorbachov se había comprometido también a poner fin a la guerra, y contaba para ello con el apoyo mayoritario del Buró Político. Lo que implicaba buscar nuevos enfoques para el desarrollo de un régimen viable en Kabul que pudiese durar más que la presencia de las tropas soviéticas. "

Para ser efectiva, la política de reconciliación nacional exigía la cooperación de Estados Unidos, el principal patrón de los muyahidines. Kalinovsky dedica un capítulo entero a las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética sobre Afganistán. Por desgracia para Afganistán y los soviéticos, el gobierno de Reagan se dividió entre "sangradores" y "negociadores". El Secretario de Estado, George Shultz, fue, en un momento dado, uno de los "negociadores" principales y abogó por alcanzar un acuerdo con los soviéticos a mitad de camino: si el Ejército Rojo se retiraba de Afganistán, Estados Unidos debería hacer concesiones y cortar la ayuda a los muyahidines. Por otro lado, los "sangradores", fuertemente representados en la CIA y el "lobby afgano" del Congreso, querían más sangre e insistían que la ayuda a los muyahidines sólo debía terminar cuando los soviéticos hiciesen lo mismo con el gobierno de Najibullah. Al final, ganaron los "sangradores". Visto desde Moscú y Kabul, la posición del gobierno de Reagan era de una falta de cooperación total".

En febrero de 1989, el último tanque soviético cruzo el Puente de la Amistad sobre el río Amu Darya. Sin embargo, Moscú continuó los suministros a Najibullah, y el gobierno afgano desafió todas las expectativas. En marzo de 1989 las tropas afganas, que ahora peleaban solas, fueron capaces de romper el sitio de Jalalabad, en el este de Nangarhar, cerca de la frontera con Pakistán. Si los insurgentes tomaban esa ciudad, Kabul sería su próximo objetivo. Desde entonces, el frente de los siete partidos muhayidines quedó fragmentado y carente de coherencia estratégica a pesar de su excelente capacidad táctica de combate.

Braithwaite relata que Eduard Shevardnadze, que no quería ser el primer ministro soviético de Relaciones Exteriores que  presidiese una derrota, fue el principal aliado de Najibullah, e insistió que con un flujo constante de combustible y armas, los afganos podrían luchar de forma indefinida. De hecho, Najibullah se mantuvo tres años más. Sin embargo, cuando Yeltsin hizo a un lado a Gorbachov y deshizo la Unión Soviética, cortó la cuerda de seguridad de Afganistán.

La derrota soviética en Afganistán no se tradujo en el colapso de la URSS, como a menudo se supone. Fue al revés. Como explicó recientemente la revista The Economist, "el sistema soviético se derrumbó cuando los altos funcionarios decidieron 'monetizar' sus privilegios y convertirlos en propiedad." Cuando ocurrió y Yeltsin tomó el poder, el régimen de Najibullah se derrumbo. Braithwaite cuenta que Yeltsin, cuando aún solo era el dirigente de de Rusia, antes de la caída de Gorbachov y la Unión Soviética, había abierto canales secretos con los muyahidines. Tan pronto como los suministros rusos fueron cortados, uno de los generales clave de Najibullah, Rashid Dostum, se paso a los rebeldes. En abril de 1992 Najibullah fue finalmente derrocado. Varias bandas de guerreros islamistas y fanáticos etno-nacionalistas cayeron sobre Kabul. Después de un experimento muy corto de gestión conjunta, las distintas facciones se pelearon entre ellas, mientras que los últimos militantes del PDPA huyeron del país o pasaron a la clandestinidad.

Najibullah trató de escapar, pero los hombres de Dostum le impidieron llegar al aeropuerto. Durante cuatro años Kabul cayó en la barbarie, mientras las distintas facciones guerreras de muyahidines imponían la oscuridad, real y metafórica: las farolas y las líneas de alta tensión de los tranvías fueron saqueadas, los servicios públicos cerrados, la lucha faccional arrasó la mitad de la ciudad, y se estima que 100.000 personas ,la mayoría civiles, murieron. Durante todo ese tiempo, Najibullah se refugió en un recinto de las Naciones Unidas. Cuando los talibanes tomaron finalmente la ciudad, en 1996, secuestraron al ex presidente, lo golpearon, lo torturaron y lo castraron antes de matarlo de un disparó. Su cadáver fue arrastrado por las calles y colgados de un poste de luz.

Hoy, las fuerzas de la OTAN ocupan Afganistán. Sin embargo, algunas fotos de Najibullah todavía cuelgan en Kabul. ¿Por qué? Entonces, como ahora, la guerra en Afganistán no era simplemente un enfrentamiento entre invasores y afganos. También fue un conflicto civil afgano: entre las poblaciones de las ciudades que apoyaban la modernización, incluso una modernización impuesta, y la gente del campo que se oponía violentamente a cualquier cambio social. Y cada fuerza buscó alianzas con poderosos apoyos externos. Durante la guerra fría, los soviéticos apoyaron a Kabul, y Estados Unidos y Pakistán a los rebeldes. Hoy, por una serie de razones perversas, Estados Unidos apoya a quienes aspiran a reconstruir el estado en Kabul (muchos de los cuales son las mismas personas que sirvieron con Najibullah), mientras que Pakistán, aliado nominal de Estados Unidos y vasallo bien financiado, sigue apoyando a los rebeldes islamistas y tradicionalistas.

Para una clase de afganos urbanos la cuestión política central ha sido siempre: ¿Qué ideología trae la electricidad? Son personas que han tratado de extender la influencia de Kabul en el campo y, desde la década de 1920, se han enfrentado con una oposición violenta. Hubo una vez que su instrumento fue la monarquía constitucional. Después una república presidencialista, a continuación el socialismo de estilo soviético, y finalmente el nacionalismo de último recurso de Najibullah. Ahora es la democracia liberal, experimental y poco efectiva, impuesta por la OTAN. No es sorprendente que los ex comunistas sean aun modernizadores y se les pueda encontrar en los sectores más competentes de lo que nominalmente se conoce como el gobierno afgano.

Uno de esos tecnócratas es Muhammad Hanif Atmar. De 2002 a 2010, el muy respetado Atmar gestionó una serie de carteras ministeriales en el gobierno de Karzai, desde el Ministerio de Desarrollo Rural hasta el de Educación y, finalmente, el Ministerio del Interior. En su juventud Atmar fue miembro de las fuerzas especiales de KHAD (como la KGB, la policía secreta afgana tenía un ala militar). Perdió una pierna defendiendo Jalalabad contra el cerco muyahidin. Cuando el gobierno de Najibullah cayó, se fue a estudiar a Gran Bretaña. Después de la invasión de EE UU, regresó a Kabul y pronto se ganó una reputación de administrador competente y honesto , de "alguien con el que Occidente puede trabajar". La Dirección Nacional de Seguridad, la agencia sucesora de KHAD, tiene en sus filas tantos ex cuadros Parcham que muchas personas lo llaman simplemente el KHAD. Otro de esos tecnócratas ex PDPA es Zahir Tanin. En la actualidad es el representante permanente de Afganistán ante las Naciones Unidas pero en la década de 1980 era miembro del comité central del PDPA.

En pocas palabras, esa es la razón por la que todavía cuelgan imágenes de Najib en Kabul: porque, a pesar de todos sus errores, su visión del mundo traía la electricidad. Pero, por desgracia, la electricidad no puede distribuirse a tiros.

NOTAS: (1) Mini-TVA hace referencia al Tennessee Valley Authority, un organismo interestatal para el desarrollo global de la cuenca del río Tennessee.


Christian Parenti es colaborador de The Nation, investigador visitante en The Nation Institute y profesor visitante en el CUNY Graduate Center. Es  autor de Tropic of Chaos: Climate Change and the New Geography of Violence (Nation Books, junio de 2011).


Oye cómo va Cuba



La espada de Kiriwina, Lam





Enero de 2009, Javier Ortiz


Cuba y la jerarquía de las fobias

Karl Marx se burlaba de Proudhon, patriarca de los que calificaba como “socialistas utópicos” (¡como si él mismo no hubiera sido otro utópico más!), diciendo que el viejo revolucionario francés, de cuyo nacimiento va a hacer ahora dos siglos, vivía sobre una permanente contradicción. Según él, Proudhon resultaba demasiado de izquierdas para la derecha y demasiado de derechas para la izquierda.
Yo suelo sentirme un tanto Proudhon cuando escribo sobre el actual régimen político cubano, que acaba de cumplir medio siglo de existencia. Los incondicionales del castrismo me tienen por demasiado crítico y los anticastristas me consideran demasiado tolerante.
No es ni lo uno ni lo otro. Lo que sucede es que todos debemos establecer una jerarquía de nuestras fobias. Si juzgamos con equidad los regímenes latinoamericanos (o americanos, en general), el puesto que debemos asignar al castrismo en el ranking de lo odioso es francamente secundario. Hay gobiernos que practican el terrorismo de Estado en masa. Hay gobernantes que se dedican a expoliar a su población y a malvender los recursos nacionales para engrosar sus cuentas corrientes. Los hay que desatienden hasta extremos escandalosos la educación, la sanidad y la nutrición de sus connacionales. Y a casi todos ellos los estados occidentales los tratan como si fueran próceres, sólo porque les hacen la rosca.
No simpatizo con el castrismo y puedo argumentar por qué. Es escandaloso el monopolio que tienen los blancos en la jerarquía del poder. No soporto las restricciones que padecen allí las libertades, tanto individuales como colectivas. Y un largo etcétera. Pero miren y comparen, y, si encuentran algo mejor, compren.


La jungla, de Lam


domingo, 22 de abril de 2012

Estaba con otra cosa...



Estaba con otra cosa en el blog (que dejo para más adelante), después de preparar la base para el arroz -si me sale bien lo contaré; en realidad, cuando haga el primer arroz realmente bueno, lo lanzaré a los cuatro vientos -, y desayunar con la perra en la terraza de abajo, leyendo El (Pijo) País.


Me encuentro con este artículo de Morán, y ya decido colgarlo, pero al llegar al último párrafo, necesito colgarlo.

Es una frivolidad comparar la política de los sionistas con la de los nazis. Una bobería parecida a asimilar el nazismo con el comunismo. La pereza intelectual es lo que obliga siempre a amalgamarlo todo.

Creo que la única vez que he estado a punto de abandonar una manifestación fue cuando vi llegar a una pareja de unos 20 años, muy mono él y muy mona ella, vestidos como hebreos y portando brazaletes nazis con el azul de Israel. Soy Dr. Najib y no quiero sionismo, pero me asquea el antisemitismo, y si es de izquierda, que es lo mío, más.


De 1946 a 2000

De 1946 a 2000, en sangre



El derecho a la manipulación, de Gregorio Morán en La Vanguardia 

10 enero 2009

SABATINAS INTEMPESTIVAS
La palabra manipulación se puede aplicar a multitud de actividades humanas y no provoca ningún recelo. La manipulación de los alimentos está regulada. La manipulación de la seda, del pan, del calzado, están legitimadas por la costumbre. Pero si alguien se atreve con la manipulación del arte, entonces la gente se mosquea. Y la manipulación de la literatura. O eso que mucha gente tiende a denominar literatura, y que no es otra cosa que la industria del libro. Aquellos señores, tan conservadores ellos, que inventaron el premio Nadal, con Ignacio Agustí a la cabeza, fueron capaces de decirle que no a un manipulador de la opinión literaria de España, como era González Ruano, y darle el premio a una chica que sólo conocían en su casa de la calle Balmes, Carmen Laforet. ¿Alguien se atrevería ahora a decirles a los manipuladores literarios del grupo Planeta que no le vamos a dar el premio a Maruja Torres, sino a otra que escribe con algo más de talento y que no conoce nadie? Me es indiferente que le den el premio Nadal, el Planeta o el de los Grandes Expresos Europeos, pero lo que me parece una estafa manipuladora es que los diarios lleven días anunciando que el premio es para Maruja Torres, que es a la literatura lo que Marujita Díaz a la canción española, cuando aún tendrían que estar deliberando y leyéndose los manuscritos. Me impresiona siempre la estafa, eso que queda detrás de la manipulación; las decenas de autores decentes que se han quedado de un pasmo y burlados. Y nos hemos acostumbrado a ello como si fuera un gaje del oficio, que es la base sobre la que se construyen todas las manipulaciones. ¿Por qué nuestros amigos tienen el derecho a ser unos chorizos y los adversarios no lo tienen? No lo he entendido nunca.
La guerra de Gaza, por ejemplo, que es a lo que voy. En primer lugar eso no es una guerra, es una carnicería organizada por un ejército al completo -tierra, mar y aire- frente a unos tipos de firmes creencias y escasos recursos, que tienen mar, pero no tienen Marina para defenderse; que tienen aire, polucionado, pero no helicópteros, y que tienen tierra, muy poca, y angosta y pobre como un desierto sin blindados. En lenguaje llano, una escabechina. Pero fíjense en la manipulación. Los ejércitos del Estado de Israel ya han matado cerca de un millar, incluidos niños, mujeres y ancianos. Y usted, que es responsable periodístico, da una fotografía de la masacre. Pero en aras del equilibrio informativo que le exigen los manipuladores, debe incluir otra foto del soldado israelí caído y llorado, legítimamente, por los suyos. De poco le valdrá explicar que después de ejecutar, los verdugos no tienen derecho a imagen, porque ya la han ejercido matando. No, se equivoca. Si no lo hace, le lloverán las cartas protestando por supuesta parcialidad.
Desengáñense. Israel no ha querido la paz nunca, y si alguna vez ha soñado con ella, es la paz de la victoria, aquella que nace de la liquidación del enemigo; aniquilarlo y después de quitarle las tierras, decir que eran suyas… desde los tiempos bíblicos. Bastaría el paisaje de los asentamientos en territorio palestino; nadie puede permanecer indiferente ante esa desmesura. Eso hay que verlo para creerlo. No sé si alguno de ustedes ha tenido el siniestro privilegio de viajar a Israel y visitar los campos de concentración para palestinos de Cisjordania y Gaza, y si además es del gremio periodístico, y no va pagado por las instituciones de Israel, poder vivir una de esas sesiones entre colegas donde cada uno vomita lo que lleva sufriendo sin poder escribirlo nunca. Usted puede visitar Israel y no enterarse de nada. Nunca olvidaré a un pobre militante de Comisiones Obreras de Catalunya que cuando escribí hace ya muchos años una serie sobre la mortal decadencia de la revolución cubana, mandó una carta indignada a este diario señalando lo bien que lo habían tratado y lo bien que estaba todo en su viaje oficial a Cuba. En Israel puede usted vivirlo en grado superlativo, porque hay algo que lo distingue de cualquier otro ensayo estatal, una apariencia laica en un Estado racialmente confesional. Cuando las organizaciones palestinas que luchaban contra la ocupación se vanagloriaban de su agnosticismo, el fundamentalismo era israelí. Ahora son dos fundamentalismos sin ninguna posibilidad de encuentro, pero con una diferencia: los que mueren van al paraíso. Debe estar lleno el paraíso de fanáticos, porque antes se moría por una idea, ahora se han vuelto vulgares y mueren por una recompensa, en el más allá.
Cada vez que oigo o leo eso de que Israel es la única democracia de Oriente Medio, no puedo menos que recordar aquella otra manipulación que sufrimos durante décadas. La Sudáfrica del apartheid gastó millones en la promoción de la primera democracia de África,que eran ellos. Fíjense si seré ingenuo, que yo siempre pensé que algún día saldrían a relucir aquellos viajes organizados por el Estado racista sudafricano al que iban directores de periódicos, jefes de la sección internacional e intelectuales susceptibles, que entonces en España había muchos. No era más que un viaje, decían, y gratis total. ¡Qué belleza la de sus paisajes, qué emprendedores sus empresarios, qué inteligentes sus políticos! Me acuerdo de esas frases, que hoy suenan a colono sionista: “No tenemos nada contra los negros, pero este país es nuestro; los negros tienen derecho a vivir…, pero en sus territorios”. No es extraño que fuera Israel el socio más íntimo del régimen racista de Sudáfrica. Yo ya soy mayor, y ya me resulta muy difícil creer en fundamentalismos, pero no me cabe duda de que si viviera en Gaza o en Cisjordania sería un colaborador de la lucha de ese pueblo, fuera con Hamas o con Al Fatah o con quien peleara contra la opresión. Entiendo que la gente se vaya, aunque esa sea la intención de Israel, que se marchen. ¿Por qué los palestinos no se instalan en Jordania?, me decía un tipo inteligente, culto, sionista e infectado de esa bacteria letal para la inteligencia: “Yo estoy con mi patria, con razón o sin ella”. Sin razón, no hay patria que se sostenga mucho tiempo; lo demás es fascismo, o esa variante cutre de la hoy llamada cultura futbolera: que ganen los míos, aunque sea de mala manera.
La invasión de Gaza, la destrucción de la resistencia palestina, es una operación perfectamente organizada en el tiempo, en los medios y en la coyuntura política. Tienen hasta el 20 de enero y la toma de posesión de Obama. No por nada especial, sino para cubrirse del riesgo, porque nada puede seguir siendo lo mismo y la impunidad del Estado israelí, absolutamente vicario de Estados Unidos, no puede seguir, a menos de correr el riesgo de que allí se abra el frente que provoque un conflicto internacional. Bastaría un dato, auténtica perla del derecho a la manipulación. Estamos sufriendo el agobio que significa la posibilidad de que un país como Irán, con un régimen bastardo y criminal, se haga con el arma atómica. Anular tal posibilidad me parece una tarea imprescindible, pero ¿por qué no precisamos que el único país de Oriente Próximo que dispone de bombas atómicas es Israel? ¿Acaso las tienen para decorar el Neguev? ¿Alguien duda, después de todo lo que han hecho hasta ahora, de que podrían utilizarlas y poner al mundo ante el hecho consumado?
Es una frivolidad comparar la política de los sionistas con la de los nazis. Una bobería parecida a asimilar el nazismo con el comunismo. La pereza intelectual es lo que obliga siempre a amalgamarlo todo. Tendemos a amalgamar lo que no logramos desentrañar, para hacerlo más accesible a nuestra rutina mental. El Israel actual no tiene futuro, y eso es un problema de tiempo. Fue un proyecto ambicioso y temerario, y fracasó, como fracasó la revolución rusa, y la cubana, y muchas otras. Y debe resolverse sin echar a los sionistas al mar, ni a los palestinos en las cunetas. Así de sencillo, pero mientras haya quien piense que es enviado de Jehová o de Alá para lograr que su pueblo se constituya en paraíso, no habrá nada que hacer. Los cohetes chungos de Hamas sobre territorio israelí, centenares en diez años y ocho muertos, no son más que el recordatorio de que hay un pueblo que vive bajo la opresión y en su propia tierra. El verdugo no puede exigir que las víctimas acepten sus reglas y que además se porten bien.


sábado, 14 de abril de 2012

14 de abril de 2012


Hoy el día ha sido ventoso y fresco, con un cielo a ratos blanco, a ratos azul, a ratos de un gris ceniza; llovió anoche, ha llovido esta mañana, quizá llueva esta noche.


Es el tipo de día que a mí llena los pulmones y el espíritu y me alegra, y que muchos dirán que es desapacible. Cuando voy con las manos en los bolsillos, si tengo el pelo largo, revuelto por el aire, con los ojos entrecerrados y la piel despierta, sonrío y siempre me viene a la memoria esta canción de Gary Moore, de mi juventud.








A las tres, tras almorzar, mi hija y yo hemos sacado a pasear a la perrita. Hemos realizado uno de los recorridos habituales, girando a la derecha, llegando hasta la rotonda y cogiendo allí el paseo. En este, casi no nos hemos cruzado con nadie, olía a follaje fresco y píaban mirlos y gorriones. Al norte, sobre la sierra, nubes oscuras, casi negras; sobre nosotros nubes de blanco plata y huecos de azul y sol.


Por la tarde con mi hijo chico he ido a ver una película de propaganda yanqui, buenos americanos aliados con japoneses en Hawái, luchando contra alienígenas. Sigue la idea de Hawking, para qué queremos llamar a los aliens, como nos escuchen y puedan venir, vamos a ser nosotros los indios y ellos Colón, si no algo peor. Me ha gustado la peli, acción a buen ritmo y música de Eisidisi, ideal para compartir una tarde con mi niño.


En Radio Ser escuché mientras preparaba la mesa para el almuerzo, esta noticia. Decía el doctor que hay que ver qué pundonor el del paciente, que quería a toda costa sanar para cumplir sus importantes funciones. Qué imbécil el doctor, qué cretino y sinvergüenza el paciente.




Botsuana


¡Viva la República!

martes, 10 de abril de 2012

Galloway y Mélenchon




Mélenchon
Gorgeous George








George Galloway y Jean-Luc Mélenchon: el inmenso vacío a la izquierda del socialiberalismo europeo comienza a ocuparse




Si las elecciones presidenciales del mes próximo resultan según lo esperado, Francia se dirige hacia un enfrentamiento a causa del desastroso impulso de austeridad que ahoga hoy la vida económica de la eurozona. Al igual que en Gran Bretaña, la economía lucha por recobrarse del derrumbe de 2008, cargada con las deudas de los bancos malos y encaminada a recortes y aumentos de impuestos que la debilitarán, pero con el peso añadido de verse aherrojada en un tratado orquestado por Alemania que ilegalizara el estímulo económico. 
Desde las atrocidades del mes pasado en Toulouse, el presidente Nicolas Sarkozy ha subido un poco en las encuestas, dando gusto a xenófobos e islamófobos y postulándose como adalid de la seguridad. Pero el presidente más impopular en los 53 años de la V República Francesa todavía está seis puntos por detrás de su rival socialista para el desempate de la segunda vuelta. A menos que se produzca alguna alteración imprevista, se espera una vez más que el titular del cargo que ha pasado la crisis se vea finiquitado y se elija como presidente en mayo a François Hollande.  
El insípido Hollande queda muy lejos del radical al que le dan vueltas los ojos retratado por los medios de información británicos. "Abrimos los mercados a las finanzas y la privatización", se jactó recientemente, refiriéndose a los gobiernos socialistas de afectos neoliberales de los años 90. Y ha respaldado la regla "de oro" de presupuesto equilibrado que exige el nuevo tratado fiscal. Pero también ha prometido renegociar el tratado y apoya un programa de empleo sufragado por impuestos a los bancos y la riqueza, junto a una tasa impositiva del 75% para aquellos que ganan más de un millón de euros al año, asunto como para provocar pesadillas a George Osborne [Ministro del Tesoro británico].
Lo que ha transformado la contienda ha sido el espectacular ascenso de Jean-Luc Mélenchon, antiguo ministro socialista y candidato del Front de Gauche (Frente de Izquierda), que ha pasado del 6% al 15% en pocos meses, convirtiéndose en "tercer hombre" fundamental en las elecciones. Lo ha logrado con una campaña descaradamente populista, tomando como objetivo los votantes de clase trabajadora marginados que son presa del Frente Nacional, inspirando a jóvenes abstencionistas y utilizando el tipo de lenguaje de la calle ajeno a los círculos mágicos del estamento político francés que él abandonó.
El resultado, tal como informó The Economist, ha constituido toda una "sensación". El mes pasado Mélenchon apeló una "insurrección cívica" ante cien mil de sus partidarios reunidos en la Plaza de la Bastilla de París. Respaldado por los comunistas, ha unido a casi la totalidad de la quisquillosa izquierda francesa tras él, demandando un límite para los ingresos anuales superiores a 360.000 euros, el desmantelamiento de la OTAN,  control de los bancos, retirada de Afganistán, referéndum sobre el tratado de la UE,    "desobediencia" europea y derecho de los trabajadores a hacerse cargo de fábricas amenazadas de cierre. De forma crucial, le ha puesto la proa a la Marine Le Pen acosadora de musulmanes del Frente Nacional, – a la que denunció como un "monstruo de asco que escupe odio" – sobrepasándola en las encuestas, y contribuyendo en ese proceso a disipar la amenaza de que pudiera alcanzar la segunda vuelta, como fue el caso de su padre en 2002. De modo aun más revelador, el éxito de Mélenchon ha empujado a los dos candidatos principales a adoptar una retórica más radical sobre la economía: la tasa impositiva del 75%  de Hollande fue una respuesta directa al fenómeno Mélenchon, mientras que ahora hasta Sarkozy exige que paguen más los ricos y juguetea con alguna desobediencia propia respecto a la UE.
No se puede, por supuesto, trasponer una campaña nacional francesa que compromete a millones de personas a los extraordinarios resultados electorales de Bradford Oeste, que han visto cómo George Galloway conseguía mayor incremento en la proporción de voto que la de cualquier elección parcial (Irlanda del Norte aparte) desde 1945, y con más votos que los de todos los demás partidos juntos. Pero algunos paralelos son, con todo, llamativos.
En ambos casos, un antiguo parlamentario bien conocido del principal partido de centro izquierda ha recurrido a un populismo carismático de izquierda radical para movilizar a votantes distanciados en el extremo más afilado de la austeridad contra una élite política que ha fracasado a lo largo de décadas a la hora de hacer algo por ellos.
Tal como sucede con Mélenchon, los medios informativos metropolitanos aborrecen tanto a Galloway que – a excepción del Guardian – ni siquiera supieron dar cuenta informativamente de la marea ascendiente de apoyo a Respect [formación política de Galloway] durante la campaña y se han mostrado en buena medida incapaces de explicar su sentido desde entonces, desestimándolo como algo fuera de lo común que se explica atendiendo a la pintoresca personalidad de Galloway y a su capacidad de "jugar la carta musulmana".
Es cierto que el historial de Galloway en lo que respecta a guerras y ocupaciones respaldadas por Occidente, así como su defensa sin compromisos de la comunidad más demonizada del país, le otorgaba una credibilidad especial en un distrito electoral con un 37% de población musulmana. Y la petición de retirar las tropas de Afganistán es desde luego popular entre los musulmanes, si bien la apoya también el 70% del país.   
Pero el ímpetu central de la arremetida de Galloway en Bradford se dirigió de hecho a los recortes, tasas de matrícula escolares, desempleo, pobreza y declive de una ciudad abandonada y mal gestionada por todos los partidos principales. Respect hizo campaña como "laborismo de verdad" frente al Nuevo Laborismo, mientras Galloway declaraba que quería "arrastrar al laborismo por una senda progresista". Y lejos de dividir a las comunidades siguiendo líneas étnicas o religiosas, logró mayoría en todas y cada una de las partes del distrito electoral, incluyendo las zonas mayoritariamente blancas.  
Bradford ha supuesto un voto contra la austeridad y la guerra, pero también contra un estamento político vilipendiado del yo-también, local y nacional. Ese distanciamiento ha ido creciendo con los años, pero a medida que se fuerzan los recortes y el nivel de vida se ve sometido a un rigor aun mayor, hay que esperar más acontecimientos extraordinarios cuando surjan oportunidades.
Esa distanciamiento es corriente en toda la Europa desindustrializada, desregulada y puede también explotarlo la derecha. Se trata de un supuesto común, basado en la experiencia de la década de 1930 sobre todo, que la derecha populista está mejor situada para explotar la volatilidad e inseguridad de una depresión. Pero tanto la campaña de  Mélenchon como la de Galloway, entre otras, constituyen un recordatorio de que la izquierda puede marcar el ritmo político si está preparada para dar voz a las auténticas preocupaciones de la gente. 
En Francia, el único peligro de victoria de Sarkozy proviene de que no veamos a Hollande ofrecer una auténtica alternativa. Y cuanto mayor sea el voto de Mélenchon en la primera vuelta, más difícil le resultará Hollande ceder cuando llegue el choque con con Angela Merkel, Bruselas y los mercados financieros.
Por lo que respecta a Gran Bretaña, una candidatura del género de la de Mélenchon o Bradford no podría por supuesto elaborar lograr una estrategia nacional triunfante. Pero ambas apuntan a un abismal espacio político no representado. O Ed Miliband se muestra más audaz en el intento de sacar al laborismo de una herencia desacreditada y dar voz con fuerza a lo que él llama su "maltrecha base"…o lo llenarán otros a medidas que los costes de la crisis golpeen más profundamente.  
Seumas Milne es un analista político británico que escribe en el diario The Guardian. También trabajó para The Economist. Es coautor de Beyond the Casino Economy.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

viernes, 6 de abril de 2012

Danza de la victoria


Magnífica escena de la cruda Ciudad de vida y muerte, película china sobre la invasión nipona de Nanking; épica, trágica, triste.


Kavafis, el griego de Alejandría, sobre Patroclo.


LAS EXEQUIAS DE SARPEDÓN

Profundo dolor tiene Zeus. Ha dado muerte
Patroclo a Sarpedón; y ahora se abalanzan
el hijo de Menecio y los aqueos a arrebatar
el cuerpo y ultrajarlo
Pero esto no agrada en absoluto a Zeus.
A su hijo amado -al que dejó
morir: tal era la ley-
al menos muerto lo honrará.
Y he aquí que envía a Apolo a la llanura
instruido de cómo cuidar el cuerpo.
Con unción y dolor el cadáver del héroe
levanta Apolo y lo lleva hasta el río.
Lo limpia del polvo y de la sangre;
cura las horribles heridas, sin dejar
que aparezca vestigio alguno; vierte sobre él
los aromas de la ambrosía; y con espléndidos ropajes
olímpicos lo viste.
Blanquea su cutis; y con una peineta de perlas
sus cabellos negrísimos peina.
Los hermosos miembros los arregla y recuesta.
Ahora parece un joven rey auriga -
en sus veinticinco años, en sus veintiséis-
que reposa después haber ganado,
con un carro de oro y velocísimos caballos,
en un certamen famoso el galardón.
En cuanto Apolo hubo terminado
su misión, llamó a los dos hermanos
al Sueño y a la Muerte, ordenándoles
que el cuerpo llevaran a Licia, ese rico país.
Y hacia allá al rico país, a Licia,
viajaron estos dos hermanos
Sueño y Muerte, y cuando ya llegaron
a la puerta de la casa real,
entregaron el glorificado cuerpo,
y volvieron a sus otras preocupaciones y quehaceres.
Y cuando 1o recibieron allí; en la casa, comenzó
con procesiones, y honras, y lamentos,
y con abundantes libaciones en sagradas crateras,
y con todo lo necesario, la triste sepultación;
y después hábiles artesanos de la ciudad
y afamados artífices de la piedra
vinieron a labrar el túmulo y la estela








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LOS CABALLOS DE AQUILES

Cuando vieron muerto a Patroclo,
que era tan valeroso, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;
sus naturalezas inmortales se indignaban
por esta obra de la muerte que contemplaban.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con las patas, y lloraban a Patroclo
al que sentían inanimado -destruido-
una carne ahora mísera -su espíritu desaparecido-
indefenso -sin aliento-
devuelto desde la vida a la gran Nada.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y apenose. "En las bodas de Peleo"
dijo "no debí así irreflexivamente actuar;
¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos
desdichados! Qué buscabais allí abajo
entre la mísera humanidad que es juego del destino.
A vosotros que no la muerte acecha, ni la vejez
efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos
os mezclaron los humanos". -Pero sus lágrimas
seguían derramando los dos nobles animales
por la desgracia sin fin de la muerte.


Patroclo, de David