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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Caimán, comunistas, Paracuellos


Muere Santiago Carrillo: caimán, comunistas, Paracuellos.









SABATINAS INTEMPESTIVAS

Aseguran que Santiago Carrillo murió mientras dormía la siesta. Tranquilamente, como lo haría un jubilado de esos que no sufren los recortes, que tienen a los hijos bien colocados, que reciben la visita de los nietos los domingos después de almorzar, que gozan de una esposa solícita y una criada de confianza que se ocupa de los menesteres domésticos. Esos jubilados que caminan despacio, temerosos siempre de un tropezón, de una caída, que es lo único que les puede llevar derechitos a la tumba. ¡Cuántos tropezones en tu vida, Santiago! La veteranía es un grado dentro del ejército de la política.

Esa apariencia de jubilado, de esos a quienes respetan los vecinos, aunque no compartan sus ideas –¿tenía ideas Santiago Carrillo?–. Siempre me ha llamado la atención el alto concepto que tiene la gente de sí misma. “¡No comparto sus ideas, caballero!”. ¿A qué se referirán? Lo único cierto es que murió mientras dormía la siesta. ¿Cuántos años llevaba durmiendo la siesta? A ojo de buen cubero me salen veinticinco. ¿Cuándo perdió la única pasión de su vida? Quizá nunca. Cuando la política le abandonó a él –que no al revés– se buscó un sucedáneo para resentidos; se hizo tertuliano. Pasión o vicio sólo tuvo uno, y no fue precisamente el tabaco. Carrillo no fumaba, sencillamente jugaba con el humo, se distraía y disimulaba. Fumar es otra cosa.
La longevidad de un político que ya no es un peligro para nadie le otorga una especie de don religioso, casi místico, un estado de placidez y reconocimiento que alcanza la beatitud y en algunos casos roza la santidad. Fíjense en el detalle de que Rodolfo Martín Villa, un aspirante a este universo celestial, ha pedido en un artículo necrológico dedicado a Carrillo, que Dios, en el que con toda seguridad cree aún menos que yo, tenga a bien recibir a Santiago Carrillo Solares en el Paraíso. Tengo mis dudas de que seamos conscientes de que nuestro mundo político y social cada vez se parece más a una película de Buñuel. Nuestros empresarios –ahora llamados emprendedores– parecen personajes extraídos de la cena de sociedad de El ángel exterminador, y nuestros políticos de aquel otro filme inacabado de sublime truculencia, Simón, el Estilita.

Llegar a los 97 años, después de una intensa vida política tiene, además del aspecto beatífico que la simpleza ciudadana concede a los viejos profesionales, algo de perverso. Nadie mejor que ellos saben valorarlo. Se trata de contemplar cómo se han ido muriendo los enemigos: una enfermedad, un accidente, una inclinación, un tropezón… Santiago Carrillo tuvo el privilegio de dedicar líneas necrológicas a todos sus adversarios y hacerlo sin especial ira aunque con esa dosis de saña y desdén que se concede a quien ha muerto. Porque la muerte prematura –y todas lo son– significa una derrota en sí misma. Basta echar una ojeada y allí están, algunos poco conocidos, otros olvidados: Vicente Uribe; Enrique Líster; el pobre Antón, engreído amante de Pasionaria; Jesús Monzón el temerario; Gabriel León Trilla; el desdeñoso Comorera. O Fernando Claudín, uno de los personajes más sórdidos y limitados del comunismo español. Otros, más recientes y conocidos, Jorge Semprún, que llegó a ministro, sí, pero que murió antes que él, y Javier Pradera, al que había hecho vomitar en la primera reunión política de aquel estilo Carrillo, inconfundible, que te hacía echar las tripas o colgarlas del perchero.
Nunca tuvo preocupación intelectual alguna, porque la política es absorbente y exige exclusividad. Quizá sólo el cine. Su preferencia estaba en las películas de Louis de Funès, el cómico francés por excelencia de las clases medias. No era lector, ni siquiera de best sellers. Si lo hacía, se trataba de una obligación, ya se sabe, informes y comunicados. Con eso basta para hacerte una cultura. Si era menester redactar un texto largo, lo dictaba. Pequeños detalles, lo importante es que consiguió que se le fueran muriendo todos. Sólo consiguió engañarle Gerardín Iglesias, y quizá fuera porque ya le faltaban los reflejos y no pudo evitar el maleficio: nunca le des una oportunidad a un asturiano.

Ganó a Pilar Bravo, a Enrique Curiel, y a tantos y tantos que fue enterrando con un epitafio benévolo, en su estilo de caimán ya jubilado. Cuando solicitó su ingreso en el PSOE cuentan que Alfonso Guerra, que fue el recibidor, lo acogió con una sonrisa pero le salió el escenógrafo frustrado que lleva dentro y lo planteó en una ejecutiva socialista, más o menos de esta guisa: “El viejo Carrillo y el joven Verstrynge piden el ingreso en nuestro PSOE”. ¡Genial! Todo lo nuestro aún está por escribir, insisto. El hombre que había conseguido convertir al Partido Comunista de España, y por tanto al PSUC, en el agente más vivo de la lucha contra la dictadura –¡qué elocuente sería que la presidenta del catalanista Òmniun Cultural, Muriel Casals, aportara su testimonio como militante de aquel PSUC que prestigiaba la lucha de clases frente al nacionalismo!– solicitaba el ingreso en el PSOE al mismo tiempo que el delfín de Manuel Fraga Iribarne, en la universidad y en Alianza Popular. Carrillo y Verstrynge, dos generaciones, quizá también dos mundos, apuntándose al socialismo en su punto de decadencia. Toda una metáfora. Ahí empezó la jubilación del caimán.
Empezó a escribir sus memorias. Como no las tengo a mano y me da mucha pereza recurrir a ellas, por inútiles, vamos a dejarlas a un lado. Llegó a escribir media docena. Cada una diferente. Un matiz aquí, otro allá. Cuestiones del dictado. Aún recuerdo aquellos elogios de los principales intelectuales del país haciéndose mieles de su Eurocomunismo y Estado, un libro ayuno de todo, incluso de sentido; como una tertulia pero solo y de corrido. Estábamos en la gran época, porque en el caimán hay tres épocas bien definidas, la del caimán armado y derrotado, la del caimán jubilado y la que explica ambas, la formación del caimán.

Se había equivocado. Él había nacido para dirigir un partido de chavales con ambición y sin experiencia, algo así como el PSOE en vísperas de Suresnes, pero resultaba que había creado un partido  clandestino con un fuerte tinte estalinista que le venía de nacimiento, por más que entonces se dijera que se trataba de la herencia leninista. Los que habían conocido o sabían de Lenin, o habían muerto o los habían matado. Lo había hecho todo en la vida para ser un fiel militante del comunismo estaliniano y ahora resultaba que aquello amenazaba quiebra, y sobre todo carecía de cualquier futuro en el ámbito español. Merece la pena relatarlo, prometo hacer un resumen de algo que ya dejé escrito en tropecientas páginas que necesitan cierta actualización.
Ahora sólo vale un acercamiento, el esbozo de un hombre que empezó su vida política en una historia terrible, que es la España que va de la revolución del 34 y el final de la guerra civil, del joven socialista que se pasa a los que tienen futuro, según cree, que son los comunistas, que rechaza la manifiesta mediocridad de su padre, Wenceslao, un modesto sindicalista al que un intelectual como Julián Besteiro manipula a su gusto. No hace falta ser Freud para detectar ahí la distancia que siempre marcará con sus “intelectuales” particulares, de Claudín y Semprún a los dos Manolos, Sacristán y Azcárate. Aún recuerdo el aluvión de  admiradores cuando volvió con el bisoñé. Paco Umbral se derretía, Raulito del Pozo buscaba metáforas, las viejas plumas del Movimiento y los sindicatos, salvo excepciones reaccionarias que tenían la cabeza en el sumidero de Paracuellos, se inclinaban ante el hombre que susurraba a los caballos.
Hay que explicar la historia del caimán armado, de cómo aquel dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas al que descubrió Palmiro Togliatti, el líder italiano que aseguraban veía crecer la hierba, acabó convertido en un icono para el que pide una peana en el cielo Rodolfo Martín Villa.




Comunista

Santiago Carillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra


Si todos los que ahora dicen que fueron comunistas en el franquismo (y que luego se quitaron) hubieran sido efectivamente comunistas hasta que se borraron, España hubiera tenido un Gobierno comunista inmediatamente después de Franco. Y no lo tuvo. Y pueden elaborarse dos hipótesis: o bien dejaron de serlo instantáneamente o bien estuvieron en el Gobierno y no nos dimos ni cuenta.

Pero es verdad que hubo muchos comunistas, fue comunista incluso Ramón Tamames, que aparece ahora tan feliz a la izquierda de Carrillo cuando este se quitó la peluca. Lo cierto es que hace mucho que Tamames no es lo que dijo que era. Entre los comunistas, el más arraigado en la memoria (en la buena y en la mala) de los españoles fue Santiago Carrillo, que acaba de morir. Él fue el símbolo más denostado, el menos querido (por quienes no querían a los comunistas ni en pintura), y el que mantuvo una autoridad más duradera entre los suyos. Pero hubo otros menos denostados y quizá más queridos, como Marcos Ana, que vivió en prisión más tiempo que el tiempo que tiene de vida. Y Marcos Ana sigue siendo comunista, hasta cuando hace deporte, a su edad nonagenaria, en su casa de la calle de Narváez, en Madrid.

No fui comunista, sin duda porque no reunía las condiciones para serlo, pero sí fui compañero de viaje algún tiempo, en la Universidad, cuando los compañeros que sí eran comunistas me pidieron que les dejara mi habitáculo para componer allí a ciclostil la revista que ellos hacían circular con el nombre de Frente Democrático.

Ahora que ha muerto Carrillo algunos lo han despedido como lo trataron en vida, a tortazo limpio, y otros (incluso sus adversarios o carceleros) han celebrado su vida más reciente, la del líder que se asoció de manera decisiva al proceso de transición, como un factor imprescindible para interpretar la historia democrática del posfranquismo. Así pues, aquel hombre que hizo la guerra y que luego estuvo en guerra desde el exilio, fue finalmente un hombre de paz, pues paz es lo que hemos tenido hasta ahora.

Porque eso es cierto, porque Carrillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra, extraña que el lado derecho de la Asamblea de Madrid no lo considere (aún) como un hombre de paz. Tendrán pegado al cogote (y a la mente) la historia de Paracuellos, que ha salido ahora a relucir como un mantra, y no esta otra historia que hasta el Rey (o desde el Rey) le agradece.

En su último discurso institucional, antes de dejar la presidencia de la Comunidad de Madrid, la presidenta Esperanza Aguirre le afeó con diversos epítetos a un diputado provincial de Izquierda Unida la oposición que ejercía en esa sede parlamentaria. Con el retintín que ella convirtió en divisa de su verbo, acabó esos adjetivos con la peculiar entonación de la palabra “comunista”. Dijo: “comuuuunista”, como si diciéndolo así quisiera dar a entender al público (el que estaba en la sala y el que escuchara en sus casas) que eso seguía siendo insultante tantos años después de que Alejo García anunciara en Radio Nacional de España que el PCE ya era parte de la legalidad.

Ni muerto Carrillo, que tenga paz, dejan en paz a los comunistas como Carrillo.






Puntualizaciones sobre Paracuellos

La atribución de responsabilidades por las ejecuciones a Santiago Carrillo aumentó cuanto más se acercaba la transición. Fue la tapadera para ocultar un terror mucho más brutal, sangriento y duradero: el franquista.


Entre las numerosas necrológicas aparecidas inmediatamente tras el fallecimiento de Santiago Carrillo algunas siguen haciendo hincapié en Paracuellos. Los lectores de este periódico quizá estén interesados en conocer los resultados de nuestras investigaciones que nos permiten arrojar dudas acerca de la pervivencia del canon franquista en varias de entre ellas. Las categorizamos en tres rúbricas: contexto, chispazo para la acción y responsabilidades y supervisión.

1. A comienzos de noviembre de 1936 las columnas franquistas habían llegado a las puertas de Madrid, sembrando de cadáveres su camino. Los bombardeos causaban estragos en la población. Entre los presos en las cárceles había centenares de militares dispuestos a unirse a los rebeldes. Su liberación parecía inminente.

2. El chispazo que condujo a Paracuellos provino de uno de los agentes de la NKVD llegado a Madrid mes y medio antes. La liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual en la guerra civil rusa. Aplicada al caso de una ciudad al límite, la NKVD no dudó en recomendar la misma “profilaxis”. A finales de octubre de 1936 el embajador soviético ya sugirió recuperar a los presos dispuestos a servir a la República. Como se había hecho con los oficiales zaristas para que se unieran a los bolcheviques.

3. El agregado militar, coronel/general Goriev, informó crípticamente a Moscú de la labor desarrollada por la NKVD durante el asedio de Madrid en un despacho del 5 de abril de 1937 y mencionó un nombre, el de “Alexander Orlov”. Lo envió por la vía reglamentaria a su jefe, el director del servicio de inteligencia militar. Lo descubrió en Moscú antes de 2004 Frank Schauff. Hay un borrador en el archivo histórico del PCE, en la Universidad Complutense. No conocemos a ninguno de quienes mantienen enhiesto el canon franquista que lo haya consultado. Hoy se quedaría con un palmo de narices. Falta la página con la referencia a la NKVD. Una casualidad. Se nos ha dicho que cuando un investigador ruso quiso consultar el despacho en los archivos moscovitas el legajo había sido declarado inaccesible. Otra casualidad.

4. La recomendación de la NKVD la puso en marcha Pedro Fernández Checa, secretario de Organización del PCE. Fueron militantes comunistas y anarco-sindicalistas quienes se encargaron de los aspectos operativos. Los primeros actuaron a través de los órganos de la DGS. Los segundos, que controlaban la periferia madrileña libre de asedio, aseguraron la realización. Fuera o no por igual, todos colaboraron en la liquidación de la presunta quinta columna excitados por las bravatas del general Mola acerca del potencial de sus partidarios en la capital.

5. Las primeras “sacas” se examinaron en una de las periódicas reuniones de la Junta de Defensa de Madrid. Ninguno de sus componentes pudo alegar desconocimiento sobre lo ocurrido. Dado que la presidía el general Miaja, sería difícil exonerarle de responsabilidad. También a los demás componentes. Uno de ellos, el consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, recibió instrucciones que no se transcribieron. Como otros jóvenes socialistas, acababa de solicitar el ingreso en el PCE. Las “sacas” se paralizaron por intervención del anarquista Melchor Rodríguez. Volvieron a reanudarse después de que este quedara desautorizado por el ministro de Justicia, el expistolero cenetista García Oliver.

6. La supervisión quedó en manos no de la DGS, relegada como brazo ejecutor, sino del miembro más prominente del Buró Político que permaneció en Madrid: Fernández Checa. Uno de los policías, Ramón Torrecilla Guijarro, declaró posteriormente que solía informar a Organización sobre cómo iba la operación. Esto respondía estrictamente al modus operandi comunista. El secretario de Organización era, en los diferentes partidos comunistas nacionales, el enlace con los servicios de inteligencia soviéticos. Lógico. En la concepción comunista de la lucha contra la reacción, la NKVD era al partido lo que el partido era a las masas: su vanguardia.

7. Fernández Checa era también el responsable de una sección consustancial a toda organización de corte leninista: el aparato secreto o ilegal, compuesto de “cuadros especiales” que se activaban según el contexto en que se desenvolviera el partido. Uno de los consejeros militares en España, Mansurov (Xanti), rememoró haber trabajado con él en la capacitación de tales cuadros. Algunos se formaron in situ; otros, como Santiago Álvarez Santiago (participante en las reuniones del consejo de la DGS en noviembre de 1936 y uno de quienes engranaban con los delegados en las prisiones para seleccionar a los presos que irían camino del matadero), se instruyeron en la sección especial político-militar de la Escuela Leninista de Moscú o en su seminario político. Fue el caso de Isidoro Diégez (responsable del PC madrileño). También los de Lucio Santiago (jefe de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia, movilizadas para las “sacas”), Andrés Urrésola (policía encargado de efectuarlas en Porlier), Agapito Escanilla (secretario del Radio Oeste del PC) o Torrecilla (miembro del consejo de la DGS y enlace con el Buró Político). El aparato se incrustó en la DGS mucho antes de noviembre. Todos se habían ya curtido en la eliminación de falangistas.

8. El nombre y doble papel de Fernández Checa no han aparecido, que sepamos, en los centenares de páginas vertidas sobre Paracuellos por los autores profranquistas. Pero su responsabilidad tanto en el chispazo inicial como en la supervisión y vigilancia de la operación es innegable. La dualidad de cadenas de mando nunca existió para quienes la ejecutaron: su lealtad no la debían a la Junta de Defensa sino exclusivamente al partido, vanguardia consciente de la lucha antifascista. El operativo fue netamente comunista. Los anarquistas más bien auxiliares.

9. Tanto desde el punto de vista profranquista, como después para autores en busca de notoriedad, siempre fue más “productivo” centrar la atribución de responsabilidades en Santiago Carrillo. Fernández Checa murió en México en 1940. La mayoría de los “cuadros especiales” fueron ejecutados en España en 1941-42. Todos quedaron amortizados como elemento arrojadizo de la publicística antirepublicana. Sorprende un tanto la absolución otorgada a Miaja. Sin duda no cabía extraer mucho capital propagandístico poniéndole en solfa. No ocurre lo mismo con Carrillo, hasta el punto de desfigurar arteramente hace poco tiempo las referencias que a él hizo Felix Schlayer, cónsul honorario de Noruega y súbdito alemán que publicó sus memorias durante el cálido régimen del maestro Goebbels. Curioso es también que el número de citas a Carrillo sea más abundante en las glosas posteriores de la Causa General que en la propia documentación del procedimiento. No tuvo un expediente propio hasta su promoción como ministro en el gobierno Giral en el exilio en 1946. Un mero repaso a la hemeroteca digital de Abc llevará al lector a la conclusión de que su nombre aparece tanto más vinculado a Paracuellos cuanto más se aproximaba la transición. Una batalla del pasado que sigue librándose en tono presentista.

10. El énfasis que continúa poniéndose sobre Paracuellos cumple dos funciones esenciales. En primer lugar, sirve para epitomizar el “terror rojo”. Paracuellos aparece como norma en lugar de lo que realmente fue, una dramática excepción que continúa presentándose como algo de lo que fue responsable el Gobierno de la República. En segundo lugar, sirve de inmejorable tapadera para ocultar la represión franquista, mucho más sangrienta y duradera. Los “mini-Paracuellos” de que están esmaltadas las regiones en que triunfó la sublevación no cuentan. Su recuerdo hay que obliterarlo con humo e incienso.

Es molesto leer, particularmente en este periódico, cómo en las cunetas y fuera de los cementerios, a veces en modernas urbanizaciones, las “fosas del olvido” tienen la desagradable ocurrencia de emerger tan pronto se excava. España es en esto un caso único, y auténticamente vergonzoso, en la Europa occidental. Paracuellos se ha convertido en la contraseña taumatúrgica para oscurecer, de forma pavloviana, un terror mucho más brutal.

Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas son contribuidores en la obra En el combate por la historia (Pasado y presente, 2012).




3 comentarios:

  1. Algún periodista ha llamado “cotilleo de altura” a las memorias de Bono. La definición le vendría perfecta a esos dos artículos de Morán sobre Carrillo, siempre que rebajáramos la supuesta altura, ya que en algunos momentos el nivel es sencillamente rastrero. Salta demasiado a la vista la intención insidiosa y la mal disimulada envidia de quien no alcanzó a medrar mucho en el PC, donde fue militante con aspiraciones (hay que recordarlo, porque la transfiguración de antiguos comunistas es un fenómeno deslumbrante). Y hablando de medrar, resulta patética la obsesión de este articulista por acusar de vendidos y trepas a sus colegas de la prensa, precisamente él que escribe a sueldo de La Vanguardia para lanzar mierda contra la izquierda desde una fingida posición radical.

    No diré que el artículo carezca de interés; pero sí que una de sus facetas de interés es precisamente el ser un modelo de insidias, chismorreos malintencionados, injurias interesadas y subjetivas, faltas del menor rigor ni fiabilidad; un ejemplo delicioso de afirmación estúpida es esa de que Carrillo: “Nada de lo que dijo nunca se lo creyó” (!) por lo visto la pedantería de este señor llega al extremo de saber todo lo que pasa en la cabeza de los demás.

    Al menos, la muerte de Carrillo, le ha servido a G. Morán para escribir de algo relacionado con la actualidad y dejar por unos días sus torpes monsergas de mal crítico aficionado sobre libros y películas. Porque, de la derecha en el poder… ¡ni tocarla!; de Cataluña y de CiU en el poder… ¡ni mentarlo! De la corrupción, de las locuras separatistas de Mas ¡chitón! ¡Faltaría más! No le paga LV/ CiU para eso, sino para lanzar insidias contra la izquierda cada vez que hay ocasión.

    López Arnal ha escrito un comentario en Rebelión saliendo al paso de alguna de los infundios de G. Morán. Este es el enlace: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=156934

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  2. Gracias, Joan, por tu intervención. Pretendía dar varias caras del asunto. Y, mea culpa, tengo debilidad por Morán.

    Salud. V.

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  3. Gracias a ti por tu blog, Lor V., que siempre sigo con placer.
    Morán es pura apariencia; es un falsario. Uno de tantos ex-comunistas que se han pasado a la derecha por un plato de lentejas. La única diferencia es que éste es un poco más solapado.
    Pero observa lo siguiente:
    ¿Donde escribe? en La Vanguardia. El órgano de los grupos más reaccionarios de la derecha catalana, el ala ultra de CiU, que ya es decir. Periódico propiedad de los condes de Godó.
    ¿Qué escribe? siempre ataca a la izquierda con la coartada de una fingida posición radical. Pero a la derecha, en cambio, ni la toca. A veces se le han escapado alabanzas a gente como Alvarez Cascos o el generalote franquista Sabino Fernández Campo.
    Analizalo con esos datos y saca tus propias conclusiones.

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