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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

lunes, 31 de diciembre de 2012

En la niebla


Tendré que cerrar el año, ¿no? 

Wassil Bykau, niebla, 2012, ¿2013?... humana conditio.


En la niebla de Vasil Bykov

Estrenada en Berlín una película sobre la obra del gran escritor bielorruso

Creemos que en la vida no hay destino ni misterio, que todo se divide en sol y sombra, noche y día, así nos han educado. Pero ahí está la niebla, el claroscuro de nuestra existencia, las trampas y los espejismos de la vida que sorprenden a los hombres enfrentándolos con lo más inesperado y contradictorio.
“Un frío día de finales de otoño en el segundo año de la guerra partisana, el explorador Burov se acercó a la aldea de Mostish para matar a un traidor local, un tipo llamado Sushenia”. Así comienza la novela “В тумане” (“En la niebla”) del escritor bieloruso Vasil Bykov (1924-2003). Es un autor que casi solo escribió relatos de guerra, un género alimentado por su propia biografía al que tantos escritores soviéticos aportaron obras de gran calidad y fuerza humana.В тумане es una de ellas.




El director ucraniano Sergei Loznitsa ha hecho con ese relato una de esas raras películas, estrenada esta semana en Berlín, premiada en Cannes, Yerevan y Odessa, que no desmerecen su base literaria. Gran parte de sus diálogos son textuales. La descripción de la Bielorrusia rural de finales de 1942, impecable. La aparente lentitud de sus personajes, en perfecta armonía con la sicología campesina local. Estamos ante una de esas adaptaciones maestras, como la de los Taviani con los relatos de las Novelle per un anno de Pirandello en Kaos, su mejor película, Visconti con El Gatopardo de Lampedusa, o, mejor aún, por la parquedad y crudeza rural que las une, con aquellos Santos inocentes de Mario Camus, sobre la novela homónima de Delibes.


Sushenia no es un traidor, sino que es víctima de un trágico destino. En la cuadrilla de peones ferroviarios en la que trabaja deciden, contra su opinión, sabotear una vía para descarrilar un convoy. Hombre realista, Sushenia sabe que la cuadrilla será inmediatamente acusada del hecho por los alemanes, tal como ocurre, pero pese a todo participa. Tras la detención, palizas y torturas, el oficial alemán le propone salvar la vida a cambio de convertirse en delator de partisanos. Sushenia es un muzhik responsable para el que la honradez y la estima de sus vecinos que se deriva de ello es esencial. “No puedo”, le responde al oficial. Este le castiga de la peor manera posible: preserva su vida, mientras los otros miembros de la cuadrilla son ahorcados en la plaza del pueblo. ¿Por qué no le cuelgan a él? Ante todos Sushenia pasa por traidor. Y por eso, ese día de finales de otoño Burov, su amigo de la infancia, se acerca a su casa para matarlo en cumplimiento de la ley partisana y del cruel cálculo del oficial alemán para manipularla.


Sushenia sabe que nadie creerá su historia. Hasta su mujer, Anelia, cree que hay algo turbio en su extraña salida con vida de la Kommadantur. Burov viene a llevárselo “para un asunto”. No quiere matarlo en presencia de su mujer y de su hijo. Todos saben de qué se trata. Sushenia se lleva la pala al bosque, cava su tumba y elige el lugar. Es entonces cuando ocurre lo imprevisto. Como en “Soldados de Salamina”, la ejecución es frustrada no por el escrúpulo de un miliciano, sino por una patrulla de colaboracionistas que dispara sobre el ejecutor y permite escapar a la víctima. Si a partir de ese momento literariamente tan fuerte, Javier Cercas tejió una novelita, Bykov hace literatura. Sushenia regresa al lugar, rescata a Burov malherido y lo carga sobre sus espaldas para salvarlo, por la misma razón por la que se negó a aceptar la oferta del oficial alemán: una voluntad recta y honrada, exenta de todo cálculo.


La sospecha general le impedía a Sushenia, “vivir honradamente, como un igual entre todos, y no quería vivir traicionando su conciencia. Tenía mujer, muchos parientes, su pequeño hijo Grishutka, ¿cómo iba a embarrar el futuro de todos ellos? Pero no hacerlo ya era imposible, pese a sus deseos y esfuerzos, ¿qué podía hacer?”  Esta es la trágica niebla que inspira a Bykov y en la que él mismo se vio sumido.
Nacido en una aldea de la región de Vitebsk, Vasil Bykov (en bielorruso, Vasil Bykay) participó con 18 años en la guerra, la guerra del Este, sin parangón con la civilizada guerra de los nazis en el Oeste: la guerra de exterminio de Bielorrusia sin más perspectiva que el total sometimiento, en la que murieron uno de cada tres habitantes, se destruyeron 209 de las 290 ciudades y el 85% de la industria. Cifras y datos que no captan lo esencial de todo aquello. Para eso hace falta la literatura y la experiencia generacional más directa.
Recuerdo la sorpresa de un amigo ruso al revolver en los años ochenta entre los arrugados diarios de guerra de su padre, un ex combatiente de aquella Bielorrusia partisana. Su unidad regular fue destrozada en la retirada de 1941 y sus restos quedaron aislados tras las líneas enemigas. Hombres hambrientos en fuga en un inmenso universo de pantanos y matorral. El padre ingresó en la República de los Bosques en colectivos de resistentes que morían de hambre y frío y practicaban sabotajes y ataques contra las líneas de comunicación y abastecimiento de la Werhmacht.
“Hoy hemos capturado a un alemán bueno”, decía una nota de aquel diario paterno. “Bueno”, sin más explicaciones. ¿Por qué “bueno”?, al fin y al cabo no era más que un soldado raso apresado y ejecutado entre otros cuando viajaba en su moto con sidecar por una carretera rural. Bueno, porque su zurrón iba lleno de vituallas que los partisanos devoraban con una gratitud entre animal y salvaje sobre el cadáver de su presa, explicó el padre. El anciano padre era un hombre medio enloquecido por aquellos recuerdos, que incluían una heroica huida con regreso a las líneas soviéticas, en las que fue recibido con sospechas: consejo de guerra –entonces todo el mundo era “espía” y en caso de duda te liquidaban- del que salió milagrosamente absuelto. Meses después, destinado como oficial en Stalingrado. Y una nueva nota incomprensible en el diario: “Nuestros camaradas caídos nos siguen siendo útiles después de muertos”. Sin más explicación. De nuevo preguntas al padre. ¿”Útiles”? En el invierno de 1942, a treinta bajo cero metidos en una trinchera con solo unos pocos metros de tierra y el Volga a sus espaldas, el padre de mi amigo y sus compañeros colocaban los tiesos cadáveres congelados de sus camaradas alineados sobre el marco superior de sus trincheras a fin de parapetarse mejor. Así seguían siendo útiles después de muertos…
Esa era la guerra en la que Bykov llegó a ser dado por muerto y que acabó como oficial. El escritor describió el miedo que se pasaba; “miedo a los alemanes, el miedo a ser capturado, fusilado, el miedo en el combate, sobre todo a la artillería y los bombardeos, donde si la explosión caía cerca parecía que el cuerpo, sin control de la razón, iba a desintegrarse de puro terror. Pero también el miedo que se sentía a la espalda: miedo a la superioridad, a todos aquellos organismos represores y de castigo que había en la guerra”.
Bykov escribió toda su obra en lengua bielorrusa. Él mismo la  traducía al ruso. Después de la guerra una clásica trayectoria de escritor soviético; ingresó en la unión de escritores, escribió todo tipo de relatos bélicos, muchos de ellos sorprendentes por las situaciones y trágicas alternativas que se planteaban a sus personajes, inspirados en tipos reales. Fue, junto con otros, cronista emérito de la República del Bosque, una gesta que imprimió carácter a la población bielorrusa hasta el día de hoy, cuando la general ignorancia europea sobre su periferia tiende a reducir a la magnífica Bielorrusia a una especie de culo del mundo gobernado por el sátrapa Lukashenko. Bykov fue diputado del soviet supremo de Bielorrusia, galardonado con los más altos premios y distinciones de la URSS, su nombre sonó como candidato al premio Nóbel…
Con la perestroika, cuando le conocí, formó parte de aquella “inteligentsia radical” que le hizo la cama a Boris Yeltsin y su modelo autocrático-presidencialista-cleptocrático que aún impera hoy. Su propia evolución forma parte de esa niebla humana existencial que raras veces conoce líneas rectas. Fundó el Frente Popular de Bielorrusia y en 1989 fue elegido diputado del Congreso de la URSS. El 5 de octubre de 1993 fue uno de los firmantes de la “carta de los 42” publicada por Izvestia en la que se pedía a Yeltsin, que acababa de dar su golpe de estado cañoneando el primer parlamento plenamente electo por sufragio universal de la historia de Rusia, que diera, “un paso más hacia la democracia y la civilización” y prohibiera “todas las organizaciones y partidos comunistas y nacionalistas”, es decir toda la oposición, cerrara los periódicos DenSoviétskaya RossiaLiteratúrnaya RossiaPravda y otros, y disolviera todos los órganos representativos e incluso el tribunal constitucional. Días antes, en una infame y multitudinaria asamblea organizada en el Cine Oktiabr de la Avenida Kalinin de Moscú (hoy Novy Arbat), aquellos intelectuales demócratas, como se llamaban, habían pedido a Yeltsin métodos pinochetistas: “!Es que acaso no hay suficientes estadios en Moscú¡”, clamaron. Asistir a aquello como periodista fue una experiencia estremecedora.


Bykov formó parte de aquel vergonzoso liberalismo estalinoide. Mucho más vergonzoso e indigno que su firma de aquel otro manifiesto, éste de los años setenta, veinte años antes, dedicado a vilipendiar a Aleksandr Solzhenitsyn y Andrei Sájarov. Por lo menos entonces había una cierta presión institucional para ser inquisidor. En 1993, por el contrario, no había excusa: todo era libre y voluntario en aquella adoración a la nueva autocracia. Cuando ésta se concretó políticamente en Bielorrusia con Lukashenko –un autócrata que al principio ganaba las elecciones limpiamente, hoy ya no se sabe, y que a diferencia de Yeltsin no cañoneó su parlamento- Bykov se enfrentó. Ninguneado, a finales de 1997  el escritor emigró primero a Finlandia y luego a Alemania, donde debió sufrir esa  confortable y al mismo tiempo desapacible existencia de la que tantos eslavos se quejan aquí. Una existencia sin chispa ni misterio, como la literatura del escritor local vivo más celebrado.
Quizá huyendo de esa vida sin niebla Bykov regresó a su país a morir y falleció en 2003 en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Minsk. Hoy su obra ha dado lugar a una magnífica película. Descanse en paz Vasil Vladimirovich Bykov.






domingo, 9 de diciembre de 2012

La Brigada Pomorska





La Brigada Pomorska


La mitologia polonesa ofereix un exemple del menyspreu a la 'relació de forces' com a veritat política

La Vanguardia en català | 09/12/2012 - 00:00h
Enric Juliana
Madrid

La cavalleria polonesa és un dels grans mites de la Segona Guerra Mundial. El setembre del 1939, tot just es va iniciar la invasió alemanya de Polònia, els alts oficials de la Wehrmacht es van trobar amb una sorpresa: els polonesos contraatacaven amb la cavalleria. Amb la cavalleria del segle XIX! Polònia no havia dut a terme la modernització militar d'altres països europeus -el cos de cavalleria era el més reticent- i es trobava en clara inferioritat davant la renovada maquinària de guerra alemanya. (Al cap d'un temps, els soviètics s'encarregarien del cop de gràcia, assassinant milers d'oficials i policies polonesos al bosc de Katyn). Cavalls contra tancs. El 2 de setembre del 1939, l'heroica Brigada Pomorska es va llançar al galop contra els panzer. La unitat va ser aniquilada i els oficials alemanys, molt impressionats, es van convertir en els grans propagandistes de la gesta. Així va néixer la llegenda.

Fa sis anys, quan les coses no estaven tan difícils i hi havia menys risc que el diable s'apoderés de les metàfores, em vaig atrevir a fer servir la imatge de la Brigada Pomorska per il·lustrar el comportament de les forces polítiques i econòmiques catalanes en els dos episodis clau de la legislatura Maragall-Zapatero (2003-2006): la reforma de l'Estatut i l'opa de Gas Natural a Endesa. L'intent d'ampliació de l'autonomia catalana amb biaixos confederals i el no menys ambiciós propòsit de concentrar a Barcelona el principal pol energètic espanyol. "La Brigada Pomorska" és un els capítols de La rectificació, assaig que vaig tenir l'honor de compartir amb Lluís Bassets, Albert Branchadell, Josep Maria Fradera, Antoni Puigverd i Ferran Sáez Mateu. Un llibre que, tot i que incloïa punts de vista molt diferents i fins i tot contraposats, advocava perquè hi hagués més dosi de realisme en la política catalana. Un llibre necessàriament antipàtic en una Catalunya que llavors oscil·lava entre el somni, el desinterès, l'hedonisme i la sàtira. (Avui es mou entre el somni, el desinterès, la sàtira i la ràbia davant la crisi).

Per als qui hem heretat de la vella cultura política un cert respecte litúrgic per la relació de forces, la història de la Brigada Pomorska constitueix una metàfora excel·lent dels desastres que es poden derivar d'un excés de voluntarisme. En la confluència de l'Estatut amb l'opa d'Endesa (confluència no desitjada pels promotors de la segona iniciativa), sembla bastant evident que no es van calibrar de manera adequada la fortalesa i l'agressivitat dels centres de poder derivats de la privatització dels antics monopolis públics i de la fenomenal hegemonia política i ideològica del Partit Popular a la capital d'Espanya. Aquell doble envit va ser interpretat ràpidament a Madrid com una prova decisiva sobre la capacitat real del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero per obrir un nou solc a Espanya. Si fracassava, continuaria sent el president per accident. I va fracassar. Recordo com si fos ahir, el comentari sec d'un excol·laborador ben intel·ligent de José María Aznar en un restaurant de Madrid: "L'Estatut i l'opa a Endesa; em temo que les dues coses alhora no poden ser".

Després de la raspallada corresponent al Congrés, l'Estatut va acabar sent perforat per la guerra de guerrilles que l'actual ambaixador d'Espanya a Londres va tenir l'habilitat d'orquestrar al Tribunal Constitucional davant la mirada atònita de la presidenta, María Emilia Casas, una experta en dret laboral que no s'havia imaginat mai estar en una situació tan difícil. L'opa a Endesa va tenir més rebots que una pilota de bàsquet. Primer alemanya que catalana, va acabar sent italiana. La va comprar Enel, una de les principals empreses públiques de la República italiana, no pas sense haver enemistat ferotgement Angela Merkel amb el president socialista espanyol en vigílies dels temps terribles. Com en una tragèdia grega, els actors principals d'aquell moment tan agitat desconeixien el drama que s'acostava. (El 2005, Gas Natural oferia 21,3 euros per acció; el 2007, Enel va desbaratar l'opa de l'alemanya E.ON i va aconseguir la companyia, en aliança amb Acciona, oferint 40 euros per acció; a finals del 2012, conclòs el miracle espanyol, Endesa cotitza a 16,4).

La imatge de la Brigada Pomorska li va agradar a Jordi Pujol, sempre interessat en les lliçons de la història. Recordo bé el comentari que va fer (referit al govern tripartit de la Generalitat), acompanyat de l'habitual estossec: "Però què es pensaven que és Espanya? Que no la coneixen?" En aquelles dates, Pujol va publicar un article a l'ABC en el qual plantejava un pacte: si Espanya reconeix la dimensió nacional de Catalunya, Catalunya haurà de correspondre.

El pacte no va tenir lloc, la crisi va començar a devorar-ho tot i la Brigada Pomorska torna a ser present en la ment dels qui no compartim l'estrany triomfalisme segons el qual l'ordre dels factors polítics no altera el producte i el 25 de novembre va tenir lloc un simple ajust de forces a l'interior del catalanisme. ("Ha perdut el projecte hegemonista del partit dels 'amos'", afirma el sempre racionalista Juan Josep López Burniol, autor de la més aguda definició del resultat electoral). Abans de prosseguir, no obstant això, us he d'explicar un secret.

Us he d'explicar la veritat. La llegenda de la Brigada Pomorska és falsa. La cavalleria polonesa no es va llançar mai contra els panzer alemanys. Aquesta romàntica història, àmpliament difosa a l'Europa de la postguerra, va ser fruit de la genial capacitat narrativa d'Indro Montanelli, mestre de periodistes. Les brigades de cavalleria poloneses van entrar en combat contra unitats d'infanteria alemanyes, la lluita va ser home a home, i en el curs d'alguns d'aquests enfrontaments van intervenir forces mecanitzades de la Wehrmatch. Montanelli, que en aquell temps era corresponsal del Corriere della Sera al Bàltic, va veure amb els seus propis ulls les restes de la cavalleria polonesa i va donar crèdit al testimoni interessat dels oficials alemanys. En les seves memòries (Soltanto un giornalista, conversa amb Tiziana Abate), Montanelli dilueix hàbilment la llegenda. Els polonesos es trobaven en clara inferioritat de forces, però no estaven bojos. Els polonesos sempre han sabut resistir.



Carga de Zumalacárregui, Ferrer Dalmau

jueves, 6 de diciembre de 2012

El pensamiento de los débiles


Ya lo mencioné.
Quizá el pensamiento fuerte de Marx tiene que hacerse en el horno débil de la hermenéutica. Claro, Nietzsche.



“Solo un ideal fuerte, como el comunismo, podrá salvarnos”

El filósofo italiano Gianni Vattimo presenta 'Comunismo hermenéutico, de Heidegger a Marx'

El libro está escrito a cuatro manos con Santiago Zabala

Una defensa del comunismo leninista parece un anacronismo. Quien la aborda es el pensador italiano Gianni Vattimo (Turín, 1936), filósofo y eurodiputado, creador de la expresiónpensamiento débil y su máximo representante. Lo hace en su último libro, Comunismo hermenéutico, de Heidegger a Marx (Editorial Herder), escrito conjuntamente con el profesor Santiago Zabala.
Pregunta. Sostiene que no pocos filósofos actúan hoy como lacayos del capitalismo.
Respuesta. Bueno, servidores. En realidad hay una relación recíproca entre los filósofos llamados metafísicos y la estructuras de la sociedad autoritaria. Lo que critico especialmente es el cientificismo, el sometimiento a la ciencia. No es que no me guste la ciencia, lo que no me gusta es su pretensión de describir exactamente lo que pasa. En la economía, por ejemplo. Lo que está pasando en Italia, en Europa, se basa en una concepción de la ciencia económica bastante autoritaria. Se prescinde de los políticos porque tienen ideas diferentes y se deja a los técnicos, que se supone que son neutrales. Pero esa pretensión de neutralidad es una defensa del poder establecido. A nosotros, los hermenéuticos, nos dicen que seamos más realistas. Pero la realidad no habla por sí misma. La realidad es descrita por alguien y sabemos que se llega a ella con esquemas a priori. Esto viene de antiguo: Platón, las ideas, las esencias. Hasta Husserl. Marx decía que los filósofos habían intentado comprender el mundo, pero que el asunto era cambiarlo. Yo creo que los filósofos han pretendido determinar el mundo y que se trata de interpretarlo. Para cambiar el mundo hay que tomar conciencia de que todas nuestras formas de describirlo son interpretativas. Esto nos protege de los técnicos.
P. En España eso de que solo hay una forma de hacer las cosas no lo dicen los técnicos, lo dice el presidente del Gobierno.
R. En Italia se da una gran anomalía. El gobierno no está formado por políticos electos sino por técnicos llamados por el presidente de la República para salvar la economía. De momento no la están salvando. Esta pretensión de neutralidad es muy peligrosa. Las decisiones son dictadas por un saber que no es objetivo. Los economistas han cometido muchos errores. Tienen tendencia a salvar el orden establecido a cualquier precio. Ahí está el apoyo del gobierno a los bancos. No es seguro que la salud de los bancos sea lo mismo que la salud de los ciudadanos. Esto perjudica sobre todo a los débiles. De ahí que insista en que la alternativa se da en los márgenes de la sociedad, los débiles. El pensamiento débil es un pensamiento de los débiles.
P. Si no hay interpretaciones predominantes, ¿por qué ha de serlo la de los débiles?
R. Eso es como preguntar por qué hay que estar a favor de la caridad y no de la verdad. Quizás porque pensamos en el otro. Y no necesito saber ni qué es la caridad ni qué es el otro. Basta con saber que me interesa. Además, los débiles son más y yo soy débil. El cambio lo impulsan los que no están bien: los pobres, los oprimidos. El cambio no tiene por qué ser mejor, pero el mantenimiento de lo que hay implica una clausura del futuro. Hay una motivación ontológico-cristiana: por un lado, los oprimidos intentando cambiar las cosas; por el otro, el hecho de que los débiles son más. Eso es la democracia.
P. Un líder de la izquierda ha dicho que no quiere caridad ni solidaridad sino justicia social.
R. La idea de justicia es problemática. Creo menos en la justicia que en la lucha de clases. Es difícil decidir lo que es justo porque siempre hay intereses, implicaciones personales. Imagino una sociedad de intérpretes como llena de diálogos, conversaciones, para sobrevivir. Hay que aceptar que soy una parte de ese diálogo, de lo contrario sería Dios. Decimos que hemos encontrado la verdad cuando nos hemos puesto de acuerdo, no es que nos pongamos de acuerdo porque hemos encontrado la verdad. Eso significa que la paz social se basa en la negociación, no en la lucha armada.
R. Usted toma la frase de Heidegger “sólo Dios puede salvarnos” y cambia Dios por “el comunismo”.
R. Decir, como Heidegger, que solo Dios puede salvarnos es una manifestación de desesperación. Sólo queda ir a Lourdes. Que sólo el comunismo puede salvarnos significa que no tenemos ya un ideal político que nos lleve a las urnas. ¿Por qué se va a votar? ¿Para salvar el libre mercado? No sé si alguien decide salir de casa en un día de lluvia para votar y salvar el libre mercado. Por eso lo del comunismo: solo un ideal fuerte, en el sentido igualitario, democrático, es un ideal posible. Comunismo en el sentido de Lenin, es decir, electrificación y soviets. O sea: desarrollo y asambleas lo más democráticas posibles. El mercado libre no puede ser un ideal. Quizás el desarrollo, pero ¿qué desarrollo?: ¿el que pide los sacrificios que pide el gobierno? Lo justifican con el desarrollo, pero nos matan con esto. El comunismo tiene mala prensa, pero vivimos en una sociedad donde crece la abstención, la gente no cree en los políticos, ¿qué se puede proponer? La izquierda se contentó con pequeñas reformas. Yo propongo una oposición fuerte que limite la fuerza de la derecha. Los partidos socialistas se han acostumbrado a ser fuerzas de gobierno y eso los mata. Pierden su electorado al comprometerse con los poderosos.
P. Ejemplos positivos de ese comunismo: Chaves y Evo Morales y, con algunas dudas, Fidel Castro.
R. Es una elección a conciencia. Chaves y Morales han creado un nuevo mercado, un nuevo sistema, que es una alternancia. Algo muy diferente a lo que hay en Occidente. Venezuela y Bolivia respetan las elecciones democráticas, crecen por encima de Europa y Estados Unidos y suponen un apoyo a las gentes que quieren un cambio en un sistema neoliberal que a nadie gusta. Hay un cambio posible. Elegir el comunismo es una consecuencia de no seguir el camino de la ciencia. Hoy la ciencia se ha convertido en un factor de mantenimiento del poder. Hay más medicamentos para combatir la obesidad que para combatir la malaria, porque la malaria es una enfermedad de los pueblos pobres.

martes, 4 de diciembre de 2012

4 de diciembre


Del periódico digital Público.


Una mirada al sur

Andalucía. Autonomía y muerte

Historia de una bandera, un provocador oficial, un asesino protegido y García Caparrós, la víctima del 4 de Diciembre de 1977

ANTONIO RAMOS ESPEJO Sevilla 04/12/2012 07:49 Actualizado: 04/12/2012 09:09

La portada de la revista Triunfo, a toda página, simbolizaba lo sucedido en Andalucía el 4 de diciembre de 1977: "Andalucía. Autonomía y muerte". Escribí una crónica de urgencia sobre los hechos por los que el joven José Manuel García Caparrós había sido asesinado por un policía entre una multitud de manifestantes en Málaga. Una revista de Madrid se ocupaba, como venía haciendo, de darle voz y compromiso a los asuntos autonómicos del pueblo andaluz, negados hasta no hacía tanto tiempo por un amplio sector de la prensa del Sur, controlada en buena parte por el Movimiento.
Esa portada representaba un compromiso por la libertad y la autonomía. En aquella histórica fecha más de 1.500.000 andaluces salieron por primera vez a la calle (dentro y fuera de su país, en las ocho provincias y en la novena de los emigrantes) para demostrar cómo un pueblo se une para afirmar su identidad en el primer Día de Andalucía. A Málaga se le responde con un muerto, numerosos heridos y algunos detenidos. La alegría de miles de banderas verdiblancas y de gritos, "Andalucía, autonomía", se convirtió en un grito de luto. En el fondo, aquel hecho luctuoso representaba el reflejo de la historia trágica de Andalucía.
Haciendo un balance de urgencia desde 1970 hasta esa fecha (sin remontarnos a otras etapas históricas aún más dramáticas), el pueblo andaluz, cada vez que ha pedido trabajo, libertad o ha proclamado su derecho a manifestarse como tal pueblo, ha tenido la respuesta de la sangre. Vemos cómo en Granada caen en 1970 tres albañiles en una manifestación para pedir reivindicaciones salariales; en 1974, la víctima de Carmona, Miguel Roldan, cuando el pueblo se echa a la calle para pedir agua; en 1976 cae Francisco Javier Verdejo, a sus 19 años, cuando hacía una pintada en Almería; el 9 de julio de 1977 cae herido Francisco Rodríguez Ledesma -aunque su muerte se prolongó hasta enero de 1978- a causa de un tiro de un policía.
La alegría de miles de banderas verdiblancas se convirtió en un grito de luto 
Pero la herida de la represión no se cerró con la muerte de García Caparrós, de 19 años, trabajador en una fábrica de cerveza y militante de CCOO. La represión continuó con la muerte de tres jóvenes, que aparecieron calcinados en el barranco de Gérgal: el llamado Caso Almería; y aquel joven de Lebrija que recibió un tiro mortal al pasar con una motillo por el cuartel de la Guardia Civil de Trebujena el dos de marzo de 1982. En todas las manifestaciones del Día de Andalucía se vieron muy pronto intentos para aguar la fiesta. Las provocaciones procedían de la derecha más ultra que veía en la bandera verdiblanca una enseña separatista. Estaba muy clara cuál era la posición de la derecha que reprime y provoca a un pueblo que ve en la autonomía un instrumento de liberación. Aparte de Málaga, las provocaciones más fuertes y directas se vivieron también en las calles de Huelva y Granada.
En Málaga, cuando la manifestación del Día de Andalucía, en la que participaban cerca de 200.000 personas en un ambiente de auténtica fiesta popular, pasaba frente al Palacio de la Diputación ("protegido" por la policía y rodeado por provocadores fascistas), un joven se encarama al edificio y coloca una bandera verdiblanca junto a la nacional. (Este muchacho no es el mismo que el joven que caerá muerto en otro punto de la manifestación). El ujier mayor avisa a la policía y se abre la puerta de atrás del palacio, por la calle Ancla (donde la Diputación, desde los tiempos del presidente José Márquez Iñiguez tiene cedidos locales a la Hermandad de Alféreces Provisionales), por donde entran agentes de la Policía Armada. Al aparecer la verdiblanca en el balcón, desde tres direcciones distintas salen coches de la Policía, que disparan balas de goma, botes de humo, dispersando a los manifestantes sin previo aviso. Una escena realmente pavorosa.
"Hay bandas incontroladas que atemorizan al pueblo para hacerle creer que no se puede salir a la calle pacíficamente"
Los manifestantes se habían limitado hasta ese momento a protestar por la actitud del presidente de la Diputación de no colocar la bandera andaluza en el balcón de la Diputación. Tras este ataque, la manifestación queda partida en dos. Y cuando los manifestantes de cabeza regresan ya por el Puente Tetuán, la Fuerza Pública da una nueva carga, de improviso. Grupos de manifestantes corren aterrados, mientras otros responden a la policía tirándoles piedras y otros objetos. La Policía, además de emplear botes de humo y balas de goma, hace uso de las pistolas. Así cae el joven José Manuel García Caparros, que recibió el disparo directo de un policía que estaba muy cerca."Esto ha sido una conspiración -dijo momentos después Tomás García, diputado del PCE- hecha por bandas incontroladas que desean una involución y que tratan de atemorizar al pueblo para hacerle creer que no se puede salir a la calle pacíficamente. La noche anterior a la manifestación, grupos de extrema derecha, con cierta connivencia por parte de la Policía, quitaron banderas de los balcones y se les vio con pistolas. Se ha visto, por ejemplo, a una persona con una pistola en la mano a dos pasos de la Policía y no se ha hecho nada. Nosotros, como parlamentarios, pensamos llevar hasta el final nuestra acción encaminada a que se esclarezcan los hechos y se acabe con estas bandas fascistas".
"¿Dónde vas, Pancho Cabezas, vestido de azul?". Este es el político que se convierte en el provocador oficial. En el caso de Málaga, como en los viejos tiempos de las fanfarronadas caciquiles permitidas, y en otras ocasiones amparadas por los "mantenedores" del orden, hay un provocador oficial: Francisco Cabezas López (más conocido por Pancho), presidente de la Diputación, que se niega rotundamente a colgar la bandera de Andalucía en el balcón del Palacio Provincial, donde sí coloca la bandera nacional.
La noche antes, miembros del FAE (Frente Anticomunista Español, engendro fascista nacido en Málaga), con el que en ambientes políticos se identificaba a Francisco Cabeza, habían caldeado el ambiente junto con Guerrilleros de Cristo Rey y miembros de Fuerza Nueva (partido de extrema derecha creado por Blas Piñar), que rompen banderas andaluzas.
 Las respuestas estaban en la extrema derecha que dominaba buena parte de la provincia malagueña
Pero, digamos algo del personaje que hasta aquel momento había estado al frente de la Diputación Provincial de Málaga. Francisco Cabeza se hizo cargo de esta institución en enero de 1976, encaramado por los sectores más integristas de la provincia: los amparados por la política azul de Girón de Velasco y Utrera Molina. Cuando Pancho subió "al trono", desplazando a De la Torre Prados (hoy alcalde de Málaga, en aquella fecha diputado de UCD), se produjo una fuerte reacción en contra del falangista: 1.500 ciudadanos escribieron una carta al presidente provisional advirtiendo la categoría política de quien iba a ser nuevo presidente. En una crónica de Triunfo(núm. 679, de 31 de enero de 1976) decíamos de este político: "La maniobra azul en contra de toda la opinión pública ha sido un último botón de muestra, aunque ya no hacía falta mostrarlo tan a las claras, de cómo se hace política en este país. ¿Dónde vas, Pancho Cabeza, vestido de azul? Vas a presidir una corporación dividida, una población en contra; pero, contarás con un teléfono; contarás también con todo el bunker de Málaga".
Entonces nos hacíamos muchas preguntas ante lo sucedido en Málaga. ¿Por qué se negó la Diputación a colocar la bandera verdiblanca? ¿Por qué algunos diputados provinciales, alcaldes de ciudades tan importantes y andalucistas como Antequera, que desde hace mucho tiempo exhibían la bandera andaluza, permitieron que Francisco Cabeza impusiera su cacicada? ¿Por qué el gobernador no advirtió al presidente de la Diputación acerca del peligro de la provocación que estaba haciendo al pueblo de Málaga? ¿Por qué en Málaga existen estas bandas armadas de extrema derecha y por qué puede ser tan dura la represión por parte de los agentes del orden público? No era difícil responder a esas preguntas. Las respuestas estaban en la extrema derecha que dominaba buena parte de la provincia malagueña.
Seis meses después de las primeas elecciones democráticas, en los despachos oficiales permanecían hombres afines al régimen franquista. Además, la subversión en la calle estaba controlada por elementos de extrema derecha, armados, que campeaban por sus respetos a lo largo y ancho de la Costa del Sol. Los pistoleros de Málaga era gente muy conocida, totalmente identificada. Algunos de los pueblos de Málaga, con representación en la Diputación, estaban todavía regidos por hombres del franquismo más reaccionario, como Paco Cantos, en Marbella; López de Uralde, en Álora; Clemente Diaz, en Fuengirola (y aunque éste no era diputado provincial, ejercía como hombre de Girón, una influencia importante en los organismos oficiales), entre otros. Los diputados provinciales no dimitieron de sus cargos y fueron tan responsables de lo ocurrido el día 4 como su presidente.
"La tramitación del sumario del caso de la muerte de García Caparrósfue una chapuza deprincipio a fin"
Aquella noche Pancho Cabeza llamó por teléfono al gobernador civil, Riverola Pelayo, para comunicarle su dimisión, que fue aceptada; entonces, desaparece. Según unas versiones había huido a Francia; según otras, las tres primeras noches las pasa en casa de un alto exdirigente político malagueño y, los días siguientes, se refugia en casa de otro conocido falangista local. Ya lo decía en Triunfo: ¿Dónde vas Pancho Cabezas vestido de azul? Ya sospechábamos que alguno bueno no podía salir de la cabeza de este energúmeno. ¿Y qué fue del asesino? Ocho años después de ocurrir el luctuoso asesinato, se conoce la noticia de que el sumario 161/1977 por la muerte del joven malagueño García Caparrós había sido sobreseído.
En 2007, Rosa Burgos, secretaria-judicial, publica La muerte de García Caparrós en la transición política, en donde desvela la deficiencia de la investigación judicial, realizada sin ningún interés por aclarar la verdad. "No se aclaró quien mató a Caparrós porque no se quiso", denuncia la autora del libro a Diego Narváez en El País (Treinta años sin más derecho que el olvido, l-XII-2007). La investigación de Rosa Burgos permite aclarar que el calibre de la bala asesina era el usado por la policía. También Rafael Rodríguez analiza en el artículo Sólo lo sabe el policía que disparó (El País, 28-XI1-2010) cómo se abrió y cómo se le fue dando carpetazo hasta que finalmente se cerró: "... En lo político, el Congreso de los Diputados creó una Comisión de Encuesta, que nada claro concluyó. En lo judicial, el juez Mariano Fernández Ballesta asumió el sumario, cuya tramitación fue una chapuza de principio a fin. Durante los siete años y medio de instrucción, nadie fue procesado; las jurisdicciones civil y militar se pelotearon el caso; hubo cinco revocaciones; se realizaron cinco informes balísticos; y, casi al comienzo, hasta la bala fue limpiada con acetona. Siete policías -un sargento, dos cabos y cuatro números- reconocieron ante el juez que habían usado sus armas. En los últimos días de vida del sumario, la investigación se centró en el capo M.O.R., trasladado a otro des¬tino y cuya pistola había sido dada de baja. Al final, carpetazo judicial por autor desconocido".
Terrorismo de Estado. Puri, Paqui y Loli siguen la estela de su padre, ya fallecido, como "hermanas coraje" ante el olvido judicial y político en que se viene incurriendo. Aunque parece que hay rendijas que les hacen abrigar ciertas perspectivas de esperanza. Ha quedado demostrado ya que la bala asesina partió de un arma de la policía, que incluso hay sospechas fundadas sobre el autor del crimen. Y que, sobre todo, que hay una Ley de Memoria Histórica, que reconoce el derecho a compensar a los que fueron perseguidos durante la dictadura o en la transición para defender derechos y libertades entre el 1 de enero de 1968 y el 6 de octubre de 1977. Por dos meses, la víctima de la autonomía andaluza queda excluida. Se trata ahora de ampliar esa línea de corte que se establece en la Ley de la Memoria Histórica, que recoja no sólo la fecha de la muerte de García Caparrós, sino también la del asesinato del estudiante canario Javier Fernández Quesada, el 15 de diciembre de ese mismo año. "Cuando los terroristas matan, matan por la espalda y a traición. A mi hermano lo mataron de la misma forma. Entonces, nosotras queremos que a él lo traten como persona que muere por el terrorismo; que ese crimen no quede impune", ése es el objetivo de las tres hermanas, expresado por Loli a este reportero.
 "Queremos que lo traten como persona que muere por el terrorismo", dice una hermana
De Blas Infante a García Caparros. Nos introducimos ahora en la memoria para trazar un puente entre la muerte de Blas Infante, el 11 de agosto de 1936 en Sevilla, y la muerte de García Caparrós, el 4 de Diciembre de 1977, en Málaga. El primero es fusilado por sus ideales autonomistas y progresistas por el régimen franquista, que tiene en Sevilla algeneral Queipo de Llano como inspirador de la represión despiadada que sufre Andalucía. El segundo, el joven malagueño, víctima del disparo de un policía que participa de la represión tan brutal que se ordena para reventar la manifestación democrática y autonomista. En ambos casos la bandera andaluza se tiñó de sangre. En ese gran puente, que simbolizamos en esta referencia histórica, en Blas Infante y García Caparrós, hay miles y miles de víctimas de la Guerra Civil, y centenares de víctimas también de la represión, fusilados en los primeros años de la posguerra, abatidos en los montes, muertos en las cárceles, además de los últimos casos con resultados de muerte, como venimos recordando.
Con la democracia salen del olvido la bandera y el himno de Andalucía y, aunque lentamente, también la figura de Blas Infante, al que el 14 de abril de 1983 el Parlamento de Andalucía le reconoce como Padre de la Patria Andaluza. La figura de García Caparrós hay que enmarcarla en ese símbolo que surge del pueblo. Su muerte representa una herida profunda en el corazón de esa Andalucía que se levantó y se reivindicó a sí misma como tal. El Parlamento de Andalucía tiene pendiente reconocer a este mártir del pueblo andaluz. Por eso, aunque el nombre de este joven malagueño está en el ideario de aquel grandioso día, resulta extraño, que su figura no haya sido aún reconocida institucionalmente en las páginas de esta Andalucía con dos fechas ya míticas: 4 de Diciembre de 1977 y 28 de Febrero de 1981. La primera representa un sentimiento colectivo por la autonomía; la segunda, las escrituras de un pueblo ante la historia, en la que los nombres de Blas Infante y García Caparrós puedan leerse en letras de oro que dieron su vida por Andalucía.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Brassens



Otro fusilamiento, pero lo merece este clásico.

El blog fuente La placenta del universo.




Georges Brassens, la cálida voz de la anarquía

22 octubre, 2011
Hoy habría cumplido noventa años, pero hace ya treinta que murió. Se llamaba George Brassens. Fue un hombre libre, un hombre que amó la poesía y la vida, un anarquista que nunca se rindió, que jamás claudicó de sus ideas, que vivió consecuentemente con ellas y con su compromiso por crear un mundo nuevo, un trovador que cantó a las prostitutas y a los ladrones, a los amigos, a los perdedores, a la gente que se ama y que se besa, a la vida que pasa y al tiempo que no perdona, un hombre que cantó al amor, a la amistad, a la muerte y, sobre todo, a lo que él más amaba: la vida. Hombre de mirada melancólica, que sabe que lo que cuenta puede llegar a tu corazón, y hombre de sonrisa pícara, que sabe que, sin duda, ha llegado hasta lo más hondo. Nacido en Francia, era un ciudadano del mundo, porque las historias que contaba, sus historias, eran nuestras historias, esas historias universales que hablan de ti y de mi, de lo que somos y de todo lo que podríamos haber sido… Con unas melodías aparentemente sencillas y un lenguaje claro, preciso y enormemente rico, devolvió a la canción francesa la poesía que había perdido. El nunca se consideró un poeta, a pesar de que era de los mejores, sino un chansonnier, un trovador que cantaba al mundo en que vivía. Desde niño quiso dedicarse a la canción y a escribir. Jamás aprendió solfeo. Compuso más de doscientas cincuenta canciones. La autoridad, el ejército, el clero, la hipocresía y el poder fueron sus enemigos más íntimos, unos enemigos a los que combatió desde la más peligrosa de las armas: el sentido del humor. Su legado ha sido inmenso. Revolucionó la canción popular, la chanson, y con ella la canción protesta de todo el mundo. Sus canciones han sido traducidas a más de veinte idiomas y han sido cantadas como símbolo de rebeldía, de esperanza y de compromiso en todos los países que han sufrido y sufren dictaduras e injusticias.
Nacido en Sète, en el sur de Francia, en el seno de una familia humilde de clase obrera, no tardó en entender el significado de la anarquía. Castigado en el colegio a estar encerrado dentro de un armario, comprendió que la autoridad y el poder serían los enemigos a los que tendría que combatir durante toda su vida. Pero no todo fue malo para él en la escuela. Uno de sus maestros, Alphonse Bonnafé, le descubrió el mundo de la poesía y de la creatividad. Aquel humanista marcaría su vida para siempre: “Gracias a él abrí mi mente a algo mucho más grande. Incluso ahora, cada vez que escribo una canción, me hago siempre la misma pregunta: ¿le gustaría a él?”
A los quince años le expulsaron del colegio y se fue a vivir a París. Allí se pasaba horas en las bibliotecas públicas y adquirió una costumbre que mantendría durante toda su vida: acostarse al anochecer y levantarse de madrugada. En París trabajó en una fábrica de Renault hasta que fue bombardeada durante la guerra por los alemanes. Tras la ocupación nazi, fue condenado a trabajar en una fábrica de BMW en Alemania, de donde escapó un año después aprovechando un permiso de diez días. Huyó de nuevo a París. Allí no conocía a casi nadie y le resultaba difícil esconderse. Finalmente lo hizo en casa de Jeanne Planche, una amiga de una tía suya, que vivía con Marcel, su marido. La casa era pequeña y no tenía luz, gas, ni agua corriente. Brassens estuvo escondido sin salir de la casa durante cinco meses hasta que París fue liberado por los aliados. Sin embargo, se sentía tan a gusto con ellos que se quedó en aquella casa 22 años más: “Allí estaba bien, y desde entonces siempre he valorado la falta de confort” A Jeanne le dedicó la canción “La Cane de Jeanne” y a Marcel “Chanson pour l´Auverngnat” (Canción para el Auvernés):
“Esta canción es para ti
para ti, Auvernés. Que sin remilgos
me diste un poco de leña
cuando tuve frío,
tú que me diste fuego cuando
las paletas y los paletos,
toda la gente bienintencionada,
me cerró la puerta en las narices.
No era más que un poco de fuego de leña,
pero eso calentó mi cuerpo
y en mi alma arde aún
como un inmenso fuego de artificio.
A ti, Auvernés, cuando mueras,
cuando el enterrador te lleve,
que te conduzca a través del cielo
hasta el Padre Eterno.
Esta canción es para ti,
para ti, anfitriona que sin ceremonias
me diste cuatro pedazos de pan
cuando tuve hambre,
tú que abriste tu panera cuando
las paletas y los paletos
y toda la gente bienintencionada
se divertían viéndome ayunar.
No fue más que un poco de pan,
pero bastó para calentar mi cuerpo
y en mi alma arde aún
como un gran festín.
A ti, anfitriona, cuando mueras,
cuando el enterrador te lleve,
que te conduzca a través del cielo
hasta el Padre Eterno.
Esta canción es para ti,
para ti, desconocido, que sin ceremonias
con una sonrisa me sonreíste
cuando los gendarmes me detuvieron,
para ti, que no aplaudiste cuando
las paletas y los paletos
y toda la gente bienintencionada
reían al ver cómo me llevaban.
No fue más que un poco de miel,
pero calentó mi cuerpo
y en mi alma brilla aún
como un gran sol.
A ti, extranjero, cuando mueras,
cuando el enterrador te lleve,
que te conduzca a través del cielo
hasta el Padre Eterno”
Introducido ya en los círculos anarquistas, colaboraba con sus escritos en los panfletos de la Federación Anarquista. El tiempo pasado encerrado en soledad le había permitido empezar a componer sus propias canciones. Durante los cinco meses que pasó encerrado a su vuelta a París lo hizo acompañándose únicamente de una caja que usaba como percusión. Sus amigos le empujaban a cantar en cabarets, cafés y clubes del barrio, pero su enorme timidez le frenaba constantemente. Siempre fue muy reservado con su vida privada y eso de subir a un escenario a cantar era demasiado duro para él. Su idea era componer canciones y dárselas a otros para que las cantasen. En más de una ocasión los dueños de los clubes le dijeron que su música no era adecuada para su local hasta que, una noche, la cantante Patachou le empujó a subirse al escenario del cabaret de Montmartre que ella dirigía. A partir de aquella noche Brassens inició la carrera musical que le convirtió en verdadero mito.
Una de sus canciones más famosas es “La mala reputación”, todo un himno libertario:
“En mi pueblo sin pretensión
tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal,
yo no pienso pues hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño;
No, a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
no, a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
todos, todos me miran mal
salvo los ciegos, es natural.
Cuando la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
que el de no seguir al abanderado;
No a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
y a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
todos me muestran con el dedo
salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y he aplastado el perseguidor
eso sí que sí que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata;
No a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
y a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
tras de mí todos a correr
salvo los cojos, es de creer.
Ya sé con mucha precisión
como acabará la función
no les falta más que el garrote
pa’ matarme como un coyote
a pesar de que no arme ningún lío
con que no va a Roma el camino mío;
No a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe,
no a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe
tras de mí todos a ladrar
salvo los mudos, es de pensar”
Humilde desde siempre, supo compaginar su amistad con sus amigos de la infancia y de los tiempos duros con la de las grandes estrellas como Jacques Brel o Lino Ventura, con quien compartía acciones humanitarias. Unió dos de sus grandes pasiones, el amor al mar y la amistad, en una de sus canciones, “Les copains d´abord”, donde habla de sus amigos como esos compañeros con los que realizamos, a bordo de cualquier navio, el viaje de la vida. Fiel a su ideología libertaria, siempre antepuso el hombre, el ser humano, sobre todo lo demás: “La única revolución es intentar mejorar uno mismo esperando que los demás también lo hagan”. Hoy el pensamiento de Brassens, su forma de ver y querer cambiar la vida, está más actual que nunca. No me cabe duda de que estaría acampado en cualquier plaza, con su inseparable guitarra, cantando junto al 15-M, disfrutando de esa poesía que, como él quería, vive en las calles. “Saturno” es una de sus más bellas canciones. Está dedicada al amor en la madurez, a las preciosas flores de otoño que son capaces de dar sus colores más bellos…
Colaboró con el mundo del cine en más de una ocasión a través de sus canciones e incluso llegó a trabajar como actor en la película “Porte de Lilas”, de su buen amigo René Clair. Que un hombre tan profundamente tímido como él aceptase interpretar un papel en el cine es una muestra más del alto valor en el que él tenía a la amistad. Jamás volvió a trabajar como actor. Se encontró a sí mismo malísimo. Aquí le tienes en una de las secuencias de esa película cantando una de sus canciones:
Solía acompañarse únicamente por una guitarra acústica y por su fiel Pierre Nicolas al contrabajo, aunque para las grabaciones añadía una segunda guitarra. Componía la mayoría de sus letras, aunque también musicó a muchos de sus poetas franceses favoritos, como Aragon, Hugo, Villon, Apollinaire o Antoine Pol.
Aquí tienes uno de los poemas de Pol, “Les passantes”, que viene a decir:
“Yo quiero dedicar este poema
a todas las mujeres que amamos
durante algunos instantes secretos,
a las que conocemos apenas,
a las que nos arrastra un destino distinto,
y que no se vuelven a ver más.
A la que vemos aparecer
un segundo en su ventana
y que, rápidamente, se desvanece,
pero cuya esbelta silueta,
es tan graciosa y delicada
que nos deja maravillados.
A la compañera de viaje
cuyos ojos, encantador paisaje,
hacen parecer corto el camino.
Que somos los únicos en comprenderla
y que dejamos sin embargo bajar
sin haber rozado su mano.
A las que ya están comprometidas,
y que, viviendo horas grises,
cerca de un ser demasiado diferente,
nos han dejado, inútil locura,
ver la melancolía
de un futuro desesperante.
Queridas imágenes vistas,
esperanzas frustradas de un día,
mañana estaréis en el olvido.
Con solo un poco de felicidad que tengamos
es raro que nos acordemos
de los episodios del camino.
Pero si hemos fracasado en la vida,
pensamos con un poco de ganas
en todas esas felicidades entrevistas,
en los besos que no osamos tomar,
en los corazones que debían esperarnos,
en los ojos que no hemos vuelto a ver.
Entonces, en las noches de hastío,
poblando nuestra soledad
con los fantasmas del recuerdo,
lloramos los labios ausentes
de todas las bellas fugaces
que no supimos retener.”
Nada mejor para despedir esta entrada que las palabras de homenaje que le dedicó Gabriel García Márquez cuando, en octubre de 1981, hace justo ahora treinta años, nos dejó, y con esa maravillosa canción, ese enorme canto a la vida en el que Brassens pedía que, cuando muriese, le enterrasen en Sète, esa pequeña ciudad de provincias donde nació, junto al Mediterráneo, y en la que, en cierta medida, nunca dejó, ni dejará, de vivir:
“Hace algunos años, en el curso de una discusión literaria, alguien preguntó cual era el mejor poeta actual de Francia, y yo contesté sin vacilación: Georges Brassens. No todos los que estaban allí habían oído antes ese nombre – unos por demasiado viejos y otros por demasiado jóvenes -, y algunos que le menospreciaban porque era autor de discos y no de libros dieron por hecho que yo lo decía por desconcertar. Sólo mis compañeros de generación, los que gozaron y padecieron a París en los años ingratos de la guerra de Argelia, sabían no sólo que yo hablaba en serio, sino que además tenía razón. Para ellos, más que para el resto del mundo, Georges Brassens ha muerto la semana pasada a los sesenta años, frente al voluble mar de Sète que tanto amaba, y donde tenía su casa llena de flores y de gatos que se paseaban sin romperse entre la vida real y sus canciones. Sólo que no murió en ella; su discreción legendaria era tan cierta, que se fue a morir en la casa de un amigo para que nadie lo supiera. Y la mala noticia no se conoció hasta 72 horas después por una llamada anónima, cuando ya un reducido grupo de parientes y amigos íntimos lo habían enterrado en el cementerio local. No podía ser de otro modo: para un hombre como él, la muerte era el acto personal más secreto de la vida privada. Así fue siempre. Había nacido en 1921, en la casa de pobres de un albañil que deseaba para su hijo el mismo oficio. Como todos los niños con vocación vital, el pequeño Georges detestaba la escuela por lo que ésta tenía de cuartel. Una maestra desesperada acabó de rematarlo: lo encerró con llave en un ropero durante varias horas, y cuando por fin lo liberaron habían germinado en su corazón, para siempre, las semillas de la anarquía. Su odio a la autoridad y a toda norma establecida fueron el sustento de sus canciones más hermosas. Para él no había más luz en aquellas tinieblas que la independencia personal y el amor. Una vez cantó: “Morir por las ideas, de acuerdo; pero de muerte lenta”. El Partido Comunista francés puso el grito en el cielo en nombre de tantos compatriotas muertos de muerte rápida durante la resistencia.
“En realidad, Georges Brassens carecía por completo de instinto gregario. Llevaba una vida tan reservada, que todo lo que tenía que ver con él andaba confundido con la leyenda, y uno se preguntaba a veces si de veras existía. Aun en su época de mayor esplendor, hacia la mitad de los años cincuenta, era un hombre invisible. Nadie sabe cómo lo convenció René Clair de que actuara en una película, y él lo hizo muy mal, abrumado por la vergüenza de ser el centro de la atención; pero en cambio cantó una ristra de canciones originales que se quedaban resonando en el corazón. El tiempo – decía en una de ellas – era un bárbaro de la misma calaña de Atila, y por donde su caballo pasaba no volvía a crecer jamás el amor.
“Le vi en persona una sola vez cuando su primera presentación en el Olympia, y ese es uno de mis recuerdos irremediables. Apareció por entre las bambalinas como si no fuera la estrella de la noche, sino un tramoyista extraviado, con sus enormes bigotes de turco, su pelo alborotado y unos zapatos deplorables, como los que usaba su padre para pegar ladrillos. Era un oso tierno, con los ojos más tristes que he visto nunca y un instinto poético que no se detenía ante nada. “Lo único que no me gustan son sus malas palabras”, decía su madre. En realidad, era capaz de decir todo y mucho más de lo que era permisible, pero lo decía con una fuerza lírica que arrastraba cualquier cosa hasta la otra orilla del bien y del mal. Aquella noche inolvidable en el Olympia cantó como nunca, agonizando por su miedo congénito al espectáculo público, y era imposible saber si llorábamos por la belleza de sus canciones o por la compasión que nos suscitaba la soledad de aquel hombre hecho para otros mundos y otro tiempo. Era como estar oyendo a François Villon en persona, o a un Rabelais desamparado y feroz. Nunca más tuve oportunidad de verlo, y aun amigos más cercanos lo perdían de vista. Poco antes de morir, alguien le preguntó qué estaba haciendo durante las jornadas de mayo de 1968, y él contestó: “Tenía cólico nefrítico”. La respuesta se interpretó como una irreverencia más de las tantas que soltó en la vida. Pero ahora se sabe que era cierto. Sin que casi nadie lo supiera, había empezado a morirse en silencio desde hace más de veinte años.
“En 1955, cuando era imposible vivir sin las canciones de Brassens, París era distinto. Los parques públicos se llenaban por las tardes de ancianos solitarios, los más viejos del mundo; pero las parejas de enamorados eran dueñas de la ciudad. Se besaban en todas partes con besos interminables, en los cafés y en los trenes subterráneos, en el cine y en plena calle, y hasta paraban el tránsito para seguirse besando, como si tuvieran conciencia de que la vida no les iba a alcanzar para tanto amor. El existencialismo había quedado atrás; sepultado en las cuevas para turistas de Saint-Germain-des-Prés, y lo único que quedaba de él era lo mejor que tenía: las ansias irreprimibles de vivir. Una noche, a la salida de un cine, una patrulla de policías me atropelló en la calle, me escupieron la cara y me metieron a golpes dentro de una camioneta blindada. Estaba llena de argelinos taciturnos, recogidos a golpes y también escupidos en los cafetines del barrio. También ellos, como los agentes que nos habían arrestado, creyeron que yo era argelino. De modo que pasamos la noche juntos, embutidos como sardinas en una jaula de la comisaría más cercana, mientras los policías, en mangas de camisa, hablaban de sus hijos y comían barras de pan ensopadas en vino. Los argelinos y yo, para amargarles la fiesta, estuvimos toda la noche en vela, cantando las canciones de Brassens contra los desmanes y la imbecilidad de la fuerza pública.
“Ya para entonces, Georges Brassens había hecho su testamento cantado, que es uno de sus poemas más hermosos. Lo aprendí de memoria sin saber lo que significaban las palabras, y a medida que pasaba el tiempo y aprendía el francés iba descifrando poco a poco su sentido y su belleza, con el mismo asombro con que hubiera ido descubriendo, una tras otra, las estrellas del universo. Ahora, transcurridos veinticinco años, ya nadie se besa en las calles de París, y uno se pregunta asustado qué fue de tantos que se amaban tanto y que ahora no se ven en el mundo. Georges Brassens ha muerto, y alguien tendrá que poner en la puerta de su casa, como él lo pedía en su testamento, un letrero simple: “Cerrado por causa de entierro”.