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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

jueves, 27 de septiembre de 2012

¡Ay de mí, Al-Ándalus!



Carducho, en El Prado


Moriscos: el mayor exilio español

El Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos es una buena ocasión para reconciliar a la sociedad española con su propia historia y con los descendientes de esos compatriotas que hoy pueblan el Magreb


Hay oportunidades, sobre todo en política, que sólo se presentan una vez en la vida, y desperdiciarlas puede convertirse en un error irreparable. Este año 2009 que acaba de comenzar, el Gobierno de Rodríguez Zapatero tiene una oportunidad única para transformar la conmemoración de uno de los más trágicos acontecimientos de la Historia de España, el Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos españoles, en un espacio de reencuentro entre Occidente y el Islam. Una tarea que puede encontrar además un clima internacional más propicio en la nueva presidencia de Estados Unidos y que resulta imprescindible para hacer frente a los estragos morales, políticos y sociales generados no sólo por el terrorismo yihadista, sino también por la aberrante reacción antiterrorista promovida por el ex presidente norteamericano George Bush y secundada por el ex presidente del Gobierno español José María Aznar.
La identidad española se ha construido con múltiples elementos culturales cristianos, judíos, musulmanes y laicos, entre otros. Sin embargo, durante siglos se ha impuesto una versión oficial unidimensional de "lo español", equiparándolo a lo católico y lo conservador. Una concepción intolerante que ha llenado de exilios y expulsiones la Historia de España, amputando comunidades enteras y regando el mundo de españoles condenados a la lejanía y al olvido. Tal fue el caso de los moriscos.Este tipo de eventos tiene obviamente una dimensión académica y cultural, pero sería un verdadero desperdicio que se obviara la dimensión política de la efeméride. La Historia es ciencia social, pero es también elemento de la realidad política del presente. Basta ver el uso que de ella hace la organización terrorista Al-Qaeda cuando clama por la recuperación de Al-Andalus (la España medieval musulmana) para su pretendido nuevo califato, o cuando califica a las tropas occidentales destacadas en Afganistán o en Irak como "cruzados", resucitando así el fantasma de los crímenes cometidos por los ejércitos medievales europeos durante las conquistas de Tierra Santa. Son ejemplos del uso propagandista de la Historia para sostener políticas de terror y de guerra. Frente a ello se hace necesario oponer al integrismo yihadista una lectura diferente de la Historia capaz de hacer de ésta una herramienta de paz y de diálogo. Una lectura que no niegue los abusos del pasado o trate de justificarlos oponiéndolos a los abusos del otro bando, sino que busque el reencuentro entre las personas que son herederas hoy de aquellos lejanos conflictos. Reconciliarse en el presente para desactivar la bomba de odio del pasado, ése debiera ser el objetivo. Un objetivo que España está en condiciones de liderar por razones históricas y porque tiene ya la experiencia del proceso de reconciliación nacional con su pasado reciente.
El 22 de septiembre de 1609, bajo el reinado de Felipe III, las autoridades españolas comenzaron la expulsión de la comunidad morisca, aproximadamente medio millón de personas. Ése ha sido, proporcionalmente, el mayor exilio de la Historia de España, pues la población entonces era mucho menor que tras la Guerra Civil de 1936-1939 (cuando en torno a un millón de españoles tuvieron que abandonar el país). Sin embargo, no es el exilio más recordado. De hecho, son muchos los españoles de hoy que no conocen esta trágica historia.
Tras la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos, la mayor parte de sus habitantes permaneció en la península, recibiendo el nombre de moriscos, gracias al pacto acordado entre los monarcas católicos y el derrotado rey Boabdil, según el cual las autoridades cristianas se comprometían a respetar las creencias religiosas, y costumbres de los musulmanes granadinos, a cambio de la fidelidad de éstos a los reyes. Un compromiso que sólo se respetó durante ocho años, pues poco antes de la muerte de la reina Isabel las autoridades políticas y eclesiásticas de Granada empezaron a obligarlos a convertirse.
La presión sobre los moriscos se hizo insoportable y a las conversiones forzosas les siguieron los procesos inquisitoriales contra aquellos moriscos convertidos que eran vistos con desconfianza. El resultado fue, primero, un lento goteo de antiguos musulmanes que pasaban a tierras magrebíes y, después, una violenta insurrección morisca, una guerra civil que asoló las Alpujarras durante casi tres años con un saldo terrible de brutalidades por parte de ambos bandos. En 1571, tras la muerte del cabecilla de la insurrección, Hernando de Válor, más conocido como Aben Humeya, las tropas reales terminaban con los últimos reductos moriscos, pero la enemistad generada por la guerra permaneció y llevó al rey a decidir la expulsión de la comunidad en pleno. Los moriscos no pudieron pues elegir, como habían hecho los judíos poco más de un siglo antes, entre convertirse al cristianismo o partir en exilio. Una tragedia más a añadir a la expatriación, pues aquellos que se habían convertido de buen grado fueron recibidos con recelo por los musulmanes del norte de África a causa de su condición de cristianos. Cervantes trazó en El Quijote, con el personaje de Ricote, un patético retrato del drama de los moriscos que trataban de regresar clandestinamente a su patria perdida.
Algunos moriscos, al igual que habían hecho los judíos, emigraron también de forma clandestina a América en busca de fortuna, y su huella se aprecia en culturas ecuestres como la de los "gauchos" argentinos. Otros, que habían partido antes de la expulsión masiva, se alistaron en el ejército del sultán de Fez y conquistaron la legendaria ciudad de Tombuctú, en pleno corazón de África, donde formaron una casta poderosa que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de los "armas". Pero la mayoría de los moriscos se afincó en la costa africana mediterránea.
En nuestros días hay en todo el Magreb descendientes de aquellos exiliados, llamados genéricamente "andalusíes". La huella morisca es muy clara en Argelia, Túnez y Marruecos, cuya capital, Rabat, fue refundada en el siglo XVII al constituirse en ella una singular república pirata formada por moriscos venidos de Extremadura (del pueblo de Hornachos, para ser exactos), que trajo de cabeza a las armadas españolas, francesa e inglesa durante medio siglo. El descendiente directo del primer gobernador de aquella república es hoy un coronel del ejército marroquí de apellido Bargasch (transcripción francesa del apellido Vargas). Existe, pues, un legado español que forma parte ya de las sociedades magrebíes y que puede convertirse en puente de unión entre las dos riberas mediterráneas.
El Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos debiera jugar el mismo papel que desempeñó en 1992 la conmemoración de la expulsión de los judíos: una ocasión para reconciliar a la sociedad española con su propia Historia y con los descendientes de esos otros españoles que desde hace siglos pueblan el mundo, llevando con ellos la nostalgia y el amor por su antigua patria, expresado en su música, en las palabras castellanas conservadas en su lenguaje, en su interés por todo lo español. Una ocasión también para reconocer su sufrimiento.
No se trata ahora de otorgar nacionalidades, sino de cambiar la dinámica de la Historia, de transformar el odio de antaño en amistad nueva recuperando la memoria de la tragedia morisca y buscando fórmulas de hermanamiento. Todo ello requeriría políticas activas, tanto del Gobierno de España como de los gobiernos autonómicos directamente afectados por la conmemoración (los de Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, Murcia, Valencia...), e iniciativas que enmarcasen la evocación histórica en una dinámica de intercambios culturales, económicos y políticos entre territorios y ciudades antiguamente rivales (por ejemplo, Denia y Valencia, que fueron punto de partida de los primeros moriscos expulsados, y Argel, su punto de llegada). La conmemoración, por su trascendencia, exige un esfuerzo de coordinación si se quiere que tenga la necesaria dimensión política. En una de esas paradojas a las que es tan aficionada la Historia, buena parte de la política internacional que propugna el presidente Rodríguez Zapatero va a ser puesta a prueba en el centenario de la expulsión de los moriscos españoles, pues difícilmente puede ser creíble su propuesta de Alianza de Civilizaciones si España, el país que la postula y que él preside, dejara pasar la oportunidad de reconciliarse con su propio pasado islámico.
José Manuel Fajardo, escritor, es autor de la novela El Converso.



Moriscos, la historia incómoda

La España oficial y académica evita abordar el cuarto centenario de uno de los hechos más ominosos de nuestra historia: la expulsión en 1609 de cientos de miles de compatriotas de antecedentes musulmanes

JUAN GOYTISOLO 15 MAR 2009


A Francisco Márquez Villanueva
En el pasado de todos los países alternan los episodios embarazosos y los que son motivo de patriótica exaltación. El cuarto centenario de la expulsión de los moriscos en el reinado de Felipe III se incluye, como es obvio, entre los mencionados en primer lugar. Fuera de la fundación El Legado Andalusí y de los historiadores convocados por éste el próximo mes de mayo, la España oficial y académica se ha encastillado en un precavido silencio que revela su manifiesta incomodidad.
Lo acaecido de 1609 a 1614 es desde luego poco glorioso y constituye el primer precedente europeo de las limpiezas étnicas más o menos sangrientas del pasado siglo. Las medidas "profilácticas" recetadas por el duque de Lerma con el apoyo decisivo de la jerarquía eclesiástica encabezada por el patriarca Ribera, fueron objeto de un largo, incierto y controvertido debate político-religioso cuyas etapas, aunque sea a vuela pluma, conviene recordar: 1499, conversión forzosa de los granadinos por el cardenal Cisneros; 1501-02, pragmática del mismo dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversión: los mudéjares del Medioevo pasaron a ser así, pura, y simplemente, moriscos; 1516, se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez años; 1525-26, conversión por edicto de los de Aragón y Valencia; 1562, una junta compuesta de eclesiásticos, juristas y miembros del Santo Oficio prohíbe a los granadinos el uso de la lengua árabe; 1569-70, rebelión de la Alpujarra y guerras de Granada... A partir del aplastamiento de los moriscos y de la ejecución de Aben Humeya, la política de Felipe II consistió en dispersar a los granadinos y en reasentarlos en Castilla, Murcia y Extremadura, lejos de las costas meridionales y de las posibles incursiones turcas.
En el debate que enfrentó durante décadas a -perdóneseme el anacronismo- palomas y halcones, éstos contaron con la pluma elocuente de propagandistas como fray Jaime de Bleda, González de Cellorigo, fray Marcos de Guadalajara y, sobre todo, de Pedro Aznar de Cardona, para quien la expulsión cerraba definitivamente el largo e ignominioso paréntesis abierto por la invasión de 711: la católica España lo sería, por obra de Lerma y del Tercer Filipo, sin excepción alguna. Junto a los alegatos de índole religiosa, se esgrimían otros de orden demográfico: el peligro que suponía el gran crecimiento de la población morisca en abrupto contraste con el estancamiento o caída del de los cristianos viejos en razón del celibato eclesiástico, la enclaustración femenina en los conventos, las guerras de Flandes y la emigración a América. Dicha argumentación, resucitada hoy por los ultras de la identidad europea, fue irónicamente resumida por el Berganza cervantino en el Coloquio de los perros.Tantas vacilaciones y cambios de rumbo reflejaban las contradicciones existentes entre una jerarquía eclesiástica muy poco respetuosa de la ética universal cristiana y los intereses de una parte de la nobleza peninsular, para la que la expulsión de quienes trabajaban sus tierras significaba la ruina de la agricultura. Como sabemos por la historiografía desde fines del siglo XIX, la cruzada político-religiosa fue objeto entre bastidores de una áspera controversia. Mientras algunos se oponían a la expulsión y predicaban el catecumenado y la asimilación gradual, los elementos más duros del episcopado se decantaban por propuestas más contundentes: la esclavitud, el exterminio colectivo o la castración de todos los, varones y su deportación a la isla de los Bacalaos, esto es, a Terranova. Al destierro a la más cercana orilla africana, sostenido por la mayoría de los miembros del Consejo de Estado, un santo obispo opuso una argumentación impecable: puesto que el llegar a Argel o a Marruecos, los moriscos renegarían de la fe cristiana, lo más caritativo sería embarcarles en naves desfondadas a fin de que naufragaran durante el trayecto y salvaran sus almas.
El problema morisco y la terapéutica radical del mismo han sido objeto de numerosos y bien documentados estudios en el último medio siglo por historiadores tan diversos como Américo Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes García-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, Márquez Villanueva y un largo etcétera. Gracias a ellos, conocemos las reflexiones que hoy denominaríamos cívicas de quienes se opusieron al bando de expulsión de hace cuatro siglos. Muy significativamente, la mayoría de ellos formaba parte de la, no por desdibujada menos visible, comunidad de cristianos nuevos de origen judío, cuya defensa de la asimilación de los moriscos era asimismo un alegato pro domo, en la medida en que contradecía e impugnaba los muy poco cristianos estatutos de limpieza de sangre. La reivindicación del comercio, del trabajo y del mérito frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, apuntaba al objetivo de detener la ya perceptible decadencia española y las largas "vacaciones históricas" que se prolongarían por espacio de dos siglos, hasta las Cortes de Cádiz, pese a las políticas más sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII. González de Cellorigo, cuyo memorial dirigido al monarca -De la política necesaria y útil restauración de la república de España- condensa en el título su contenido regeneracionista, y la excelenteHistoria de la rebelión y castigo de los moriscos, de Luis de Mármol y Carvajal -evocadora de una tragedia humana que hubiera podido evitarse con planteamientos más pragmáticos-, se ajustan a la corriente del pensamiento erasmista al que se adscribían los partidarios de una modernización de la ensimismada sociedad hispana.
En una obra de próxima publicación y que acabo de leer por gentileza de su autor -Moros, moriscos y turcos en Cervantes-, Francisco Márquez Villanueva analiza con su habitual competencia los escritos, en su mayoría inéditos, del humanista Pedro de Valencia, discípulo y testamentario del hebraísta Benito Arias Montano. Su Tratado acerca de los moriscos de España, desconocido hasta su publicación en 1979, y que no llegó a mis manos sino en fecha reciente, quizá sea, visto con la perspectiva del tiempo, la defensa mejor razonada de la causa de los expulsos. Judeoconverso, como Arias Montano, y enemigo de la escolástica y de la ideología tridentina, denuncia con energía "el agravio que se les hace (a los moriscos) en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimación con los demás ciudadanos y naturales". Como fray Luis de León (recuérdese lo "de generaciones de afrenta que nunca se acaba"), Pedro de Valencia se alza contra los estatutos del cardenal Siliceo y propugna una política de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la república, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre".
El espectáculo de decenas de millares de mujeres y hombres bautizados a quienes se separaba de sus hijos mientras imploraban misericordia a Dios y al rey y proclamaban en vano su voluntad de permanecer en su patria, resultaba para algunos cristianos sinceros difícil de soportar. Las condiciones brutales de la expulsión y las matanzas llevadas a cabo de quienes huían de ella fueron acogidas con tristeza y compasión por una minoría pensante, y con clamores de odio y con vítores por aquellos que, como Gaspar de Aguilar, las convirtieron en cantares de gesta.
La mayoría de los moriscos se refugiaron, con muy diversa fortuna, en el Magreb, y los naturales de Hornachos crearon en Marruecos la llamada república de Salé, con la esperanza ilusoria de congraciarse con el rey y retornar algún día a España. Los del Valle de Ricote fueron autorizados a emigrar voluntariamente durante un lapso de cuatro años por la frontera francesa y a dirigir sus pasos a otros países europeos. Aunque totalmente asimilados, el favorito de Felipe III firmó, sin que le temblara el pulso, su orden de destierro colectivo en 1614. El episodio del morisco Ricote -el encuentro con su paisano Sancho Panza- en la Segunda Parte del Quijote, permitió a Cervantes, maestro en el arte de la astucia, recoger la voz de quienes fueron víctimas, de tan salvaje atropello.
"Salí -dice el morisco- de nuestro pueblo, entré en Francia y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".
¡Libertad de conciencia! De refilón, y como quien no quiere la cosa, el autor del Quijote pone el dedo en la llaga. Los despiertos centinelas del Santo Oficio eran todo oídos pero a buen relector sobran más palabras.
Juan Goytisolo es escritor.



El gran entuerto de la expulsión de los moriscos

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Los españoles hemos estado desorientados durante siglos acerca de la expulsión de los moriscos en 1609, presentada como necesaria medida de protección, tanto política como religiosa, contra una minoría desleal y apóstata. Don Antonio Cánovas del Castillo la consideraba tan necesaria que, según decía, de no realizarse a comienzos del siglo XVII habría sido preciso hacerla en el siglo XIX, dando a entender que la habría hecho él.
Hoy sabemos que semejante concepto procede de una campaña lanzada desde el poder para contrarrestar el estupor suscitado en toda la Monarquía por el hecho sin precedente del desarraigo de todo un pueblo bautizado por un país católico.
La idea del gran exilio, lanzada desde muy atrás, venía siendo rechazada como moralmente condenable, además de ruinosa, y Felipe II se negó siempre a su ejecución. El duque de Lerma, don Francisco Gómez de Sandoval, valido todopoderoso de Felipe III, fracasó en su intento de recabar el apoyo de la Inquisición, así como el del pontífice Pablo V, a quien se mantuvo ignorante del decreto hasta el último instante.

Los moriscos, forzados por medio de la violencia a la conversión al cristianismo y nunca adoctrinados de un modo viable, eran desde luego un serio problema, pero aun así conocían un proceso de asimilación y (lo más esencial) no podían ser privados, en cuanto nacidos españoles, a la habitación (como entonces decían) sin previa figura de juicio. Los moriscos no eran (como los judíos) mera propiedad privada de los reyes cristianos. Por el contrario, poseían estatuto de naturales o "ciudadanos", según la doctrina de Pedro de Valencia.El reino de Valencia, que en ello se jugaba su futuro económico y especialmente el de su nobleza territorial, tropezó contra una muralla en su protesta. Aunque con miras interesadas, los titulares de señoríos, actuando en complicidad, lograron evitar la salida de muchos, y la ley, decidida en 1602 por el Consejo de Estado, conoció una historia de intensos vaivenes políticos hasta su promulgación en 1609.
Existía una franja de fanática inquina contra los moriscos, y el influyente patriarca de Valencia José de Ribera (hoy canonizado) abogó toda su vida por la expulsión. Pero se daba también una amplia gama de opinión moderada, favorable a la catequesis y la convivencia, que perduró hasta el último día. Su voz más autorizada fue el cronista real Pedro de Valencia, de inmenso y justificado prestigio, que escribía en 1608 para el confesor del soberano su Tratado acerca de los moriscos de España,sin duda la pieza más importante en torno a un siglo de debate. Su tesis de rechazo de toda violenta solución final del problema morisco (incluyendo la expulsión), que tal vez sorprenda hoy a muchos, es clara y tajante: lo que se halla en juego no es el destino de una minoría, sino la decisión acerca de si España podrá seguir llamándose una nación cristiana. El susodicho tratado, largamente leído en copias privadas, no ha visto la letra impresa hasta 1997.
Cervantes manifestó, conmovido, su condena con las maravillosas páginas dedicadas en El Quijote a la figura del morisco Ricote, verdadero monumento de patriotismo y de cristianos sentimientos. El gran desarraigo fue visto en todas partes como un acto bárbaro e impolítico y el destino de aquel pueblo no pudo ser más desdichado. Se calcula que costó la vida de un tercio de su demografía y lo más triste fue que en la mayor parte del mundo islámico fueron acogidos con desconfianza, en cuanto españoles y en cuanto bautizados. La relativa excepción fue la regencia turca de Túnez, donde su impronta de "andaluces" se reconoce hasta hoy detrás de cuanto suena a moderno, lo mismo que en los recuerdos materiales del valle del Guadalquivir o de la serranía de Ronda.
No tuvieron la misma suerte los expulsados moriscos de Hornachos en el dominio jerifiano-magrebí, donde llegaron a fundar una especie de republica independiente en Salé. Se ofrecieron incluso a negociar su vuelta a España "como cristianos" bajo la única garantía de no ser molestados por la Inquisición.
Si los valencianos aceptaron el traslado a Berbería, muchos de otras procedencias prefirieron acceder en privado al mundo cristiano por Francia, a través de un control situado en Burgos, que es lo que hizo el buen Ricote. Los de Castilla, Andalucía y Murcia fueron embarcados para Francia e Italia. Y al final resultó exacto el hosco vaticinio del patriarca Ribera: "Los moriscos se disolverán como la sal en el agua". Así ha sido.
España tiene, ante el mundo y ante los actuales descendientes de aquella compatriota cepa, una deuda de honor y de justicia conculcada.
No se trata de un regalo, de una lisonja ni de ningún oportunismo. Es asumir una responsabilidad histórica en modesto reconocimiento de nada más que el cuique suum, en desfacimiento de un gran entuerto, cuya negativa sombra pesa aún sobre nosotros.
Francisco Márquez Villanueva es catedrático emérito de Literatura de la Universidad de Harvard.



domingo, 23 de septiembre de 2012

Caimán, comunistas, Paracuellos


Muere Santiago Carrillo: caimán, comunistas, Paracuellos.









SABATINAS INTEMPESTIVAS

Aseguran que Santiago Carrillo murió mientras dormía la siesta. Tranquilamente, como lo haría un jubilado de esos que no sufren los recortes, que tienen a los hijos bien colocados, que reciben la visita de los nietos los domingos después de almorzar, que gozan de una esposa solícita y una criada de confianza que se ocupa de los menesteres domésticos. Esos jubilados que caminan despacio, temerosos siempre de un tropezón, de una caída, que es lo único que les puede llevar derechitos a la tumba. ¡Cuántos tropezones en tu vida, Santiago! La veteranía es un grado dentro del ejército de la política.

Esa apariencia de jubilado, de esos a quienes respetan los vecinos, aunque no compartan sus ideas –¿tenía ideas Santiago Carrillo?–. Siempre me ha llamado la atención el alto concepto que tiene la gente de sí misma. “¡No comparto sus ideas, caballero!”. ¿A qué se referirán? Lo único cierto es que murió mientras dormía la siesta. ¿Cuántos años llevaba durmiendo la siesta? A ojo de buen cubero me salen veinticinco. ¿Cuándo perdió la única pasión de su vida? Quizá nunca. Cuando la política le abandonó a él –que no al revés– se buscó un sucedáneo para resentidos; se hizo tertuliano. Pasión o vicio sólo tuvo uno, y no fue precisamente el tabaco. Carrillo no fumaba, sencillamente jugaba con el humo, se distraía y disimulaba. Fumar es otra cosa.
La longevidad de un político que ya no es un peligro para nadie le otorga una especie de don religioso, casi místico, un estado de placidez y reconocimiento que alcanza la beatitud y en algunos casos roza la santidad. Fíjense en el detalle de que Rodolfo Martín Villa, un aspirante a este universo celestial, ha pedido en un artículo necrológico dedicado a Carrillo, que Dios, en el que con toda seguridad cree aún menos que yo, tenga a bien recibir a Santiago Carrillo Solares en el Paraíso. Tengo mis dudas de que seamos conscientes de que nuestro mundo político y social cada vez se parece más a una película de Buñuel. Nuestros empresarios –ahora llamados emprendedores– parecen personajes extraídos de la cena de sociedad de El ángel exterminador, y nuestros políticos de aquel otro filme inacabado de sublime truculencia, Simón, el Estilita.

Llegar a los 97 años, después de una intensa vida política tiene, además del aspecto beatífico que la simpleza ciudadana concede a los viejos profesionales, algo de perverso. Nadie mejor que ellos saben valorarlo. Se trata de contemplar cómo se han ido muriendo los enemigos: una enfermedad, un accidente, una inclinación, un tropezón… Santiago Carrillo tuvo el privilegio de dedicar líneas necrológicas a todos sus adversarios y hacerlo sin especial ira aunque con esa dosis de saña y desdén que se concede a quien ha muerto. Porque la muerte prematura –y todas lo son– significa una derrota en sí misma. Basta echar una ojeada y allí están, algunos poco conocidos, otros olvidados: Vicente Uribe; Enrique Líster; el pobre Antón, engreído amante de Pasionaria; Jesús Monzón el temerario; Gabriel León Trilla; el desdeñoso Comorera. O Fernando Claudín, uno de los personajes más sórdidos y limitados del comunismo español. Otros, más recientes y conocidos, Jorge Semprún, que llegó a ministro, sí, pero que murió antes que él, y Javier Pradera, al que había hecho vomitar en la primera reunión política de aquel estilo Carrillo, inconfundible, que te hacía echar las tripas o colgarlas del perchero.
Nunca tuvo preocupación intelectual alguna, porque la política es absorbente y exige exclusividad. Quizá sólo el cine. Su preferencia estaba en las películas de Louis de Funès, el cómico francés por excelencia de las clases medias. No era lector, ni siquiera de best sellers. Si lo hacía, se trataba de una obligación, ya se sabe, informes y comunicados. Con eso basta para hacerte una cultura. Si era menester redactar un texto largo, lo dictaba. Pequeños detalles, lo importante es que consiguió que se le fueran muriendo todos. Sólo consiguió engañarle Gerardín Iglesias, y quizá fuera porque ya le faltaban los reflejos y no pudo evitar el maleficio: nunca le des una oportunidad a un asturiano.

Ganó a Pilar Bravo, a Enrique Curiel, y a tantos y tantos que fue enterrando con un epitafio benévolo, en su estilo de caimán ya jubilado. Cuando solicitó su ingreso en el PSOE cuentan que Alfonso Guerra, que fue el recibidor, lo acogió con una sonrisa pero le salió el escenógrafo frustrado que lleva dentro y lo planteó en una ejecutiva socialista, más o menos de esta guisa: “El viejo Carrillo y el joven Verstrynge piden el ingreso en nuestro PSOE”. ¡Genial! Todo lo nuestro aún está por escribir, insisto. El hombre que había conseguido convertir al Partido Comunista de España, y por tanto al PSUC, en el agente más vivo de la lucha contra la dictadura –¡qué elocuente sería que la presidenta del catalanista Òmniun Cultural, Muriel Casals, aportara su testimonio como militante de aquel PSUC que prestigiaba la lucha de clases frente al nacionalismo!– solicitaba el ingreso en el PSOE al mismo tiempo que el delfín de Manuel Fraga Iribarne, en la universidad y en Alianza Popular. Carrillo y Verstrynge, dos generaciones, quizá también dos mundos, apuntándose al socialismo en su punto de decadencia. Toda una metáfora. Ahí empezó la jubilación del caimán.
Empezó a escribir sus memorias. Como no las tengo a mano y me da mucha pereza recurrir a ellas, por inútiles, vamos a dejarlas a un lado. Llegó a escribir media docena. Cada una diferente. Un matiz aquí, otro allá. Cuestiones del dictado. Aún recuerdo aquellos elogios de los principales intelectuales del país haciéndose mieles de su Eurocomunismo y Estado, un libro ayuno de todo, incluso de sentido; como una tertulia pero solo y de corrido. Estábamos en la gran época, porque en el caimán hay tres épocas bien definidas, la del caimán armado y derrotado, la del caimán jubilado y la que explica ambas, la formación del caimán.

Se había equivocado. Él había nacido para dirigir un partido de chavales con ambición y sin experiencia, algo así como el PSOE en vísperas de Suresnes, pero resultaba que había creado un partido  clandestino con un fuerte tinte estalinista que le venía de nacimiento, por más que entonces se dijera que se trataba de la herencia leninista. Los que habían conocido o sabían de Lenin, o habían muerto o los habían matado. Lo había hecho todo en la vida para ser un fiel militante del comunismo estaliniano y ahora resultaba que aquello amenazaba quiebra, y sobre todo carecía de cualquier futuro en el ámbito español. Merece la pena relatarlo, prometo hacer un resumen de algo que ya dejé escrito en tropecientas páginas que necesitan cierta actualización.
Ahora sólo vale un acercamiento, el esbozo de un hombre que empezó su vida política en una historia terrible, que es la España que va de la revolución del 34 y el final de la guerra civil, del joven socialista que se pasa a los que tienen futuro, según cree, que son los comunistas, que rechaza la manifiesta mediocridad de su padre, Wenceslao, un modesto sindicalista al que un intelectual como Julián Besteiro manipula a su gusto. No hace falta ser Freud para detectar ahí la distancia que siempre marcará con sus “intelectuales” particulares, de Claudín y Semprún a los dos Manolos, Sacristán y Azcárate. Aún recuerdo el aluvión de  admiradores cuando volvió con el bisoñé. Paco Umbral se derretía, Raulito del Pozo buscaba metáforas, las viejas plumas del Movimiento y los sindicatos, salvo excepciones reaccionarias que tenían la cabeza en el sumidero de Paracuellos, se inclinaban ante el hombre que susurraba a los caballos.
Hay que explicar la historia del caimán armado, de cómo aquel dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas al que descubrió Palmiro Togliatti, el líder italiano que aseguraban veía crecer la hierba, acabó convertido en un icono para el que pide una peana en el cielo Rodolfo Martín Villa.




Comunista

Santiago Carillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra


Si todos los que ahora dicen que fueron comunistas en el franquismo (y que luego se quitaron) hubieran sido efectivamente comunistas hasta que se borraron, España hubiera tenido un Gobierno comunista inmediatamente después de Franco. Y no lo tuvo. Y pueden elaborarse dos hipótesis: o bien dejaron de serlo instantáneamente o bien estuvieron en el Gobierno y no nos dimos ni cuenta.

Pero es verdad que hubo muchos comunistas, fue comunista incluso Ramón Tamames, que aparece ahora tan feliz a la izquierda de Carrillo cuando este se quitó la peluca. Lo cierto es que hace mucho que Tamames no es lo que dijo que era. Entre los comunistas, el más arraigado en la memoria (en la buena y en la mala) de los españoles fue Santiago Carrillo, que acaba de morir. Él fue el símbolo más denostado, el menos querido (por quienes no querían a los comunistas ni en pintura), y el que mantuvo una autoridad más duradera entre los suyos. Pero hubo otros menos denostados y quizá más queridos, como Marcos Ana, que vivió en prisión más tiempo que el tiempo que tiene de vida. Y Marcos Ana sigue siendo comunista, hasta cuando hace deporte, a su edad nonagenaria, en su casa de la calle de Narváez, en Madrid.

No fui comunista, sin duda porque no reunía las condiciones para serlo, pero sí fui compañero de viaje algún tiempo, en la Universidad, cuando los compañeros que sí eran comunistas me pidieron que les dejara mi habitáculo para componer allí a ciclostil la revista que ellos hacían circular con el nombre de Frente Democrático.

Ahora que ha muerto Carrillo algunos lo han despedido como lo trataron en vida, a tortazo limpio, y otros (incluso sus adversarios o carceleros) han celebrado su vida más reciente, la del líder que se asoció de manera decisiva al proceso de transición, como un factor imprescindible para interpretar la historia democrática del posfranquismo. Así pues, aquel hombre que hizo la guerra y que luego estuvo en guerra desde el exilio, fue finalmente un hombre de paz, pues paz es lo que hemos tenido hasta ahora.

Porque eso es cierto, porque Carrillo fue un hombre de paz viniendo de tanta guerra, extraña que el lado derecho de la Asamblea de Madrid no lo considere (aún) como un hombre de paz. Tendrán pegado al cogote (y a la mente) la historia de Paracuellos, que ha salido ahora a relucir como un mantra, y no esta otra historia que hasta el Rey (o desde el Rey) le agradece.

En su último discurso institucional, antes de dejar la presidencia de la Comunidad de Madrid, la presidenta Esperanza Aguirre le afeó con diversos epítetos a un diputado provincial de Izquierda Unida la oposición que ejercía en esa sede parlamentaria. Con el retintín que ella convirtió en divisa de su verbo, acabó esos adjetivos con la peculiar entonación de la palabra “comunista”. Dijo: “comuuuunista”, como si diciéndolo así quisiera dar a entender al público (el que estaba en la sala y el que escuchara en sus casas) que eso seguía siendo insultante tantos años después de que Alejo García anunciara en Radio Nacional de España que el PCE ya era parte de la legalidad.

Ni muerto Carrillo, que tenga paz, dejan en paz a los comunistas como Carrillo.






Puntualizaciones sobre Paracuellos

La atribución de responsabilidades por las ejecuciones a Santiago Carrillo aumentó cuanto más se acercaba la transición. Fue la tapadera para ocultar un terror mucho más brutal, sangriento y duradero: el franquista.


Entre las numerosas necrológicas aparecidas inmediatamente tras el fallecimiento de Santiago Carrillo algunas siguen haciendo hincapié en Paracuellos. Los lectores de este periódico quizá estén interesados en conocer los resultados de nuestras investigaciones que nos permiten arrojar dudas acerca de la pervivencia del canon franquista en varias de entre ellas. Las categorizamos en tres rúbricas: contexto, chispazo para la acción y responsabilidades y supervisión.

1. A comienzos de noviembre de 1936 las columnas franquistas habían llegado a las puertas de Madrid, sembrando de cadáveres su camino. Los bombardeos causaban estragos en la población. Entre los presos en las cárceles había centenares de militares dispuestos a unirse a los rebeldes. Su liberación parecía inminente.

2. El chispazo que condujo a Paracuellos provino de uno de los agentes de la NKVD llegado a Madrid mes y medio antes. La liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual en la guerra civil rusa. Aplicada al caso de una ciudad al límite, la NKVD no dudó en recomendar la misma “profilaxis”. A finales de octubre de 1936 el embajador soviético ya sugirió recuperar a los presos dispuestos a servir a la República. Como se había hecho con los oficiales zaristas para que se unieran a los bolcheviques.

3. El agregado militar, coronel/general Goriev, informó crípticamente a Moscú de la labor desarrollada por la NKVD durante el asedio de Madrid en un despacho del 5 de abril de 1937 y mencionó un nombre, el de “Alexander Orlov”. Lo envió por la vía reglamentaria a su jefe, el director del servicio de inteligencia militar. Lo descubrió en Moscú antes de 2004 Frank Schauff. Hay un borrador en el archivo histórico del PCE, en la Universidad Complutense. No conocemos a ninguno de quienes mantienen enhiesto el canon franquista que lo haya consultado. Hoy se quedaría con un palmo de narices. Falta la página con la referencia a la NKVD. Una casualidad. Se nos ha dicho que cuando un investigador ruso quiso consultar el despacho en los archivos moscovitas el legajo había sido declarado inaccesible. Otra casualidad.

4. La recomendación de la NKVD la puso en marcha Pedro Fernández Checa, secretario de Organización del PCE. Fueron militantes comunistas y anarco-sindicalistas quienes se encargaron de los aspectos operativos. Los primeros actuaron a través de los órganos de la DGS. Los segundos, que controlaban la periferia madrileña libre de asedio, aseguraron la realización. Fuera o no por igual, todos colaboraron en la liquidación de la presunta quinta columna excitados por las bravatas del general Mola acerca del potencial de sus partidarios en la capital.

5. Las primeras “sacas” se examinaron en una de las periódicas reuniones de la Junta de Defensa de Madrid. Ninguno de sus componentes pudo alegar desconocimiento sobre lo ocurrido. Dado que la presidía el general Miaja, sería difícil exonerarle de responsabilidad. También a los demás componentes. Uno de ellos, el consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, recibió instrucciones que no se transcribieron. Como otros jóvenes socialistas, acababa de solicitar el ingreso en el PCE. Las “sacas” se paralizaron por intervención del anarquista Melchor Rodríguez. Volvieron a reanudarse después de que este quedara desautorizado por el ministro de Justicia, el expistolero cenetista García Oliver.

6. La supervisión quedó en manos no de la DGS, relegada como brazo ejecutor, sino del miembro más prominente del Buró Político que permaneció en Madrid: Fernández Checa. Uno de los policías, Ramón Torrecilla Guijarro, declaró posteriormente que solía informar a Organización sobre cómo iba la operación. Esto respondía estrictamente al modus operandi comunista. El secretario de Organización era, en los diferentes partidos comunistas nacionales, el enlace con los servicios de inteligencia soviéticos. Lógico. En la concepción comunista de la lucha contra la reacción, la NKVD era al partido lo que el partido era a las masas: su vanguardia.

7. Fernández Checa era también el responsable de una sección consustancial a toda organización de corte leninista: el aparato secreto o ilegal, compuesto de “cuadros especiales” que se activaban según el contexto en que se desenvolviera el partido. Uno de los consejeros militares en España, Mansurov (Xanti), rememoró haber trabajado con él en la capacitación de tales cuadros. Algunos se formaron in situ; otros, como Santiago Álvarez Santiago (participante en las reuniones del consejo de la DGS en noviembre de 1936 y uno de quienes engranaban con los delegados en las prisiones para seleccionar a los presos que irían camino del matadero), se instruyeron en la sección especial político-militar de la Escuela Leninista de Moscú o en su seminario político. Fue el caso de Isidoro Diégez (responsable del PC madrileño). También los de Lucio Santiago (jefe de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia, movilizadas para las “sacas”), Andrés Urrésola (policía encargado de efectuarlas en Porlier), Agapito Escanilla (secretario del Radio Oeste del PC) o Torrecilla (miembro del consejo de la DGS y enlace con el Buró Político). El aparato se incrustó en la DGS mucho antes de noviembre. Todos se habían ya curtido en la eliminación de falangistas.

8. El nombre y doble papel de Fernández Checa no han aparecido, que sepamos, en los centenares de páginas vertidas sobre Paracuellos por los autores profranquistas. Pero su responsabilidad tanto en el chispazo inicial como en la supervisión y vigilancia de la operación es innegable. La dualidad de cadenas de mando nunca existió para quienes la ejecutaron: su lealtad no la debían a la Junta de Defensa sino exclusivamente al partido, vanguardia consciente de la lucha antifascista. El operativo fue netamente comunista. Los anarquistas más bien auxiliares.

9. Tanto desde el punto de vista profranquista, como después para autores en busca de notoriedad, siempre fue más “productivo” centrar la atribución de responsabilidades en Santiago Carrillo. Fernández Checa murió en México en 1940. La mayoría de los “cuadros especiales” fueron ejecutados en España en 1941-42. Todos quedaron amortizados como elemento arrojadizo de la publicística antirepublicana. Sorprende un tanto la absolución otorgada a Miaja. Sin duda no cabía extraer mucho capital propagandístico poniéndole en solfa. No ocurre lo mismo con Carrillo, hasta el punto de desfigurar arteramente hace poco tiempo las referencias que a él hizo Felix Schlayer, cónsul honorario de Noruega y súbdito alemán que publicó sus memorias durante el cálido régimen del maestro Goebbels. Curioso es también que el número de citas a Carrillo sea más abundante en las glosas posteriores de la Causa General que en la propia documentación del procedimiento. No tuvo un expediente propio hasta su promoción como ministro en el gobierno Giral en el exilio en 1946. Un mero repaso a la hemeroteca digital de Abc llevará al lector a la conclusión de que su nombre aparece tanto más vinculado a Paracuellos cuanto más se aproximaba la transición. Una batalla del pasado que sigue librándose en tono presentista.

10. El énfasis que continúa poniéndose sobre Paracuellos cumple dos funciones esenciales. En primer lugar, sirve para epitomizar el “terror rojo”. Paracuellos aparece como norma en lugar de lo que realmente fue, una dramática excepción que continúa presentándose como algo de lo que fue responsable el Gobierno de la República. En segundo lugar, sirve de inmejorable tapadera para ocultar la represión franquista, mucho más sangrienta y duradera. Los “mini-Paracuellos” de que están esmaltadas las regiones en que triunfó la sublevación no cuentan. Su recuerdo hay que obliterarlo con humo e incienso.

Es molesto leer, particularmente en este periódico, cómo en las cunetas y fuera de los cementerios, a veces en modernas urbanizaciones, las “fosas del olvido” tienen la desagradable ocurrencia de emerger tan pronto se excava. España es en esto un caso único, y auténticamente vergonzoso, en la Europa occidental. Paracuellos se ha convertido en la contraseña taumatúrgica para oscurecer, de forma pavloviana, un terror mucho más brutal.

Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas son contribuidores en la obra En el combate por la historia (Pasado y presente, 2012).




sábado, 22 de septiembre de 2012

¿Cómo es el mapa genético de Europa y de España?


Del científico y socrático blog Solo sé que no sé nada.




Europa es una coctelera racial que se ha gestado en milenios de migraciones del sur al norte y viceversa, de este a oeste y viceversa, hasta dar como resultado la Europa que hoy conocemos. Para aportar algo de luz al tema, científicos de diversas universidades han colaborado para confeccionar el mayor mapa genético de Europa. Para ello observaron 500.000 marcadores genéticos de un total de 3.200 individuos (centrándose en individuos cuyos abuelos procedían del mismo país) por medio de un complejo análisis informatizado con el objetivo de conocer el origen de los ciudadanos europeos, así como comprobar la separación genética entre ellos.


Los científicos estudiaron puntos genéticos conocidos como polimorfismos del nucleótido simple (o SNPs que son una variación en la secuencia del ADN que afecta a un único nucleótido del genoma). Los SNPs forman hasta el 90% de todas las variaciones genómicas humanas y no cambian mucho de una generación a otra, por lo que es sencillo seguir su evolución en estudios de poblaciones. Estudiando los SNPs presentes en cada población se pueden hacer grupos, establecer relaciones de descendencia, hasta llegar finalmente a encontrar los ancestros que dieron origen a la población humana. Una vez vertidos los datos obtenidos en gráficos, los científicos descubrieron que los individuos con estructuras genéticas similares se agrupaban cerca unos de otros, de manera que su distribución hizo visibles las principales características genéticas y geográficas de Europa.

La distribución de los haplogrupos ancestrales refuerzan la teoría del origen de los humanos modernos en el África subsahariana y permiten trazar en forma aproximada las migraciones humanas prehistóricas a partir de África y la sucesiva colonización del resto del mundo





Centrándonos de nuevo en el estudio realizado a nivel europeo, el plano genético detallado por naciones guarda gran similitud con el mapa político de Europa, si bien refleja que a pesar de las diferencias, todos los europeos están emparentados genéticamente en mayor o menor medida. Entre otras conclusiones destacables, el mapa identifica dos claras barreras dentro de las fronteras europeas. La primera, bien visible, la representa Finlandia. Se trata de un caso especial. Los individuos fineses tienen particularidades genéticas, seguramente por relacionarse con habitantes procedentes de Siberia. En cualquier caso son los europeos más distintos al resto. El estudio argumenta, además, que el pequeño número de finlandeses, así como su lejanía geográfica, propició una expansión local que les permitió conservar genes atípicos.






La segunda barrera, que a su vez sirve de punto de inflexión en el eje norte-sur, son los Alpes. La dificultad que suponía en el pasado vadear las escarpadas cimas alpinas segregó a los italianos de los demás europeos. Aunque el caso no es tan extremo como el finlandés, sí se puede observar cierta distancia genética entre una buena parte de los habitantes del sur de Italia y el resto. Se especula que durante el imperio romano llegó gente a Roma de todas las provincias del Imperio, ya sea esclavos, mercenarios o mismos soldados romanos nativos, de ahí su gran heterogeneidad genética, especialmente al sur de Roma. De hecho resulta especialmente destacable la diferencia genética que se observa entre los italianos sureños y los del norte.

Análisis detallado del mapa genético europeo

Si analizamos el mapa genético de Europa, por vía paterna (halogrupos del cromosoma Y), de forma más exhaustiva podemos dividir a la población europea en seis grandes grupos, siempre desde el punto de vista genético.

Europa Occidental (color rojo) 

Predomio del halogrupo R1b, ese halogrupo se encuentra presente en la mayoría de los irlandeses, galeses, escoceses, franceses, belgas, españoles, portugueses, ingleses del oeste, holandeses del sur, austríacos del oeste, italianos del norte (valle del Po) y alemanes del sur. Actualmente también es frecuente entre los habitantes de América y Oceanía, debido a la emigración.

En realidad el R1b es el haplogrupo más común en Europa occidental, llegando a más del 80% de la población en Irlanda, las tierras altas escocesas, en el oeste de Gales, la franja atlántica de Francia y el País Vasco. Se asocia tradicionalmente con el hombre deCromagnon, quienes fueron los primeros humanos modernos en entrar a Europa; de tal manera que los europeos de las costas del Atlántico con mayor frecuencia de R1b, conservarían el linaje de los primeros pobladores de Europa.



Europa Septentrional (color verde agua) 

Predominio del halogrupo I1 (nórdico o germánico), este halogrupo se encuentra presente en la mayoría de los noruegos, suecos, daneses, finlandeses, islandeses, alemanes del norte, ingleses del este y holandeses.

Típico de los pueblos escandinavos como Noruega, Suecia, Dinamarca y oeste de Finlandia; moderadamente en Rusia, países bálticos y en todo Europa oriental. Se encuentra principalmente en Escandinavia, el norte de Alemania, Holanda y la región oriental de Inglaterra. Asociado con el origen étnico nórdico, que se encuentra en todos los lugares invadidos por las antiguas tribus germánicas y los vikingos.



Generalmente se asocia a este halogrupo con los rasgos genéticos que propician el pelo rubio y los ojos azules, sin duda la similitud entre la dispersión porcentual del halogrupo I1 y la población con pelo rubio es innegable, como puede apreciarse en el siguiente mapa.



Europa del Este (color amarillo) 

Predominio del halogrupo R1a (eslavo). Sobre la base de datos arqueológicos, lingüísticos y genéticos, es posible decir que los nómadas pastores que vivían en las estepas del norte de Rusia y el bosque-estepa hace 5.000 años son los portadores originarios de este linaje.

Es mayoritario en Europa del Este, especialmente entre los eslavos del norte, predominante en polacos, ucranianos, rusos, bielorrusos, y en menor medida en eslovacos, checos, austriacos del este, húngaros y croatas.



Europa Baltica o del Nordeste (color violeta o lila)

Predominio o fuerte presencia del halogrupo N3 (uralico, finés, siberiano) que se encuentra en la mayoría de
los finlandeses, estonios, rusos del norte y en gran parte de los letones y los lituanos. Se considera que está relacionado con la expansión de las lenguas urálicas y se encuentra disperso principalmente en lo que fue la parte norte del territorio de la Unión Soviética, en Finlandia y en menor proporción en el Extremo Oriente.



Balcanes (color azul) 

Predominio del halogrupo I2a (dinárico o eslavo del sur) es mayoritario en las poblaciones de habla eslava de la península de los Balcanes (serbios, croatas) y también tiene presencia entre los búlgaros y rumanos.



Mediterráneo oriental (color verde)

Predominiodel halogrupo J1 y J2. El J1 es muy frecuente en la península arábiga, en el Cáucaso, Mesopotamia, Turquía, Israel y en semitas de África del norte (Argelia, Túnez, Egipto...). La expansión del Islam ha jugado un papel importante en la introducción de J1 en el Norte de África, y en menor medida en el sur de España y Portugal. Por otra parte es un legado del Imperio Romano la fuerte presencia en el sur de Italia de gente procedente de Grecia, Anatolia (actual Turquía) y del norte de África.




En cuanto al haplogrupo J2 está relacionado con los antiguos etruscos, griegos, fenicios, asirios y babilonios. En Europa, alcanza su mayor frecuencia en Grecia (especialmente en Creta, Peloponeso y Tracia), en el sur y el centro de Italia, el sur de Francia y el sur de España. Los antiguos griegos y fenicios fueron los principales impulsores de la expansión J2 en todo el oeste y el sur del Mediterráneo. Los fenicios, judios, griegos y romanos, contribuyeron a la presencia de J2 en la Península Ibérica, especialmente en el sur.



En el sur de Italia, Grecia, Serbia, Albania y en Turquía, hay también, una importante presencia del halogrupo E1b (norteafricano, color tierra) que es mayoritario en Egipto, Tunez, Libia y otros países del Magreb. De hecho se trata del haplogrupo más característico de toda África y representa la última gran migración de África a Europa. En el continente europeo tiene la mayor concentración en el noroeste de Grecia, Albania y Kosovo, alrededor de los Balcanes, el resto de Grecia y Turquía occidental.

En muy característico entre los bereberes del Norte de África occidental. En algunas partes de Marruecos alcanza picos del 80% de población. Este haplogrupo también representación en la Península Ibérica (principalmente la parte occidental), Italia y  Francia.



¿Cómo es la composición genética de los españoles?

España está genéticamente muy relacionada con el resto de los pueblos de la Europa más occidental (Irlanda, Gales, Bretaña francesa y Portugal) mucho más que con ningún otro pueblo. Los análisis genéticos apuntan a una fuerte ascendencia paleolítica entre la población de la Península Ibérica. El haplogrupo R1b del cromosoma Y alcanza frecuencias del 60% en la mayor parte de la Península Ibérica, llegando a alcanzar hasta el 90% en el País Vasco y Navarra. Esto muestra un vínculo ancestral entre la Península Ibérica y el resto de Europa Occidental, y en particular con la Europa Atlántica, con la que comparte altas frecuencias de estos haplogrupos. Irlanda, Gales, Francia y la región norte de Portugal son los lugares más similares genéticamente a España. El español es un pueblo muy homogéneo desde el punto de vista genético (mucho más que el italiano, por ejemplo) y más relacionado genéticamente con otros pueblos atlánticos como portugueses, franceses, irlandeses y escoceses que con pueblos mediterráneos.

Incluso hay quien sugiere que las poblaciones primigenias del norte de la Península Ibérica y el sur de Francia colonizaron el resto de Europa Occidental al final de las últimas glaciaciones. Un estudio elaborado por la Universidad de Oxford, sugiere que parte de la población británica desciende directamente de un grupo de pescadores ibéricos que viajó por mar hasta las Islas Británicas hace aproximadamente 6.000 años. El equipo de investigadores liderado por el profesor Sykes llegó a esta inesperada conclusión mediante el análisis de material genético de habitantes de la costa cantábrica española y comprobaron que el ADN de ambos grupos era prácticamente idéntico, especialmente en la costa occidental de las islas. Esta oleada migratoria se convirtiría en la base de la población británica y la huella genética más común en los británicos llevaría por tanto la marca de aquellos pobladores (haplogrupo R1b), a continuación, las invasiones escandinavas matizaron la composición genética de la región oriental del Gran Bretaña, y en mucha menor medida la de los habitantes de Gales o Irlanda. 



Lo que la ciencia nos demuestra y deja claro es que la composición genética de los antiguos pobladores de la Península Ibérica era muy similar a la que se encuentra en la moderna España, lo que sugiere una fuerte continuidad genética a largo plazo desde la época prerromana. Por España pasaron muchos pueblos, pero muchos dejaron poca o ninguna huella genética, parece ser el caso de árabes y cartagineses/fenicios o romanos. Los que realmente nos dejaron huella fueron los antiguos Celtas e Iberos. Los íberos formaban parte de los habitantes originales de Europa occidental y eran similares a las poblaciones celtas del primer milenio antes de Cristo de Irlanda, Gran Bretaña y Francia. Posteriormente, los celtas cruzaron los Pirineos en dos grandes migraciones: en el IX y el VII siglo a. C. Los celtas se establecieron en su mayor parte al norte del río Duero y el río Ebro, donde se mezclaron con los íberos para conformar el grupo llamado celtíbero.

El haplogrupo predominante en el 70% de los españoles es el R1b,conservamos así el linaje de los primeros pobladores del continente además de una importante herencia celtíbera. Ni los fenicios/cartagineses, ni los griegos, ni los godos, ni los romanos, ni los árabes modificaron sustancialmente la composición genética de esa población primigenia, la aportación de estos pueblos fue mucho más fuerte a nivel cultural que a nivel genético. Eso se debe a muchas razones diversas, entre otras, que estas poblaciones invasoras nunca fueron relevantes numéricamente respecto del resto de la población, algunas de ellas (griegos y fenicios) se dedicaban a construir colonias costeras para el comercio, no a invadir a los nativos. Por otra parte el Estrecho de Gibraltar nunca fue cruzado por una migración importante desde Norafrica a Europa o desde Europa a Norafrica. Eventos demográficos incluyendo el Neolítico, contactos mediterráneos (desde el segundo milenio A.C al periodo romano), y las expansiones islámicas parecen haber tenido poco impacto genético sobre los intercambios norte-sur.





Si nos centramos en el impacto genético de los ocho siglos de al-Ándalus en la genética de la población actual observamos como hay una determinada relación genética entre la Península Ibérica y el Norte de África como resultado principalmente de este período histórico. Igualmente esa contribución no resulta especialmente elevada en términos relativos teniendo en cuenta esos ocho siglos. Esa contribución se observa principalmente en la región occidental de la península, dato que concuerda perfectamente con los registros históricos. Tras la revuelta de los moriscos en el siglo XVI, la mayoría de ellos fue deportado de sus lugares de origen en Granada y llevados al exilio al noroeste. Quinientos años después, el genoma de los españoles lo muestra: hay más descendientes de moriscos en la plaza de Salamanca que en Granada. En concreto la mayoría de estudios estiman en torno a un 10% de la población actual tiene características genéticas propias de los habitantes del norte de África, porcentaje muy similar al encontrado en el norte de Italia o en Francia. Por contra en otros lugares de Europa esa aportación genética resulta bastante más notoria, son los casos de Grecia, Serbia, Albania o el sur de Italia (cerca del 25%). En la misma Península Ibérica, el haplogrupo E tiene en Portugal, principalmente en la zona sur mayor peso en el global de la población que en España.



Curiosamente Portugal presenta globalmente mayor similitud genética respecto a Italia que España. Hay quien sugiere que tras la expulsión de judíos y musulmanes en época de los Reyes Católicos, provenir de una familia de cristianos viejos o ser descendiente de musulmanes o judíos suponía obtener un certificado de ciudadanía de primera. En esa época gran cantidad de judíos y moriscos expulsados de España se refugiaron en Portugal provocando desde entonces una leve "fractura" genética entre España y Portugal. La mayor presencia en Portugal de los haplogrupos E1b (norte de África) y J (mediterráneo oriental) que en España parece confirmar ese hecho (haplogrupos representados en el mapa superior por los colores tierra y verde respectivamente). Por otra parte hay que resaltar que los franceses del Sur (Occitania) también presentan mayor similitud genética con los españoles que los portugueses. En concreto la población originaria del eje Burdeos-Toulouse-Montpellier.

Fuentes: Elaboración propia, wikipedia, eupediahaplogroups of europecell,masalladelacienciaabciberaldea