Para los ateos, la muerte es el punto final de la obra que hemos hecho de nuestra vida, de esta "pasión inútil". No hay nada más allá, si no es la memoria de quienes nos amaron o nos admiraron; la memoria de quienes nos odian o nos desprecian no incrementa este melancólico haber.
Mi amigo marxista ortodoxo me informó el otro día, mientras desempeñábamos labores propias de nuestros cargos, que había muerto Christopher Hitchens.
Hace unos meses publiqué esta entrada sobre el pugilato dialéctico entre el brillante inglés Hitchens y el pugnaz escocés Galloway, no sólo interesante en lo político, también en lo fonético ;-) .
No estoy de acuerdo con su deriva ideológica reciente, pero no dejo de entenderla. A diferencia de los renegados meapilas, Hitchens no dejó de ser un perverso impío, condición de todo pensador de verdad.
Hitchens me resultaba admirable. Que la tierra le sea leve.
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