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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ya llegó, ya está aquí.


Denostábamos, mirando de reojo, la tesis del fin de la historia por su débil cimiento con aire de american way of life; criticábamos el profesoral y wasp choque de civilizaciones y sus tonos intelectuales de otro tiempo; cloqueábamos de indignación ante una posmodernidad ad hoc frívola y juvenil que nos dejaba, por nuestra irredenta modernidad, como viejecitos decentes pero gagás. Hemos arremetido con nuestros mejores arietes dialécticos para poner en evidencia la falta de sustento racional de las tesis neoliberales y su carácter trapacero; hemos plantado cara al neoconservadurismo belicista cuando los pueblos se pusieron en pie; hemos avisado del deterioro ecológico perpetrado por el productivismo imprudente y voraz; hemos jaleado la disidencia del poder hegemónico aunque esa disidencia no mame de nuestras mismas ubres; hemos temblado como adolescentes pudorosos y alegres cuando los indígenas nos daban lecciones de democracia y razón populista… Permanecíamos en “stand by”, agazapados, rumiando viejas consignas, aggiornando los lemas, dando vueltas a las esperanzas, esperando,…

Y por fin la crisis del sistema –antigua, permanente, angustiosa pero difusa mientras no se encarna en lo económico- ha eclosionado. Naturaleza (erosionada), cultura (desorientada), sociedades (escindidas) aguantan lo que les echen (todavía), siempre que aún haya un empleo (precario) que mantenga a la familia en el nivel de la subsistencia. Sin embargo, la salvaje avaricia de los brokers y los banqueros y su falta de ética y estética han conducido el vehículo del sistema a caer por el terraplén. La cuestión está ahora en ver si estos conductores necesariamente retomarán ese derrotero o si reformándolos o sustituyéndolos cabe que el sistema lleve el rumbo de su pervivencia. Liberales antiguos y socialistas jóvenes refrescan la lectura o leen por primera vez a Don Carlos para enterarse de que el capital desaforado genera una superproducción inasumible por los consumidores y que las inversiones degeneran en fáusticos experimentos especulativos, cuando no en geométricas estafas.

El liberalismo decimonónico (con su mocedad) y su trasunto socialdemócrata (el primer neoliberalismo, el de la segunda mitad del XX) controlaban desde el estado, políticamente, la economía, modulaban el consumo y la inversión a conveniencia, para, según unos, hacer de la necesidad virtud y aprovechar los desfallecimientos capitalistas para cargar en el erario público las faltas; para, según otros, humanizar y socializar el sistema vigente o reformarlo hasta donde fuera posible. En cualquier caso, este es el welfarismo al que ahora se apuntan algunos, caídos del caballo neolib camino de Damasco, o que sirve (por la mera mención de proyectos humanistas) para acusar al primer presidente USA no-blanco de cripto-socialista. Esa sería una solución progresista y sensata a los problemas que nos acucian, dicen. Vuelta al crecimiento desde el flanco de la humanización del sistema, de la optimización de las condiciones de las franjas medias y populares, para así reactivar la fluidez del proceso económico por el consumo de las rentas del trabajo sólidas, productivas y protegidas de las inclemencias de la vida familiar y social. Es decir, vuelta a un productivismo para asignar rentas a las franjas sociales medias y bajas, sin necesidad de redistribución y coste para las rentas altas.

El liberalismo desvergonzado y sin complejos de Thatcher/Reagan, el neoliberalismo neoconservador, que se explayó tras la Caída del Muro, ha llevado la distribución de las rentas a los extremos usando el monetarismo, la regresión fiscal, la flexibilización interesada de los mercados financieros, degradando la mercancía trabajo con la precariedad y la pérdida de condiciones laborales ganadas décadas atrás, privatizando los servicios públicos. Y ese hiper-beneficio que se ha arracimado en las rentas del capital haciendo palanca contra las rentas del trabajo abre la brecha, sin conseguir por su lado afianzar las rentas de los empleados ni crear empleo en grado suficiente. El consumo, santo grial del sistema, no remonta, pues las rentas de capital más que ahítas no necesitan consumir y toman la deriva del ahorro y la inversión en terrenos ignotos… tan ignotos como son los virtuales de la especulación financiera y los truculentos experimentos madoffianos.  Esta catástrofe, si no emprendemos el camino santurrón del welfarismo y nos mantenemos en la dogmática neolib, se salvará con dosis de inyecciones a bancos y fondos para que recuperen su tono muscular de liquidez, una cuarentena de proteccionismo y una bajada de impuestos para enjuagar deudas y retornar al mágico consumo.

No obstante, tanto el neoliberalismo keynesiano estimulador de mitad del XX como el dogma neoliberal neoconservador de fines de siglo, son para nuestros ojos esteparios la variante amable y la variante perversa del dios bifronte, el Jano capitalista. Uno y otro  confían en una manera de hacer y vivir regida por una búsqueda irrefrenable de la producción para saciar a una clase ociosa y desmesurada. Humanizar las condiciones de producción para mejor vivir y así poder mejor alimentar a las altas rentas o individualizar los cauces de afirmación social para exacerbar los éxitos económicos. En cualquier caso, la vida social e individual para la competencia económica, no la economía para la humanidad.

Pues bien, ahí la tenemos y ahí estamos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Coadyuvar a la refundación del capitalismo o construir alternativas? ¿Dedicarnos a la cosmética o a la poética? Hay que redistribuir las rentas, condonar deudas al Tercer Mundo, instaurar la tasa Tobin, impulsar las soberanías alimentarias y energéticas, dar forma a la razón popular en modos de democracia participativa, hacer estado para construir sociedad y defender el empleo y las condiciones de los trabajadores, en especial de los excluidos y precarios. Pero, sobre todo, tenemos que comenzar una pedagogía que enseñe que ya no cabe consumir y producir a cualquier precio, que junto al reparto de las rentas, cuya restitución hay que reclamar, también tenemos que aprender a construir un nuevo modelo cultural que equilibre un uso moderado del tiempo de trabajo con un empleo universal para una vida humana. Porque como dice Jorge Riechman “quien no sabe desprenderse de una ventaja ganada por su ascendiente ha abrazado ya la profesión de verdugo”.

Es simple. Queríamos una oportunidad. Ahí la tenemos, menos magnífica y formidable que la que ya tuvimos, menos épica (no olvidemos, empero, el aviso del clásico, “no hay cambio de clase dominante sin coerción de la clase dominante”; pero esa es otra historia, por el momento). Es hora de humildades,  de un camino largo y moroso de pequeños pasos, creo. Y nosotros, como sindicato, reivindicando frente al patrón, desde los principios. Como siempre hubo que hacer.



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