Entrada

No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tariq

Creo (no, estoy seguro, pero si no dices "creo", te suelen acusar de soberbia) que el hombre al que más quiero - quitemos a mi difunto padre y a mis bellos hijos varones, pero son sangre de mi sangre, es otra cosa - es Tariq, mi compadre. Él es hermoso, inteligente, sencillo y generoso y lleva un aguijón a cuestas con el que pica, pero que a quien más pincha es a sí mismo.

En mi memoria sentimental, es indeleble la huella de mis subidas a su casa de la sierra, donde disfrutaba de su hospitalidad y la de su magnífica familia. También recuerdo las noches de nuestras correrías por bares y discoteques, éramos una extraña pareja.

Lo visité en su exilio, al acabar yo las galeras de mi facultad y antes de comenzar las galeras del servicio a la patria, allí donde Varo perdió los estandartes. Hubo un clima benigno, ni frío ni calor, cero grados durante las dos semanas en que me alimenté del sincretismo culinario de griegos, italianos y turcos. Escuché (y grabé) una y otra vez el Tango in the night de los Fleetwood Mac, así que siempre los relacionó con Tariq. Pero sobre todo lo relacionó con el flamenco.

Le digo como me dijo él en la costa de Chipiona, hace mil años, después de darme un piquito en los labios, "Te quiero, sin mariconería ninguna".





                 Eran dos amigos, dos compadres. El uno, Lucio, empleaba el cerebro como vísceras, el otro, Tariq, usaba las vísceras por cerebro.


                 Justicia espontánea
M. y yo paseamos por la dársena bajo el sol del mediodía primaveral, a la vera  de casitas como merengues fúlgidos. El petimetre cuarentón engominado, vestido de blanco y marfil, parlotea con las pibas broncíneas, con acentos melifluos. Fruncimos el ceño, nos miramos y nos compadecemos. Desenfundamos los revólveres de las sobaqueras y disparamos todas las balas. Cae el guiñapo al agua sucia del muelle entre centenares de lisas y mendrugos de pan de baguette. Después del primer respingo con gritito, los pibones con sus falditas plisadas y sus camisas anudadas bajo los pechos salaces nos abrazan y nos arrumaquean: “Gracias, se estaba poniendo de un pesado…”

2 comentarios:

  1. Hola

    Tariq quiere comentar y no puede. Será la venganza de Varo o la de la aviesa Angela, pues mi amigo de Levante sí que lo ha hecho un par de veces.

    Lord V.

    ResponderEliminar