Tienen razón. Ya está bien de demagogia, de buenismo y de blandura. Es una obviedad que no podemos mantener un sistema de vida apuntalado en una estructura estatal dilapidadora y en una cultura hedonista y complaciente.
Es el empleo el que nos sacara de este pozo en el que nos hemos sumido de repente, cuando la burbuja de un sistema lenitivo de nuestras propias responsabilidades, ha estallado. Son precisas para fomentar aquel una serie de medidas que faciliten que los emprendedores puedan recurrir de modo fácil a la mano de obra a la hora de impulsar la producción y prescindir de ella cuando esta se retraiga por exigencias del mercado. Los requisitos para establecer empresas, la carga fiscal, la mal llamada carga social deben diluirse, ser lo mínimos para aligerar la inversión de partidas no productivas. De este modo habrá una expansión económica, fundamentada en la retroalimentación entre la inversión, el beneficio del capital, el fomento del empleo y el consumo. Este permitirá a los consumidores disfrutar de bienes y servicios de calidad y prescindir de la innecesaria invasión del estado en forma de impuestos y limitaciones legales a la libertad de elección. La libertad de enseñanza de los padres se verá de este modo garantizada. La cobertura sanitaria o asistencial abarcará estrictamente las necesidades de individuos y familias, el ciudadano se corresponsabilizará del uso de servicios públicos o de infraestructuras; de esta forma se evitará el abuso y la dejadez moral.
El estado, las diferentes administraciones deben ajustarse a permitir el desenvolvimiento natural de los impulsos individuales y mantener el orden social y reducir, por consiguiente, de modo drástico todo gasto que exceda estas premisas. El déficit del estado debe ser ahogado desde la raíz, no incurriendo en gastos e inversiones que deben quedar abiertos a la libre iniciativa de la empresa.
En suma, hemos de derribar los muros que limitan la libertad y la iniciativa personal. Solo así es posible una prosperidad continuada y una vida moral.
Viva Mariano (y José María, y George, y Angela, y Joan, y la madre que nos parió).
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