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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Chan chan

En unos días se cumplirá el 53º aniversario del triunfo de la Revolución cubana.





      Preguntas y respuestas sobre Cuba.
      Javier Ortiz
      (Martes, 19 de octubre de 2004)

Mi reciente Apunte sobre el castrismo y la simpatía que le muestra una parte de la izquierda radical española me ha aportado una nutrida correspondencia, casi toda crítica. Como no tengo tiempo para responder uno por uno a cuantos me han escrito, he agrupado en unas cuantas preguntas las objeciones más comunes que me han dirigido y las respondo a continuación.

A) Pregunta.– ¿Por qué hablas de la falta de libertades y derechos en Cuba y no dices nada sobre cómo está de mal la gente en el resto de los países latinoamericanos?

Respuesta.– Porque no tengo por las cercanías nadie que defienda los regímenes políticos que padecen los pueblos de esos países. Si en la disidencia española –o vasca, o catalana, que tanto me da a estos efectos– hubiera entusiastas propagandistas de los gobiernos de México, Perú, Bolivia o Paraguay, juro por lo más sagrado que los pondría de vuelta y media. Pero no.

B) Pregunta.– ¿No te tomas demasiado en serio eso que llamas “los derechos y las libertades individuales y colectivas”? ¿Qué entidad poseen esos derechos y esas libertades para quien no tiene ni qué comer?

Respuesta.– Por lo que me ha tocado ver en la vida, no hay ninguna razón que obligue a elegir entre comer y ser libre. No me faltó nunca alimento en los tiempos del franquismo (hablo de mí; ya sé que a otros sí tuvieron ese problema), pero la comida que llenaba mi estómago nunca llegó a taparme la boca.
Si los dirigentes políticos cubanos se las arreglan para usar el dinero que sacan al pueblo –porque los políticos profesionales no realizan ningún trabajo productivo: conviene no olvidarlo– de modo y manera que la población de su país pueda comer, e ir a la escuela, y recibir atención sanitaria y otros beneficios sociales, habrán hecho algo muy digno de encomio, qué duda cabe. Pero si luego, y además, impiden que el anti-marxista cuente por qué lo es, o que el marxista diga por qué considera que los castristas no lo son, o que el o la homosexual viva libremente su amor sin que nadie se meta por medio, o que el guevarista recuerde lo que Fidel le hizo al Che en su dramático paso por Bolivia, o que alguien funde el Partido Medioambiental Medioimbécil Cubano, sencillamente porque le da la gana... pues entonces, lo siento, no podré darles mi aprobación.

C) Pregunta.– ¿Tanto te inquieta la diferencia entre la ausencia de libertades formales y la ausencia de libertades reales?

Respuesta.– Rechazo que las llamadas “libertades formales” no sean reales. De hecho, este ejercicio que realizo día a día desde aquí –decir lo que me parece justo, convocar a la gente a la disidencia y a la revuelta– se ampara en una libertad muy real. Sé de qué hablo: sufrí cárcel en mis años mozos nada más que por mi negativa a aceptar que me obligaran a callar lo que pensaba (que es, en buena medida, lo mismo que sigo pensando).
Siempre me he preguntado si la razón que explica que algunos no sientan un gran aprecio por la libertad de expresión no será que apenas tienen nada que decir.

D) Pregunta.– Pero ¿a qué viene esa fijación tuya contra el castrismo?

Respuesta.– No hay fijación ninguna. Quienquiera que repase las columnas que he escrito en El Mundo durante los últimos 15 años, verá que no he dedicado ni una sola a criticar a Castro. Hablo de él en este espacio minoritario, reservado para los amigos. Son charlas pro domo nostra. Hay tantos malignos de más peso –de muchísimo más peso, incluso– que me parecería un exceso poner a Castro en primer plano.
Pero tampoco veo por qué habría de ocultar mi oposición a su régimen. Y a su incapacidad para entender que él podrá creerse todo lo listo que le dé la gana, pero que los que no estamos de acuerdo con su retórica tenemos tanto derecho como él a comunicar nuestros gustos y nuestros disgustos a cuantos quieran saber de ellos. Sin que nos metan en la cárcel por hacerlo.
No acepto que existan delitos de opinión. Ni en Euskadi ni en La Habana.

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