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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

miércoles, 19 de enero de 2011

Segunda gran guerra


                 Veintidós días antes del suicidio del Monstruo pequeño, el ocho de abril de mil novecientos cuarenta y cinco después del Cristo, los cadáveres de los oficiales alemanes traidores oscilaban colgados de cuerdas y ganchos de las farolas de Viena.




               El soldado invasor alemán que por la mañana va a la panadería a comprar cruasanes y brioches,  por la noche, con el barboquejo suelto, corre sobre los tejados de pizarra disparando a la luna.




                A las puertas de Stalingrado, entre cascotes de cemento y aceros retorcidos, bajo formidables estampidas de artillería, un oso flaco, borracho y aterido, con una hoz en la diestra y un martillo en la siniestra, salvó la civilización.



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