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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

sábado, 30 de julio de 2011

Ese terrorista es de casa


Ese terrorista es de casa, de Gregorio Morán en La Vanguardia

SABATINAS INTEMPESTIVAS
Nos lo repetimos tantas veces  que acabamos por creérnoslo. Todas las guerras son iguales. Todas las guerras son iguales. Pero luego las estudiamos y por muy parecidas que sean nunca son iguales, ni siquiera quienes las provocan. Sólo las víctimas tienen una cosa en común; su condición de víctimas. Decimos, todos los crímenes son execrables, pero resulta que los criminales son diferentes, y es verdad que uno queda mucho mejor haciendo declaraciones generales contra el terrorismo, sin meterse en harina, aunque luego en su fuero interno haya una disociación total entre lo que escribe y lo que piensa. ¿La invasión de Iraq fue terrorismo? Yo creo que sí y hasta lo podría demostrar, pero hay quien se declara riguroso combatiente frente al terrorismo internacional, y lo considera un acto pacificador.
Las teorías conspirativas sobre la relación entre ETA y el yihadismo islámico me parecen una supina estupidez y una prueba más de esa afición simplificadora de la derecha hispana, que lo amalgama todo cuando el terrorismo del enemigo se cruza en sus planes. Pero al mismo tiempo nunca entendí el argumento que rechazaba por principio que pudiera ser ETA la autora del 11-M, basándose en que las explosiones eran demasiado bestias e indiscriminadas. Ha habido en la historia de ETA atentados bestias e indiscriminados suficientes como para que fuera una posibilidad, y en muchos casos si no ha sido mayor la tragedia y el victimario es porque erraron en sus planes. La perversidad de una dinámica terrorista está en que no hay otros límites que la propia capacidad de matar; hasta donde puedan llegar, llegan.
Cuando en ETA se llevó a la práctica lo que un descerebrado con pretensiones denominó “socialización del sufrimiento” -por cierto, uno de los que ahora considera que sólo sirven las vías políticas no violentas-, eso traducía a escala vasca el terrorismo salvaje e indiscriminado de la yihad islámica que luego conocimos. Pero todo lo demás era diferente. No digamos tonterías, los terrorismos no se parecen en nada, salvo en las víctimas, que suelen ser inocentes.
Me impresionó en la misma mañana del sábado pasado leer el titular del ABC madrileño -”Atentado yihadista. Noruega bajo el terror”-, pero aún más a un cretino diplomado, que firma Fernando Reinares, hacerse el interesante en las páginas de El País explicando porqué los islamistas habían atacado Noruega: “en mayo de 2003 me encontraba precisamente en Oslo…”. Recuerdo a este personaje a comienzos de los años ochenta, haciendo una encuesta sobre la violencia -entonces no se decía terrorismo- a la que debíamos responder varios de nosotros, que luego él la presentaría al público lector. Acto de desvergüenza intelectual que el tiempo no se ha encargado de desmentir.
Ahora corrige la frivolidad y señala que escribió el artículo de marras desde Washington, porque reside en Estados Unidos, como si tanto despendole viajero a cuenta del erario fueran argumentos para poder decir naderías irresponsables. Catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos e “investigador principal de terrorismo en el Real Instituto Elcano”, dice a pie de texto. ¡Un respeto! (Nadie te pide que corras a palabrear como un tertuliano, sino que pienses, que para eso te pagan, y sospecho que abundantemente). Cada vez me convenzo más que nuestro problema no es la crisis, sino porqué llevamos tanto tiempo en manos de frívolos irresponsables.
Anders Behring Breivik, noruego, 32 años, nacido en una familia culta y no creyente, padres votantes socialdemócratas y separados, amante del deporte, bien parecido, reaccionario (que se define por lo que odia), militante durante siete años del partido conservador, que allá se denomina “del Progreso” -23 % del electorado en septiembre del 2009, cuando ya él lo había dejado; quizá por eso, porque ya eran muchos y se habían ablandado-. Nivel cultural discreto para un adulto noruego, es decir, lo que llamaríamos “medio-alto” en nuestros estándares españoles. Sabe de qué habla y lo que oculta. Ningún problema económico, aunque nadie precisa muy bien de qué vivía. Trabaja para un atentado, pero lo hace solo. Este es un producto occidental, una excrecencia de nuestra sociedad. Éste es de casa y se podría reconstruir su ADN cultural, porque ya hay antecedentes de esa cepa y de ese virus, pero tiene elementos nuevos. Nuestros, pero nuevos.
Nosotros, los mayores, pertenecemos a un mundo de jugadores de parchís. Puede sonar a chiste, pero no lo pretendo. Es difícil encontrar a alguien de nuestra época que no haya jugado al parchís en su vida. También a las cartas, incluso a las máquinas tragaperras. Cuando me enteré que Juan Antonio Bardem, director de cine, se había convertido en un ludópata de máquinas tragaperras, confieso que me quedé impresionado. Lo entendí como si alguien, un amigo ya mayor, se hubiera colgado del cable telefónico cuando ya nadie utiliza otra herramienta para comunicarse que los móviles; instrumentos que dan juego para todo menos para el suicidio. Anders Behring Breivik sin ser un adicto era un apasionado de los videojuegos. Los preferidos World of Wircraft y Modern Warfare 2. Sé de videojuegos lo mismo que de física cuántica, pero me alcanza pensar que ese tipo hizo en la isla de Utøyalo mismo que un videojugador en vivo: eliminar enemigos de la pantalla.
Las generaciones de jugadores de parchís estamos perdidos en nuestra ignorancia para situarnos en el lugar del criminal. Porque no se trata de un asesino en serie sino de un terrorista; un individuo que actúa con un fin que sobrepasa sus intereses inmediatos. ¿Y cómo abordamos dos elementos fundamentales: la preparación del atentado y la crueldad? Sobre todo, la crueldad. Eliminar implacablemente con balas reforzadas a unos adolescentes socialdemócratas, cuantos más mejor. Si hubiera podido a toda una generación, con seguridad lo hubiera hecho. Y preparar una explosión que cumpliera dos finalidades estrictamente pensadas: ensangrentar el centro del poder político, y depaso atraer la atención para darle tiempo a arrasar el campamento de los jóvenes socialdemócratas.
Nuestro recurso más fácil es el de la locura. Está loco. Los nazis no estaban locos y Hitler menos que ninguno de ellos. Lo que ocurre es que perdieron. No solemos decir de los dictadores que lograron morir en la cama, rodeados de aduladores, que estaban locos. Ni Stalin, ni Franco, por citar dos casos de manual. Tenían manías y obsesiones criminales, eso es todo. Pero aquellos que fueron derrotados y pasaron antes por una  etapa de éxito y gloria, esos estaban locos. Una forma de evitar la responsabilidad de analizarlos y saber de dónde demonios salieron, y por qué fueron tan populares. En definitiva, de dónde salió su mentira y cómo se encubrió su crimen.
Detrás de la mente concienzuda y rigurosa de ese terrorista noruego hay acumulados restos que creíamos barridos por la historia. No ha matado emigrantes musulmanes, que le hubiera sido más fácil, e incluso le hubiera servido para justificarse ante una corriente reaccionaria que amenaza tanto más que el islamismo radical, porque procede de nuestra historia, incluso de nuestra cultura -porque hubo una cultura fascista y existe una cultura que la justifica-. Fue directamente hacia el poder socialdemócrata y a los jóvenes que iban a ser la próxima generación de dirigentes noruegos.
Le sorprendió, al parecer, que no le mataran los policías que le detuvieron. De seguro, él lo habría hecho. Incluso buena parte de esos antiterroristas que se impresionaron hasta las lágrimas por la matanza, se sentirían más a gusto con su conciencia si hubieran acabado con él en el lugar del crimen. Sin embargo, pienso que de ser noruego me sentiría orgulloso de ese final. Está todo tan lejano de nosotros, que me gustaría ser ciudadano noruego, aunque sea como homenaje, por unos días, mientras honran a sus muertos. A nosotros nos faltan ciudadanos y nos sobran linchadores.
La próxima ´sabatina´ aparecerá el primer sábado de septiembre.

jueves, 28 de julio de 2011

Davy Jones unas veces ríe y otras veces llora

 Ya os dije que es muy desabrido y tornadizo también. Lo mismo ríe que llora y para mis cortas entendederas dice lo uno y lo contrario. Será que es intelectual o sentimental. Qué difícil.



                  No se compadece el amor con la repugnancia moral. El amor dice a admiración.


                 El hálito de humanidad nos alcanza cuando vemos sufrir al animal.


                 Niños, ancianos, enfermos, animales: no dejan de sorprenderme, son como personas.


             Descanso tumbado en la orilla, al calor y luz de una hoguera. Allá, un gato parlante y zalamero dirige – oh, entre los ribazos- la serenata. La compañía, sube que te baja en la oscuridad, marcha cantando y, alzando los brazos, me arroja loores y salves como si fueran flores.


              Veo a mi padre con un gabán de cuero caminar bajo la nieve, abajo en la plaza.


              La anciana triste y ya exhausta mira a la criatura que acuna y al pensar “Aquí estás, aquí quedarás” se consuela y sonríe. 


              Eran dos amigos, dos compadres. El uno, Lucio, empleaba el cerebro como vísceras, el otro, Tariq, usaba las vísceras por cerebro.


               El búho cenobita encaramado en la rama de la encina me mira y ulula “Ora et labora, puer”.


              ¿Qué es una buena vida: una vida feliz o una vida vivida?


               El agua que bebes te sacia hoy, no mañana: así, la vida.



domingo, 24 de julio de 2011

Captain, Calypso y un par de historietas

Captain toca el órgano en la tempestad, habla con Calypso y nos deja dos de sus cuentecillos.




                  El mejor de su vida
No se habían visto durante nueve meses. Ella lo invitó a su fiesta de cumpleaños y él acudió con su desfachatez y con un libro vulgar como regalo. Los demás amigos se fueron al acabar la velada y una excusa banal justificó que ella le preparara la habitación de invitados para pasar la noche. Ella no durmió con tranquilidad. Él, sin embargo, lo hizo a pierna suelta. Cuando despertó, estaba perfectamente despejado para ir a su cama, fornicar atléticamente, vestirse e irse. No se volvieron a ver. Sí hablaron, una vez más, por teléfono.

 


                   Comunicación
Ella llegó allí sola y triste y enseguida lo conoció. La rutina se compuso pronto. Tras la jornada de trabajo, de lunes a jueves, por las tardes, asistían a sesiones de cine y, después, tomaban unas copas por los bares, con los compañeros. Casi siempre acababan ellos solos en las afueras del pueblo, en el coche. Él besaba los pechos de ella y también, a veces, su pubis y sus muslos. Ella lamía el miembro del joven antes de masturbarlo. Cuando la noche no era fría, hacían esto mismo fuera del vehículo, sobre una manta. Durante ese año ella no le dirigió la palabra. Él se veía con otra chica de viernes a domingo.

jueves, 21 de julio de 2011

Justicia espontánea

El planteamiento y el nudo son ciertos, los viví con mi compadre amoriscado y nihilista; por desgracia, el desenlace no tuvo lugar así. Captain andaba por allí y da testimonio. Creo que acabamos en un pub holandés. O no.




                  Justicia espontánea
M. y yo paseamos por la dársena bajo el sol del mediodía primaveral, a la vera  de casitas como merengues fúlgidos. El petimetre cuarentón engominado, vestido de blanco y marfil, parlotea con las pibas broncíneas, con acentos melifluos. Fruncimos el ceño, nos miramos y nos compadecemos. Desenfundamos los revólveres de las sobaqueras y disparamos todas las balas. Cae el guiñapo al agua sucia del muelle entre centenares de lisas y mendrugos de pan de baguette. Después del primer respingo con gritito, los pibones con sus falditas plisadas y sus camisas anudadas bajo los pechos salaces nos abrazan y nos arrumaquean: “Gracias, se estaba poniendo de un pesado…”




lunes, 18 de julio de 2011

ASV: La realidad, la utopía y el deseo

ASV: La realidad, la utopía y el deseo

Recién murió el andaluz transterrado en México, filósofo marxista, Adolfo Sánchez Vázquez; con 95.





La realidad, la utopía y el deseo
Adolfo Gilly · · · · ·

23/10/05

En el nonagésimo aniversario de Adolfo Sánchez Vázquez
"Las anticipaciones relampagueantes de estos tiempos presentes pueden leerse en Marx, en Rosa Luxemburg, en Edward P. Thompson, en Franz Fanon; y en nuestros días, en la obra vengadora de Mike Davis y de unos cuantos otros que aquí no nombro para no olvidarme de ninguno."
"El hombre es una nube de la que el sueño es viento. / ¿Quién podrá al pensamiento separarlo del sueño?", escribía Luis Cernuda, entre España y exilio, en La realidad y el deseo.
¿De dónde viene el viento que impulsa a este hombre alto, enjuto y severo que se llama Adolfo Sánchez Vázquez? ¿Por qué a los ochenta años de su edad, en 1995, andaba apoyando a la rebelión de los indígenas zapatistas de Chiapas? ¿Por qué cuatro años después defendía la huelga de los estudiantes de esta Universidad, como había hecho años antes, entre 1986 y 1987, con la huelga del CEU? ¿Por qué tanta insistencia, tanta reiteración en conductas punibles, cuál sueño lo arrastra sin cesar hacia esos rumbos?Fui a buscar en sus libros la respuesta; y no tanto en las palabras o en los títulos, sino en aquella forma oculta en que los escritos revelan a sus autores: en las obsesiones, en las repeticiones, en el estilo y en sus altibajos cuando la mano se distrae, cuestión de seguir huellas, indicios, señales dejadas sin querer.
Fui entonces, si de sueños se trataba, a aquel libro donde este filósofo de la praxis habla del sueño: sus escritos reunidos en Entre la realidad y la utopía, cuyo subtítulo dice Ensayos sobre política, moral y socialismo. Si de explicar tenacidades se trata, me dije, en esta tríada moral es el término fuerte, aquel que enlaza política con socialismo y en la conducta humana da contenido de verdad a la una y al otro.
Encontré allí, desde la página primera y reiterada después una vez y otra, el concepto explotación, ese principio de realidad sin el cual pierde sentido toda reflexión política y moral sobre la sociedad capitalista: este es el gran tema de Marx, anota Sánchez Vázquez, pues "qué es en definitiva El Capital sino el tratado de la explotación".
Desde esa realidad puede configurarse la dimensión de la utopía posible que cada tiempo lleva en su seno, escribe Sánchez Vázquez: "la realidad presente marca con su sello las modalidades históricas y sociales de la utopía". Pues, nos dice, "las utopías responden a aspiraciones o deseos de clases o grupos sociales que se muestran inconformes o críticos con respecto a determinada realidad social". En tanto encarnación ideal de esos deseos humanos, agrega, "la utopia se halla vinculada con la realidad no sólo porque ésta genera su idea o imagen del futuro, sino también porque incide en la realidad con sus efectos reales".
La utopía no es, pues, ensueño de un mundo imposible sino, como quería Ernst Bloch, anhelo y esperanza de lo aún-no-advenido.
Pero lo aún-no-advenido, lo que está por venir en los tiempos humanos, no adviene por sí solo. Requiere dos ingredientes propios de la realidad: el deseo y la acción. La forma que ambos toman, deseo y acción, está dada por la realidad que los engendra. En esta sociedad del capital esa realidad, única generadora de utopías verdaderas, se llama ante todo explotación. Y explotación quiere decir orden jurídico que la legitime, imaginario enajenado que la oculte y violencia abierta o potencial que sustente ese orden.
Develar la trama de esa explotación, mostrar y deslegitimar la violencia que la sostiene, es mostrar la razón y la posibilidad de una utopía escondida en los oscuros pliegues de la realidad presente y suscitar el deseo de un mundo-otro, posible porque su germen existe ya en los entresijos de esa realidad. A ese mundo-otro Sánchez Vázquez lo llama socialismo y lo postula como principio moral. En ese principio, activo por definición, se sustentan el deseo que suscita la acción, la razón que la explica y la ira que la alimenta.
"Si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla estallar serían otras tantas quijotadas", escribía Marx en los Grundrisse, en el capítulo sobre el dinero. A develar esas condiciones está dedicada el alma de su obra.
La utopía posible, la que surge de ese develamiento, es una construcción de la razón y del deseo. Pero para que advenga a partir de esas condiciones materiales existentes y ocultas, no bastan deseo y razón. Hace falta la lucha. Y para que ésta suceda, es menester la indignación moral y su encarnación concreta, la ira contra el intolerable estado de cosas existente. "Quien desea pero no actúa, engendra peste", decía William Blake en sus Proverbios del infierno.
Si esto es así, el socialismo no puede pensarse como un producto de la evolución natural de la economía, sino como un resultado práctico de la voluntad moral de hacer estallar la sociedad de la explotación, el despojo y el desprecio. Ese socialismo, entonces, sólo puede ser un producto de la lucha, no del consenso. Postular un socialismo alcanzado por consenso gradual entre dominadores y dominados y entre explotadores y explotados resulta un absurdo político o una estafa moral.
Esto es lo que yo leo en la triada de política, moral y socialismo.
Adolfo Sánchez Vázquez, hombre del siglo XX y anunciador del siglo XXI, nació antes de la revolución rusa. Esta fuerte carga moral tiene ilustres antecedentes en el marxismo ardiente de los años de su infancia, su adolescencia y su primera juventud: Luxemburgo, Mariátegui, Gramsci, Benjamin, para nombrar cuatro herejes de las ortodoxias partidarias, dos de ellos cercanos al mito de Sorel y los otros dos a la herencia subversiva de Blanqui. No estoy diciendo, claro, que en esos años Sánchez Vázquez frecuentara o conociera sus obras. Digo que su educación sentimental tuvo lugar en ese tiempo del mundo marcado por la iluminación de las grandes revoluciones: la mexicana, la rusa, la china, la española; y por las grandes tinieblas del nazismo, el fascismo, el falangismo y las masacres coloniales de todos los imperios.
En aquellos entonces José Carlos Mariátegui, en su libro Defensa del marxismo, citaba a Benedetto Croce, filósofo idealista, según el cual la idealidad y la moral  "son presupuesto necesario del socialismo". Dado que según las leyes del mercado el trabajador vende su fuerza de trabajo por su precio en ese mercado, decía Croce, sólo un interés moral puede mover a construir un concepto como el plusvalor: "Y sin ese presupuesto moral ¿cómo se explicarían tanto la acción política de Marx como el tono de violenta indignación y de sátira amarga que se advierte en cada página de El Capital?".
En otro ensayo del mismo volumen, volvía Mariátegui sobre el tema: "Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia. […]  Su moral de clase depende de la energía y heroísmo con que opera en este terreno [de la producción] y de la amplitud con que conozca y domine la economía burguesa".
Apenas estallada la segunda guerra mundial y en vísperas de la propia muerte, Walter Benjamin escribía en sus Tesis sobre la historia que la socialdemocracia, al asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras, cortaba el nervio de su fuerza moral: "En esa escuela, la clase desaprendió tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados".
Antonio Gramsci, en los inicios de los años 30, con ira semejante y calma antigua de nativo de Cerdeña, escribía en sus Cuadernos de la Cárcel donde lo había encerrado Mussolini y lo tenían radiado sus propios compañeros, que la expresión "los humildes", usada por los intelectuales tradicionales italianos para referirse al pueblo, "indica una relación de protección paterna y padreternal, el sentimiento 'suficiente' de una indiscutida superioridad propia", una especie de relación protectora "entre una raza considerada superior y otra inferior", algo así como "un Ejército de Salvación anglosajón con respecto a los caníbales de Guinea".
Mariátegui, Benjamin, Gramsci, Luxemburgo, todo el marxismo de aquellas décadas de fuego que culminaron en la revolución española y en la segunda guerra mundial se sublevaba contra la moral filantrópica de la protección hacia los pobres y defendía una ética de la dignidad rebelde y una práctica de la organización autónoma.
Son las mismas que leo en las páginas de Adolfo Sánchez Vázquez.
La derrota trágica entre todas de la revolución española, puerta abierta a la guerra mundial, cerró aquel ciclo. Tenía por entonces nuestro autor veintitrés años de edad e iniciaba su propio ciclo mexicano. Desde la vivencia de aquella revolución, y no desde el Paraíso, sigue soplando, creo, el viento aquel que sin cesar lo impulsa a compartir actos e intenciones que la ley del capital castiga y a defender una moral que esa misma ley proscribe.
El socialismo, entonces, vivía su hora más oscura, cuando en nombre del mismo ideal el camarada mataba al camarada: Andreu Nin en España, León Trotsky en México, Ignace Reis en Suiza, Carlo Tresca en Estados Unidos, miles sobre incontables miles en la Unión Soviética.
La derrota del nazismo en Europa fue para los marxistas una extraña victoria. El sujeto portador de la utopía se les había cambiado. Ya parecía ser cada vez menos el proletariado, esa clase de seres humanos que va más allá del obrero fabril y que, según Marx, lleva en su modo de trabajar en cooperación aquel germen oculto de una sociedad sin clases; y se convertía, cada vez más, en una lucha entre Estados o entre "campos" armados: el campo socialista, nos decían, y el campo capitalista.
Este enfrentamiento violento y vicario culminó en dos hechos atroces: la crisis de los cohetes en Cuba en 1962, con el mundo al borde de la guerra nuclear; y el muro de Berlín en 1961, donde lo que había querido ser el sueño socialista terminaba de encerrarse tras muros de concreto y torres de vigilancia.
Mientras tanto, la revolución se encarnaba en otras fuerzas, las de las rebeliones y guerras de liberación nacionales y agrarias que hundieron a los imperios coloniales, la marea poderosa y oscura de aquellos que el grande Franz Fanon llamaba "los condenados de la tierra".
Los imperios coloniales se derrumbaron, el "campo socialista" hizo implosión; la caída del muro de Berlín fue un momento de libertad; Cuba, como en la crisis de los cohetes, logró salvar su honor; y la sociedad del capital en una nueva expansión cubrió el planeta entrando en aquellos mundos con la violencia del dinero y de las armas en la más gigantesca operación de despojo y saqueo que la historia registre.
Este fue el siglo de Adolfo Sánchez Vázquez y también el mío, "nuestra patria en el tiempo".
Ahora, en este nuevo siglo que la vida quiso regalarnos, nos llega otra paradoja singular, porque la historia existe a través de ellas. El hundimiento del mundo de los "dos campos" y de las colonias trajo consigo una revolución industrial en sentido contrario, que empequeñece las cifras de la primera y multiplica sus horrores. Aquella cuyo emblema fue Manchester tomó un siglo y medio para completarse, esta de hoy lleva apenas un cuarto de siglo. En el año 2000, la incorporación de los trabajadores de Rusia, Europa Oriental, China e India al mundo del capital había duplicado el fondo global de trabajo asalariado a disposición de éste dos décadas antes. Hacia 1980 había mil quinientos millones de trabajadores por salario; en los inicios del siglo XXI, esa cifra asciende a tres mil millones. Y las condiciones de trabajo, de salubridad, de vivienda, de higiene y de desprotección en que son incorporados a la nueva explotación del capital no desdicen en nada de las descritas en 1845 por Federico Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra.
Esta masa incontable de asalariados sólo es posible porque una vastísima e impersonal operación de despojo de sus tierras, sus pueblos, sus condiciones de vida precedentes ha tenido lugar: migraciones innumerables, desgajamientos y desgarramientos del tejido humano, una huracanada y violenta destrucción de mundos de la vida, de lazos familiares e interpersonales, de afectos y de seguridades. No se trata de llorar o de añorar aquellos mundos, sino ante todo de medir la magnitud del vértigo.
Es innecesario subrayar la tremenda presión a la baja sobre los salarios de los trabajadores manuales e intelectuales que, en las condiciones del mercado desregulado, significa semejante duplicación de los asalariados - o, en otros términos, la incontenible tendencia a la desvalorización de la fuerza de trabajo, medida en salarios, pensiones, salud, horarios y condiciones de trabajo, derechos y organización, cultura, descanso, disfrute, vida cotidiana; en una palabra, el antiguo despotismo industrial ahora en su esplendor global.
Es también innecesario decir hoy las catástrofes naturales y sanitarias ante las cuales ese vértigo ha colocado a los seres humanos, la ruptura de sus equilibrios ancestrales con la naturaleza, la desaparición de especies, la diseminación de pestes nuevas, la amenaza cercana de destrucción del entero mundo de la vida de los humanos, el desencadenamiento sin barreras de lo que Karl Polanyi llamó, a la mitad del siglo XX, la utopía perversa del mercado desregulado, del valor que se valoriza sin ley y sin fronteras.
¿Quién detendrá este desastre, quién podrá contrarrestar esta violencia de la cual la guerra de Irak y la destrucción impía de los pueblos africanos son, por desdicha, apenas prolegómenos?
No podemos saberlo ni preverlo. Podemos sí saber, en cambio, que esos miles de millones cuyo trabajo está hoy inmerso en el mercado global desregulado, no sólo están allí vendiendo su fuerza de trabajo. Son también productores directos que trabajan en cooperación ahora global, siendo cada uno parte de un sujeto nuevo creado por el capital, un trabajador colectivo global. Este trabajador colectivo, real en su corporeidad de miles de millones y virtual todavía en su conciencia de ser tal, encarna en la sociedad del capital una de "las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases" -Marx decía- que el capitalismo moderno desarrolla en su seno.
Esos mil quinientos millones ahora llegados al universo del salario, llegan por supuesto portando cada uno sus historias, sus creencias, sus idiomas, sus diferentes pasados, sus costumbres de los tiempos insondables de los mundos agrarios, sus modos de dar sentido al mundo y a sus vidas, sus afectos, sus pasiones y sus odios. Ellos van a luchar y se van a organizar, porque para la lucha colectiva sus vidas y sus ancestros los han preparado: no es esto conjetura, sino experiencia de nuestra propia historia mexicana. Pero cómo lo harán, es una incógnita también universal.
No sabemos tampoco si alcanzarán a ganar la carrera contra el tiempo, a poner freno y detener la explotación, el despojo y el desprecio, si en la disyuntiva luxemburguiana "socialismo o barbarie" llegarán a abrir la vía al socialismo y a cerrar el camino a la barbarie. Pero ese no saber es, por fortuna, propio de nuestra condición humana.
Las anticipaciones relampagueantes de estos tiempos presentes pueden leerse en Marx, en Rosa Luxemburg, en Edward P. Thompson, en Franz Fanon; y en nuestros días en la obra vengadora de Mike Davis y de unos cuantos otros que aquí no nombro para no olvidarme de ninguno.
Aquella disyuntiva no se resuelve sin lucha. Esa lucha por el socialismo, como cualquier otra en la cual vaya la vida, no pide solamente imaginar y razonar y hacer política. Pide poner el cuerpo, ese mismo cuerpo terrenal que la palabra deseo evoca, como lo evocan el trabajo, el esfuerzo y el disfrute, y en todas estas tres palabras el sonido rauco de la letra erre.
Poner el cuerpo es la revolución de Bolivia en 2003, la toma de San Cristobal en 1994, la insurrección de Barcelona en 1937, el jugársela entero en soledad por la república española como lo hizo el México de Cárdenas. Poner el cuerpo es también el exilio que no cede, el rayo que no cesa ni en las edades altas de la vida, este hombre que no quiere mandar ni hacerse rico.
En enero de 2004 tuve la fortuna de compartir con Adolfo Sánchez Vázquez y otros compañeros una visita a la casa de Lima que fuera la de José Carlos Mariátegui, hoy centro cultural. Allí, desde el público, Sánchez Vázquez pidió la palabra y sin apuntes, en ese modo peculiar de los maestros en cuya habla pueden oírse las comas, los puntos y los puntos y aparte, expuso con escueta precisión sus ideas sobre las izquierdas y el socialismo. Vale repetir algo de lo que allí nos dijo, ahora que declararse de izquierda, de centro o de centro-izquierda parece depender del interlocutor y la ocasión:
Izquierda puede ser un término equívoco. Me parece preferible usarlo en plural: no la izquierda, sino las izquierdas. Tendríamos así al menos cuatro izquierdas: una izquierda democrática, liberal, burguesa, connatural al sistema capitalista; una izquierda socialdemócrata, que quiere mejorar las condiciones sociales dentro de los marcos de ese mismo sistema; una izquierda social, que es crítica del capitalismo pero no le ve una alternativa, representada sobre todo por los movimientos sociales, y una izquierda socialista, opuesta al capitalismo, que propone una nueva organización de la sociedad.
Para esta última izquierda, el problema no es simplemente la crítica al capitalismo, cuyos males son visibles, sino la lucha por una alternativa socialista. Socialista es la izquierda a la cual se le plantea tal problema.
Hoy la alternativa socialista es más necesaria que nunca. No concierne sólo a los oprimidos y explotados, sino que el capitalismo pone en cuestión la supervivencia misma de la humanidad. Pero si no hay conciencia de socialismo y de la necesidad de reivindicarlo hoy, no podremos caminar hacia la organización de las fuerzas anticapitalistas. Pues la lucha socialista no es sólo una cuestión de ideas, sino también un problema de conciencia, de organización y de acción.
No nos engañemos hablando, como tantas veces, de agonía del capitalismo. Hoy vemos que se extiende reforzado y sin frenos por el mundo, pese a las fuerzas que lo resisten. Esta es para nosotros una situación difícil.
Pero esta lucha es indispensable. El socialismo no es inevitable, no es un resultado natural de la evolución humana. Si los seres humanos no toman conciencia de esta necesidad, y en consecuencia se organizan y actúan, la alternativa es la barbarie. Y sería una barbarie aún peor que aquella que Marx imaginó, pues estaríamos ante la catástrofe ecológica, la guerra universal y la posible destrucción de la humanidad.
El futuro de la izquierda exige revisar todo –el partido leninista, el proletariado fabril como sujeto central- y replantear todos los problemas como requisito para pensar y organizar hoy la izquierda anticapitalista y la lucha por el socialismo.
Este fue su homenaje discreto a José Carlos Mariátegui.
Gracias le sean dadas, Adolfo Sánchez Vázquez, por no separar realidad, utopía y deseo. Gracias, compañero Adolfo, por mantener juntos sueño, vida y pensamiento.
Ciudad Universitaria, México, 21 de octubre de 2005.
Adolfo Gilly es miembro del Consejo de Redacción de SINPERMISO
La Jornada - sinpermiso.info, 22 octubre 2005

viernes, 15 de julio de 2011

La tabla rasa


La tabla rasa de Locke, el cartesiano fantasma en la máquina en palabras de Ryle y el buen salvaje de Rousseau... Estos mitos filosóficos forman parte del acervo intelectual y práctico de la época moderna. Frente al naturalismo clásico y medieval, que de hecho acababan en un teocentrismo, hay una reacción que reclama el lugar del aprendizaje y de la influencia del entorno para negar el fatalismo de un destino humano marcado desde su exterior.

Como ha indicado Carlos Paris somos un animal cultural, nuestra naturaleza es una estructura genética que es capaz de aprender desde ese pedestal físico.

La obra de Steven Pinker es imprescindible en este campo. Su subtítulo "La negación moderna de la naturaleza humana". Del filósofo australiano Singer, dejo la referencia a su obra "La izquierda darwinista".




Una izquierda darwinista, de Peter Singer

Canción de hielo y fuego

G.R.R. Martin es el autor de esta obra de fantasía heroica. Magnífica novela río: realista, viva, polifónica, política, violenta, sensual.

Son siete volúmenes, de los que se han publicado  cuatro de ellos en castellano. Los títulos de esta heptalogía son Juego de tronos, Choque de reyes, Tormenta de espadas, Festín de cuervos, Dominio de dragones, The Winds of Winter, A Dream of Spring. El día 12 de julio comenzó la venta del quinto en EUA.

HBO ha relizado una serie de la primera parte, éxito de público y de crítica. El enano Peter Dinklage hace un Tyrion Lannister soberbio, uno de los personajes más complejos y atractivos.





-         Estás solo, ¿eh? – dijo el más corpulento, un hombre calvo de rostro curtido por el viento - . Pobre chico, se ha perdido en el Bosque de los Lobos.

-         No me he perdido. – A Bran no le gustaban las miradas de los desconocidos. Los contó: eran cuatro, pero al volver la cabeza vio a dos más a su espalda-. Mi hermano se ha alejado un momento, y mis guardias no tardarán en llegar.

-         Tus guardias, ¿eh? – dijo un segundo hombre, con barba canosa de varios días en las mejillas demacradas -. ¿Y qué es lo que guardan, señorito? ¿Ese broche de plata que llevas en la capa?

Para mi hija pequeña

Es sensible, reflexiva y humanitaria, y compleja. Algún amigo dice que a su inteligencia no le va a la zaga su belleza, podría ser modelo o actriz.




Para mi hijo pequeño

Curioso, bueno, fuerte y valiente. Muy delgado y elegante. Recuerda a su abuelo A. y a su abuela M.


miércoles, 13 de julio de 2011

Malagueñas de El Mellizo

Dice mi amigo cerebral y ecologista, lo dice desde hace mucho, que cada vez se parece más a su padre: gustos, hábitos... Yo cada vez parezco más un señor de por aquí; empecé con los medios de vino blanco y cada vez me tira más el flamenco. A sorbos, a pellizcos.




Fosforito.



El Pele.



Chato de la Isla.

martes, 12 de julio de 2011

El marido de la peluquera

Ese fin de semana vi esta película, El silencio de los corderos y Henry, retrato de un asesino. Era joven e indocumentado y, como es tópico, no sabía que era feliz.

Jean Rochefort (yo), Anna Galiena (ella)... Ya hablé de la divinidad, ¿no? Pues eso.


El clave bien temperado, Bach. Encargo, Ezra Pound.




Encargo

Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.

Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.
Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.

Id a los adolescentes a quienes les asfixia la familia...
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Es como un árbol viejo con retoños
y con algunas ramas podridas y cayéndose.

Salid y desafiad la opinión,
Id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.


Ezra Pound

Versión de Javier Calvo

Australia fue invadida

Australia fue invadida

¿Qué diría de esto mi querido Ned?





“Hoy en día, los primeros australianos tienen una de las esperanzas de vida más cortas en el mundo y son cinco veces más propensos a ser encarcelados que los negros en la Sudáfrica del apartheid, y en el desierto australiano hay niños aborígenes cegados por el tracoma, una enfermedad bíblica, totalmente prevenible y erradicada en los países del tercer mundo, pero no en la rica Australia. Los pueblos aborígenes son por un lado el secreto oscuro de Australia, y por otro, el distintivo más sorprendente de la nación: la sociedad más antigua del mundo.”

La ciudad de Sidney ha votado por sustituir en su historia oficial las palabras “llegada de los europeos” por  “invasión”. El alcalde, Marcelle Hoff, dice que es intelectualmente deshonesto utilizar cualquier otra palabra para describir cómo la Australia aborigen fue despojada por los ingleses. “Nos invadieron”, dijo Paul Morris, un asesor indígena ante el Consejo. “Es la verdad y no debemos diluirla. Así como no podemos pedirles a los judíos que acepten una versión suavizada del Holocausto, tampoco deberíamos hacerlo nosotros”.

En 2008, el entonces primer ministro, Kevin Rudd, pidió formalmente disculpas a los aborígenes separados de sus familias cuando niños bajo una política inspirada en la teoría criptofascista de la eugenesia. Se decía que la Australia Blanca estaba logrando aceptar su pasado y presente rapaces. ¿En serio?

Un editorial del diario Sydney Morning Herald señalaba que el gobierno de Rudd, “había actuado rápidamente para borrar estos deshechos de su pasado político de una manera que responda a algunas de las necesidades emocionales de sus seguidores; pero esto no cambia nada. Es una simple maniobra”.

La decisión de la ciudad de Sydney es un gesto muy diferente, y admirable, porque no refleja una “campaña de lamentaciones” liberal y limitada, que busca una “reconciliación” que los haga sentirse bien en lugar de buscar la justicia, sino que contrarresta un cobarde movimiento de revisión histórica en la que un grupo de políticos, periodistas y académicos menores de extrema derecha afirmaban que no había habido ninguna invasión, ningún genocidio, ni una Generación Robada, ni racismo.

La plataforma para estos negadores del Holocausto es la prensa de Murdoch, que mantiene su propia insidiosa campaña contra la población indígena, presentándolos como víctimas de sí mismos o como nobles salvajes que requieren mano dura: la teoría de los eugenistas. Algunos “líderes” negros que le dicen a la élite blanca lo que ésta quiere oír, mientras culpan a su propio pueblo por su pobreza, proporcionando una cobertura a un racismo que a menudo impacta a los visitantes extranjeros.

Hoy en día, los primeros australianos tienen una de las esperanzas de vida más cortas en el mundo y son cinco veces más propensos a ser encarcelados que los negros en la Sudáfrica del apartheid, y en el desierto australiano hay niños aborígenes cegados por el tracoma, una enfermedad bíblica, totalmente prevenible y erradicada en los países del tercer mundo, pero no en la rica Australia. Los pueblos aborígenes son por un lado el secreto oscuro de Australia, y por otro, el distintivo más sorprendente de la nación: la sociedad más antigua del mundo.

Mediante este rechazo trascendental de la propaganda histórica, Sydney, la ciudad más grande y antigua del país, reconoce la “resistencia cultural” de la Australia negra y, sin decirlo directamente, habla de una creciente resistencia a un escándalo conocido como “la intervención”: en 2007, John Howard envió al ejército a la Australia aborigen para “proteger a los niños” que, según su ministro de asuntos indígenas, estaban siendo abusados en “números impensables”. Llama la atención la manera en la que la incestuosa elite política y mediática de Australia a menudo se enfoca en una pequeña minoría negra con todo el fervor de los culpables, sin saber quizás que la mitología y psique nacional continúan siendo dañadas, mientras que la nación, que fue una vez robada, no retorna a sus habitantes originales.

Los periodistas aceptaron la razón ofrecida por el gobierno de Howard para “intervenir” y salieron de cacería, en busca de lo morboso. Un programa de televisión nacional utilizó a un “joven trabajador anónimo” que alegaba cárteles de “esclavitud sexual” entre el pueblo Mutitjulu. Fue expuesto más adelante como un funcionario del gobierno federal y sus “pruebas” desacreditadas. De 7.433 niños aborígenes examinados por los médicos, sólo cuatro fueron identificados como posibles casos de abuso. No hubo “un número impensable”, siendo la tasa identificada similar a la de abuso de niños blancos. La diferencia es que no hay soldados invadiendo los suburbios playeros, ni padres blancos puestos de lado, sus salarios reducidos y su bienestar puesto “en cuarentena”. Todo había resultado ser una farsa, pero con un propósito serio.

Los gobiernos laboristas que siguieron a Howard han reforzado los nuevos poderes de control sobre las tierras ancestrales de origen negro: especialmente la estricta Julia Gillard, una primera ministra que le da clases a sus compatriotas sobre las virtudes de las guerras coloniales que “nos hacen ser quienes somos hoy” y encarcela indefinidamente a los refugiados de esas guerras, incluidos los niños, en una isla en alta mar que no es considerada Australia, aunque lo sea.

En el Territorio del Norte, el gobierno de Gillard de hecho está conduciendo a las comunidades aborígenes a literales zonas de apartheid donde puedan ser “económicamente viables”. La razón declarada es que el Territorio del Norte es la única parte de Australia donde los aborígenes tienen derechos comprensivos sobre la tierra, y que allí se encuentran algunos de los mayores depósitos mundiales de uranio y otros minerales. La fuerza política más poderosa en Australia es la multimillonaria industria minera. Canberra quiere explotar y vender esos recursos y los “malditos negros” están en el camino otra vez. Pero esta vez se han organizado, están articulados, son militantes, una resistencia de conciencia y cultura. Ellos saben que se trata de una segunda invasión. Habiendo finalmente pronunciado la palabra prohibida, los australianos blancos deben ponerse de su lado.

John Pilger, nacido en 1939 en Australia, es uno de los más prestigiosos documentalistas y corresponsales de guerra del mundo anglosajón. Particularmente renombrados son sus trabajos sobre Vietnam, Birmania y Timor, además de los realizados sobre Camboya, como Year Zero: The Silent Death of Cambodia y Cambodia: The Betrayal.

domingo, 10 de julio de 2011

Boca y ojo







 

 



                 Recordad, y no bajéis la guardia: los dos cerditos vagos del cuento - encantadores, frívolos y crueles – se conmueven hasta las lágrimas cuando ven a la abuelita en la nieve.


                Todos somos rusos blancos.


                 Los pobres no aman a sus abogados.


              Aunque no las he tratado a todas, creo que no hay mujer atea. Yo, al menos, aún no he conocido a ninguna; como mucho, descreída.


               Un acto difícil para los hombres es dar las gracias, no ya a otros hombres, sino al fatum, a dios, a la vida, al azar,…


                 Cada día morimos y renacemos, dejamos de ser quienes somos y volvemos a ser los mismos.


               Dice el predicador: “¡Es necesario creer!” Y contestamos: “¡Ah, pero cuanto más fácil es cuanto más llenó el feligrés su buche!”


                La riqueza (ni más ni menos que poseer en un momento y un lugar dados lo que otro no tiene) facilita la complacencia y los  sentimientos febles desde la atalaya de la comodidad.


              Actúa con generosidad, con amor, da: sólo esto te salva del insondable abismo de la inmanencia de la materia, de la lucidez desesperante. Pero no confíes en la pureza de intenciones, no existe. (Nietzsche: "Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía - ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-.")