El planteamiento y el nudo son ciertos, los viví con mi compadre amoriscado y nihilista; por desgracia, el desenlace no tuvo lugar así. Captain andaba por allí y da testimonio. Creo que acabamos en un pub holandés. O no.
Justicia espontánea
M. y yo paseamos por la dársena bajo el sol del mediodía primaveral, a la vera de casitas como merengues fúlgidos. El petimetre cuarentón engominado, vestido de blanco y marfil, parlotea con las pibas broncíneas, con acentos melifluos. Fruncimos el ceño, nos miramos y nos compadecemos. Desenfundamos los revólveres de las sobaqueras y disparamos todas las balas. Cae el guiñapo al agua sucia del muelle entre centenares de lisas y mendrugos de pan de baguette. Después del primer respingo con gritito, los pibones con sus falditas plisadas y sus camisas anudadas bajo los pechos salaces nos abrazan y nos arrumaquean: “Gracias, se estaba poniendo de un pesado…”
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