Blog autorreferencial: materialista, igualitario y sentimental.
Un juego conmigo mismo con un espejo deformado.
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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo. Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante. Cartas Marruecas. José Cadalso.
Nuestro Howard Zinn –porque así lo consideramos: un escritor afectivamente muy nuestro– da en esta pieza una muestra más, y muy relevante, de su gran talento como autor dramático: una virtualidad que ya va unida estrechamente a su condición primordial de gran historiador independiente y desmitificador. He aquí, pues, una expresión dramática situada en una línea original de teatro político, que resulta ser, paradójicamente, tan rigurosa en el plano de la realidad histórica y del pensamiento, como imaginativa, y hasta libertaria, en el de la expresión teatral. Así, una situación imposible –la vuelta de Marx en persona a nuestro mundo actual– se convierte en el vehículo de una crítica a la presunta muerte del pensamiento “marxiano”, en el campo del neoliberalismo imperialista de hoy. Marx obtiene un permiso para volver a la Tierra, y, por un error burocrático, aparece en el Soho de Nueva York (en lugar de en Londres). Allí se revela, en un monólogo gracioso, chispeante, que el pensamiento de Karl Marx está muy vivo y disponible para una revolución futura. Zinn es autor de numerosos libros, como El Lector de Zinn, el autobiográfico Nadie es Neutral en un Tren en Marcha y la obra de teatro Emma. “Zinn es simplemente –ha dicho Elisabeth Martínez en una crítica de esta obrita– un tesoro nacional”.
Nº de páginas: 76 PVP:9 €
Comentario sobre esta obra y sobre "Diálogo para un teatro vertebral..." (nº 48 Skene)
¿Se están dando pasos hacia la aparición en los escenarios de una nueva noción de "teatro político", que tendría sus raíces en lo que en el siglo XX fueron las tentativas de Piscator, Brecht o Peter Weiss (y otros muchos)? De todos modos, no hay que olvidar que el "teatro político", como una empresa artística, combativa y radical, nutrida con un pensamiento de izquierda, nunca ha dejado de tener vigencia en los escenarios europeos, por ejemplo, en la presencia incombustible de Dario Fo. Pero es el caso que ahora aparecen nuevos signos en ese sentido, entre los cuales se pueden reseñar fenómenos como el de que en los EE.UU. se represente con éxito la obra "Marx en el Soho" de Howard Zinn que ahora aparece entre nosotros, en una excelente traducción; y el de que surjan proyectos como éste que Alfonso Sastre llama "por un teatro vertebral", dirigido contra la omnipotencia del imperialismo norteamericano en el mundo, y ejemplificado con el texto dramático del mismo Sastre "El nuevo cerco de Numancia". ¡Un pequeñísimo y poético David -Fo, Zinn, Sastre y otros cuantos- contra un supergigante, político y económico, planetario, Goliat: el Imperio norteamericano; una empresa "irrisoria", y casi ridícula, como le gusta decir al autor de este último proyecto!; pero, ¿es que puede esperarse del arte algo más que algunas apuestas imaginarias por la utopía o pequeños (o grandes) gestos de insumisión?
Howard Zinn, ese gran historiador independiente, se confirma ya como un excelente autor dramático (después de la afirmación que supuso su drama sobre la anarquista Emma Goldman) en esta pieza en un acto, que es un brillante monólogo, en el que vemos a un Marx, humano y entrañable -qué gran papel para un actor- que vuelve al mundo de hoy para decirnos cuatro verdades como cuatro puños. ¿Y qué hay de verdad y qué de fantasía en este imaginario regreso de Marx a un escenario teatral de nuestro tiempo? Howard Zinn nos lo dice claramente, afirmando que en su obra "los principales acontecimientos de la vida de Marx y de la historia de su época son básicamente ciertos: su matrimonio con Jenny, su exilio a Londres, la muerte de sus tres hijos y los conflictos políticos de aquellos momentos: la lucha de los irlandeses contra Inglaterra, las revoluciones europeas de 1848, el movimiento comunista, la Comuna de París". Pero Zinn espera que su obra -nos dice- "ilumine no sólo aquel tiempo y el lugar de Marx en él, sino nuestro tiempo y nuestro lugar en él". Eso le otorga su gran actualidad en el día de hoy, cuando se ha producido, como Sastre denuncia en su reciente librito "Los intelectuales y la Utopía", tan masivo desplazamiento de intelectuales y artistas hacia la derecha más reaccionaria, y ellos se dedican a certificar, en los más importantes media, y con la dudosa fuerza de su maltrecho prestigio, el carácter definitivamente obsoleto del marxismo. La cosa empezó hace muchos años, con chistes como aquel que decía: "Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo no me encuentro muy bien del todo".
En esta obra, aparece en escena un Marx "bajo y rechoncho", que exclama al ver al público de la sala: "¡Gracias a Dios, un auditorio! Me alegro de que hayais venido. No habeis hecho caso de esos idiotas que han dicho: ¡Marx está muerto! Bueno, lo estoy... y no lo estoy". Y nos cuenta su vida y su filosofía del modo más directo y divertido, evidenciando las grandes virtualidades actuales de su filosofía.
El otro libro que hoy reseñamos, aunque sea muy brevemente (pues no es espacio lo que sobra para estos menesteres), contiene un manifiesto teórico -que habrá que añadir a los ya históricos de este autor, desde el del Teatro de Agitación Social (TAS) al que escribió "Por un teatro unitario de la revolución socialista (TURS)"-, y una tragedia altamente política y actual, que apunta a los nuevos "cercos" (y embargos) del Imperialismo: los de Iraq y Palestina: así pues, a tragedias actuales y a las que se avecinan, si los pueblos no paran los pies al Imperialismo hoy reinante en el mundo, desde la caída del sistema socialista.
No es lo menos interesante de esta obra lo que ella tiene de homenaje a la tragedia homónima de Cervantes, sobre cuya estructura Sastre escribió hace años esta tragedia nueva, conmovedora y atroz.
"Señores, no estén tan contentos con la derrota de Hitler. Porque aunque el mundo se haya puesto de pie y haya detenido al Bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo". B.B.
A casi setenta años del fin de la guerra y
dos décadas después de que se decidiera su construcción, se inaugura junto al
Reichstag el monumento oficial a la matanza nazi de gitanos
Internacional| 25/10/2012 -
00:17h
Advertencia para el
presente
·"El destino de cada una de esas víctimas es motivo de vergüenza y al
mismo tiempo una advertencia para el presente", dijo en su discurso de
inauguración la canciller Angela Merkel. “Este genocidio ha dejado profundas
señales y aún tiene profundas heridas. Este memorial incluye una promesa de
protección de las minorías”, añadió.
Ayer fue un día
importante para los gitanos europeos
y para los sinti y romaníes de Alemania y
Europa central-oriental en particular. Veinte años después de la decisión, se
inauguraba en Berlín el primer monumento oficial del genocidio gitano, el
"Porrajmos" como se dice en lengua romaní,
literalmente la "devoración". El lugar está muy cerca del memorial de
la Shoa y del Reichstag, en el corazón de la
capital alemana.
Hasta medio millón de
gitanos, el número exacto se desconoce, se estima que fueron exterminados por
los nazis, pero el hecho tardó casi cuarenta años en ser reconocido
oficialmente.
Fue el canciller Helmut
Schmidt quien, en 1982, recibió por primera vez a una delegación del consejo
central de los sintis y romaníes alemanes, el nombre que ésta minoría de 11
millones, la mayor de Europa, se da a sí misma en Alemania. Antes, en pascua de
1980, un grupo de gitanos supervivientes del holocausto había
tenido que iniciar una huelga de hambre en el campo de concentración de Dachau
pidiendo el reconocimiento del genocidio gitano y el fin de la discriminación.
Mucho antes, en los juicios de Nüremberg contra los más altos jerarcas nazis el
holocausto gitano no fue tratado más que de pasada, recordó ayer Zoni Weisz,
representante de los supervivientes de aquella matanza.
El de Weisz fue el
discurso más impactante de la jornada, provocó lágrimas entre muchos de los
presentes. Cruda y directa sonó la afirmación del representante gitano: “la
sociedad no ha aprendido nada, de lo contrario su actitud hacia nosotros sería
otra”, dijo.
La inauguración del
memorial, con discurso de la canciller Angela Merkel y
en presencia del presidente federal, Joachim Gauck, ha tenido lugar veinte años
después de que se tomara la decisión de erigir el monumento. Se trata de una
obra del veterano artista judío Dani Karavan efectuada alrededor de un pequeño
estanque que incluye un mecanismo triangular en el centro en el que cada día se
depositará una flor. El estanque circular está rodeado de una superficie
empedrada de doce metros con los nombres de los campos de concentración que
albergaron a gitanos. Una larga lista europea. El proceso de realización de
este monumento, rodeado de polémica y malentendidos, no hace sino ilustrar el
carácter de “cenicienta del holocausto” que tiene la memoria de la matanza
gitana.
A diferencia de la
aniquilación en cautividad de 3 millones de prisioneros soviéticos, sobre los 5
millones que capturó el Tercer Reich, de los homosexuales, de los comunistas e
izquierdistas en general, y aún más de los seis millones de judíos, los gitanos
están en el furgón de cola de la memoria.
Después de la guerra la
memoria del genocidio gitano fue omitida, tanto en el Oeste como en el Este de
Europa, aunque en Polonia sí hubo actos conmemorativos ya en los años sesenta.
En Alemania no hubo reconocimiento político ni legal, y, “la propaganda nazi
sobrevivió como prejuicio social a la guerra”, se dice en medios gitanos. En
1990 se abrió en Heildelberg el primer centro de documentación sobre los sinti
y romaníes alemanes, pionero en Europa, con el apoyo del gobierno federal.
Más preocupante por su
actualidad es que en Europa los gitanos continúan sufriendo hoy extraordinarios
niveles de pobreza y una discriminación rampante con pogroms y violencia
racial, especialmente en países de Europa central y oriental.
La Oficina para Derechos
Humanos de la OSCE calificó el año pasado de “intolerable” la “violencia y
discriminación” que la minoría gitana sufre en países como Hungría, donde ya en
los años ochenta se prohibía el acceso a determinadas discotecas a ciudadanos
de etnia gitana.
“El antigitanismo de la
extrema derecha está siendo adoptado por políticos demócratas que desean
hacerse con los votos de la derecha”, explica Romani Rose, presidente del
consejo central de los sintis y romaníes de Alemania, también presente en el
acto de ayer. Rose menciona la evidencia sociológica que muestra claramente
cómo en los últimos años aumenta la violencia racista en Alemania y en Europa.
“Ese racismo ya no es de
extrema derecha sino que encuentra cada vez más apoyo en el centro de nuestra
sociedad“, dice el presidente de la asociación alemana de sintis y romaníes.
En febrero de 1995 una
bomba en un campamento de romaníes de Oberwart, Austria, mató a cuatro personas
y fue considerado como el más grave atentado racista cometido en el país desde
la guerra. El 13 de octubre de 1999 las autoridades de Usti nad Labem (Chequia)
erigieron un muro de dos metros de alto para separar un barrio de gitanos. En
octubre de 2001 cinco miembros de una familia gitana, tres de ellos niños,
murieron en un ataque incendiario realizado por agentes de la policía en la
localidad ucraniana de Málaya Kachóvka.
En el Kosovo ocupado por
la OTAN decenas de miles de romaníes de la región fueron expulsados por los nacionalistas
albaneses. Alemania tiene actualmente el mayor contingente militar en Kósovo,
que hace funciones de policía.
“Sería importante que el
gobierno alemán detuviera las expulsiones de gitanos kosovares”, dice Marian
Luca, experto de la asociación gitana alemana. “Alemania reconoció la
independencia de Kósovo y podría establecer allí programas para mejorar la
situación de los romaníes allí”, dice.
Los desmantelamientos de
campamentos y expulsiones expeditivas decididas por el presidente Sarkozy en Francia
recordaron hace dos años que el fenómeno afecta también de pleno a la Europa
económicamente más próspera, estable y liberal.
“El preocupante
incremento de violencia racial contra sintis y romaníes no está recibiendo la
necesaria atención política”, dice Rose. En Alemania hay 70.000 sintis y
romaníes de nacionalidad alemana, sin contar emigrantes y refugiados.
Prácticamente todos ellos perdieron familiares en el holocausto.
Rafael
Poch. La
Vanguardia
Veinte años después de la disolución de la URSS la búsqueda de una estrategia
de desarrollo y de una vida diferentes se ha hecho más urgente y necesaria que
nunca (*)
Voy a hablar de la vigencia de lo alternativo después de su proclamada muerte
oficial, para concluir en una idea tan simple como la de que la historia, que
hace veinte años nos dijeron que se había acabado, continúa, como es obvio y
manifiesto.
Cuando ahora evocamos el fin de la URSS, lo primero que debemos tener presente
es que la URSS no era un país, sino una parte del mundo. No sólo por lo grande
que era, sino sobre todo por la variedad y diversidad cultural y civilizatoria
que contenía. Dentro de aquel gran conjunto euroasiático de matriz rusa, había
toda una sinfonía de culturas, idiomas, naciones y alfabetos.
Estaban todas las grandes religiones; entre los cristianos, además de los
mayoritarios ortodoxos, había autocéfalos de los más viejos en Armenia y algo
parecido en Georgia, católicos en Ucrania occidental y en Lituania, luteranos
en el báltico, musulmanes en todas sus variedades: sunitas, chiís, ismaelitas,
corrientes sufíes en el Cáucaso del Norte, budistas, en Buriatia y Kalmukia,
animistas en el Gorno Altai o en Yakutia, vida europea moderna, y transhumancia
pastoril… Una diversidad sin análogos en otros países del mundo.
La URSS era también excepcional por los recursos que contenía; de agua madera,
crudo, gas, tierra cultivable, todo ello de capital importancia para el
equilibro global, y por el papel de contrapeso que ejercía en un mundo bipolar.
Así pues, por todo eso decíamos que era una parte del mundo. Y dijimos que la
quiebra de una parte del mundo evocaba la enfermedad del resto. Entonces
aquella sentencia pudo sonar algo excéntrica a los oídos de algunos. Hoy, con
la crisis global -la crisis del calentamiento “antropoceno”, y por supuesto
también la casi anecdótica a su lado crisis del capitalismo neoliberal- todo el
mundo está en crisis. Ya no se trata de una parte, del “comunismo”, de la URSS,
del bloque del Este, o del Tercer Mundo-que nunca dejó de estar en crisis- sino
del mismo centro del sistema. Así que aquella enfermedad del resto es pura
evidencia.
Como en la URSS de entonces, hoy vemos un sistema que parece agotado que
practica contabilidades económicas manifiestamente irracionales y absurdas,
donde el mayor consumo de electricidad o de venta de coches es positivo, y el
crecimiento de un cuerpo que superó hace tiempo la adolescencia se da por
normal, ignorando su manifiesta malformación física. Un sistema que no se
entiende a si mismo, cuyas enfermedades parecen escapar a la comprensión de sus
gestores.
Como en la Rusia de las privatizaciones, la crisis actual se aprovecha para
practicar un robo descomunal a la mayoría, y acometer un retroceso de los
derechos y de la democracia sin precedentes. Como en la URSS se abren paso en
la Unión Europea- espirales desintegradoras en las que la economía se mezcla
con desencantos europeístas (en países antes entusiastas como España) y
reacciones nacional-populistas que comienzan en Alemania y se extienden por
todas partes. Vemos también un rasgo que fue importante en la URSS: el de un
sistema en el que la gente deja de creer… Así que toda esa nueva evidencia nos
invita a mirar con otros ojos al fin del “comunismo” y a volvernos a preguntar
qué fue aquel comunismo y de donde salió, sobre todo en los dos grandes países
donde triunfó.
Sobre recetas y estrategias
Lo primero que nos llama la atención al practicar ese ejercicio es que en los
casos de Rusia y China hemos estado muy obsesionados por el “comunismo
doctrina”, las ideologías, las ideas y las banderas, y que eso no nos ha
llevado muy lejos.
Porque, ¿qué hay de los ideales originales, nacidos en la Europa del XVIII y
XIX, de libertad, igualdad y fraternidad, en los 80 años de historia soviética
o en los 60 de República Popular China? Podríamos discutirlo y seguramente
encontraríamos unos breves inicios esperanzadores enroscados en dramas que se
tornan enseguida en muchos crímenes en nombre de ideales, incluidos algunos
espantosos desde el punto de vista de la historia universal, como el hecho de
que en 1937, el año del apogeo del terror estalinista, casi un millón de
personas fueran fusiladas, o que en los años cincuenta, con el Gran salto
adelante, se propiciara la mayor hambruna del siglo, con veinte o treinta
millones de muertos, en parte consecuencia de errores políticos. Y eso, como
dijo en cierta ocasión Manolo Vázquez Montalbán, impone la certeza de que en el
siglo XX la izquierda perdió definitivamente la inocencia…
Si eso no nos ha llevado muy lejos, probemos entonces observar las cosas desde
otro punto de vista: desde el punto de vista de la teoría del desarrollo ¿Qué
quiere decir eso?
Se trata del problema del desarrollo desigual, el problema que se deriva del
hecho de que unas naciones se desarrollan de forma más exitosa, más rápido y
antes, que otras, y eso, en una historia europea en la que cada nación es el
lobo de la que tiene al lado, crea conflictos, guerras y amenazas de verse
derrotado, engullido o desaparecido por el vecino. La revolución rusa fue
producto nacional de ese problema. Y voy a explicar cómo ocurrió con un breve
apunte histórico.
La industrialización europea se hizo en una serie de oleadas y cada una de
ellas tuvo su propia receta de desarrollo. La primera receta fue la de
Inglaterra: el libre comercio surgido de la economía política de Adam Smith y
de Ricardo. Con ella los ingleses fueron los primeros en industrializarse y
salir al mundo a practicar el comercio moderno y con ella operó el primer grupo
de países capitalistas.
La segunda receta la hizo Alemania, en la segunda ola de países
industrializados. La confeccionó Friedrich List, el economista de Bismarck y de
la Zollverein, mediante una enmienda al modelo inglés. El resultado fue el
capitalismo de Estado que, frente al liberalismo, afirmaba un fuerte
proteccionismo estatal para conseguir que la industria nacional pudiera
competir con los países de la primera ola. Con ese capitalismo de Estado
bismarckiano y el imperialismo, Alemania, la “nación retrasada” en esa carrera
europea, que empezaba tarde su industrialización, alcanzó los primeros puestos:
un éxito.
Rusia La enmienda de List, fue atentamente observada por la Rusia zarista, que
estaba mucho más cerca de la autocracia prusiana que del liberalismo británico.
El primer ministro ruso zarista Piotr Stolypin intentó traducir al ruso la
receta alemana: quería un capitalismo de Estado para Rusia.
Recordemos que a principios del siglo XX Rusia era al mismo tiempo una gran
potencia y un país en desarrollo medio colonizado por las grandes potencias. Al
lado del ritmo de sus competidores europeos, Inglaterra, Alemania y Francia,
Rusia era un país que estaba perdiendo el tren: su industria más moderna estaba
en manos del capital extranjero. En 1914, el 90% de la minería, casi el 100% de
la extracción de petróleo, el 40% de la industria metalúrgica, el 50% de la
química, y el 28% del textil, estaban en manos extranjeras. Y sólo el 30% de la
población sabía leer y escribir.
Todo eso era visto con gran ansiedad en San Peterburgo. El primer ministro ruso
Sergei Witte decía; “o alcanzamos a Europa, o en caso de fracaso, nos
convertimos en una segunda China”.
Hay que detenerse un momento en ese temido espectro de la segunda China para
descifrar lo que quería decir Witte ¿Qué era China a finales del XIX y
principios del XX? Era un país inserto de pleno en las consecuencias más
negativas de ese “problema del desarrollo desigual”: era un país invadido por
potencias coloniales animadas de sentimientos de superioridad racista, que
hacían y deshacían a su antojo, que aplicaban el derecho de extraterritorialidad,
y que crucificaban, literalmente, al país induciendo, por ejemplo, la
drogadicción de 150 millones de sus habitantes…
Stolypin no consiguió aplicar en Rusia su enmienda prusiana al desarrollo de
Rusia. Le faltaron apoyos sociales y medios para imponerla. Sería largo
explicar los motivos, pero entre tanto se produjo la guerra ruso-japonesa de
1905: la primera derrota de una potencia imperial blanca-europea a manos de una
emergente nación industrial asiática. Recordemos que tras el ataque al enclave
ruso, en la actual provincia china de Liaoning, de Port Arthur, y la
destrucción de la flota rusa del Pacifico, el Zar Nicolás II envió a su flota
del Báltico, en una navegación planetaria a través del Cabo de Buena Esperanza,
para zurrar a aquellos “macacos”, como dijo. El guión de sus almirantes y
generales era una “rápida sumisión del Mikado”. Lo que pasó en realidad es que
cuando la flota llegó al lugar fue hundida por la japonesa en el estrecho de
Tsushima… A ello se sumó el desastre de la primera guerra mundial y al final,
la receta la aportaron los bolcheviques, ya no como enmienda, sino como
ruptura, al afirmar una vía de desarrollo fuera del capitalismo, aboliendo la
propiedad privada, con la ulterior colectivización estalinista (en la que Stalin,
a diferencia de Stolypin, sí que dispuso de medios para imponerla, el NKVD y un
particular nuevo tejido social), etc., etc. Hubo una enmienda a la totalidad.
Una ruptura revolucionaria. Y eso fue el comunismo ruso: la respuesta rusa de
principios de siglo al problema del desarrollo desigual.
Con el comunismo Rusia consiguió hacerse fuerte –evitar ser tratada como China,
conjurar el peligro apuntado por Witte- con una fórmula de desarrollo propia
que aguantó muchos años y amplió la potencia rusa a un nivel sin precedentes,
desde el Elba hasta el Mekong. Por eso su receta fue una enorme fuente de
inspiración mundial: una tercera parte de la humanidad vivió en regímenes
emparentados con el soviético.
Naturalmente que Lenin no era un nacionalista, era un socialista
internacionalista, pero las ideas y doctrinas surgen y echan raíz en
determinado contexto histórico y están sometidas a la corriente de cierta
lógica general de fondo (Закономе́рность) que las moldea. La idea que quiero
transmitir con esto es la de que lo alternativo surge de una necesidad.
China Veamos ahora el comunismo chino, cuyo origen no se entiende sin la URSS.
Los chinos querían salir del agujero antes descrito y optaron por la receta
rupturista rusa. Lo hicieron así por una razón muy sencilla: cuando buscaron
recetas de inspiración, cuando tomaron la decisión estratégica de a qué
apostar, en los años treinta (recordemos que la Revolución China triunfa en
1949) estaba claro que el comunismo era la receta de desarrollo más moderna y
eficaz.
Rusia había demostrado que esa receta funcionaba; había ganado la guerra civil
con intervencionismo extranjero –que China conoció- y la segunda guerra
mundial, en la que Hitler quería disolver la URSS y convertir Rusia en un
protectorado (la “segunda China” de Witte), sus ritmos de crecimiento eran
superiores a los occidentales, etc., etc. Y todo ello había tenido lugar en las
circunstancias más adversas.
Al mismo tiempo (y como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la
potencia de China como civilización), los chinos“nacionalizaron” fuertemente
esa receta rusa, traduciéndola al chino. El resultado fue un refrito de un
refrito: un producto tan diferente del ruso como éste lo había sido con
respecto a la receta socialista europea (anglo-franco-alemana) original. En la
fórmula china aparecen cosas como la creación de un ejército popular, la
estrategia de ganarse al campo y rodear las ciudades, el llamado “pensamiento
Mao Tse Tung” y una gran cantidad de cultura china tradicional puesta al día.
En 1918, Lenin había definido el comunismo ruso como, “el poder de los soviets,
más la electrificación de todo el país“, una definición más desarrollista y de
poder que ideológica. El comunismo chino fue algo todavía más exótico.
Consistió, y consiste, en, construir una China fuerte y próspera más el Da
Tong. El “Da Tong”, es el ideal confucioniano de la cohesión social derivada de
una economía próspera y de una sociedad estable. Para lo que aquí interesa
podríamos definirlo como un seudónimo de esas “características chinas” que los
dirigentes de Pekín invocan siempre como una especie de comodín retórico cuando
los occidentales pretenden darles lecciones.
Mientras los occidentales nos rompemos la cabeza intentando comprender las
“rupturas ideológicas” entre Mao y Deng Xiaoping (el lío ese de qué tiene de
“comunista” la actual “China capitalista”, etc., etc.), la simple realidad es
que desde el punto de vista de esa definición, desde el punto de vista del
“comunismo-estrategia desarrollo” Mao, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao y
sus sucesores, son diversas tácticas del mismo propósito estratégico
desarrollista chino común a todas esas generaciones. Todos siguen con gran
coherencia y continuidad la vía del comunismo chino, tal como lo hemos
definido. Mao optó por el comunismo soviético, por la misma razón por la que
Deng optó por la economía de mercado americanizante, y por la misma razón por
la que Hu se hace hoy socialdemocratizante y keynesiano con la “sociedad
armoniosa”, etc.: porque en cada caso esas diferentes opciones son vistas como
las mas adecuadas para realizar el “comunismo-estrategia de desarrollo”;
“construir una China fuerte y próspera mas la armonía social del Da Tong”. Eso
es el comunismo chino.
Lo alternativo sobrevive a su muerte oficial Este enfoque histórico permite comprender mejor no sólo el presente ruso y
chino y sus tensiones, sino, digamos, nuestro presente global.
En Rusia veinte años después de la muerte del comunismo doctrina, la tensión
del imperativo de desarrollo se mantiene con toda claridad, porque los
problemas del desarrollo desigual –no sólo entre países sino también de
desigualdad entre sectores sociales- siguen ahí:
La Rusia de hoy crece gracias a la exportación de materias primas, y en
condiciones de extrema desigualdad. Si con la URSS la sociedad tenía una
nivelación social de tipo escandinavo, hoy tiene una desigualdad
latinoamericana. Ambas cosas son muy contradictorias con las características de
su sociedad educada al nivel de las más avanzadas del mundo. Pero ese
crecimiento, que antes de la crisis financiera era del 7% anual gracias a la
buena coyuntura de precios del petróleo y luego se enfrió algo, ha tenido lugar
mientras el índice de Desarrollo Humano (Bienestar/Esperanza media de
vida/Educación) bajaba. El sistema burocrático-oligárquico es corrupto y
completamente ineficaz para la modernización, que exige más transparencia y
nivelación. Pero realizar ese cambio necesario, no es posible sin cambiar el
actual sistema político de “samovlastie”, la seudo autocracia con pluralismo de
cartón piedra, sin posibilidad de alternancia en el poder, etc., que sin ser
tan agobiante como la soviética no alcanza ni siquiera los estándares de
democracia caricaturizada occidentales.
En China, las contradicciones entre el propósito central de
estabilidad+prosperidad y el modelo crematístico/urbanizador, son cada vez más
patentes: ¿Se hace un país más próspero y estable, a base de más desigualdad,
más cemento y más contaminación? ¿Qué queda del “crecimiento” chino si le
restamos todo el daño medioambiental y humano que suponen la degradación
sanitaria, del medio ambiente, la contaminación de aguas, tierras y aire? Y
todas estas consideraciones ¿se restringen a Rusia y China, o por el contrario
podemos verlas por todas partes? Naturalmente, es una pregunta retórica. Lo
alternativo surge de la necesidad y eso es así en todas partes y en todas las
épocas.
Por todo el mundo la crisis global empuja a buscar modelos de vida, de economía
y de relación con el entorno diferentes a los que ofrece el capitalismo. Desde
ese punto de vista hay un regreso al punto de partida, un regreso a la
necesidad de un modelo alternativo para toda la humanidad. Y esa necesidad
resucita, podríamos decir, las ideas niveladoras, democratizantes e
internacionalistas que se expresaron en su día cuando se inventó la idea
socialista. Ideas que en Europa y América del Norte se dieron por muertas
gracias a la socialdemocracia, y que ahora resurgen empujadas por la realidad,
y, naturalmente, filtradas y maduradas por las experiencias y fracasos
anteriores. La madurez de la inocencia perdida mencionada por Manolo Vázquez
Montalbán.
La conclusión es que, desde luego, no sabemos cómo se resolverá todo esto. La
historia tiene sus ritmos pero no una ley inexorable. No sabemos si las oportunidades
y desafíos que, por ejemplo, la eurocrisis está lanzando a la mayoría, se
resolverán en una derrota social, o si por el contrario, viviremos un nuevo
1848, una primavera de los pueblos con un nuevo “manifiesto comunista”…
Lo que sí sabemos es una cosa: que a diferencia de lo que se decía hace veinte
años sobre su fin, la Historia continúa con más dramatismo que nunca. Que
veinte años después de la disolución de la URSS la búsqueda de una estrategia
de desarrollo y de una vida diferentes es más urgente que nunca.
(*) Conferencia pronunciada el 22 de diciembre de 2011 en el Espai Mallorca de
Barcelona, en ocasión del XX aniversario de la disolución de la Unión
Soviética.
Uno. Un fantasma se cierne sobre Europa… es el fantasma
del comunismo. Han pasado más de 20 años desde de la debacle del imperio
soviético. Siglo y medio largo desde que Marx y Engels lanzaran esta alarma,
nada más empezar el Manifiesto Comunista, la madre de todos
los panfletos. Pero es precisamente ahora -cuando se da por
muerto y enterrado- que el comunismo sale de ultratumba y consigue afianzar la
frase en su sentido más estricto.
Si
lo propio de los fantasmas, según los diccionarios, es aparecer después de
la muerte, entonces no es antes del comunismo -época en la que
Marx y Engels despliegan la metáfora- cuando podemos hablar, en propiedad, de
ese espíritu amenazante, sino a posteriori. (A fin de cuentas,
la mayor capacidad aterradora de un fantasma es post mortem).
Solo después del
derribo del muro de Berlín el comunismo se ha convertido en un fantasma que
recorre Europa; el espectro de un mundo muerto que insiste, con ardides muy
dispares, en tirar de los pies a los que le han sobrevivido.
Ese
fantasma inicia su andadura en 1989, año que cifra la caída de un PC (Partido
Comunista) y el advenimiento de otro PC(Personal Computer), con la
expansión de Internet y la era digital. Justo en la frontera entre el ocaso de
aquellas sociedades que se decían basadas en el proletariado -el trabajo
manual- y el apogeo de la época actual, determinada por el mundo virtual
-¿espectral?- de la sociedad informatizada.
En
la actualidad, este comunismo de baja intensidad no tiene, como en la época del
antiguo PC, un baluarte estatal en el que fijar su estrategia y su meta, habida
cuenta que las dictaduras del bloque soviético ya no aguardan al otro lado del
telón de acero. Sí está conectado, sin embargo, a los movimientos y eslóganes
que echaron abajo aquellas tiranías. Es posible percibir los ecos de la glásnost (la
política de transparencia que inició el deshielo de la Unión
Soviética) en Wikileaks. Las movilizaciones de los indignados evocan a
Solidarnosc, el sindicato surgido en Gdansk que apeló a la solidaridad para
subvertir el régimen polaco (Lech Walesa acaba de resurgir brindando su apoyo a
los manifestantes de Occupy Wall Street). Y la convocatoria a refundar la
democracia nos remite a la perestroika (aquella reconstrucción invocada
por Gorbachov como única posibilidad de salvar el antiguo sistema).
A todo esto podemos añadir las pulsiones
por la gratuidad en Internet o el impacto de las nuevas tecnologías sobre los
criterios de propiedad que han regido, hasta hace muy poco, nuestro modo de
vida; el despliegue de formas comunales de asociación o el renacimiento del
panfleto como libro-resorte; la puesta en solfa del capitalismo o la
sublimación del Este como fantasía de la cultura occidental.
Dos. En la época de eufemismos que siguió al desplome de
los regímenes del campo socialista, el capitalismo, así tal cual, apenas se
nombraba: nos valíamos de términos como era global, mundialización, sociedades
poshistóricas, economía de mercado, mundo libre… Asimismo, y puesto que el
comunismo había quedado bajo los escombros del Muro y de su propia historia
represiva, las alternativas críticas preferían calificarse como antisistema,
antiglobalización y un largo anti-todo hasta arribar al
estatuto de indignados.
Pero esos eufemismos ya han rebasado,
con creces, su fecha de caducidad. Y es, en semejante circunstancia, cuando
emergen con intensidad estos indicios que alternan el comunismo primitivo y la
democracia participativa, el socialismo utópico y la autogestión colectiva, las
pulsiones igualitarias y las posibilidades totalitarias.
Tan
lejos del PCUS y tan cerca de Blanchot, estos usos comunistas parecen devolver
la palabra maldita a su semántica primigenia: “comunismo”, afirmaba el escritor
francés, no es otra cosa que “crear comunidad”. En esa cuerda, aparecen
pensadores como Ranciere o Badiou, Groys o Jean-Luc Nancy. (Una
antología, Democracia en suspenso, editada por La Fabrique, en
Francia, y por Casus Belli, en España, aborda el asunto desde esta
perspectiva).
Tal vez por todo esto, el más
extravagante de los autores neocomunistas, Slavoj Zizek, ha intentado rebajar
la tensión a los manifestantes de Occupy Wall Street: “¡No somos comunistas!”.
Así habló desde su tribuna.
Si bien estos destellos comunistas, ya
lo hemos visto, no tienen como referentes a los regímenes de corte soviético
(ni al actual modelo chino o los comunismos periféricos supervivientes a 1989:
Vietnam, Cuba, Corea del Norte), se da el caso de que tampoco pueden mirar
hacia la socialdemocracia (el Estado de bienestar ha sido el segundo
damnificado en la escala de demoliciones posteriores al derrumbe del Muro). Es
más, crece la sensación de que la socialdemocracia solo funcionó, en la guerra
fría, como un capitalismo de rostro humano para enfrentar al sistema comunista,
de modo que ahora resulta innecesaria.
Más
bien, las sociedades occidentales parecen vivir, a nivel doméstico, lo que hace
un par de décadas se concebía como un conflicto geopolítico. Tratamos con una
segunda guerra fría en la que ni el Estado puede realizar su
dominio en la sociedad, ni la sociedad quiere realizar su
alternativa en el Estado. Cada parte juega en su campo y su único punto de
encuentro no son las instituciones políticas sino el mercado. Un mercado que,
dicho sea de paso, es salvado, pero no intervenido, por sus garantes; y es
utilizado, pero no demolido, por sus críticos. Un mercado que ha roto su
binomio con la democracia como el tándem idóneo del liberalismo.
Tres. Más que como un fantasma, durante los primeros años
de la posguerra fría el comunismo sobrevoló Occidente como un zombi. Derrotado
en lo político, se refugió de forma paulatina en una cierta
rentabilidad estética. Con su aura de mundo perdido y exótico,
fue ganando terreno en centenares de exposiciones, películas, libros,
publicidades varias, hasta el punto de convertirse en una especie de parque
temático de Occidente; el museo virtual dedicado a un antiguo enemigo por
redescubrir. Todo ello forjó un género cultural que he llamado Eastern (con
subgénero incluido, como la Ostalgia).
Pero
ya no se trata de una exposición, un thriller de espías,
un boom editorial, o la expansión del Este como gran plató de
un Hollywood que parece haber transitado desde la caza de brujas hasta
el embeleso. Todo eso forma parte del qué y de la estética. Ahora
lidiamos con un fenómeno más complejo que forma parte del cómo y
de la política.
Quizá
valga la pena añadir que esta “presencia” del fantasma comunista no nos
sobrevuela exclusivamente desde el horizonte de la izquierda. Algunos de
nuestros derechistas más insignes provienen del marxismo y aun el estalinismo.
Sin entrar en los censores menores que han actuado en nombre de ambas causas,
es pertinente recordar que un politburó como Borís Yeltsin
encaminó a Rusia hacia el neoliberalismo o un KGB como Putin conduce hoy los
destinos de ese mismo país en el tiempo de los oligarcas. Mientras, China
expande, all over the world, un modelo siniestro que mezcla el
partido único con el estalinismo de mercado que marca la pauta de estos
tiempos.
En un escenario como este, ya no parece
demasiado hiperbólica aquella frase de Vázquez Montalbán, avisando de que la
batalla final sería entre comunistas y excomunistas.
El capitalismo contemporáneo no puede
garantizar los principios inscritos en su fundamento: Libertad, Igualdad,
Fraternidad. Y la alternativa no está, desde luego, en las dictaduras
comunistas que se vinieron abajo por el peso de su propia ignominia. Ahora
bien, hay algo pendiente en la tríada disidente que hizo posible su demolición.
Transparencia, Solidaridad, Reconstrucción constituyen un espectro plausible
que hoy “se cierne sobre Europa” como recordatorio y, asimismo, como hoja de
ruta.
Para la izquierda de toda la vida esto es,
obviamente, un problema, pues siempre ha preferido maquillar el Gulag a
escuchar a la disidencia al comunismo. Para la derecha de toda la vida, es
indigerible que la alternativa a nuestra crisis provenga del “más allá”, de
aquellos derrotados doblemente por la guerra fría que no han visto cumplidas
sus demandas en nuestras democracias menguantes. Para unos, es una ironía. Para
los otros, una deuda.
(*) Publicado originalmente en El País,
el 11-11-11. La imagen es de Lázaro Saavedra.
Se
ha discutido mucho sobre el rasgo específico que define la condición humana: la
risa, la razón, la tecnología, el lenguaje. Probablemente todas estas tesis
tienen fundamento, como también las que pretenden retener hacia abajo las
pretensiones olímpicas de la humanidad o borrar hacia arriba la escala
evolutiva de los primates. Pero permítaseme la provocativa y paradójica
afirmación de que existe una diferencia neta, presupuesto de todas las demás,
donde menos se la buscaría o donde nadie querría en realidad hallarla: lo que
distingue al ser humano de los animales -digamos- son los genitales.
Los
mitos cuentan como peripecia lo que es duración; como metamorfosis lo que es
evolución. Adán y Eva pastaban en el Paraíso como cuadrúpedos felices;
correteaban cabizbajos buscando las hierbas más apetitosas, sin penas ni
cuidados, y la luz del relámpago y el estrépito del trueno les llegaban de
soslayo, resplandor y eco, sombra y timbal, desde un lugar que permanecía
siempre a sus espaldas. No bostezaban, no deseaban, no morían. Hasta que un día
el mayor arrojo y curiosidad de Eva guió a la pareja hasta una planta
desconocida; no se sabe qué diablos comieron, pero lo cierto es que, como
ocurre en tantos cuentos y leyendas, este alimento mágico provocó en ellos una fulminante
transformación. Hay que tener siempre cuidado con lo que se come. Así el
banquete de Circe convirtió en cerdos a los compañeros de Ulises; así las rosas
de Isis deshicieron el hechizo que había transformado en asno a Lucio; así la
galleta que mordisqueó Alicia aumentó y disminuyó el tamaño de su cuerpo.
Pues
bien, Adán y Eva, a fuerza de comer la nueva planta, cambiaron de
pronto de postura. Es decir, se pusieron de pie y, al hacerlo, descubrieron
-se descubrieron recíprocamente- los genitales. Pero mientras se ponían de pie,
al adoptar la posición erecta, la tierra se dio la vuelta, se enderezó también
o volcó -qué vértigo- en torno a esta verticalidad violenta. Y al mismo tiempo
que se desnudaban por primera vez uno frente al otro, el cielo giró y giró
hasta situarse no detrás de sus cabezas -como hasta entonces- sino delante de
sus ojos. Mediante este cambio de postura, todo quedó a la vista, un mundo
-cómo decirlo- despellejado o desollado: la obscenidad radical del sexo y la
obscenidad radical de las estrellas. Lo que los cristianos llaman “caída” fue,
en realidad, un ponerse-de-pie o un levantarse-sobre-los-dos-pies.
Conocemos
el resto: Adán y Eva se vieron, se desearon, se murieron. El descubrimiento de
los genitales -inseparable de la visión del firmamento- abre para siempre un
doloroso abismo entre el animal que se ha dejado atrás y el humano que no se
acaba de formar. Desde entonces todo está fuera de escena; todo es obsceno. Así
el misántropo Leopardi -en su famoso Canto nocturno de un pastor
errante de Asia- pregunta a su rebaño: “¿por qué si yace a su placer,
ocioso, se calma el animal/ y en cambio yo, cuando reposo, sucumbo al tedio
mortal?”. Y mientras sus ovejas dormitan cabizbajas, con el sexo y el cielo
oculto por sus lomos, pregunta también a las estrellas: “¿para qué tanta
belleza?”.
El
ser humano es el único animal que puede contemplar por igual -tras este cambio
de postura- su sexo y el universo. Lo primero que uno descubre en sí mismo, con
disgusto o con placer, como identidad o como intrusión, no es la “ley moral”,
como quería Kant, sino los propios genitales: al alcance de la vista y de la
mano, en el centro mismo del cuerpo, reclamando una atención tan grande y tan
intensa -en contraste con su tamaño- como solo la reclaman los tumores y las
heridas. La salud es el cuerpo “en el silencio de los órganos”, decía el
cirujano René Leriche, y son los genitales, que cuchichean cuando no chillan,
los que nos mantendrán incurablemente enfermos. Es normal que en torno a esta
inextirpable espina se hayan edificado tantos cultos y tantas aberraciones y es
normal también, al revés, que tantas relaciones de poder inicuas se hayan
fundado o hayan acabado en una supremacía genital que invierte precisamente la
jerarquía humana de la epifanía cósmica: pues la vagina es madre de todos
mientras que el pene es sólo su propio hijo. Y es normal, por ello, que la
lucha contra el patriarcado se plantee al mismo tiempo como una desfalización
de la historia y una civilización del falo.
Estamos
atados a la muerte por los genitales. Y cuando levantamos la cabeza, para
aliviarnos de ellos, nos atamos a la muerte con la mirada. Esa postura nueva,
fruto de una intoxicación alimentaria o de una mala digestión, sitúa en el
mismo eje visual el sexo y las estrellas, de manera que los genitales y los
astros se citan y se combaten sin parar. Sólo se puede levantar la vista hacia
el cielodesde los genitales descubiertos -expuestos- en la postura
erecta, pero ese gesto abre la posibilidad, en persiana o abanico, de
contemplar el mundo no desde nuestro propio cuerpo sino desde el cielo común:
es ahí donde el ser humano atisba, lejos del tacto, la ley moral, la ciencia y
esa mortalidad compartida que llamamos “política”. ¿Qué revela la estampa
cursilísima y banal de los amantes cogidos de la mano bajo la luna? Que la
felicidad se encuentra en alguna forma de intersección visual-genital -donde se
hace sensible el en kai pan revelado y escamoteado por nuestra
condición bípeda- y que la felicidad, por eso mismo, es imposible y además
peligrosa. Si encontrásemos los medios materiales (y quizás estamos a punto de
alcanzarlos) para convertir la persiana o el abanico -el despliegue de la cola
del pavo real- en un instante total, en una dilatación sin duración, habríamos
derrotado, junto a la ley severa del mundo, el mundo mismo con todas sus
ventanas y perspectivas.
Tenemos
dos raíces. Una de nuestras raíces es una úlcera y no nos la podemos arrancar;
la otra raíz es una lejanía y no la podemos alcanzar. Estas raíces no se pueden
soldar, sólo desplegar y a veces entrelazar, pero, ¿se pueden erradicar? Se
dirá que contra los genitales sí se puede luchar; que esa espina sí se puede
extirpar. En el caso de los hombres se llama castración; en el caso
de las mujeres cliteroctomía, lo que le da un aire más aséptico e
inocente, casi quirúrgico y terapéutico. En los dos casos se trata de una
brutal mutilación. Ha sido, como sabemos, una “solución” practicada por
distintas culturas para tratar de construir desde la libertad más fanática
cuerpos sin confusión posible que no amenazasen a los bípedos machos; la
“libertad de mutilación” ha sido siempre, sin duda, un asunto masculino, el de
un constructivismo patriarcal, y radical, en permanente combate contra los
genitales y contra las estrellas. Pero este constructivismo masculino sólo
revelaba una y otra vez hasta qué punto los dos términos se inscriben en el
mismo eje visual y se solicitan de forma metonímica. Freud y Edipo acuden
enseguida a la memoria: nublada su visión por el deseo de su madre, cuando
reconoce por fin a Yocasta, el hijo de Layo no se arranca los genitales sino
los ojos. En el orden inverso, a los eunucos encargados de la gestión de los
harenes se les arrancaba los genitales para cegarlos; y las mujeres del sultán
se exhibían ante ellos, en efecto, como si fuesen ciegos. Si hay que civilizar
los genitales -y no el bazo o el riñón- es porque se trata de órganos
incurables sin los cuales, sin embargo, el misterio del universo, que no
depende de ellos, dejaría de comprometernos y reclamarnos (por parafrasear una
cita de Benjamin).
Creo
que hay una diferencia entre la civilización del falo y la desgenitalización
del mundo. No hay una desgenitalización progresista o liberadora del sexo
porque no hay nada progresista o liberador en el sexo, y menos aún en liberarse de
él. Tenemos dos raíces. Una de nuestras raíces es una úlcera y no nos la
podemos arrancar; la otra raíz es una lejanía y no la podemos alcanzar. Que los
genitales sean incurables y las estrellas inalcanzables garantiza que en
cualquier otro mundo posible -incluso en el mejor imaginable, sin patriarcado
ni capitalismo- seremos fundamentalmente desgraciados y fundamentalmente
incompletos. Veremos, desearemos, moriremos. Lo importante es que nada ni nadie
nos obligue a bajar de nuevo la cabeza.
Soy un miserable por no comprarle rosas todos los días. O robarlas saltando un muro o destrozando un parterre. Por no gritar su nombre cada noche.
Las letras de Fonollosa, Sabines, Bukowski. Las luces y las sombras de Edgar Filloy. La música, por PJ Harvey.
Lafayette Street
Esta es la mujer mía. Pueden verla,
no tengan pena, de perfil, de frente.
Pueden acariciarla con los ojos.
Está desnuda bajo su vestido.
Es hermosa, ¿verdad? Todos lo dicen.
Ella también lo sabe. Es muy hermosa.
Mírenla de perfil, de frente. Desde
la uña del pie al cabello es muy hermosa.
Hasta los automóviles más caros
frenan para admirarla cuando pasa.
Vean a las demás. Se han vuelto feas
cuando ha entrado en el bar ella conmigo.
Y nada le pregunta a la cerveza
para hacer maravillas en la cama.
Esta es la mujer mía. No, no hay otra
tan completa cual ella. Es una lástima
que no encuentren ustedes otra igual.
Pueden acariciarla con los ojos.
Me tienes en tus manos...
Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.
Pájaro azul
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?