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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

domingo, 24 de junio de 2012

Percebes y demás




Percebeiro en Galicia, acuarela de Rubén de Luis





Anteayer comí por primera vez percebes. Sí, sí, creedlo, un comedor de marisco compulsivo como yo no había probado aún los percebes. 

Bueno, no exageremos, ya quisiera yo. Los como cuando puedo y según me permite el bolsillo. 

Disfruté de invitación panrtagruélica de marisco, allá en el Norte materno, hace más de veinte años. Pantagruélico quiere decir que acabé tumbado en una mesa soltando en mi boca abierta, desde la altura de la largura de mi brazo, gambas y patas de cangrejo. 

Me encantan los carabineros y la langosta, el calamar y el pulpo, las ostras y los mejillones, prefiero la cañaílla al bígaro, el langostino a la gamba y la coquina a la almeja, pero a todas y a todos los quiero por igual y ahora he descubierto el percebe, un dedo rojizo y marino enfundado, con una uña pedrosa y cónica. Qué delicia la salpicadura al arrancar la pezuñita el sorbeteo al chupar el dedito con la boca.

En el ultramarinos local, surtido y de calidad, a diferencia del ultramarinos imperialista valenciano, limitado y mediocre, hay una pescadería estupenda para no ser costera. Hará un par de semanas pasamos por allí y compramos cañaíllas, bígaros, almejas finas, huevas de merluza, gambas y langostinos cocidos, pez de limón y pez espada: a todos ellos les dimos su merecido. Me quedé con ganas  de unos percebes que vi por allí (por lo de la virginidad y la curiosidad) y de mejillones, que quiero preparar a la bretona (con nata, y vino blanco) y a la brava, también quería repetir las huevas, que preparé a la plancha y comí con mayonesa, finísimas. Así que el viernes pasado Ella y yo nos dirigimos intrépidos y resueltos otra vez a la maravillosa lonja y compramos cañaíllas, gambas cocidas, salmonetes, lenguados, pez espada y calamaritos y los percebes; no había huevas, la felicidad nunca es un estado perfecto, eso sólo lo piensan los idealistas irredentos. En el fragor de la compra, tan excitado, me olvidé de los mejillones: ya tengo excusa para volver.


Llegamos a casa y herví las cañaíllas que aparté para enfriar y comer por la noche, y los percebes, que me zampé enseguida templados, con una cerveza bien fría. 


Llegó mi hijo con un amigo compañero de clase como apoyo moral para anunciar las notas: la madre que lo parió (a mi hijo, no al compañero). Lo invité a comer pescado y marisco, pero declinó la invitación, pues no podía quedarse. Mi hijo al hacer los aspavientos típicos en él ante el marisco recibió la mirada extrañada de su amigo, como veis un chico sensato y sensible. Mi hijo es un salvaje, yo he intentado educarlo, pero las criaturas cogen su propio camino y te decepcionan. El marisco es un signo de civilización, se aprecia que iniciamos el camino de lo humano cuando encontramos restos pre-históricos que atestiguan el marisqueo, señal de inteligencia, habilidad y sensibilidad. 


Por contarlo ya todo: hoy he cocinado para almorzar paella de conejo y habas, muy rica, y a la hora de la siesta he preparado para mañana un guiso de carne picante con ajos, cayena, cebolleta fresca, pimiento, pimentón, vino blanco y en el hervido piezas de añojo y zanahoria. Dice Ella que ha salido magnífico.




Por cierto, 36 € el kilo: muy baratos me parecen.











1 comentario:

  1. En este erial yermo que es el norte más al norte de Bretaña, no hay lonjas que merezcan tal nombre. Quien quiere decapitar un langostino, debe brujulear por los suburbios de los barrios obreros en que la inmigración mediterránea ha enriquecido la cultura patria. Obviamente, con poco éxito, porque estos crisoles son islas remotas en el soberbio océano urbano.
    Las pescaderías apestan, como apesta el queso. Anuncian, ya de lejos, lo que se mercadea.
    Bárbaros los que sólo dedican su atención al cerdo y a la patata; y no se me malentienda, que ni el guarro ni la papa carecen de atractivo. Pero la repetición cansa el paladar y la costilla con chucrut multiplicada en el plato a través de los calendarios parece medir la distancia que hay hasta el mar. Qué lejos Isla Cristina, Conil, Benalmádena, Almuñécar. Qué lejos el tigre de Sanlúcar, la navaja de el Rompido, la coquina de Punta Umbría, el atún de Zahara, el boquerón de Barbate. Qué lejos los molinos de viento de las peñas de Algeciras, tierra de aires fuertes y de Tariq.

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