Tendré que cerrar el año, ¿no?
Wassil Bykau, niebla, 2012, ¿2013?... humana conditio.
En la niebla de Vasil Bykov
Estrenada en Berlín una película sobre la
obra del gran escritor bielorruso
Creemos que en la vida no hay destino ni misterio, que todo se divide en
sol y sombra, noche y día, así nos han educado. Pero ahí está la niebla, el
claroscuro de nuestra existencia, las trampas y los espejismos de la vida que
sorprenden a los hombres enfrentándolos con lo más inesperado y contradictorio.
“Un frío día de finales de otoño en el
segundo año de la guerra partisana, el explorador Burov se acercó a la aldea de
Mostish para matar a un traidor local, un tipo llamado Sushenia”. Así comienza
la novela “В тумане” (“En la niebla”) del escritor bieloruso Vasil
Bykov (1924-2003). Es un autor que casi solo escribió relatos de guerra, un
género alimentado por su propia biografía al que tantos escritores soviéticos
aportaron obras de gran calidad y fuerza humana.В тумане es una
de ellas.
El director ucraniano Sergei Loznitsa ha
hecho con ese relato una de esas raras películas, estrenada esta semana en
Berlín, premiada en Cannes, Yerevan y Odessa, que no desmerecen su base
literaria. Gran parte de sus diálogos son textuales. La descripción de la
Bielorrusia rural de finales de 1942, impecable. La aparente lentitud de sus
personajes, en perfecta armonía con la sicología campesina local. Estamos ante
una de esas adaptaciones maestras, como la de los Taviani con los relatos de
las Novelle per un anno de Pirandello en Kaos, su mejor película, Visconti con El Gatopardo de Lampedusa, o, mejor aún, por la
parquedad y crudeza rural que las une, con aquellos Santos inocentes de Mario Camus, sobre la novela
homónima de Delibes.
Sushenia no es un traidor, sino que es
víctima de un trágico destino. En la cuadrilla de peones ferroviarios en la que
trabaja deciden, contra su opinión, sabotear una vía para descarrilar un
convoy. Hombre realista, Sushenia sabe que la cuadrilla será inmediatamente
acusada del hecho por los alemanes, tal como ocurre, pero pese a todo
participa. Tras la detención, palizas y torturas, el oficial alemán le propone
salvar la vida a cambio de convertirse en delator de partisanos. Sushenia es
un muzhik responsable para el que la honradez y la
estima de sus vecinos que se deriva de ello es esencial. “No puedo”, le
responde al oficial. Este le castiga de la peor manera posible: preserva su
vida, mientras los otros miembros de la cuadrilla son ahorcados en la plaza del
pueblo. ¿Por qué no le cuelgan a él? Ante todos Sushenia pasa por traidor. Y
por eso, ese día de finales de otoño Burov, su amigo de la infancia, se acerca
a su casa para matarlo en cumplimiento de la ley partisana y del cruel cálculo
del oficial alemán para manipularla.
Sushenia sabe que nadie creerá su
historia. Hasta su mujer, Anelia, cree que hay algo turbio en su extraña salida
con vida de la Kommadantur. Burov viene a
llevárselo “para un asunto”. No quiere matarlo en presencia de su mujer y de su
hijo. Todos saben de qué se trata. Sushenia se lleva la pala al bosque, cava su
tumba y elige el lugar. Es entonces cuando ocurre lo imprevisto. Como en
“Soldados de Salamina”, la ejecución es frustrada no por el escrúpulo de un
miliciano, sino por una patrulla de colaboracionistas que dispara sobre el
ejecutor y permite escapar a la víctima. Si a partir de ese momento
literariamente tan fuerte, Javier Cercas tejió una novelita, Bykov hace
literatura. Sushenia regresa al lugar, rescata a Burov malherido y lo carga
sobre sus espaldas para salvarlo, por la misma razón por la que se negó a
aceptar la oferta del oficial alemán: una voluntad recta y honrada, exenta de
todo cálculo.
La sospecha general le impedía a Sushenia, “vivir honradamente, como un
igual entre todos, y no quería vivir traicionando su conciencia. Tenía mujer,
muchos parientes, su pequeño hijo Grishutka, ¿cómo iba a embarrar el futuro de
todos ellos? Pero no hacerlo ya era imposible, pese a sus deseos y esfuerzos,
¿qué podía hacer?” Esta es la trágica niebla que inspira a Bykov y en la
que él mismo se vio sumido.
Nacido en una aldea de la región de Vitebsk, Vasil Bykov (en bielorruso,
Vasil Bykay) participó con 18 años en la guerra, la guerra del Este, sin
parangón con la civilizada guerra de los nazis en el Oeste: la guerra de
exterminio de Bielorrusia sin más perspectiva que el total sometimiento, en la
que murieron uno de cada tres habitantes, se destruyeron 209 de las 290
ciudades y el 85% de la industria. Cifras y datos que no captan lo esencial de
todo aquello. Para eso hace falta la literatura y la experiencia generacional
más directa.
Recuerdo la sorpresa de un amigo ruso al revolver en los años ochenta entre
los arrugados diarios de guerra de su padre, un ex combatiente de aquella
Bielorrusia partisana. Su unidad regular fue destrozada en la retirada de 1941
y sus restos quedaron aislados tras las líneas enemigas. Hombres hambrientos en
fuga en un inmenso universo de pantanos y matorral. El padre ingresó en la
República de los Bosques en colectivos de resistentes que morían de hambre y
frío y practicaban sabotajes y ataques contra las líneas de comunicación y
abastecimiento de la Werhmacht.
“Hoy hemos capturado a un alemán bueno”, decía una nota de aquel diario
paterno. “Bueno”, sin más explicaciones. ¿Por qué “bueno”?, al fin y al cabo no
era más que un soldado raso apresado y ejecutado entre otros cuando viajaba en
su moto con sidecar por una carretera rural. Bueno, porque su zurrón iba lleno
de vituallas que los partisanos devoraban con una gratitud entre animal y
salvaje sobre el cadáver de su presa, explicó el padre. El anciano padre era un
hombre medio enloquecido por aquellos recuerdos, que incluían una heroica huida
con regreso a las líneas soviéticas, en las que fue recibido con sospechas:
consejo de guerra –entonces todo el mundo era “espía” y en caso de duda te
liquidaban- del que salió milagrosamente absuelto. Meses después, destinado
como oficial en Stalingrado. Y una nueva nota incomprensible en el diario:
“Nuestros camaradas caídos nos siguen siendo útiles después de muertos”. Sin
más explicación. De nuevo preguntas al padre. ¿”Útiles”? En el invierno de
1942, a treinta bajo cero metidos en una trinchera con solo unos pocos metros
de tierra y el Volga a sus espaldas, el padre de mi amigo y sus compañeros
colocaban los tiesos cadáveres congelados de sus camaradas alineados sobre el
marco superior de sus trincheras a fin de parapetarse mejor. Así seguían siendo
útiles después de muertos…
Esa era la guerra en la que Bykov llegó a ser dado por muerto y que acabó
como oficial. El escritor describió el miedo que se pasaba; “miedo a los
alemanes, el miedo a ser capturado, fusilado, el miedo en el combate, sobre
todo a la artillería y los bombardeos, donde si la explosión caía cerca parecía
que el cuerpo, sin control de la razón, iba a desintegrarse de puro terror.
Pero también el miedo que se sentía a la espalda: miedo a la superioridad, a
todos aquellos organismos represores y de castigo que había en la guerra”.
Bykov escribió toda su obra en lengua bielorrusa. Él mismo la
traducía al ruso. Después de la guerra una clásica trayectoria de escritor
soviético; ingresó en la unión de escritores, escribió todo tipo de relatos
bélicos, muchos de ellos sorprendentes por las situaciones y trágicas
alternativas que se planteaban a sus personajes, inspirados en tipos reales.
Fue, junto con otros, cronista emérito de la República del Bosque, una gesta
que imprimió carácter a la población bielorrusa hasta el día de hoy, cuando la
general ignorancia europea sobre su periferia tiende a reducir a la magnífica
Bielorrusia a una especie de culo del mundo gobernado por el sátrapa
Lukashenko. Bykov fue diputado del soviet supremo de Bielorrusia, galardonado
con los más altos premios y distinciones de la URSS, su nombre sonó como
candidato al premio Nóbel…
Con la perestroika, cuando le conocí,
formó parte de aquella “inteligentsia radical”
que le hizo la cama a Boris Yeltsin y su modelo
autocrático-presidencialista-cleptocrático que aún impera hoy. Su propia
evolución forma parte de esa niebla humana existencial que raras veces conoce líneas
rectas. Fundó el Frente Popular de Bielorrusia y en 1989 fue elegido diputado
del Congreso de la URSS. El 5 de octubre de 1993 fue uno de los firmantes de la
“carta de los 42” publicada por Izvestia en la
que se pedía a Yeltsin, que acababa de dar su golpe de estado cañoneando el
primer parlamento plenamente electo por sufragio universal de la historia de
Rusia, que diera, “un paso más hacia la democracia y la civilización” y
prohibiera “todas las organizaciones y partidos comunistas y nacionalistas”, es
decir toda la oposición, cerrara los periódicos Den, Soviétskaya Rossia, Literatúrnaya Rossia, Pravda y otros, y disolviera todos los órganos
representativos e incluso el tribunal constitucional. Días antes, en una infame
y multitudinaria asamblea organizada en el Cine Oktiabr de
la Avenida Kalinin de Moscú (hoy Novy Arbat), aquellos intelectuales
demócratas, como se llamaban, habían pedido a Yeltsin métodos pinochetistas:
“!Es que acaso no hay suficientes estadios en Moscú¡”, clamaron. Asistir a
aquello como periodista fue una experiencia estremecedora.
Bykov formó parte de aquel vergonzoso liberalismo estalinoide. Mucho más
vergonzoso e indigno que su firma de aquel otro manifiesto, éste de los años
setenta, veinte años antes, dedicado a vilipendiar a Aleksandr Solzhenitsyn y
Andrei Sájarov. Por lo menos entonces había una cierta presión institucional
para ser inquisidor. En 1993, por el contrario, no había excusa: todo era libre
y voluntario en aquella adoración a la nueva autocracia. Cuando ésta se concretó
políticamente en Bielorrusia con Lukashenko –un autócrata que al principio
ganaba las elecciones limpiamente, hoy ya no se sabe, y que a diferencia de
Yeltsin no cañoneó su parlamento- Bykov se enfrentó. Ninguneado, a finales de
1997 el escritor emigró primero a Finlandia y luego a Alemania, donde
debió sufrir esa confortable y al mismo tiempo desapacible existencia de
la que tantos eslavos se quejan aquí. Una existencia sin chispa ni misterio,
como la literatura del escritor local vivo más celebrado.
Quizá huyendo de esa vida sin niebla Bykov regresó a su país a morir y
falleció en 2003 en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Minsk.
Hoy su obra ha dado lugar a una magnífica película. Descanse en paz Vasil
Vladimirovich Bykov.
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