Javier Mestre es periodista y escritor. Su primera novela es Komatsu-PC340; podéis informaros en el blog Victoria y el insomnio.
Crítica de esa especie de nostalgia que confunde a nuestros compañeros más queridos
¡Hace mucho ya que la Unión Soviética no existe!
Aunque Vladimir Putin reinstaurara en Rusia el himno soviético, aunque siga emitiendo encendidos discursos de denuncia del imperialismo que con frecuencia aluden con cierta nostalgia a los viejos tiempos soviéticos, en realidad representa, como bien denuncia el Partido Comunista de la Federación Rusa, el poder oligárquico de una mafia capitalista que mantiene en la miseria y la opresión a la clase obrera de su inmenso país. Es el cabecilla de una caterva de ricachones horteras y criminales, producto de la liquidación brutal del socialismo soviético. Puede que sea un problema para Estados Unidos y su imperio, pero también lo es para su propia población. Los rusos, hoy, conocen el paro y la esclavitud, la corrupción como regla básica del funcionamiento social y la violencia sistemática como respaldo permanente de la injusticia extrema. Conviven en la Rusia actual el derroche más escandaloso, el lavado de dinero y el control oligárquico de la política con la miseria rampante, la carestía de productos básicos, el trabajo infantil, la mendicidad y la hipotermia por pobreza. Aunque la Rusia de Putin sea aliada preferente de la Revolución Bolivariana y apoyo para la Cuba socialista, no debemos olvidar que sus magnates son tan enemigos nuestros como nuestros propios explotadores. Si no lo consideramos así, estaremos cometiendo un grave error: cambiar la necesidad de justicia universal, cambiar el espíritu de La Internacional por una ilusión peregrina de que no estamos solos. No podemos traicionar a los trabajadores rusos apoyando a sus explotadores, aunque nuestros compañeros latinoamericanos no tengan más remedio que apoyarse en ellos. No debemos olvidar nunca con quién se pacta; Lenin ya nos enseñó que hay que llegar a acuerdos con quien sea necesario, pero eso no tiene nada que ver con la amistad o la confianza.
Una lectura muy recomendable para entender de qué hablamos cuando hablamos de Irán es el cómic Persepolis, de la iraní Marjane Satrapi. La revolución iraní fue también patrimonio de la izquierda, pero fue secuestrada por los ayatolas, que se dedicaron a asesinar, torturar y encarcelar a los revolucionarios comunistas, demócratas de izquierdas o sencillamente laicos. Roza el patetismo el encono con el que la elite islamista impone las supuestas costumbres islámicas a la población civil. En Irán, la vida cotidiana de la clase trabajadora combina los salarios de mierda con el machismo extremo y el miedo a que los guardianes de la revolución te den una paliza, te obliguen a un oneroso soborno o te metan en la cárcel por no guardar suficientemente una ortodoxia tan castrante como inventada. O te castiguen brutalmente por ser infiel a tu marido, u homosexual. Cuando algún compañero de buena voluntad pero sin duda mal informado defiende la ignominia que sufre Irán, apoyándose en el relativismo cultural y tachándome de eurocentrista, me salen ronchas. Se puede comprender que Cuba y Venezuela lleguen a acuerdos con Irán frente a un enemigo común, pero eso no implica ninguna necesidad de hacer apología de un régimen brutal y trasnochado. Los iraníes tienen tanto derecho como cualquiera a creer en lo que quieran, acostarse con quien les dé la gana, vestir como les parezca, escuchar la música que deseen, tener un trabajo digno... y las mujeres iraníes tienen los mismos derechos que cualquiera, no son idiotas ni taradas, y no podemos negar esto porque Ahmadineyad sea amigo de Hugo Chávez, por mucho que uno admire, de verdad, a este último.
¿Y China? No cabe en el espacio de este artículo la denuncia del capitalismo chino. Explotación sin freno de campesinos desterrados, niños en las fábricas, desastres medioambientales, represión brutal de las demandas de justicia en el entorno rural saqueado por una nueva elite capitalista que vive en simbiosis con un estado opaco y autoritario que heredó lo peor del maoísmo y lo combinó, como muestra de manera irrebatible Naomi Klein en La doctrina del caos, con la ortodoxia neoliberal bajo el asesoramiento del mismísimo Milton Fiedman. China se ha convertido en un modelo de desarrollismo descontrolado e injusticia social. Aunque en su puja de intereses se esté enfrentando permanentemente al bloque gringo, y en ese contexto se haya convertido en un aliado útil de nuestra gente en Latinoamérica, es absurdo querer sostener ese matrimonio de conveniencia con una hipócrita defensa de un modelo nada modélico de transición... al capitalismo de la peor especie.
Así que estamos solos...
Solos con la razón, solos con toda la Historia por delante (y por detrás, me temo). Tenemos que poder conversar sin pelearnos más, hay que discutir y ponerse de acuerdo; el ataque de las clases dominantes así lo exige y no hay geopolítica que nos sostenga y sustituya nuestra responsabilidad de unirnos y actuar. Sólo contamos con las fuerzas que seamos capaces de congregar. No podemos aferrarnos a un falso bloque y, en su nombre, justificar lo injustificable, renunciar a los principios más elementales de nuestras reivindicaciones. No podemos mentirnos ni mentir para apoyarnos en poderes que antes o después se han de tornar nuestros enemigos por razones obvias. No podemos aplicar dobles raseros a cuenta de convertirnos en incondicionales de los intereses geopolíticos de quienes ostentan, en este momento, algunas de las pocas alternativas de poder global ante el imperialismo.
Y del mismo modo que debemos renunciar a la apología sistemática de apoyos tan de circunstancias como vergonzantes, no podemos ningunear la rebelión de cualquier pueblo contra una de esas dictaduras amigas, por el hecho evidente de que el imperialismo intente instrumentalizarla. El enemigo de mi enemigo no tiene por qué ser mi amigo, lo puede ser sólo en determinado contexto, pero a la espalda, las espadas en alto. Y por encima, el derecho de todos los pueblos, sin excepción, a encontrar los caminos de su liberación.
El fotógrafo y su hija, Hockney |
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