JA JA JA. POR FIN, HE CONSEGUIDO SUBIRLA.
Una estupenda canción, La rosa amarilla de Tejas, de una estupenda escena de Gigante, la pelea en el diner, aquí; pero no la puedo subir (arcanos de la red).
Pero aquí un vídeo con la música.
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873auto.htm
Pero aquí un vídeo con la música.
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873auto.htm
F. Engels
DE LA AUTORIDAD
Algunos socialistas han
emprendido últimamente una verdadera cruzada contra lo que ellos llaman principio
de autoridad. Basta con que se les diga que este o el otro acto es autoritario
para que lo condenen. Hasta tal punto se abusa de este método sumario de
proceder, que no hay más remedio que examinar la cosa un poco más de cerca.
Autoridad, en el sentido de que se trata, quiere decir: imposición de la
voluntad de otro a la nuestra; autoridad supone, por otra parte, subordinación.
Ahora bien; por muy mal que suenen estas dos palabras y por muy desagradable
que sea para la parte subordinada la relación que representan, la cuestión está
en saber si hay medio de prescindir de ella, si —dadas las condiciones actuales
de la sociedad— podemos crear otro régimen social en el que esta autoridad no
tenga ya objeto y en el que, por consiguiente, deba desaparecer. Examinando las
condiciones económicas, industriales y agrícolas, que constituyen la base de la
actual sociedad burguesa, nos encontramos con que tienden a reemplazar cada vez
más la acción aislada por la acción combinada de los individuos. La industria
moderna, con grandes fábricas y talleres, en los que centenares de obreros
vigilan la marcha de máquinas complicadas movidas a vapor, ha venido a ocupar
el puesto del pequeño taller del productor aislado: los coches y los carros
para grandes distancias han sido sustituidos por el ferrocarril, como las
pequeñas goletas y falúas lo han sido por los barcos a vapor. La misma
agricultura va cayendo poco a poco bajo el dominio de la máquina y del vapor,
los cuales remplazan, lenta pero inexorablemente, a los pequeños propietarios
por grandes capitalistas, que cultivan, con ayuda de obreros asalariados,
grandes extensiones de tierra. La acción coordinada, la complicación de los
procedimientos, supeditados los unos a los otros, desplaza en todas partes a la
acción independiente de los individuos. Y quien dice acción coordinada dice
organización. Ahora bien, ¿cabe organización sin autoridad?
Supongamos que una revolución
social hubiera derrocado a los capitalistas, cuya autoridad dirige hoy la
producción y la circulación de la riqueza. Supongamos, para colocarnos por
entero en el punto de vista de los antiautoritarios, que la tierra y los
instrumentos de trabajo se hubieran convertido en propiedad colectiva de los
obreros que los emplean. ¿Habría desaparecido la autoridad, o no habría hecho
más que cambiar de forma? Veamos.
Tomemos, a modo de ejemplo, una
fábrica de hilados de algodón. El algodón, antes de convertirse en hilo, tiene
que pasar, por lo menos, por seis operaciones sucesivas; operaciones que se
ejecutan, en su mayor parte, en diferentes naves. Además, para mantener las
máquinas en movimiento, se necesita un ingeniero que vigile la máquina de
vapor, mecánicos para las reparaciones diarias y, además, muchos peones
destinados a transportar los productos de un lugar a otro, etc. Todos estos
obreros, hombres, mujeres y niños están obligados a empezar y terminar su
trabajo a la hora señalada por la autoridad del vapor, que se burla de la
autonomía individual. Lo primero que hace falta es, pues, que los obreros se
pongan de acuerdo sobre las horas de trabajo; a estas horas, una vez fijadas,
quedan sometidos todos sin ninguna excepción. Después, en cada lugar y a cada
instante surgen cuestiones de detalle sobre el modo de producción, sobre la
distribución de los materiales, etc., cuestiones que tienen que ser resueltas
al instante, so pena de que se detenga inmediatamente toda la producción. Bien se
resuelvan por la decisión de un delegado puesto al frente de cada rama de
producción o bien por el voto de la mayoría, si ello fuese posible, la voluntad
de alguien tendrá siempre que subordinarse; es decir, que las cuestiones serán
resueltas autoritariamente. El mecanismo automático de una gran fábrica es
mucho más tiránico que lo han sido nunca los pequeños capitalistas que emplean
obreros. En la puerta de estas fábricas, podría escribirse, al menos en cuanto
a las horas de trabajo se refiere: Lasciate ogni autonomia,voi che
entrate! Si el hombre, con la ciencia y el genio inventivo, somete a las
fuerzas de la naturaleza, éstas se vengan de él sometiéndolo, mientras las
emplea, a un verdadero despotismo, independientemente de toda organización
social. Querer abolir la autoridad en la gran industria, es querer abolir la
industria misma, es querer destruir las fábricas de hilados a vapor para volver
a la rueca.
Tomemos, para poner otro ejemplo,
un ferrocarril. También aquí es absolutamente necesaria la cooperación de una
infinidad de individuos, cooperación que debe tener lugar a horas muy precisas,
para que no se produzcan desastres. También aquí, la primera condición para que
la empresa marche es una voluntad dominante que zanje todas las cuestiones
secundarias. Esta voluntad puede estar representada por un solo delegado o por
un comité encargado de ejecutar los acuerdos de una mayoría de interesados.
Tanto en uno como en otro caso existe autoridad bien pronunciada. Más aún: ¿qué
pasaría con el primer tren que arrancara, si se aboliese la autoridad de los
empleados del ferrocarril sobre los señores viajeros?
Pero, donde más salta a la vista
la necesidad de la autoridad, y de una autoridad imperiosa, es en un barco en
alta mar. Allí, en el momento de peligro, la vida de cada uno depende de la
obediencia instantánea y absoluta de todos a la voluntad de uno solo.
Cuando he puesto parecidos
argumentos a los más furiosos antiautoritarios, no han sabido responderme más
que esto:
«¡Ah! eso es verdad, pero aquí no
se trata de que nosotros demos al delegado una autoridad, sino ¡de un
encargo!» Estos señores creen cambiar la cosa con cambiarle el nombre. He
aquí cómo se burlan del mundo estos profundos pensadores.
Hemos visto, pues, que, de una
parte, cierta autoridad, delegada como sea, y de otra, cierta subordinación,
son cosas que, independientemente de toda organización social, se nos imponen
con las condiciones materiales en las que producimos y hacemos circular los
productos.
Y hemos visto, además, que las
condiciones materiales de producción y de circulación se extienden
inevitablemente con la gran industria y con la gran agricultura, y tienden cada
vez más a ensanchar el campo de esta autoridad. Es, pues, absurdo hablar del
principio de autoridad como de un principio absolutamente malo y del principio
de autonomía como de un principio absolutamente bueno. La autoridad y la
autonomía son cosas relativas, cuyas esferas verían en las diferentes fases del
desarrollo social. Si los autonomistas se limitasen a decir que la organización
social del porvenir restringirá la autoridad hasta el límite estricto en que la
hagan inevitable las condiciones de la producción, podríamos entendernos; pero,
lejos de esto, permanecen ciegos para todos los hechos que hacen necesaria la cosa
y arremeten con furor contra la palabra.
¿Por qué los antiautoritarios no
se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los
socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad
política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es
decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en
simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos
intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político
autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las
condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la
revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución
estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que
existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su
voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios
autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en
vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas
inspiran a los reaccionarios. ¿La
Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber
empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos,
por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?
Así pues, una de dos: o los
antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar
la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan el movimiento del
proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción.
NOTAS
En el trabajo de
Engels De la autoridad se someten a profunda crítica las concepciones de los
bakuninistas, que negaban toda clase de autoridad y se argumentan las
concepciones marxistas en el problema de la actitud de la revolución proletaria
hacia el Estado. Engels denuncia la esencia anticientífica y
antirrevolucionaria de las ideas anarquistas de «supresión del Estado» ya antes
de que se suprimieran las relaciones sociales que lo han engendrado. Engels
critica duramente el dogmatismo y el sectarismo de los anarquistas.- 397
Sibila délfica |