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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

viernes, 28 de octubre de 2011

Bandrés

No soy muy mitómano, pero hay personas a las que admiro. Siempre me ocurrió con Bandrés. Cuando era joven, y más indocumentado aún de lo que soy hoy en día, voté a EE, a través de Izquierda de los Pueblos, en las Europeas del 87 y del 89; y es que, como dice mi amigo soviético ortodoxo, soy un socialdemócrata de mierda.

Además, leo la noticia y me recuerda a mi padre en sus últimos años.


Últimamente solo hablaba por los ojos, por los ojos y por las manos con que nos atraía hacia sí y nos abrazaba y besaba cuando nos lo encontrábamos por la calle en su silla de ruedas, conducido y también escoltado. Quería decirnos que aunque se encontraba al otro lado de la frontera marcada por su enfermedad, en un territorio nebuloso invisible para nosotros, no había perdido la memoria, que reconocía perfectamente nuestros rostros y voces y necesitaba de nuestro contacto, nuestro roce, que le transmitiéramos cariño. Hablaba por los ojos, con la sonrisa puesta, mientras nos apretaba muy fuerte las manos, sin prisa, detenido en cualquier punto del centro de la ciudad, pero con sus escoltas atentos. Y es que en esta Euskadi-Saturno tan capaz de comerse a sus hijos, ni siquiera él, en su estado, podía sentirse libre de la vesania asesina cuando paseaba por San Sebastián, entre el Boulevard y la avenida de la Libertad, preferentemente, y recogía muestras de afecto de amigos y conocidos.
Bandrés había perdido el habla a resultas de un derrame cerebral, pero antes de eso ya había apagado prácticamente su voz política, decepcionado por la evolución y división del país, dolido también por aquellos de sus compatriotas que le habían retirado la palabra. El abogado antifranquista, clave en la estrategia del Proceso de Burgos a los primeros militantes de ETA que puso al régimen de Franco contra las cuerdas en la esfera internacional, el político que junto a Mario Onaindia más empujó para que ETA político-militar se disolviera, el diputado que trazó en el Congreso la raya entre quienes consentían y no consentían la tortura y soportó un 23-F particularmente amenazante, acaba de morir justo cuando en Euskadi se abre el tiempo de silencio para las pistolas por el que tanto luchó y sufrió. Porque, cargada de amenazas, de la extrema derecha y de ETA, y de descalificaciones de los nacionalistas españoles y vascos, su vida estuvo demasiado marcada por el desgarro de una sociedad vasca violenta y violentada.
Le quedó siempre el alivio reconfortante de haber peleado honestamente contra el fundamentalismo totalitario y la violencia terrorista, de no haber sucumbido a la visión estrecha y criminal de un nacionalismo que justificaba el exterminio del adversario o la limpieza étnica. Frente a los personajes nefastos que determinaron la deriva del país, Bandrés fue de los políticos responsables que en los tiempos más convulsos tiró del carro de la democracia y el autogobierno cuando los aventureros locos empujaban hacia el despeñadero y los expendedores de carnés de la autenticidad vasca trabajaban a pleno rendimiento.
Brillante, inteligente, afable, educado, la “corbata de Euskadiko Ezkerra” fue un hombre bueno y un político de bien que contribuyó a hacer mejores a los vascos que lucharon contra el último franquismo. Desde su compromiso militante con las libertades y los derechos humanos supo ennoblecer y encauzar las alborotadas luchas de buena parte de la juventud vasca durante la Transición política y ayudó a vencer las inercias del pasado, a practicar la democracia y a guiarse de la moral y la ética a la hora de contener la violencia. A sus esfuerzos se debieron en gran medida la desarticulación de los grupos de extrema derecha del Batallón Vasco Español y demás que empezaron a practicar un terrorismo de respuesta al de ETA.
Fue de los primeros en comprender que los perros guardianes del caserío pueden convertirse en nuestros carceleros y asesinos y que la batalla que se libraba en Euskadi no era solo por la paz, sino también por la libertad. Al igual que Mario Onaindía, a quien defendió en el Proceso de Burgos y con quien compartió el liderazgo en Euskadiko Ezkerra, Juan María Bandrés sostuvo que la patria no es el lugar donde se nace sino donde se es libre. Ha muerto cuando se retira la amenaza sobre la paz y la libertad, aunque sin tiempo de haberla disfrutado. Descanse en paz, Bandrés, siempre libre.

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