Emilio González-Ferrín 18.01.2011
AL panarabismo -como a todo ismo que se precie- se le suponen unos mínimos de futurible y unos máximos de nostalgia premeditada. De melancolía endémica, alimentada por las fotos de un recuerdo ajeno. Pero le ocurre al panarabismo lo que a los 80: que por ahora no se llevan. Que el atractivo de lo retro los pasa por alto para fijarse en lo inmediatamente anterior que, en el caso del panarabismo, sería el islam como ideología de masas.
Se cuenta que fue Husein el Hachemí -bisabuelo del rey jordano- quien inventó el panarabismo en contra del Imperio turco, cuyo único pegamento social había sido el islam. Era lógica la reacción no religiosa de ese panarabismo en 1916: a principios del siglo XX se utilizaba el islam califal de Estambul para someter a poblaciones muy diversas -árabes, armenios, albanos, kurdos-, y la salida independentista pasaba por dejar de sentirse colectivamente musulmanes para pasar a ser, en su caso, árabes.
Eso lo manejaron muy bien los británicos, que mandaron a Lawrence de Arabia a volar trenes turcos y a cabalgar junto a Faysal, hijo de Husein el Hachemí. El apoyo ideológico a ese panarabismo insurgente lo ofrecían muchas sociedades secretas árabes cristianas en los actuales Líbano, Siria, Palestina, Jordania, Iraq y Egipto.
Con el tiempo, las grandes ideologías del siglo XX próximo-oriental fueron panarabistas y, por lo mismo, laicas. El socialismo árabe de Nasser no podía serlo más, al igual que la lucha por la liberación de Palestina antes de que llegaran las barbas. Y el célebre partido Baaz -Siria e Iraq- había sido fundado por Michel Aflaq, cristiano sirio obnubilado por el proyecto de autogestión yugoslava de aquel Tito. Todo esto se pierde en la noche de los tiempos, porque hoy pensamos que no ha habido más que camello, té y Corán desde los años 600 hasta ayer. Por añadidura, como aquellos líderes panarabistas de entonces, se convirtieron en los dictadores de hoy, el discurso del panarabismo pasó a ser el disco rayado que acabó desestimando la siguiente ideología populista: el islamismo.
Sin embargo, más les vale reciclarse a los que reparten sus tarjetas de experto en yihadismo, porque la cosa apunta a ligeros cambios. Escribió Haro Tecglen -desde sus oteros un día tangerinos- que no hay nada más panárabe que, precisamente, el pan árabe. Porque todos los países árabes habían ido sufriendo las llamadas revueltas del pan. Esas bread-riots de los manuales de sociología son la respuesta de un pueblo desesperado ante la carestía de la vida, el hastío ante un régimen. El ser humano no es como las ranas y el agua hirviendo; llegados a un punto de bloqueo de futuro, un pueblo tiende a saltar.
Lo importante en las actuales revueltas populares que se están viviendo en Túnez y Argelia -a las que se podría añadir, con matices, las de El Aaiún-, es que no las han organizado las mezquitas de barrio. También podría sumarse a ellas, en este sentido, el movimiento egipcio llamado Kefaya -¡Basta ya!, después de tantos años de Mubarak-. Al hilo de lo de las mezquitas, en esos países se suponía que el islamismo era la ideología de base, populista e ilegal, frente a un régimen corrupto. Por lo mismo, otra cosa importante en esas revueltas es que los respectivos regímenes no están acallando alminares, sino ordenadores y parabólicas. No es el Corán el que mueve a estas masas, sino las redes sociales, el rap barriobajero -mezclado con la música protesta raï- y la cadena de televisión Al Jazeera, cuyas emisiones prohíbe la Policía en los lugares públicos.
De cuanto pasa en Túnez, Argelia y el Sahara nos hemos ido enterando por el Facebook y la audacia de los periodistas de Al Jazeera. El sentido de comunidad, de generación perdida, de lucha por un futuro imprevisible, no está siendo islamista en estos casos, en tanto es el extraño euro-islam quien capitaliza determinados discursos de protesta al otro lado del charco. En breve asistiremos a un desplazamiento atípico de insurrecciones: será la modernidad laica la que se abra paso en el espacio árabe, en tanto se enquista la nostalgia religiosa -islamista y cristianista- en Occidente, desde el Tea Party hasta las asociaciones de velo-barba.
Decía Fatima Mernissi -nada sospechosa de insurrecta ni islamista- que la nueva comunidad árabe -Umma- es una ciber-umma, y se moverá a la velocidad de los electrones. Porque el joven árabe ya no depende del discurso manido de su casa, sino que tiene abiertas de par en par las ventanas de sus pantallas. El futuro rebelde del mundo entero -desde Centroamérica hasta Irán- apunta hacia determinados indigenismos, populismos de barricada que se contagian por internet, y no necesariamente hacia cruzadas y yihades. Esto último es sólo el sueño de los neogóticos.
Se cuenta que fue Husein el Hachemí -bisabuelo del rey jordano- quien inventó el panarabismo en contra del Imperio turco, cuyo único pegamento social había sido el islam. Era lógica la reacción no religiosa de ese panarabismo en 1916: a principios del siglo XX se utilizaba el islam califal de Estambul para someter a poblaciones muy diversas -árabes, armenios, albanos, kurdos-, y la salida independentista pasaba por dejar de sentirse colectivamente musulmanes para pasar a ser, en su caso, árabes.
Eso lo manejaron muy bien los británicos, que mandaron a Lawrence de Arabia a volar trenes turcos y a cabalgar junto a Faysal, hijo de Husein el Hachemí. El apoyo ideológico a ese panarabismo insurgente lo ofrecían muchas sociedades secretas árabes cristianas en los actuales Líbano, Siria, Palestina, Jordania, Iraq y Egipto.
Con el tiempo, las grandes ideologías del siglo XX próximo-oriental fueron panarabistas y, por lo mismo, laicas. El socialismo árabe de Nasser no podía serlo más, al igual que la lucha por la liberación de Palestina antes de que llegaran las barbas. Y el célebre partido Baaz -Siria e Iraq- había sido fundado por Michel Aflaq, cristiano sirio obnubilado por el proyecto de autogestión yugoslava de aquel Tito. Todo esto se pierde en la noche de los tiempos, porque hoy pensamos que no ha habido más que camello, té y Corán desde los años 600 hasta ayer. Por añadidura, como aquellos líderes panarabistas de entonces, se convirtieron en los dictadores de hoy, el discurso del panarabismo pasó a ser el disco rayado que acabó desestimando la siguiente ideología populista: el islamismo.
Sin embargo, más les vale reciclarse a los que reparten sus tarjetas de experto en yihadismo, porque la cosa apunta a ligeros cambios. Escribió Haro Tecglen -desde sus oteros un día tangerinos- que no hay nada más panárabe que, precisamente, el pan árabe. Porque todos los países árabes habían ido sufriendo las llamadas revueltas del pan. Esas bread-riots de los manuales de sociología son la respuesta de un pueblo desesperado ante la carestía de la vida, el hastío ante un régimen. El ser humano no es como las ranas y el agua hirviendo; llegados a un punto de bloqueo de futuro, un pueblo tiende a saltar.
Lo importante en las actuales revueltas populares que se están viviendo en Túnez y Argelia -a las que se podría añadir, con matices, las de El Aaiún-, es que no las han organizado las mezquitas de barrio. También podría sumarse a ellas, en este sentido, el movimiento egipcio llamado Kefaya -¡Basta ya!, después de tantos años de Mubarak-. Al hilo de lo de las mezquitas, en esos países se suponía que el islamismo era la ideología de base, populista e ilegal, frente a un régimen corrupto. Por lo mismo, otra cosa importante en esas revueltas es que los respectivos regímenes no están acallando alminares, sino ordenadores y parabólicas. No es el Corán el que mueve a estas masas, sino las redes sociales, el rap barriobajero -mezclado con la música protesta raï- y la cadena de televisión Al Jazeera, cuyas emisiones prohíbe la Policía en los lugares públicos.
De cuanto pasa en Túnez, Argelia y el Sahara nos hemos ido enterando por el Facebook y la audacia de los periodistas de Al Jazeera. El sentido de comunidad, de generación perdida, de lucha por un futuro imprevisible, no está siendo islamista en estos casos, en tanto es el extraño euro-islam quien capitaliza determinados discursos de protesta al otro lado del charco. En breve asistiremos a un desplazamiento atípico de insurrecciones: será la modernidad laica la que se abra paso en el espacio árabe, en tanto se enquista la nostalgia religiosa -islamista y cristianista- en Occidente, desde el Tea Party hasta las asociaciones de velo-barba.
Decía Fatima Mernissi -nada sospechosa de insurrecta ni islamista- que la nueva comunidad árabe -Umma- es una ciber-umma, y se moverá a la velocidad de los electrones. Porque el joven árabe ya no depende del discurso manido de su casa, sino que tiene abiertas de par en par las ventanas de sus pantallas. El futuro rebelde del mundo entero -desde Centroamérica hasta Irán- apunta hacia determinados indigenismos, populismos de barricada que se contagian por internet, y no necesariamente hacia cruzadas y yihades. Esto último es sólo el sueño de los neogóticos.
Mi tesis no es nueva -ni mía solo, qué duda cabe-: los problemas sociales pueden ser específicos, pero no diferentes. Intento hacer hincapié en que sólo vemos de lo árabe su dimensión integrista religiosa, pero casi todo el siglo XX fue laico, y ahora se rebela "a lo laico".