Visto de un modo simplista, hay dos modelos preponderantes en
el pensamiento político. Un modelo cree en la igualdad entre las personas y
proyecta esa idea de igualdad en la propiedad: si los hombres son iguales, la
justicia consista en que todos tengan suficiente por el hecho de ser hombres.
Esto, en esencia, es una idea socialista y, también, muy cristiana. En este
marco, el estado debe ser el encargado de repartir los caramelos.
El otro modelo es el que propugna que los seres humanos
son afortunadamente desiguales y que, en base a esa desigualdad, deben
intercambiar bienes y propiedades de un modo libre. Como todos participan de
ese intercambio, todos tienen lo suyo. La propiedad diferencia a los seres
humanos pero también proporciona una forma de justicia: tienes lo que eres. En
este modelo, el estado sólo proporciona pesos y medidas para el comercio.
Ninguno de estos dos modelos ha podido ser probado aún.
Y es que en la realidad hay una especie de ser humano que impide que ningún
modelo social pueda imponerse de manera efectiva. Esta figura es el
"listillo". Los listillos se encargan de que la corrupción se instale
en un modelo u otro de manera indistinta; son ellos los instrumentos de los que
se vale el auténtico poder que emana de la propiedad para que las sociedades
humanas, independientemente del progresos, regresen una y otra vez a ese lugar
que parece ser su estado natural: la edad media, la sociedad feudal.
Resumiendo: la sociedad humana, ni es socialista ni es
capitalista. No es democrática ni es dictatorial. No es liberal ni comunista.
Es listo-feudalista. Gobiernan los que tienen mucho, a través de los listillos
(elegidos en las urnas o a dedo) sobre las espaldas de los que no tienen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario