Del extemporáneo, espléndido e ingenuo SAR.
(Excursus: este es nuestro problema; que un tipo así - capaz de escribir esto y otros textos maravillosos - acabe defendiendo una opción política que en sí misma, independientemente de su contenido primordial, es un bluff oportunista, mediocre y propio de políticos cortoplacistas, descerebrados, que quieren engañar a votantes aviesos o despistados o igualmente ingenuos. En fin.)
Que haya ricos, ¿no es un derecho de los pobres?
Santiago Alba Rico
La Calle del Medio
La Calle del Medio
En alguna ocasión he escrito que en el mundo sólo existen tres clases de bienes: universales, generales y colectivos.
Los bienes
universales son aquellos de los que nos basta que haya un ejemplar o un ejemplo
para que nos sintamos universalmente tranquilos. Son las cosas que están ahí, y
que no hace falta coger con la mano o poseer de manera individual: haysol y hay
luna, hay estrellas, hay mar, hay un Machupichu y un Everest, hay un Taj Mahal
y una Capilla Sixtina, un Che Guevara y un San Francisco, hay García Lorca y
José Martí y García Márquez y Silvio Rodríguez y Cintio Vitier.
Los bienes
generales son aquéllos, en cambio, que es necesario generalizar para que la
humanidad esté completa. No basta con que haya pan en el palacio del príncipe o
que haya una casa en el jardín del conde; esas son las cosas que deben estar
aquí, que todos debemos coger con la mano o disfrutar personalmente: tenemos
comida, vivienda, agua, medicinas y si no las tenemos es porque algo no marcha
bien en este mundo. No es una injusticia que haya un único sol en el cielo o un
único Guernica de Picasso, pero sí que no haya suficiente pan para todos.
Por fin, los
bienes colectivos son aquéllos de cuyas ventajas debemos disfrutar todos por
igual, pero que no se pueden generalizar sin poner en peligro la existencia de
los bienes generales y de los bienes universales. Son aquellos bienes, en
definitiva, que es necesario compartir. Están, por ejemplo, los medios de
producción, que no se pueden privatizar sin que ello deje sin bienes generales
(pan, vivienda, salud) a millones de seres humanos. Y están también algunos
objetos de consumo, cuya generalización pondría en peligro el bien universal
por excelencia, fuente y garantía de todos los otros bienes: la Tierra misma.
Todos debemos tener pan y vivienda, pero si todos tuviéramos -por ejemplo-
coche, la supervivencia de la especie sería imposible. El motor de explosión,
por tanto, no es un bien general, del que cada uno de nosotros pueda tener un
ejemplar, sino un bien colectivo cuyo uso habrá que compartir y racionalizar.
A lo largo de
la historia, distintas clases sociales se han apropiado los bienes generales y
los bienes colectivos, y en esto el capitalismo no se distingue de sociedades
anteriores. Más inquietante es lo que el capitalismo ha hecho, o está en
proceso de hacer, con los bienes universales. No me refiero sólo a la
colonización del espacio, la privatización de las ondas, las semillas y los
colores o la desaparición de especies, montañas y selvas. Me refiero, sobre
todo, a la desvalorización mental que han sufrido los “universales” bajo la
corrosión antropológica del mercado. Lo normal es complacerse en la visión de
las estrellas; lo normal es complacerse contemplando el suave balanceo de la
nieve; lo normal es complacerse con la lectura del Canto General de Neruda. ¿O
no? En 1895, Cecil Rhodes, imperialista inglés, empresario y fundador de la
compañía De Beers (dueña del 60% de los diamantes del mundo), contemplaba
enrabietado los astros desde su ventana, “tan claros y tan distantes”, tan
lejos de ese apetito imperial que “quería y no podía anexionárselos”. A más
pequeña escala, un presentador de la televisión española lamentaba en 2005 que
no hubiese que pagar por contemplar la nieve que cubría los campos y ciudades
de España, tan blanca y tan hermosa, degradada en su prestigio por el hecho de
ofrecerse indiscriminadamente a la mirada de todos por igual. Y a más pequeña
escala aún, conocí un poeta que no podía leer los versos de Neruda sin
enfurecerse: “¡Tendría que haberlos escrito yo!”. Es cosa de niños querer la
Luna y de madres corruptoras prometérsela. El capitalismo es un destructivo
infantilismo. Aisla el rasgo pueril de un niño maleducado y lo generaliza, lo
normaliza, lo recompensa socialmente. Lo que está ahí, lo que no podemos coger
con las manos, lo que es por eso mismo de todos, nos empobrece, nos entristece
y no vale nada.
¿Qué queda de
los bienes universales? Quedan los ricos. Los ricos son de todos. Lo que más
nos gusta del capitalismo no es que produzca coches y aviones y hoteles y
máquinas: es que produce ricos. Las orgías babilónicas de Berlusconi, las
pensiones millonarias de los banqueros españoles en medio de la crisis, el lujo
hortera de los políticos corruptos de Valencia y de Madrid, no son manchas o
pecados del capitalismo: son pura publicidad. La lista de los hombres más ricos
del mundo elaborada por la revista Forbes no es más que bárbara ostentación
propagandística que genera mucha más adhesión al sistema que el desigual acceso
a mercancías baratas y banales. ¿Tiene algo de extraño que las mujeres
latinoamericanas, preguntadas por su “marido ideal”, se lo imaginen
estadounidense, rubio, de ojos claros, altísimo, cirujano o empresario y, por
supuesto, millonario? ¿O que en la nueva China el padre con el que sueñan las
madres jóvenes sea Bill Gates? ¿O que en la lista de los diez personajes más
admirados por los machos estadounidenses no haya un solo escritor o científico,
casi todos sean ejecutivos o propietarios de empresas y todos inmensamente
ricos? ¿O que la revista de más tirada de España -con casi 700.000 ejemplares-
sea el Hola ? ¿O que los más famosos culebrones y telenovelas de la TV, seguidos
por millones de espectadores, consistan en tratados de antropología de las
clases altas (sus hábitos, sus problemas, sus placeres)?
Si los pobres
no pueden compartir la riqueza, pueden al menos compartir sus ricos. Si no
pueden consumir riqueza, pueden consumir vidas de ricos. Bill Gates, Carlos
Slim, Warren Buffet, Amancio Ortega son la Luna y el Machupichu y la Capilla
Sixtina y el Taj Mahal del capitalismo. Son el Sol y la Nieve y el Canto
General del mercado globalizado. Puede que sean los responsables de que el
mundo se venga abajo, pero son también los artífices de este milagro: el de que
estemos muy contentos y todo nos parezca bien mientras nos desplomamos.
¿Quién quiere
igualdad? La desigualdad, ¿no es un derecho de los pobres? Que haya millonarios,
¿no es un derecho de los mileuristas y los parados? ¿No debemos defender, armas
en mano, nuestro derecho a que otros sean ricos? ¿No debemos agradecerles sus
despilfarros? ¿No debemos al menos votar por ellos?
Ese es el modelo que tratan de imponer EEUU
y Europa al resto del mundo. No el derecho a que haya estrellas y Machupichu y
cataratas de Iguazú y 9ª Sinfonía de Beethoven sino a que haya ricos; no el
derecho a pan y casa y zapatos sino a saber quiénes son y cómo viven los
millonarios.
¿Revolución?
El Pan y la Luna.
(A sabiendas
de que “pan”, en el diccionario socialista, quiere decir también leche y ropa y
casa y hospitales y transportes públicos; y “luna” quiere decir también mar y
música y verdades y soberanía política).
Luna en Pan de Azúcar |
Hace algunos lustros que el capital ya no se dedica a producir otra cosa que no sea dinero. Las políticas europeas han dejado de dedicarse a los temas que antes importaban: la educación y la cultura, la sanidad; ya ni siquiera tiene sentido que haya un presidente o un ministro de industria. Ya sólo hay política de finanzas; y no para regularlas, sino para regular todo lo demás de modo que a los mercados les vaya bien.
ResponderEliminarEl dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo y prácticamente nadie que tenga suficiente pasta se decide a meterse en asuntos empresariales; mejor comprar y vender empresas sin mancharse las manos. Porque ya no cuentan las empresas, sino su cotización.
El capitalismo desregulado de hoy ha transformado la aldea global en un casino. Los croupiers son los directores de las bolsas del mundo, los tapetes no tienen números como en la ruleta, sino diagramas crípticos que muestran cursos de valores e índices. El pero enemigo del capital acaba siendo el capital y el sistema peligra como peligra el señor Creosote en la última escena de "The meaning of life":
http://www.youtube.com/watch?v=MlfcF1I5e_g
Van a reventar...
España, con todo, ha hecho contribuciones especialmente originales a la historia del capitalimso universal. José María Ruiz Mateos es una avis rara, un animal único degno de un capítulo aparte en la serie "Fauna Ibérica" de Félix Rodríguez de la Fuente. Su ejemplo muestra a las claras de qué va todo esto del granujismo capitalista, sin trampa ni cartón: no es saber hacer, es cara lo que hay que echarle al asunto. Ruiz Mateos es un bien universal, como el Guernica de Picasso: sólo hay uno. Hagan sus apuestas. No va más.