Entrada

No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo.
Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante.
Cartas Marruecas. José Cadalso.

domingo, 24 de febrero de 2013

Cuerpo y vida








Ambos de Juan Antonio González Iglesias.


Esto es mi cuerpo...

Esto es mi cuerpo. Aquí
coinciden el lenguaje y el amor.
La suma de las líneas
que he escrito ha dibujado
no mi rostro, sino algo más humilde:
mi cuerpo. Esto que tocas es mi cuerpo.
Otro lo dijo
mejor. Esto que tocas
no es un libro, es un hombre.
Yo añado que esto que te toca ahora
es un hombre.
Soy yo, porque no hay
ni una sola sílaba que esté libre de amor,
no hay ni una sola sílaba
que no sea un centímetro
cuadrado de mi piel.
En el poema soy acariciable
no menos que en la noche, cuando tiendo
mi sueño paralelo al sueño que amo.
No mosaico, ni número, ni suma.
No sólo eso.
Esto es una entrega. Soy pequeño
y grande entre tus manos.
Ésta es mi salvación. Éste soy yo.

Este rumor del mundo es el amor.



Exceso de vida

Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.
Pero lo que presiento no se parece en nada
a la común tristeza. Más bien es certidumbre
de la totalidad de mis días en este
mundo donde he podido encontrarme contigo.
De pronto tengo toda la impaciencia de todos
los que amaron y aman, la urgencia incompartible
de los enamorados. No quiero geografía
sino amor, es lo único que mi corazón sabe.
En mi vida no cabe este exceso de vida.
Mejor, si te dijera que medito las cosas
(fronteras y distancias) en los términos propios
de la resurrección, cuando nos alzaremos
sobre las coordenadas del tiempo y el espacio,
independientemente del mar que nos separa.
Sueño con el momento perfecto del abrazo
sin prisa, de los besos que quedaron sin darse.
sueño con que tu cuerpo vive junto a mi cuerpo
y espero la mañana en la que no habrá límites.





Sorolla

sábado, 16 de febrero de 2013

Comunismo y belleza





Comunismo y belleza

La Calle del Medio


Es muy difícil convencer a un hombre que no ha arado sus laderas, que no ha dibujado sus contornos, que no ha descrito sus cimas en un poema, que no adora a ningún dios en sus cavernas, que no ha cazado entre sus arbustos, que ni siquiera ha escalado sus abismos; es muy difícil convencer a un hombre así de que que es importante conservar las colinas y las montañas. Lo mismo ocurre con los bosques, los ríos, los animales y los cuerpos en general. Lo mismo ocurre con la Naturaleza en su conjunto. Cuando las campañas ecologistas insisten con todo fundamento en que debe interesarnos la defensa del medio, pues de ella depende nuestra propia supervivencia, declaran ya perdida la batalla: no sólo es difícil demostrar a un trabajador del sector servicios de Madrid o a un parado urbano de Roma (o a un universitario de La Habana) su dependencia interesada respecto de la tierra y sus recursos sino que además es dudoso que los humanos operen sólo o sobre todo por interés; o que defiendan sólo o sobre todo lo que asegura y facilita su supervivencia.

Más allá de su pretensión de haber desentrañado una “medida objetiva” de la explotación del trabajo, el gran descubrimiento de Marx tiene que ver con el autoengaño social: “la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes”. Los trabajadores se engañan acerca de sus propios intereses, que identifican de manera errónea con los de sus patrones y verdugos. Podríamos decir que, en el caso de la supervivencia de la especie humana, los intereses de unos y otros son realmente comunes y que, por lo tanto, incluso si las ventajas inmediatas de contaminadores y contaminados son desiguales, un interés compartido une por fin a todas las clases sociales. Pero esta ceguera común, que demuestra nuestra dificultad antropológica para representarnos como “humanidad” los intereses particulares, prueba además que no sólo nos auto-engañamos sobre nuestros intereses particulares. También nos representamos mal nuestros impulsos desinteresados. También cuando amamos, cuando nos sacrificamos, cuando obramos en nombre de la justicia, nos equivocamos.

Hay fuentes de auto-engaño corregibles contra las que debemos combatir sin descanso: las manipulaciones de los medios, por ejemplo, o las relaciones de propiedad. Hay otras que -mucho me temo- sobrevivirán a todas las revoluciones. Tenemos, para empezar, el cuerpo, cuyas operaciones básicas, garantía de nuestra existencia biológica, ocurren a nuestras espaldas, por debajo de nuestra conciencia. Tenemos también la “mente” y el lenguaje, con todas sus opacidades edípicas y quistes irracionales. Tenemos una complejísima división del trabajo, con su encarnación tecnológica, que nunca se podrá simplificar hasta la transparencia si queremos alimentar a 7000 millones de personas. Tenemos las cosas mismas -la silla, el cenicero, la cuchara- cuya potencia anestésica, que nos hace olvidar las penas del trabajo y la fragilidad de la vida, es sin embargo inseparable de la estabilidad antropológica y social de la humanidad. Y tenemos también las “maravillas” -objetos buenos sólo para el pensamiento o para la mirada- a las que hemos estado siempre unidos por una mezcla de admiración e intimidación. “Todo ángel es terrible”, escribía Rainer Maria Rilke en una de sus Elegías del Duino, “porque la belleza es sólo el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar”. La belleza de las estrellas -digamos- es indisociable del descubrimiento de nuestra vulnerabilidad, pero al presentarse como bellas, y no como amenazadoras, nos atan estética y emocionalmente -y nos atan como especie- al mundo y sus apariencias.

Estamos condenados a auto-engañarnos. O mejor dicho: estamos condenados a luchar siempre contra el auto-engaño; y tenemos derecho, en medio de la batalla, a ceder de vez en cuando a sus añagazas más benignas o menos dañinas. Ahora bien, no es lo mismo auto-engañarse acerca de los propios intereses egoístas que auto-engañarse acerca de la justicia, la verdad o la belleza. Hay algo ya un poco innoble en proteger a un niño sólo porque es mi hijo; o en apoyar a un partido porque me da trabajo; o en defender un bosque porque es mi coto de caza. Como -al contrario- hay algo potencialmente noble en creer inocente a un mentiroso o a un asesino; o en robar un reloj porque es bonito. Que el auto-engaño “noble” es antropológicamente más serio que el egoísta lo demuestra el hecho de que hasta los gobiernos más criminales -conquistadores, colonialistas, imperialistas, nazis- han invocado siempre principios universales para defender intereses particulares.

En un famoso texto de 1857, Marx se preguntaba retóricamente si “la idea de la naturaleza (…) de la imaginación griega” es compatible con “las máquinas de hilar automáticas, las locomotoras y el telégrafo eléctrico” para declarar enseguida muertos para siempre a Vulcano, Júpiter, Hermes y Aquiles frente a la metalurgia, el pararrayos, las armas de fuego y el tipógrafo. Es verdad: la combinación de desarrollo tecnológico y de división del trabajo, responsable de la destrucción ecológica, ha operado también el “desencantamiento” del mundo. Pero ese “desencantamiento”, ¿ha traído aparejada más transparencia, más objetividad, menos auto-engaño? Por un lado, el retroceso del paganismo -de la naturaleza habitada- no ha impedido el aumento de las formas más fanáticas y perversas de los credos monoteístas; por otro, la derrota de la Naturaleza a través del positivismo capitalista ha incrementado la nostalgia de armaduras ceremoniales y ha inducido, en su ausencia, la psiquiatrización de la vida cotidiana. El “desencantamiento” del mundo ha conducido a la humanidad, no a una mayor objetividad, no, sino a la desacralización del mercado y a la liberación de todas sus pulsiones subjetivas. Había mucha más “objetividad” en la relación del indígena con la montaña en la que vivían sus dioses que en la del turista que la fotografía para vanagloriarse ante sus amigos.

Lo que quiero decir es que un verdadero programa ecologista -un programa comunista- no debería llamar a defender la Naturaleza en nombre de los intereses particulares -como parte que somos de la humanidad- sino mediante el restablecimiento de su “objetividad”; es decir, de su belleza. La Naturaleza no tiene derechos ni tampoco los hombres ninguno sobre ella: es sencillamente un hecho descomunal que debería imponerse por sí mismo. ¿Por qué tanta indiferencia? No es que queramos suicidarnos, no; el problema es que ya no nos parecen bellas las montañas ni los bosques ni los animales ni los cuerpos en general; y de lo que se trata -el verdadero reto de los que queremos conservar y transformar el mundo- es de convencer a los hombres de que el mundo es hermoso, no de que lo necesitamos para la supervivencia. Es muy difícil. Es difícil porque una montaña sólo nos parece bella, fuente de intimidación y admiración, cuando la hemos arado, escalado, cantado o rendido culto; y el desencantamiento tecnológico no tiene vuelta atrás, salvo cataclismo o derrumbe civilizacional: “la tecnología dominante es la tecnología de la clase dominante”. Pero es difícil también porque los hombres siguen “encantados”, ahora ya no por el engaño “objetivo” de los versos y los dioses sino por el vehículo mismo de su “desencanto”: los coches, los electrodomésticos, los ordenadores, los celulares, las máquinas en general. Si los humanos sólo obrásemos de manera interesada y sólo nos engañásemos acerca de nuestros intereses privados, aún podríamos salvarnos; pero es que los humanos buscamos sobre todo la justicia, la belleza y la verdad y nos auto-engañamos también acerca de ellas. Re-embellecer las montañas -restablecer su “objetividad”- exige una intervención al mismo tiempo estética y económica contra el capitalismo y sus fraudulentos desencantos. Nuestras luchas son siempre desinteresadas. No se trata, pues, de renunciar egoístamente a la justicia, la verdad y la belleza sino de cambiarlas de lugar; de intentar devolverlas -es decir- a su lugar de origen.


viernes, 15 de febrero de 2013

Violencia de guante blanco en Grecia



http://www.lavanguardia.com/lectores-corresponsales/20130215/54365287431/violencia-guante-blanco-grecia.html


Violencia de guante blanco en Grecia

Mientras en las calles arden contenedores, en el Parlamento arden conquistas democráticas

Lectores corresponsales | 15/02/2013 - 17:49h
Violencia de guante blanco en Grecia
Un manifestante tira una piedra a la policía en Atenas por la llegada de Merkel a Grecia. Afp
Pedro Olalla
Atenas (Grecia)

Hoy día, mientras que en las calles de Grecia arden contenedores y en el Parlamento arden conquistas democráticas, lo políticamente correcto es condenar la violencia.
Puede que la violencia sea siempre violencia, pero los motivos de su utilización no son siempre éticamente iguales. No es la misma la violencia que se utiliza para abusar y agredir que la que se utiliza para defenderse de la agresión y del abuso. No es la misma la violencia nacida del racismo y de la discriminación que la que nace de la lucha contra ambos. No es la misma la violencia que se ejerce para imponer los intereses propios que la que se utiliza para defender el interés común. No es la misma la violencia que condena a la necesidad extrema que la que lucha desesperadamente por salir de ella.
Pero de todas las violencias, la peor es la de guante blanco: la ejercida desde el poder en favor de intereses particulares y al amparo de una falaz legitimidad democrática. En Grecia, esa violencia es la de gobiernos que, lejos de garantizar el derecho a la manifestación pacífica, gasean sistemáticamente a quienes tratan de ejercerlo para no sentirse cómplices de la injusticia; la de "representantes" de oídos sordos que no se atreven a asomarse siquiera a la ventana de su Parlamento para ver que, desde hace ya tiempo, gobiernan de espaldas a una ciudadanía cada vez más desesperada; la violencia de estar mintiendo reiteradamente a esa ciudadanía y de escamotearle un referéndum para pronunciarse sobre pactos que la comprometerán durante largos años y que están siendo firmados en su nombre por gobiernos colaboracionistas de muy dudosa legitimidad democrática; la violencia de haber dejado a 30.000 personas sin hogar durmiendo entre cartones otro invierno más; la violencia de haber situado ya al 21% de la población del país bajo el umbral de la pobreza; la violencia de condenar a una generación al paro, a la emigración, o a la miseria de ser contratado por 500 euros y acribillado a impuestos; la violencia de cortar el suministro eléctrico a las familias mientras se subvenciona a fondo perdido a la banca; la violencia de que para ver cumplido el derecho fundamental a la vivienda haya que hipotecarse de por vida con los lobbies de la ingeniería financiera; la violencia de estar desmantelando el Estado social y democrático para pagar la insensatez de los políticos y el descontrol de la especulación; la violencia de estar enajenando la riqueza y la soberanía nacional ante la sumisión y el miedo de sus verdaderos dueños.
Ésa es la violencia que hay que condenar, la impune violencia de guante blanco, la violencia impoluta de los hipócritas que callan sabiéndose cómplices de un sistema que produce a manos llenas miseria, explotación, desigualdad, colonialismo, guerra y muerte, y que, sin embargo, hacen un consternado gesto de repulsa cuando ven volar una piedra o arder un contenedor de basura.
La violencia, en su sentido original y etimológico, es una fuerza vital, un ímpetu: la fuerza que sustenta una idea, un argumento, un acto, un cuerpo, un estado, incluso una virtud. Violencia (Β¿α) era en la antigua Grecia una divinidad primigenia, que en las laderas del Acrocorinto compartía santuario con Ananke, la Necesidad; "conciliando violencia y justicia" ("β¿αν τε και δ¿κην συναρμ¿σας") forjó Solón las leyes de la Democracia; y no olvidemos nunca que, en el fondo, la justicia no es sino una violencia que trata de imponerse sobre el abuso y la desigualdad, una violencia que hay que hacerse a uno mismo para obrar conforme a la verdad y dando a cada cual lo que merece.
Es el uso de la fuerza, y no la fuerza misma, lo que la ética debe juzgar. Condenar la violencia siempre parecerá "políticamente correcto", pero mucho cuidado con la demagogia.

jueves, 14 de febrero de 2013

Échale la culpa a la poesía



Échale la culpa a la poesía


bertolt brecht
Bertolt Brecht.

Claudicar quería decir cojear y, por extensión, hoy significa andar no muy derecho, es decir, ceder, rendirse, someterse.
Hay quien piensa que la poesía ha claudicado hace ya tanto tiempo que hoy no tiene remedio ni hay forma de enderezarla.
Bertolt Brecht, por ejemplo, escribió su Lied des Lyriker, su canción del poeta, en 1931 y, aunque es larga, merece la pena leerla entera (o bien no leerla en absoluto).
El subtítulo sitúa el poema als schon im ersten Drittel des 20. Jahrhunderts für Gedichte nichts mehr gezahlt wurde, es decir, cuando en el primer tercio del siglo XX no se pagaba ya nada por la poesía.
Sigo (no sin algunos caprichos míos, bastante veniales) la traducción de aquellos Poemas y canciones, de Alianza Editorial, obra de Jesús López Pacheco y Vicente Romano; un librito con portada en rojo, que transportábamos antes los jóvenes en el bolsillo de la trenca, por parques, cines, barras de bares y transbordos de metro.
Dice así:
1
Esto que vais a leer está en verso.
Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta.
La verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.
2
¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar?
¿No observasteis que nadie publicaba ya versos?
¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir:
Antes, los versos se leían y pagaban.
3
Hoy nadie paga ya nada por la poesía.
Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan:
“¿Quién la lee?” Mas también se preguntan:
“¿Quién la paga?”
Si no se le paga, no escribe. A tal situación los habéis reducido.
Este estado de emergencia lo reconocemos ahora tanto como en 1931. Salvo chavales que llevan libros en el bolsillo, la poesía no tiene interés para la mayoría de los adultos y nadie está dispuesto a pagar a cambio de poesía. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
4
Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido?
¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban?
¿Acaso no he cumplido mis promesas?
Y oigo decir a los que pintan cuadros
5
que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también
fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván...
¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar?
Mientras leemos que os hacéis cada día más y más ricos...
La historia que nos cuenta Brecht es el pecado original de la poesía (o del arte en general, ya que lo mismo sucede con la pintura, para no hablar del cine, por ejemplo en España): la claudicación.
No se trata de que el poeta Fulano o la poetisa Zutana claudiquen, se dejen condecorar en Jerusalén o en Estocolmo, reciban el premio Loewe o el Reina Sofía, ni de que Perenganito, con corona de laurel, escriba ditirambos en verso para la toma de posesión del emperador Obama o de que el novelista Menganito compare a Esperanza Aguirre con Juana de Arco. Para Brecht es algo más grave: una enmienda a la totalidad. Es la poesía la que siempre ha cedido y se ha sometido, al servicio de quienes la pagan. Es nuestra concepción del arte la que se arrastra cojeando, claudicante, a la sombra del poder.
6
¿Acaso cuando teníamos el estómago lleno, 
no os hemos cantado sobre todo lo que disfrutabais en la tierra?
Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres,
la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...
7
La dulzura de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer.
De nuevo la carne de vuestras mujeres. Lo invisible
por encima vosotros. Hasta el recuerdo del polvo
en que os habéis de transformar al final.
¿Han hecho eso el arte y la poesía? ¿Tanto han claudicado? ¿Han levantado un inventario de los bienes de los poderosos y se los han entregado, embellecidos, revestidos de cualidades espirituales, para que pudieran disfrutarlos aún más a gusto? ¿Les han facilitado los poetas a quienes les pagaban la pacífica posesión de lo material y de lo inmaterial, la carne y el espíritu; les han ofrecido un alma y unos sentimientos, das Fleisch eurer Weiber y das Unsichtbare über euch? ¿Han cobrado por eso durante siglos de andar cojeando, desde el buen caballero Garcilaso hasta su último escudero?
8
Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que
escribíamos
sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro,
también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas
enjugamos!
Así que la poesía también ha proporcionado alivio a la mala conciencia de los explotadores: les ha convencido de que ellos también tienen sus corazoncitos y hasta sensibilidad ante el dolor de los demás. En ese caso, ¿no tiene aún más delito?
9
¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais!
Mucho hemos trabajado para vosotros, jamás nos negamos.
Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era 
“¡Pagadlo!”
¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros!
¡Cuántos crímenes!
¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de
vuestra comida!
10
Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería
nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras.
A vuestro corral de matanzas le llamamos “campo
del honor”,
y “hermanos de labios largos” a vuestros cañones.
11
En los papeles que pedían impuestos para vosotros
hemos pintado los cuadros más maravillosos.
Y declamando nuestros cantos ardientes
siempre os volvieron a pagar los impuestos.
12
Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas,
aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes.
Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron,
y se entregaron a vuestras manos como corderos.
Wieviel Untat! ¡Cuántos crímenes, cuántos delitos! ¿Es la poesía, entonces, cómplice del poder y sus crímenes, auxiliar necesario para la explotación? ¿Y todo a cambio tan sólo de las sobras de la comida, todo pagado sólo con el premio Cervantes, con unos canapés, con la alfombra roja de los Goya?
13
A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que
os placía.
En general, con los que fueron también celebrados
injustamente
por quienes les calificaban de mecenas sin tener nada
caliente en el estómago.
Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con
poesías como puñales.
14
¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados?
¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras!
¿Por qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro?
¿Ni una loa siquiera?
¿Es que os creéis agradables tal como sois?
15
¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros!
Ojalá supiéramos cómo atraer
vuestra mirada hacia nosotros!
Creednos, señores: hoy seríamos más baratos.
Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.
16
Cuando empecé a escribir esto que leéis —¿lo estáis
leyendo?
me propuse que todos los versos rimaran.
Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto,
y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.
La poesía es culpable, como el cine o la pintura: ha claudicado y ahora ¿qué puede hacer, salvo manifestarse gemebunda reclamando subvenciones en nombre de la cultura?
Roma no paga traidores. El desenlace de la claudicación, el resultado de ceder ante el poder, siempre es el mismo: cuando ya no te necesiten, te abandonarán a tu suerte.
Y entonces es demasiado tarde para amenazas vacías. ¡Tened cuidado!, dicen los poetas, pero nadie está leyendo ya.
La poesía, la claudicación del arte, es culpable de muchos crímenes, pero sobre todo de su actual insignificancia también en este primer tercio del siglo XXI.