Blog autorreferencial: materialista, igualitario y sentimental.
Un juego conmigo mismo con un espejo deformado.
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No es fácil saber cómo ha de portarse un hombre para hacerse un mediano lugar en el mundo. Si uno aparenta talento o instrucción, se adquiere el odio de las gentes, porque le tienen por soberbio, osado y capaz de cosas grandes... Si es uno sincero y humano y fácil de reconciliarse con el que le ha agraviado, le llaman cobarde y pusilánime; si procura elevarse, ambicioso; si se contenta con la medianía, desidioso: si sigue la corriente del mundo, adquiere nota de adulador; si se opone a los delirios de los hombres, sienta plaza de extravagante. Cartas Marruecas. José Cadalso.
Miembros del dispositivo de seguridad rodean la zona donde falleció el niño atropellado. /GARCÍA-SANTOS
El trágico suceso del pasado 5 de enero, cuando un niño de seis años falleció arrollado por una carroza de la cabalgata de Reyes de Málaga, ha continuado hoy, cuando ha sido hallado el cadáver de la madre del menor en su casa. El cuerpo ha sido encontrado esta mañana en la vivienda familiar, ubicada en la zona de Pedregalejo de la capital malagueña. Se espera al resultado de la autopsia para determinar exactamente las causas de este fallecimiento.
Fuentes próximas a la familia han negado que hubiese cerca de la fallecida pastillas y alcohol como informaron fuentes cercanas al caso esta mañana. Al parecer, la mujer sufría problemas de corazón y, aunque en una primera inspección ocular se temió que la mujer hubiese ingerido alguna pastilla, la investigación se dirige ahora hacia la muerte natural, extremo que mantiene la familia y que tendrá que ratificar la autopsia.
El instructor del caso ha ordenado el traslado del cuerpo al Instituto de Medicina Legal, donde se da la circunstancia de que trabaja el marido de la fallecida.
El padre del menor practicó los primeros auxilios, pero las heridas sufridas por el pequeño eran ya irreversibles.El suceso que conmocionó a la ciudadocurrió cuando la tarde del cinco de enero, el pequeño abandonó la zona donde el público observaba el paso del cortejo y se introdujo, con otros menores, en los bajos de la carroza para coger caramelos. Voluntarios del desfile consiguieron sacar a varios pequeños, pero el hijo del forense malagueño no pudo ser retirado a tiempo.
El procedimiento penal abierto a raíz de la muerte del niño fue archivado tras estudiar toda la documentación remitida por el Ayuntamiento y los informes de los peritos, decisión que fue recurrida por la familia y a la que se adhirió la Fiscalía.
El siniestro, que ocurrió en la plaza del General Torrijos de la ciudad poco después del comienzo de la cabalgata, reabrió el debate sobre la conveniencia de vallar el recorrido.
A propuesta del Ayuntamiento de Málaga, la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) ha elaborado un decálogo orientativo para garantizar la seguridad en actos públicos con asistencia masiva de personas que usen vehículos de motor en el que aconseja que voluntarios a pie flanqueen las carrozas de las cabalgatas.
Prince presentó el galardón al mejor disco del año en los últimos Premios Grammy, el 10 de febrero, en Los Ángeles. /MIKE BLAKE (REUTERS)
Por decirlo finamente, Prince tiene verdadero arte para tocar las narices. Son pocas las entrevistas que da, pero cada una se salda con grandes titulares y escándalo mediático. Un día arremete contra Internet, a pesar de que anteriormente él dedicara notables esfuerzos a explotar el mercado digital. Luego manifiesta su desprecio por las versiones que se hacen de sus canciones, aunque no hay noticia de que rechace los correspondientes derechos de autor. De lo que piensa sobre el matrimonio gay procura no hablar: lleva años como testigo de Jehová y abomina de su época libertina. Por si acaso, advierte que todavía tiene “muchos amigos gais y lesbianas”.
Con todo, su reputación está en alza. Hace dos semanas fue la estrella de South By Southwest, festival tejano dedicado a la música alternativa: un concierto para apenas 300 personas patrocinado por el gigante Samsung a cambio de un millón de dólares. A principios de este mes le consagraron un homenaje, The music of Prince, en el Carnegie Hall neoyorquino. ¿Participantes? Desde D’Angelo hasta Elvis Costello. Este verano viene por Europa, donde sus entradas están volando. Y muchos artistas estudian su modelo de negocio, que le permite ingresos extraordinarios, superiores a los de muchos colegas de la primera división.
Tras el deplorable conflicto con Warner Music, cuando rechazaba su nombre profesional (que sustituyó por un símbolo) y se escribía la palabra “esclavo” en la cara, ya no firma contratos de larga duración con las discográficas. Ahora, si tiene música fresca (algo que parece no ser su prioridad), pacta con alguna multinacional para que el álbum se distribuya internacionalmente. Las disqueras pican, con la esperanza de que el acuerdo derive en una relación larga, y a veces reciben desagradables sorpresas: Sony se las prometía tan felices con Planet Earth (2007)... hasta que descubrió que, previo pago de cantidades millonarias, Prince también había acordado que se regalara con la edición dominical de cuatro periódicos europeos.
Un mundo a su medida
Tras largas discusiones con su amigo Larry Graham, bajista de Sly and the Family Stone, Prince se hizo testigo de Jehová en 2001. Desde entonces es un estudioso de la Biblia. También es vegetariano. Para su último concierto se acompañó de 22 músicos (a los que exige devoción y paga religiosamente) e hizo inspeccionar la sala previamente por un asesor de ‘feng shui’. En 2010, cuando insistía en que “Internet ha muerto”, cerró su web oficial. Ahora acaba de reabrir otra bajo el enigmático nombre de 3rd Eye Girl y da cuenta de sus pasos en el perfil de Twitter @3rdeyegirl.
Pero la clave de su prosperidad reside en sus directos. Desde hace bastante tiempo, Prince suele funcionar como su propio promotor. Alquila grandes o pequeños recintos, deja que corra el boca a boca y no tiene que repartir la taquilla con nadie. Ha probado experimentos astutos como entregar un disco (Musicology, 2004) a los compradores de entradas para la gira correspondiente. Eso le permitió volver a la clasificación de los más vendedores, obligando de paso a la revista Billboard a revisar las reglas para confeccionar sus listas, a fin de que nadie repitiera la jugada. Precisamente esa publicación será la que le entregue en mayo el Premio Icon (que solo han recibido anteriormente Neil Diamond y Stevie Wonder) en los Billboard Music Awards.
No le importa caer antipático. En contra de lo habitual, mantiene una guerra intermitente contra los fansites, los sitios de Internet donde se juntan sus admiradores. Pretende impedir que circule gratuitamente su música e incluso intentó ampliarlo a la difusión de su imagen. Con Youtube y similares, la pelea es prolongada. No se cree, y tiene un punto de razón, que empresas tan sofisticadas no sean capaces de desarrollar filtros para su música: “Si son capaces de eliminar el material porno, ¿cómo no pueden evitar que se cuelen los vídeos no autorizados por el artista?”.
Cuidado, no es que Prince tenga la solución para monetizar el disfrute de la música en la era digital. Ha puesto en marcha servicios basados en la suscripción que irritaron a muchos seguidores al cerrarse sin muchas explicaciones cuando los contables comprobaron que no salían de los números rojos.
Tampoco le hablen de Madonna. Entre los dos hubo un flirteo que quedó en nada. Durante su choque con Warner se quejaba de que la empresa invertía sus recursos en ella, cuando él se consideraba el artista de la compañía con mayor potencial comercial. Curiosamente, Madonna cumplía una de las condiciones de las mujeres de Prince: lo que en Estados Unidos llaman origen “étnico” (italiano, en su caso). Sus sucesivas esposas fueron la bailarina y cantante Mayte García y Manuela Testolini. Se le relacionó luego con la vocalista Bria Valente, de verdadero nombre Brenda Fuentes. Ante el asombro de muchos íntimos, no llegaron a vivir juntos.De cualquier forma, es un músico que tiene pocos competidores en su liga. Fue una de sus hazañas —llenar 21 noches el O2 londinense— lo que llevó indirectamente a Michael Jackson a su destrucción: se empeñó en batir el récord, con 50 conciertos. La relación entre ambos resultó conflictiva: Prince le envió una caja con objetos que un horrorizado Michael pensó que obedecían a rituales de vudú. Sin embargo, Jackson bautizó al menor de sus hijos como Prince Michael II (no se confundan, el mayor también es conocido como Prince). Por su parte, Prince recuerda al desaparecido de vez en cuando tocando un llenapistas de los Jacksons, Shake your body (down to the ground).
Su mansión en Beverly Hills, alquilada a un jugador de baloncesto, suele abrirse a fiestas llenas de famosos. El entretenimiento está garantizado: el señor de la casa toca y luego deja a un dj trabajando. Tampoco falta la comida, aunque sea vegetariana. Pero no hay ni rastro de las orgías soñadas por algunas mentes calenturientas.
“Es legítima si es pacífica, se produce en la vía pública y no se viola el espacio privado. Ellos son nuestros representantes. Si la gente quiere que conozcan su realidad, están en su derecho de informar, incluso si es de forma tan directa” “El ciudadano es ambivalente en este tema. Aprecia que existe un riesgo de acoso, pero hay factores que hacen comprensibles estas campañas. La gente ve que la crisis no la provocan quienes la padecen. Además, pagan más los que menos tienen y los que son percibidos como culpables —los expertos financieros— no solo no han pagado, sino que reciben jubilaciones millonarias. Ese es el telón de fondo”. “Nuestra sociedad es más sensible a la alteración del orden que a la violencia estructural, como la pobreza, cuando el verdadero sufrimiento lo padecen los afectados por la crisis, el desempleo y los desahucios”. ... la PAH ha visibilizado lo que antes era una violencia “privada y extrema. Hasta ahora la violencia de echar a una familia a la calle sin que tenga adónde ir, era algo privado. La PAH lo ha politizado, lo ha hecho público”. “Nos estamos volviendo locos y hemos dejado de ver el conjunto. El límite no lo han traspasado los ciudadanos, sino la praxis bancaria y los gobiernos que les inyectan dinero público mientras la gente se tira por la ventana”. “Para tratar los escraches no sirve con invocar que algo es legal. El argumento de muchos jóvenes es: ‘será legal, pero no mi legalidad’. No se sienten representados por un sistema que ven injusto”. ... las líneas rojas “se traspasan desde hace tiempo. Hay quien considera que pegar pegatinas y hacer sonar una cacerola es grave. Quizá, pero hace mucho que esta gente no son los primeros en quebrantar las cosas”.
No tenemos tradición ni para la llamada novela negra, menos aún para el
género de espías. Los maestros sabían de qué escribían. Dashiell Hammett, había
ejercido de canalla contratado por los empresarios para dedicarse a romper
huelgas, y con toda probabilidad en más de una ocasión se pasó en la paliza. La
tapadera era una agencia de detectives en la que estaba empleado. La
experiencia debió de ser tan demoledora que de allí salió para cumplir tres
cosas que condicionarían lo que le quedaba de vida: escribir novelas, hacerse
comunista -lo que le costaría cárcel en los Estados Unidos de la libertad y la
guerra fría-, y beber hasta matarse. Tuvo la suerte de conocer a una dama
elegante y pija, valiente hasta la osadía, rica del sur, Lillian Hellman,
dramaturga de éxito y memorialista imprescindible, que le echó la última mano
cuando ya su talento estaba anegado en destilados pero seguía siendo un hombre
digno.
El género de espías es un producto de la guerra fría; había precedentes, el
gran Eric Ambler, por ejemplo. Cuando David Cornwell, agente operativo en la
Alemania dividida toma el nombre de John le Carré, han pasado muchas cosas. Las
traiciones de la Central en Londres, donde los chicos guapos se disfrazaban de
comunistas. La más selecta high class intelectual trabajaba para el enemigo
comunista. Para un lector común pensar que tal o cual personaje se pasa de
bando es como un incidente novelístico. Se equivoca por ignorancia. Que Kim
Philby, sin ir más lejos, el más grande de los espías probablemente del siglo
XX, trabajara para los soviéticos, no tiene nada que ver con la literatura.
Tendemos a ver al gulag, a Guantánamo, a los crímenes que leemos, como si
se tratara de textos. No. Son vidas. Que Kim Philby trabajara para el enemigo
significó centenares de vidas que con toda probabilidad terminaron fatalmente.
La tortura a un espía no tiene nada que ver con lo que la gente cree que es la
violencia del Estado. Es la conversión de un ser humano en un desecho capaz de
cualquier cosa con tal de que le dejen morir. Siempre entendí que Le Carré no
quisiera nunca encontrarse con Philby en Moscú. Lo mismo hizo Graham Greene,
otro profesional del servicio de espionaje. Era como embalsamar a los amigos
muertos.
Nosotros tenemos muy poco que ver con esto. Nuestros espías, desde los
tiempos de Felipe II -acaba de aparecer un libro sobre su espía principal- son
muy representativos de un Estado frágil, torpe, con escasos recursos de talento
y sin embargo munificente en el pago. En Catalunya nos ha dado por aquel Garbo
que parece que consiguió él sólo ganar el desembarco de Normandía, pero no
solemos recordar que el eminente hombre de negocios y político Bertrán y Musitu
fue el primer jefe de espionaje de Franco durante la Guerra Civil. Producía
cierta pena ver el exagerado documental que se dedicó a este Joan Pujol Garbo.
Un tipo listo que nunca se enteró de nada que fuera importante. El hombre de la
gran operación de engaño británico de la operación de Normandía se llamaba Ted
Roberson, capaz de inventarse un póquer con comodín para alcanzar la cima del
gran engaño. Nuestro Garbo no tenía ni zorra idea de lo que estaba en juego,
felizmente, porque ni los nazis eran idiotas ni nosotros talentos tan
distinguidos.
Esta introducción es imprescindible, creo, para situarnos en un restaurante
discreto llamado La Camarga, donde una agencia dedicada al trabajo sucio y al
cobro limpio, Método 3 (me seduce el nombre), que empezó una pareja y un chaval
dentro de toda sospecha, Francisco Marco, con inclinaciones que exigen
proveedores, colocaron un florero, ¡un florero con micrófono! Si al difunto
Orson Welles le cuentan la historia los hubiera echado de la habitación por
falsarios. Con menos, él había hecho la obra maestra de El tercer hombre, sin
que fuera suya, y sin una sola chapuza en la impecable realización. (Con Alida
Valli. En castigo a un lapsus antiguo me he comprometido a citar a Alida Valli
cada vez que me refiera a El tercer hombre. Es lo menos que puedo hacer). O los
periodistas somos tontos o disimulamos. Un encuentro entre Alicia
SánchezCamacho, que a mí digámoslo en lenguaje machista me parece un
esperpento, y una chica que dice haber sido amante de un hijo de Jordi Pujol,
experto en este tipo de lances. Se habla de dinero negro, fuga de capitales e incluso
violencia de género, con toques de sexo hard. ¿Y el florero? ¿Quién estaba
interesado en escuchar lo que no le correspondía? Yo, lo admito, no me reuniría
con Alicia Sánchez-Camacho ni en una floristería; me produce una cierta
repulsión física que no sé muy bien cómo calificar, si de ideológica o mental.
Pero eso sucedió en el verano del 2010, cuando gobernaba el tripartito y
aquel inefable Zapatero. Hasta aquí la historia transcurre en el mejor estilo
catalán. No tenemos ni idea de qué va eso del espionaje y los servicios. Los
servicios no tienen sexo. Pero por qué esos tipos de Método 3, famosos al
parecer por haber sido contratados por un tipejo de aspecto sórdido al que
llamaban el nen, que fue jefe de no sé qué del Barca, luego de Convergència y ahora
de la Generalitat, creador de un grupo al que se llamaba en el gremio “los
mortadelos”, y que responde al nombre de Xavier Martorell, vinculado a esa
especie de cofradía de masones católicos que orienta “el rei del pinyol”,
expresión intraducible al castellano y que sería algo así, como el ayudante del
padrino, en términos sicilianos. Pero resulta que los de Método 3 habían sido
contratados, a la sazón, por Pepe Zaragoza, antiguo camillero y luego líder
local del socialismo, más conocido entre su gente, ya sea militante o compañera
de pernada, como “el sucio”. Cada vez que lo contemplo en un informativo,
admito que me produce “pena de telediario”, que diría aquella teórica de las
transformaciones profundas en la Catalunya socialista, Montserrat Tura, y es
que le veo como alguien que va a hacer algo por lo que habremos de sufrir.
Resumiendo, hay un individuo, factótum de Método 3 al que todos recurren
para hacer trabajos que no exigen mayor esfuerzo. Hasta los pobres de las CUP
aseguran que los contrataron para ir al registro de la propiedad y saber si un
alcalde tenía tales o cuales fincas. (Reconocerán conmigo que la política
catalana está alcanzando niveles que aún superan la estupidez de la política
mesetaria, para entendernos) Trabaja para José Zaragoza y el PSC, también para
Convergència, y nada menos que para espiar a sus propios dirigentes. ¿De verdad
estos tipos no deberían ser cesados todos a una y ser objeto de una visita al
frenopático, previo paso por el juzgado de guardia?
¿Y la dama? Oh, la dama. Apenas unas horas antes que los servicios del
Estado detuvieran a nuestro 007, guardador de los secretos de este pretendido
Estado en trance de llegar a Ítaca, se encontró con una dama. Era al mediodía,
casi la hora de comer, y la entrevista duró una media hora. Luego ella salió y
tras cruzar la calle -hay quien asegura, en su descargo, que cruzó tres calles-
se metió en el coche del responsable de los Mossos d’Esquadra, Manel Prat. La
escena es más cutre que una operación del inspector Carvallo.
Ella es periodista, Mayka Navarro, y no sé por qué nosotros actuamos como
la mafia siciliana y los diarios españoles, ocultando los nombres. Recuerdo que
escribió un libro, por llamarlo de alguna manera, una biografía de Magda
Oranich; lo que tiene su mérito conseguir echar hacia delante una biografía de
tan egregia personalidad. Me esforzaré en ser más claro y contundente en la
segunda entrega de este culebrón, aún sin más violencia que el hecho de que
todos los coches camuflados de la Policía Nacional, aparcados y sin conductor,
en los alrededores del set de esta película de “lladres i serenos”, aparecieron
con las ruedas pinchadas. Lo que se llama colaboración entre cuerpos de
Seguridad del Estado. No recuerdo una cosa igual desde Palermo y su Brigada
Móvil.
Estamos rozando la emergencia social y nuestros grandes letrados, gente
aguda, sostiene que eso de estar imputado en procesos de corrupción política
apenas si es un accidente. Casi una medalla por los servicios prestados a la
patria… catalana o española, da lo mismo. No preocuparse, sólo están implicados
en casos de corrupción. Luego, cuando sean procesados, diremos que no es lo
mismo que te procesen a que te condenen. Y luego, cuando los condenen, te
explicarán que mientras la condena no sea firme, siempre caben recursos. Y para
entonces, nosotros estaremos muertos y los nietos de los Pujol Ferrusola
estarán organizando otra consulta soberanista.
Una pregunta nada retórica: ¿ustedes se imaginan a este país independiente,
dirigido por esos mismos imputados en casos de corrupción? Sería como en
Madrid, con la diferencia de que no me imagino a un mosso d’esquadra
registrando la casa de un líder político del mismo partido que dirige los
Mossos d’Esquadra. Primero no estarían imputados. Segundo no habría juez capaz
de seguir adelante con el asunto, a menos que lo hiciera como aquel inefable
del caso Palau, muy profesional, pero que parecía dirigir a los elefantes de
Aníbal; cuando se cansó de tanto esfuerzo, lo sustituyeron.
Yo contemplo a Luis Bárcenas, ínclito encargado durante años de las
finanzas del PP, y me aterrorizo. Es la Italia del socialista Bettino Craxi que
hizo rico a su recogedor de pelotas de plata, Silvio Berlusconi. Fueron los
intelectuales como Indro Montanelli quienes se inventaron aquella fórmula
genial e irresponsable: tapaos la nariz, pero votad a los corruptos. Ellos
tienen una responsabilidad en el desastre, que ninguno asumió nunca. Murieron
con ese halo entre Marinetti y Malaparte, de haber tenido siempre razón; sólo
se equivocaba la historia. Lo mismo que estos chicos, aprendices de asesorías,
cuando sacaban pecho cuando algunos decíamos que no había ni siquiera que ir a
votar, para mostrarles nuestro desprecio. ¿Y nuestra responsabilidad ciudadana?
Se la han pasado estos caballeros por sus partes.
¿Y ahora qué hacemos? Se inventaron hace años un espejismo al que algunos
llamamos oasis, para ridiculizarlo, mientras el país se iba degradando a pasos
agigantados. La nueva prensa del Movimiento Nacional y la inteligencia se
convertían en serviles ante el poder que las subvencionaba. En Madrid había
pelea, aseguraban, duelos a primera sangre, que se decía antiguamente. Nada
decisivo, porque el día que dos diputados autonómicos socialistas se pasaron al
enemigo y dejaron a los suyos compuestos y sin alternativa, ese día la suerte
estuvo echada. La hegemonía conservadora perduraría durante el tiempo que la
gente aguantara. Y la gente aguanta décadas, incluso siglos, de humillación y
silencio. Luego vienen los historiadores y explican que había mucha oposición
pero que no se notaba, porque era silenciosa, como sus papás y sus abuelas.
Para los antiguos, como yo, la situación se asemeja a los tiempos de la
prensa del Movimiento, cuyo lema era “los que gobiernan nos pagan, y no cabe
quejarnos, tal y como está el patio”. Los partidos políticos en Catalunya han
decidido jugar a la parábola del dentista: no nos vamos a hacer daño. Es muy
bestia decir que el partido que gobierna Catalunya tiene su sede principal
embargada por los tribunales de justicia por el caso Palau. ¿Palermo? ¿Catania?
Por supuesto, sólo están implicados, no hay sentencia y cuando la haya, la
única certeza es la que pronosticaba el gran Keynes para el futuro: todos
calvos.
Nos inventamos el oasis como chascarrillo, y resultó que muchos se lo
creyeron. Tanto camello y tanto beduino disfrazado daban para componer un
cuadro escénico tentador. ¡Se acabó el bròquil! Nuestra clase política está
dando los últimos estertores antes de que el personal se subleve y esto sea la
de Dios es Cristo. La paciencia de la gente tiene un límite. No es que la gente
se sienta estafada, es que la han estafado y en la más absoluta impunidad. Y de
ahí partirá una agresividad inevitable. El Estado sólo puede ser el que
monopoliza la violencia si al tiempo garantiza la justicia. No se puede engañar
a la gente con el descaro que se ha hecho hasta ahora. La transición fue una
estafa, un juego de trileros donde todos sabían dónde estaba la pelotita, pero
nadie quería levantar la chapa.
No sé si estos graciosos, bien engrasados, de la imputación como medalla y
riesgo de las responsabilidades políticas, son conscientes de que estamos
llegando a un punto de ebullición que nos retrotrae a otras épocas. La actitud
de los partidos políticos y de los medios de comunicación que de ellos dependen
está llevando a una desafección política absoluta. Yo escucho a Dolores de
Cospedal y me produce una irritación que no recordaba desde Pilar Primo de
Rivera. Oigo a Duran Lleida vacilar con nosotros sobre si su partido cometió un
delito o fue sencillamente un gesto galante no bien interpretado por la
judicatura, y pienso en lo que hubiera hecho yo, y montones, hace un puñado de
años. Nadie tiene el derecho de mofarse de ti impunemente. Estos caballeros
están fraguando la violencia. No te puedes descojonar de un ciego y luego
llamarle ínclito invidente.
Ha vuelto la necesidad, es decir, el hambre. Y sobre todo una cosa que ha
sido siempre en las sociedades un motor para la agresividad y la violencia, la
absoluta falta de perspectivas. Los supuestos líderes hablan con “lengua de
madera”, como dicen los franceses, y por más que se inventen soberanismos y
demás frivolidades para gente asentada, no colma las necesidades de unos tipos
que han trabajado como chinos antiguos y que se encuentran ahora con ahorros
robados, pensiones ridículas, prejubilaciones, y juegos financieros que
consienten a sus jefes beneficios de escándalo, mientras ellos han de limitarse
a la supervivencia doméstica.
La clase política debe entender que está poniendo la mecha sobre el
explosivo que ha ido fabricando, y que carece del más mínimo mérito para
considerarse ni siquiera “la casta”, como dicen en Italia. Porque allí existe y
existió siempre, por ser país dominado por las grandes potencias, el talento
emergente de una sociedad civil. Nosotros no tenemos eso. Hasta nuestra
inteligencia es gregaria y sumisa. ¿Se acuerdan de tantos apoyos a Zapatero
cuando gobernaba? ¿Ninguno de ellos tendrá la dignidad de suicidarse, me es
indiferente si física o ideológicamente? Pero un gesto. Sólo un gesto les
salvaría de la vergüenza de haber sido los cómplices de aquel irresponsable. Lo
más despreciable: la complicidad silenciosa.
Aferrarse al escaño. Muchas más razones tendría el trabajador para
aferrarse a su puesto de trabajo. Primero, porque lo sudó. Segundo, porque bien
que le sacaron su plusvalía. Y tercero, porque creyó en ellos, unos estafadores
de tres al cuarto. Esos diputados de Convergència, del PSC, del PP, o de la
izquierda desmañada, “aferrados al escaño”. Eso es una provocación para quien
no puede aferrarse a nada que no sea su indignación y esa sensación de haber
sido burlado y humillado por una camarilla de personajes que él eligió en mala
hora y que ahora le miran con gesto de conmiseración: “Chico, es lo que hay”.
Vamos a la violencia, de cabeza. ¿Quién no tendría la tentación de llevar
hasta la UCI de un hospital con recortes a esos tipos de la troika, que deciden
que tu familia es una mierda, tu trabajo una nadería y tu vida inútil?
Imagínenselo por un momento. Usted ha ahorrado unos dinerillos que han
utilizado como han querido unos gángsters que no necesitaron matar para ganarse
el título, y que de pronto le dicen que “usted vivía por encima de sus
posibilidades”, y le arruinan.
Me ha dejado una desazón absoluta saber que Oriol Pujol Ferrusola,
imputado, al que parece que hubiéramos de dar las gracias por no cesar en nada
que no siga cobrando, estudió veterinaria y es experto en granjas de cerdos.
¡Hostia, la pesadilla de Orwell! Del oasis a la granja.
Amor mío, mi amor, amor hallado de pronto en la ostra de la muerte. Quiero comer contigo, estar, amar contigo, quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo los hilos de mi sangre acostumbrada, lo dice este dolor y mis zapatos y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente, tontamente, perdido, iluminado, soñando rosas e inventando estrellas y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina, desde la alfombra de ese cuarto a solas, en las sábanas tibias de tu cuerpo donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado, río de noche, platanar oscuro, colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba, de tus pies a tu muslo y tu costado.
Esto es mi
cuerpo. Aquí
coinciden el lenguaje y el amor.
La suma de las líneas
que he escrito ha dibujado
no mi rostro, sino algo más humilde:
mi cuerpo. Esto que tocas es mi cuerpo.
Otro lo dijo
mejor. Esto que tocas
no es un libro, es un hombre.
Yo añado que esto que te toca ahora
es un hombre.
Soy yo, porque no hay
ni una sola sílaba que esté libre de amor,
no hay ni una sola sílaba
que no sea un centímetro
cuadrado de mi piel.
En el poema soy acariciable
no menos que en la noche, cuando tiendo
mi sueño paralelo al sueño que amo.
No mosaico, ni número, ni suma.
No sólo eso.
Esto es una entrega. Soy pequeño
y grande entre tus manos.
Ésta es mi salvación. Éste soy yo.
Este rumor del mundo es el amor.
Exceso de vida
Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.
Pero lo que presiento no se parece en nada
a la común tristeza. Más bien es certidumbre
de la totalidad de mis días en este
mundo donde he podido encontrarme contigo.
De pronto tengo toda la impaciencia de todos
los que amaron y aman, la urgencia incompartible
de los enamorados. No quiero geografía
sino amor, es lo único que mi corazón sabe.
En mi vida no cabe este exceso de vida.
Mejor, si te dijera que medito las cosas
(fronteras y distancias) en los términos propios
de la resurrección, cuando nos alzaremos
sobre las coordenadas del tiempo y el espacio,
independientemente del mar que nos separa.
Sueño con el momento perfecto del abrazo
sin prisa, de los besos que quedaron sin darse.
sueño con que tu cuerpo vive junto a mi cuerpo
y espero la mañana en la que no habrá límites.
Es muy difícil convencer a un hombre que no ha arado sus laderas, que no ha dibujado sus contornos, que no ha descrito sus cimas en un poema, que no adora a ningún dios en sus cavernas, que no ha cazado entre sus arbustos, que ni siquiera ha escalado sus abismos; es muy difícil convencer a un hombre así de que que es importante conservar las colinas y las montañas. Lo mismo ocurre con los bosques, los ríos, los animales y los cuerpos en general. Lo mismo ocurre con la Naturaleza en su conjunto. Cuando las campañas ecologistas insisten con todo fundamento en que debe interesarnos la defensa del medio, pues de ella depende nuestra propia supervivencia, declaran ya perdida la batalla: no sólo es difícil demostrar a un trabajador del sector servicios de Madrid o a un parado urbano de Roma (o a un universitario de La Habana) su dependencia interesada respecto de la tierra y sus recursos sino que además es dudoso que los humanos operen sólo o sobre todo por interés; o que defiendan sólo o sobre todo lo que asegura y facilita su supervivencia.
Más allá de su pretensión de haber desentrañado una “medida objetiva” de la explotación del trabajo, el gran descubrimiento de Marx tiene que ver con el autoengaño social: “la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes”. Los trabajadores se engañan acerca de sus propios intereses, que identifican de manera errónea con los de sus patrones y verdugos. Podríamos decir que, en el caso de la supervivencia de la especie humana, los intereses de unos y otros son realmente comunes y que, por lo tanto, incluso si las ventajas inmediatas de contaminadores y contaminados son desiguales, un interés compartido une por fin a todas las clases sociales. Pero esta ceguera común, que demuestra nuestra dificultad antropológica para representarnos como “humanidad” los intereses particulares, prueba además que no sólo nos auto-engañamos sobre nuestros intereses particulares. También nos representamos mal nuestros impulsos desinteresados. También cuando amamos, cuando nos sacrificamos, cuando obramos en nombre de la justicia, nos equivocamos.
Hay fuentes de auto-engaño corregibles contra las que debemos combatir sin descanso: las manipulaciones de los medios, por ejemplo, o las relaciones de propiedad. Hay otras que -mucho me temo- sobrevivirán a todas las revoluciones. Tenemos, para empezar, el cuerpo, cuyas operaciones básicas, garantía de nuestra existencia biológica, ocurren a nuestras espaldas, por debajo de nuestra conciencia. Tenemos también la “mente” y el lenguaje, con todas sus opacidades edípicas y quistes irracionales. Tenemos una complejísima división del trabajo, con su encarnación tecnológica, que nunca se podrá simplificar hasta la transparencia si queremos alimentar a 7000 millones de personas. Tenemos las cosas mismas -la silla, el cenicero, la cuchara- cuya potencia anestésica, que nos hace olvidar las penas del trabajo y la fragilidad de la vida, es sin embargo inseparable de la estabilidad antropológica y social de la humanidad. Y tenemos también las “maravillas” -objetos buenos sólo para el pensamiento o para la mirada- a las que hemos estado siempre unidos por una mezcla de admiración e intimidación. “Todo ángel es terrible”, escribía Rainer Maria Rilke en una de sus Elegías del Duino, “porque la belleza es sólo el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar”. La belleza de las estrellas -digamos- es indisociable del descubrimiento de nuestra vulnerabilidad, pero al presentarse como bellas, y no como amenazadoras, nos atan estética y emocionalmente -y nos atan como especie- al mundo y sus apariencias.
Estamos condenados a auto-engañarnos. O mejor dicho: estamos condenados a luchar siempre contra el auto-engaño; y tenemos derecho, en medio de la batalla, a ceder de vez en cuando a sus añagazas más benignas o menos dañinas. Ahora bien, no es lo mismo auto-engañarse acerca de los propios intereses egoístas que auto-engañarse acerca de la justicia, la verdad o la belleza. Hay algo ya un poco innoble en proteger a un niño sólo porque es mi hijo; o en apoyar a un partido porque me da trabajo; o en defender un bosque porque es mi coto de caza. Como -al contrario- hay algo potencialmente noble en creer inocente a un mentiroso o a un asesino; o en robar un reloj porque es bonito. Que el auto-engaño “noble” es antropológicamente más serio que el egoísta lo demuestra el hecho de que hasta los gobiernos más criminales -conquistadores, colonialistas, imperialistas, nazis- han invocado siempre principios universales para defender intereses particulares.
En un famoso texto de 1857, Marx se preguntaba retóricamente si “la idea de la naturaleza (…) de la imaginación griega” es compatible con “las máquinas de hilar automáticas, las locomotoras y el telégrafo eléctrico” para declarar enseguida muertos para siempre a Vulcano, Júpiter, Hermes y Aquiles frente a la metalurgia, el pararrayos, las armas de fuego y el tipógrafo. Es verdad: la combinación de desarrollo tecnológico y de división del trabajo, responsable de la destrucción ecológica, ha operado también el “desencantamiento” del mundo. Pero ese “desencantamiento”, ¿ha traído aparejada más transparencia, más objetividad, menos auto-engaño? Por un lado, el retroceso del paganismo -de la naturaleza habitada- no ha impedido el aumento de las formas más fanáticas y perversas de los credos monoteístas; por otro, la derrota de la Naturaleza a través del positivismo capitalista ha incrementado la nostalgia de armaduras ceremoniales y ha inducido, en su ausencia, la psiquiatrización de la vida cotidiana. El “desencantamiento” del mundo ha conducido a la humanidad, no a una mayor objetividad, no, sino a la desacralización del mercado y a la liberación de todas sus pulsiones subjetivas. Había mucha más “objetividad” en la relación del indígena con la montaña en la que vivían sus dioses que en la del turista que la fotografía para vanagloriarse ante sus amigos.
Lo que quiero decir es que un verdadero programa ecologista -un programa comunista- no debería llamar a defender la Naturaleza en nombre de los intereses particulares -como parte que somos de la humanidad- sino mediante el restablecimiento de su “objetividad”; es decir, de su belleza. La Naturaleza no tiene derechos ni tampoco los hombres ninguno sobre ella: es sencillamente un hecho descomunal que debería imponerse por sí mismo. ¿Por qué tanta indiferencia? No es que queramos suicidarnos, no; el problema es que ya no nos parecen bellas las montañas ni los bosques ni los animales ni los cuerpos en general; y de lo que se trata -el verdadero reto de los que queremos conservar y transformar el mundo- es de convencer a los hombres de que el mundo es hermoso, no de que lo necesitamos para la supervivencia. Es muy difícil. Es difícil porque una montaña sólo nos parece bella, fuente de intimidación y admiración, cuando la hemos arado, escalado, cantado o rendido culto; y el desencantamiento tecnológico no tiene vuelta atrás, salvo cataclismo o derrumbe civilizacional: “la tecnología dominante es la tecnología de la clase dominante”. Pero es difícil también porque los hombres siguen “encantados”, ahora ya no por el engaño “objetivo” de los versos y los dioses sino por el vehículo mismo de su “desencanto”: los coches, los electrodomésticos, los ordenadores, los celulares, las máquinas en general. Si los humanos sólo obrásemos de manera interesada y sólo nos engañásemos acerca de nuestros intereses privados, aún podríamos salvarnos; pero es que los humanos buscamos sobre todo la justicia, la belleza y la verdad y nos auto-engañamos también acerca de ellas. Re-embellecer las montañas -restablecer su “objetividad”- exige una intervención al mismo tiempo estética y económica contra el capitalismo y sus fraudulentos desencantos. Nuestras luchas son siempre desinteresadas. No se trata, pues, de renunciar egoístamente a la justicia, la verdad y la belleza sino de cambiarlas de lugar; de intentar devolverlas -es decir- a su lugar de origen.
Hoy día, mientras que en las calles de Grecia arden contenedores y en el Parlamento arden conquistas democráticas, lo políticamente correcto es condenar la violencia.
Puede que la violencia sea siempre violencia, pero los motivos de su utilización no son siempre éticamente iguales. No es la misma la violencia que se utiliza para abusar y agredir que la que se utiliza para defenderse de la agresión y del abuso. No es la misma la violencia nacida del racismo y de la discriminación que la que nace de la lucha contra ambos. No es la misma la violencia que se ejerce para imponer los intereses propios que la que se utiliza para defender el interés común. No es la misma la violencia que condena a la necesidad extrema que la que lucha desesperadamente por salir de ella.
Pero de todas las violencias, la peor es la de guante blanco: la ejercida desde el poder en favor de intereses particulares y al amparo de una falaz legitimidad democrática. En Grecia, esa violencia es la de gobiernos que, lejos de garantizar el derecho a la manifestación pacífica, gasean sistemáticamente a quienes tratan de ejercerlo para no sentirse cómplices de la injusticia; la de "representantes" de oídos sordos que no se atreven a asomarse siquiera a la ventana de su Parlamento para ver que, desde hace ya tiempo, gobiernan de espaldas a una ciudadanía cada vez más desesperada; la violencia de estar mintiendo reiteradamente a esa ciudadanía y de escamotearle un referéndum para pronunciarse sobre pactos que la comprometerán durante largos años y que están siendo firmados en su nombre por gobiernos colaboracionistas de muy dudosa legitimidad democrática; la violencia de haber dejado a 30.000 personas sin hogar durmiendo entre cartones otro invierno más; la violencia de haber situado ya al 21% de la población del país bajo el umbral de la pobreza; la violencia de condenar a una generación al paro, a la emigración, o a la miseria de ser contratado por 500 euros y acribillado a impuestos; la violencia de cortar el suministro eléctrico a las familias mientras se subvenciona a fondo perdido a la banca; la violencia de que para ver cumplido el derecho fundamental a la vivienda haya que hipotecarse de por vida con los lobbies de la ingeniería financiera; la violencia de estar desmantelando el Estado social y democrático para pagar la insensatez de los políticos y el descontrol de la especulación; la violencia de estar enajenando la riqueza y la soberanía nacional ante la sumisión y el miedo de sus verdaderos dueños.
Ésa es la violencia que hay que condenar, la impune violencia de guante blanco, la violencia impoluta de los hipócritas que callan sabiéndose cómplices de un sistema que produce a manos llenas miseria, explotación, desigualdad, colonialismo, guerra y muerte, y que, sin embargo, hacen un consternado gesto de repulsa cuando ven volar una piedra o arder un contenedor de basura.
La violencia, en su sentido original y etimológico, es una fuerza vital, un ímpetu: la fuerza que sustenta una idea, un argumento, un acto, un cuerpo, un estado, incluso una virtud. Violencia (Β¿α) era en la antigua Grecia una divinidad primigenia, que en las laderas del Acrocorinto compartía santuario con Ananke, la Necesidad; "conciliando violencia y justicia" ("β¿αν τε και δ¿κην συναρμ¿σας") forjó Solón las leyes de la Democracia; y no olvidemos nunca que, en el fondo, la justicia no es sino una violencia que trata de imponerse sobre el abuso y la desigualdad, una violencia que hay que hacerse a uno mismo para obrar conforme a la verdad y dando a cada cual lo que merece.
Es el uso de la fuerza, y no la fuerza misma, lo que la ética debe juzgar. Condenar la violencia siempre parecerá "políticamente correcto", pero mucho cuidado con la demagogia.
Claudicar quería decir cojear y, por extensión, hoy significa andar no muy derecho, es decir, ceder, rendirse, someterse.
Hay quien piensa que la poesía ha claudicado hace ya tanto tiempo que hoy no tiene remedio ni hay forma de enderezarla.
Bertolt Brecht, por ejemplo, escribió su Lied des Lyriker, su canción del poeta, en 1931 y, aunque es larga, merece la pena leerla entera (o bien no leerla en absoluto).
El subtítulo sitúa el poema als schon im ersten Drittel des 20. Jahrhunderts für Gedichte nichts mehr gezahlt wurde, es decir, cuando en el primer tercio del siglo XX no se pagaba ya nada por la poesía.
Sigo (no sin algunos caprichos míos, bastante veniales) la traducción de aquellos Poemas y canciones, de Alianza Editorial, obra de Jesús López Pacheco y Vicente Romano; un librito con portada en rojo, que transportábamos antes los jóvenes en el bolsillo de la trenca, por parques, cines, barras de bares y transbordos de metro.
Dice así:
1 Esto que vais a leer está en verso. Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta. La verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.
2 ¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar? ¿No observasteis que nadie publicaba ya versos? ¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir: Antes, los versos se leían y pagaban.
3 Hoy nadie paga ya nada por la poesía. Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan: “¿Quién la lee?” Mas también se preguntan: “¿Quién la paga?” Si no se le paga, no escribe. A tal situación los habéis reducido.
Este estado de emergencia lo reconocemos ahora tanto como en 1931. Salvo chavales que llevan libros en el bolsillo, la poesía no tiene interés para la mayoría de los adultos y nadie está dispuesto a pagar a cambio de poesía. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
4 Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido? ¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban? ¿Acaso no he cumplido mis promesas? Y oigo decir a los que pintan cuadros
5 que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván... ¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar? Mientras leemos que os hacéis cada día más y más ricos...
La historia que nos cuenta Brecht es el pecado original de la poesía (o del arte en general, ya que lo mismo sucede con la pintura, para no hablar del cine, por ejemplo en España): la claudicación.
No se trata de que el poeta Fulano o la poetisa Zutana claudiquen, se dejen condecorar en Jerusalén o en Estocolmo, reciban el premio Loewe o el Reina Sofía, ni de que Perenganito, con corona de laurel, escriba ditirambos en verso para la toma de posesión del emperador Obama o de que el novelista Menganito compare a Esperanza Aguirre con Juana de Arco. Para Brecht es algo más grave: una enmienda a la totalidad. Es la poesía la que siempre ha cedido y se ha sometido, al servicio de quienes la pagan. Es nuestra concepción del arte la que se arrastra cojeando, claudicante, a la sombra del poder.
6 ¿Acaso cuando teníamos el estómago lleno, no os hemos cantado sobre todo lo que disfrutabais en la tierra? Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres, la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...
7 La dulzura de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer. De nuevo la carne de vuestras mujeres. Lo invisible por encima vosotros. Hasta el recuerdo del polvo en que os habéis de transformar al final.
¿Han hecho eso el arte y la poesía? ¿Tanto han claudicado? ¿Han levantado un inventario de los bienes de los poderosos y se los han entregado, embellecidos, revestidos de cualidades espirituales, para que pudieran disfrutarlos aún más a gusto? ¿Les han facilitado los poetas a quienes les pagaban la pacífica posesión de lo material y de lo inmaterial, la carne y el espíritu; les han ofrecido un alma y unos sentimientos, das Fleisch eurer Weiber y das Unsichtbare über euch? ¿Han cobrado por eso durante siglos de andar cojeando, desde el buen caballero Garcilaso hasta su último escudero?
8 Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que escribíamos sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro, también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas enjugamos!
Así que la poesía también ha proporcionado alivio a la mala conciencia de los explotadores: les ha convencido de que ellos también tienen sus corazoncitos y hasta sensibilidad ante el dolor de los demás. En ese caso, ¿no tiene aún más delito?
9 ¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais! Mucho hemos trabajado para vosotros, jamás nos negamos. Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era “¡Pagadlo!” ¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros! ¡Cuántos crímenes! ¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de vuestra comida!
10 Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras. A vuestro corral de matanzas le llamamos “campo del honor”, y “hermanos de labios largos” a vuestros cañones.
11 En los papeles que pedían impuestos para vosotros hemos pintado los cuadros más maravillosos. Y declamando nuestros cantos ardientes siempre os volvieron a pagar los impuestos.
12 Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas, aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes. Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron, y se entregaron a vuestras manos como corderos.
Wieviel Untat! ¡Cuántos crímenes, cuántos delitos! ¿Es la poesía, entonces, cómplice del poder y sus crímenes, auxiliar necesario para la explotación? ¿Y todo a cambio tan sólo de las sobras de la comida, todo pagado sólo con el premio Cervantes, con unos canapés, con la alfombra roja de los Goya?
13 A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que os placía. En general, con los que fueron también celebrados injustamente por quienes les calificaban de mecenas sin tener nada caliente en el estómago. Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con poesías como puñales.
14 ¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados? ¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras! ¿Por qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro? ¿Ni una loa siquiera? ¿Es que os creéis agradables tal como sois?
15 ¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros! Ojalá supiéramos cómo atraer vuestra mirada hacia nosotros! Creednos, señores: hoy seríamos más baratos. Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.
16 Cuando empecé a escribir esto que leéis —¿lo estáis leyendo? me propuse que todos los versos rimaran. Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto, y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.
La poesía es culpable, como el cine o la pintura: ha claudicado y ahora ¿qué puede hacer, salvo manifestarse gemebunda reclamando subvenciones en nombre de la cultura?
Roma no paga traidores. El desenlace de la claudicación, el resultado de ceder ante el poder, siempre es el mismo: cuando ya no te necesiten, te abandonarán a tu suerte.
Y entonces es demasiado tarde para amenazas vacías. ¡Tened cuidado!, dicen los poetas, pero nadie está leyendo ya.
La poesía, la claudicación del arte, es culpable de muchos crímenes, pero sobre todo de su actual insignificancia también en este primer tercio del siglo XXI.