Que no pase un mes augusto sin entradas.
Si lo hemos entendido
bien, y no era fácil porque somos un poco bobos, la economía financiera es a la
economía real lo que el señor feudal al siervo, lo que el amo al esclavo, lo
que la metrópoli a la colonia, lo que el capitalista manchesteriano al obrero
sobreexplotado. La economía financiera es el enemigo de clase de la economía
real, con la que juega como un cerdo occidental con el cuerpo de un niño en un
burdel asiático. Ese cerdo hijo de puta puede hacer, por ejemplo, que tu
producción de trigo se aprecie o se deprecie dos años antes de que la hayas
sembrado. En efecto, puede comprarte, y sin que tú te enteres de la operación,
una cosecha inexistente y vendérsela a un tercero que se la venderá a un cuarto
y este a un quinto y puede conseguir, según sus intereses, que a lo largo de
ese proceso delirante el precio de ese trigo quimérico se dispare o se hunda
sin que tú ganes más si sube, aunque te irás a la mierda si baja. Si baja
demasiado, quizá no te compense sembrarlo, pero habrás quedado endeudado sin
comerlo ni beberlo para el resto de tu vida, quizá vayas a la cárcel o a la
horca por ello, depende de la zona geográfica en la que hayas caído, aunque no
hay ninguna segura. De eso trata la economía financiera.
Estamos
hablando, para ejemplificar, de la cosecha de un individuo, pero lo que el
cerdo hijo de puta compra por lo general es un país entero y a precio de risa,
un país con todos sus ciudadanos dentro, digamos que con gente real que se
levanta realmente a las seis de mañana y se acuesta de verdad a las doce de la
noche. Un país que desde la perspectiva del terrorista financiero no es más que
un tablero de juegos reunidos en el que un conjunto de Clicks de Famóbil se
mueve de un lado a otro como se mueven las fichas por el juego de la Oca.
La
primera operación que efectúa el terrorista financiero sobre su víctima es la
del terrorista convencional, el del tiro en la nuca. Es decir, la desprovee del
carácter de persona, la cosifica. Una vez convertida en cosa, importa poco si
tiene hijos o padres, si se ha levantado con unas décimas de fiebre, si se
encuentra en un proceso de divorcio o si no ha dormido porque está preparando
unas oposiciones. Nada de eso cuenta para la economía financiera ni para el
terrorista económico que acaba de colocar su dedo en el mapa, sobre un país,
este, da lo mismo, y dice “compro” o dice “vendo” con la impunidad con la que
el que juega al Monopoly compra o vende propiedades inmobiliarias de mentira.
Cuando
el terrorista financiero compra o vende, convierte en irreal el trabajo genuino
de miles o millones de personas que antes de ir al tajo han dejado en una
guardería estatal, donde todavía las haya, a sus hijos, productos de consumo
también, los hijos, de ese ejército de cabrones protegidos por los gobiernos de
medio mundo, pero sobreprotegidos desde luego por esa cosa que venimos llamando
Europa o Unión Europea o, en términos más simples, Alemania, a cuyas arcas se
desvían hoy, ahora, en el momento mismo en el que usted lee estas líneas, miles
de millones de euros que estaban en las nuestras.
Y
se desvían no en un movimiento racional ni justo ni legítimo, se desvían en un
movimiento especulativo alentado por Merkel con la complicidad de todos los
gobiernos de la llamada zona euro. Usted y yo, con nuestras décimas de fiebre,
con nuestros hijos sin guardería o sin trabajo, con nuestro padre enfermo y sin
ayudas para la dependencia, con nuestros sufrimientos morales o nuestros gozos
sentimentales, usted y yo ya hemos sido cosificados por Draghi, por Lagarde,
por Merkel, ya no poseemos las cualidades humanas que nos hacen dignos de la
empatía de nuestros congéneres. Ya somos mera mercancía a la que se puede
expulsar de la residencia de ancianos, del hospital, de la escuela pública,
hemos devenido en algo despreciable, como ese pobre tipo al que el terrorista
por antonomasia está a punto de dar un tiro en la nuca en nombre de Dios o de
la patria.
A
usted y a mí nos están colocando en los bajos del tren una bomba diaria llamada
prima de riesgo, por ejemplo, o intereses a siete años, en el nombre de la
economía financiera. Vamos a reventón diario, a masacre diaria y hay autores
materiales de esa colocación y responsables intelectuales de esas acciones
terroristas que quedan impunes entre otras cosas porque los terroristas se
presentan a las elecciones y hasta las ganan y porque hay detrás de ellos
importantes grupos mediáticos que dan legitimidad a los movimientos
especulativos de los que somos víctimas.
La
economía financiera, si vamos entendiéndolo, significa que el que te compró
aquella cosecha inexistente era un cabrón con los papeles en regla. ¿Tenías tú
libertad para no vendérsela? De ninguna manera. Se la habría comprado a tu
vecino o al vecino de tu vecino. La actividad principal de la economía
financiera consiste en alterar el precio de las cosas, delito prohibido cuando
se da a pequeña escala, pero alentado por las autoridades cuando sus magnitudes
se salen de los gráficos.
Aquí
están alterando el precio de nuestras vidas cada día sin que nadie le ponga
remedio, es más, enviando a las fuerzas del orden contra quienes tratan de
hacerlo. Y vive Dios que las fuerzas del orden se emplean a fondo en la
protección de ese hijo de puta que le vendió a usted, por medio de una estafa
autorizada, un producto financiero, es decir, un objeto irreal en el que usted
invirtió a lo mejor los ahorros reales de toda su vida. Le vendió humo el muy
cerdo amparado por las leyes del Estado que son ya las leyes de la economía
financiera, puesto que están a su servicio.
En
la economía real, para que una lechuga nazca hay que sembrarla y cuidarla y
darle el tiempo preciso para que se desarrolle. Luego hay que recolectarla,
claro, y envasarla y distribuirla y facturarla a 30, 60 o 90 días. Una cantidad
enorme de tiempo y de energías para obtener unos céntimos, que dividirás con el
Estado, a través de los impuestos, para costear los servicios comunes que ahora
nos están reduciendo porque la economía financiera ha dado un traspié y hay que
sacarla del bache. La economía financiera no se conforma con la plusvalía del
capitalismo clásico, necesita también de nuestra sangre y en ello está, por eso
juega con nuestra sanidad pública y con nuestra enseñanza y con nuestra
justicia al modo en que un terrorista enfermo, valga la redundancia, juega
metiendo el cañón de su pistola por el culo de su secuestrado.
Llevan
ya cuatro años metiéndonos por el culo ese cañón. Y con la complicidad de los
nuestros.