He regalado a mi hijo pequeño mi breve biblioteca militar: Militaria, Historia de la incompetencia militar, Blandir la espada, A sangre y fuego, Sed de sangre, Stalingrado, Berlin y La guerra que había que ganar. Más adelante le regalaré Guerras justas e injustas, donde aparte de las reflexiones y los análisis morales, Walzer el autor hace una selección magnífica de casos militares ilustrativos de la carga ética del ius ad bellum, el ius in bello y el ius post bellum. Mi padre, a quien ha salido el chaval en cuerpo y espíritu, que fue militar y hubiera querido seguir la carrera, socialista hasta la médula, que votó no a la OTAN y alabó el golpe comunista del verano del 91 ("hombres de honor"), decía que el buen militar es el que hace todo por evitar una guerra; clásico como Sun Tzu en su Arte de la guerra.
Clero, milicia, gobierno: asuntos de frontera.
La mayor excelencia moral que conocí en un grupo fue entre mis compañeros de cuartel: ni los más humildes, ni los más poderosos, sino gente sencilla, hijos de campesinos, obreros, técnicos. Gente generosa, sensata, alegre de corazón y de mirada limpia. Gente buena.
Mi hija me pide que le compre la Biblia. Iré a ver si hay una buena historia sagrada, similar a esos bellos libros que tenemos sobre mitologia greco-latina y nórdica; y si no la encuentro, le compraré la Biblia (y dice el chico, "y a mí el Corán").
Aunque no las he tratado a todas, creo que no hay mujer atea. Yo, al menos, aún no he conocido a ninguna; como mucho, descreída.
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